Edición: Periférica, 2018 (trad. Manuel
Arranz)
Páginas: 160
ISBN: 9788416291687
Precio: 16,00 €
Las novelas que gozan de la preferencia del público me agotan; antiguamente también a mí me interesaban, pero hoy no consigo terminar ni una sola. De todas las aficiones que he tenido o querido tener, sólo me queda una segura, la afición a la verdad. Poco me importa que sea árida o monótona. Es lo que es; lo demás no me importa. Me siento segura en la historia, no en la grande, la menos legítima de las novelas, sino en la de las costumbres. No me canso nunca de las anécdotas, de las memorias, de las cartas. Todo eso ha sucedido…
Poco,
muy poco se sabe del escritor francés Gustave Amiot (1836-1906). Este autor, especialista
en el siglo XVIII, trabajó como bibliotecario y archivero de Cherburgo durante
gran parte de su vida; y, aunque publicó algunos libros en su madurez, su obra
no tardó en caer en el olvido, ensombrecida por las modernas corrientes
literarias del nuevo siglo, con Marcel Proust a la cabeza. Su novela La duquesa de Vaneuse fue encontrada en
un baúl después de su muerte, y vio la luz de forma póstuma en Francia en 1979.
Hace unos meses se tradujo por primera vez al castellano, en una cuidada traducción
de Manuel Arranz. Al leerla, se entiende por qué Gustave Amiot fue una rara avis incluso entre sus coetáneos: aunque
vivió en el siglo XIX, se inspira en las novelas epistolares del XVIII, la
época de la Ilustración y los salones de artistas e intelectuales. Está,
además, disfrazada de documento que llega al lector muchos años después de la
muerte de su protagonista: alguien ordena los papeles de la duquesa de Vaneuse
y descubre que esconden una trágica historia de amor... y una persona carismática.
La alegría, o simplemente la agitación, es la más eficaz de las curas; la enfermedad del corazón de uno es un amor insatisfecho, la enfermedad del hígado de otro una amarga ambición… No hay más que una solución sensata, la tranquilidad, y, cosa extraña, para encontrarla hay que esforzarse, agitarse, ocupar el pensamiento y prohibirse los sentimientos.
Entre
el diario y la correspondencia, el libro se concibe como la confesión de una
mujer, la duquesa, una señora de la alta sociedad que ya ha alcanzado
los cuarenta y no tiene hijos. Culta y refinada, se mueve con soltura por los círculos
ilustrados de 1765, donde conoce a un joven inglés, Reginald Burnett. Ella,
admiradora de la cultura anglosajona, admite que tienen mucho en común. Él,
con el ímpetu de su juventud, empieza a cortejarla con ardor, pero la duquesa
lo rechaza. La diferencia de edad, junto con la independencia que ha conseguido
disfrutar la mujer, ponen trabas a una hipotética relación. Sin embargo, esto
es solo el principio: su historia experimenta un giro que da la vuelta a la situación. La aparente seguridad en sí misma de la duquesa se debilita; y estas páginas relatan, con un estilo intimista y
delicado, con abundantes referencias eruditas, en consonancia con la educación
exquisita de su narradora, la evolución de un romance frustrado, de una
oportunidad perdida, de un amor encendido y febril.
Pero estoy dando por sentado que todo hombre inteligente actuará inteligentemente; sin embargo, la inteligencia no nos preserva de ninguna tontería, lejos de eso, y de todas las tonterías que podemos cometer, el matrimonio sigue siendo la más frecuente y la más universal.
No
obstante, La duquesa de Vaneuse va
mucho más allá de la peripecia amorosa. La voz narradora, como las heroínas de Balzac
y Jane Austen, destila agudeza e ironía; he aquí una mujer que expresa con
claridad sus opiniones y denuncia la hipocresía social; una mujer, sobre todo en las primeras
páginas, crítica y punzante, que reflexiona sobre sus sentimientos con una
lucidez que trasciende su tiempo: «Si se extravía, no tendré más que retirarme,
y durante algunas semanas habré vivido una experiencia nueva. Las ocasiones son
demasiado raras como para que las desaprovechemos» (p. 28). Examina los tabús,
las inseguridades, la pasión, los miedos ante el acercamiento entre una
mujer madura y un chico joven. Gustave Amiot consigue que parezca una obra del
siglo XVIII, el personaje de la duquesa es realmente verosímil, y, a la vez, el
texto resulta fresco, fluido, ameno; no ha envejecido mal, no suena a libro
añejo. Esto, por supuesto, se debe a su verdad literaria. Porque los
años pasan, el pensamiento cambia, pero esta bella y singular aproximación al
amor y el desamor sigue hablando con contundencia al lector de hoy.
Citas
en cursiva de las páginas 9-10, 85-86 y 88-89.
No hay comentarios :
Publicar un comentario