Edición: Libros del Asteroide, 2017 (trad.
Marta Alcaraz)
Páginas: 224
ISBN: 9788417007225
Precio: 18,95 € (e-book: 10,99 €)
Me había olvidado de lo relajante que podía llegar a ser el anonimato de la vida urbana, le dije a Gerard. Aquí la gente no se pasaba el tiempo teniendo que explicarse: una ciudad era una interfaz descifrable, una especie de glosario del comportamiento humano que te ahorraba la mitad del trabajo de decodificación del yo para que pudieras comunicarte eficazmente gracias a una suerte de clave. Donde vivía antes, en el campo, cada individuo era la única representación, muy a menudo ilegible, de sus propias acciones y objetivos. En el proceso de autoexplicarse, continué, mucho se perdía o se malinterpretaba; se hacían muchas suposiciones infundadas; poquísimas palabras lograban conservar un significado íntegro.*
Frente
al incremento de la autoficción, de la exaltación del ego, la última propuesta de Rachel Cusk (1967) podría leerse como una ruptura dentro del género
–aunque hay que reconocer que en la narrativa anglosajona no está tan
extendido–. La trilogía que conforman A contraluz (2014), Tránsito (2017)
y Prestigio (2018) tiene como
protagonista-narradora a Faye, una mujer con mucho en común con la autora:
mediana edad, madre, divorciada, escritora, residente en Londres. Sería fácil pensar que en estas novelas reconstruye su vida; pero no, o no de
forma evidente, no de la forma usual: experimentación y exigencia parecen su
lema (la referencia a Virginia Woolf es casi obligada). Esta narradora no se
expresa desde el «yo y mis circunstancias» acostumbrado, sino que se muestra a
través de sus interlocutores («sea lo que sea lo que pensamos de nosotros
mismos, no somos sino el resultado del trato que hemos recibido por parte de
los demás», p. 14). Toma como punto de partida una situación –el proceso de
divorcio– que la ha dejado perdida, sin rumbo. Como si no tuviera ganas de
hablar de sí misma, de contarse, le
cede la palabra a otro, como si ella fuera una escritora entre bambalinas, que
solo se insinúa sin dejarse ver por completo.
Después
de A contraluz, en el que narraba un
viaje a Atenas, unos días alejada de su entorno natural, en Tránsito la narradora está de vuelta en
Inglaterra, encarando los primeros pasos de su separación: el traslado del
campo, donde vivió con su marido, a Londres. Un lugar menos tranquilo: reuniones de amigos, eventos literarios, algún encuentro
casual con viejos conocidos, trayectos por carretera. Está poniendo a punto el
piso donde vivirá con sus hijos; se halla, pues, en una fase de «tránsito», de
una forma de estar en el mundo a otra muy distinta, que le genera dudas y
miedos que no se atreve a formular, pero se entrevén («Cuando algo te da miedo
–dijo–, es la señal de que debes hacerlo», p. 187). Rachel Cusk lleva a cabo la
deconstrucción de una mujer en trance, una mujer con la existencia descompuesta,
mediante sus interacciones con diversos personajes en el espacio de unos días. Invierte,
por así decirlo, la estructura tradicional: los demás llevan el peso de la
narración, aunque ella es su nexo, la subjetividad que escucha sus
voces, unas voces que no existen sin
su enlace. A propósito, el libro comienza, como el anterior, con un detalle en
apariencia anecdótico (la predicción de una astróloga) que le sirve para
hilvanar el resto; una idea brillante.
Con
una técnica similar a A contraluz, la
protagonista reproduce los monólogos de las personas con quienes habla a
diario: un antiguo amor, el contratista que le arregla el piso, el peluquero,
la alumna de escritura creativa, unos colegas con los que coincide en un sarao.
A diferencia de A contraluz, no está
de vacaciones, por lo que algunos de sus interlocutores conocen su situación;
ya no es lo mismo que hablar con un desconocido en el avión, ya no puede
analizar la realidad desde la distancia. Los personajes comprenden perfiles
diferentes, con grados de proximidad a ella asimismo diferentes; la autora
concibe a su protagonista como una mujer que se relaciona con gente diversa (en
clase, edad, preocupaciones, entorno) y pone de relieve la riqueza de
interacciones en lo cotidiano, la riqueza de voces que escucha Faye en una
semana. Esto, explicado así, es una obviedad; lo novedoso reside en la
preeminencia que le da Cusk a la hora de vertebrar el relato, como si
desfragmentara la identidad de una mujer en conversaciones que van de lo leve
de algunos ambientes a lo íntimo de la confesión.
Es
una construcción, sin duda, original: cada capítulo abarca uno o varios
personajes, que empiezan hablando de su ocupación, pero el hilo se estira y
terminan por exhibir bastante de sí mismos en poco rato (es oportuno señalar
que, aunque no siempre se hagan explícitas, la narradora sabe hacer las
preguntas adecuadas para hurgar en ellos); un ejercicio de introspección ejecutado con maestría. Indaga en múltiples subjetividades en el transcurso de
una jornada; unos minutos de conversación revelan las tensiones que el
personaje intenta esconder en la charla superficial. Como punto endeble, por
momentos la narración parece estancarse por la repetición sistemática de la
estructura, produce cierta monotonía; aun así, el estilo de Cusk está tan por
encima de la media –inteligente, analítico, reflexivo, con una capacidad de
observación extraordinaria– que cada página supone un lujo y un reto para el
lector. Escribe un tipo de literatura que se podría denominar «racional», muy contenida
en forma y fondo, en contraste con el tratamiento «exuberante» de, entre otros,
Karl Ove Knausgård.
Rachel Cusk |
En
cuanto a la protagonista, solo se deja ver de refilón. En las preguntas que desliza
con sutileza, en el nuevo peinado y lo que
este dice de ella, en la llamada del hijo que, como en A contraluz, la interrumpe en clase, como un toque de atención que no
la abandona. Dice mucho de su discreción el hecho de que, en el encuentro literario, reproduzca el discurso de los otros autores, pero no el
texto que lee ella. Obliga a conocerla por contraste con el resto, en las apreciaciones
de los demás, en la impresión que causa. De este modo, a lo largo de la novela
se aprecia una evolución en ella, un «despertar», una reacción («Sentí el
cambio debajo de mí, lejos, agitándose en lo más profundo, debajo de la
superficie de las cosas, como las placas tectónicas moviéndose ciegamente sobre
sus rastros negros», p. 221). A veces parece un sujeto que se mueve como por
inercia, cumpliendo sus obligaciones con rectitud y sin intensidad, pero hay
puntos de inflexión que determinan la dirección de la historia. En suma, una
buena novela, coherente con el proyecto iniciado en A contraluz. Como la protagonista de la serie, Rachel Cusk avanza
con paso firme en su carrera y, aunque no haga mucho ruido, no da un paso en
falso.
*Cita de la página 22.
Ya lo tengo y voy a leerlo junto con el otro tìtulo "A contraluz". Desconocìa a esta autora, pero gracias a tus excelentes reseñas tengo la impresiòn que disfrutarè de su lectura.
ResponderEliminarRachel Cusk es muy buena. Espero que disfrutes de los libros.
EliminarMe encantó, y también tenía señalado este párrafo sobre las ciudades
ResponderEliminarUn saludo