28 septiembre 2018

La duquesa de Vaneuse - Gustave Amiot


Edición: Periférica, 2018 (trad. Manuel Arranz)
Páginas: 160
ISBN: 9788416291687
Precio: 16,00 €
Las novelas que gozan de la preferencia del público me agotan; antiguamente también a mí me interesaban, pero hoy no consigo terminar ni una sola. De todas las aficiones que he tenido o querido tener, sólo me queda una segura, la afición a la verdad. Poco me importa que sea árida o monótona. Es lo que es; lo demás no me importa. Me siento segura en la historia, no en la grande, la menos legítima de las novelas, sino en la de las costumbres. No me canso nunca de las anécdotas, de las memorias, de las cartas. Todo eso ha sucedido…
Poco, muy poco se sabe del escritor francés Gustave Amiot (1836-1906). Este autor, especialista en el siglo XVIII, trabajó como bibliotecario y archivero de Cherburgo durante gran parte de su vida; y, aunque publicó algunos libros en su madurez, su obra no tardó en caer en el olvido, ensombrecida por las modernas corrientes literarias del nuevo siglo, con Marcel Proust a la cabeza. Su novela La duquesa de Vaneuse fue encontrada en un baúl después de su muerte, y vio la luz de forma póstuma en Francia en 1979. Hace unos meses se tradujo por primera vez al castellano, en una cuidada traducción de Manuel Arranz. Al leerla, se entiende por qué Gustave Amiot fue una rara avis incluso entre sus coetáneos: aunque vivió en el siglo XIX, se inspira en las novelas epistolares del XVIII, la época de la Ilustración y los salones de artistas e intelectuales. Está, además, disfrazada de documento que llega al lector muchos años después de la muerte de su protagonista: alguien ordena los papeles de la duquesa de Vaneuse y descubre que esconden una trágica historia de amor... y una persona carismática.
La alegría, o simplemente la agitación, es la más eficaz de las curas; la enfermedad del corazón de uno es un amor insatisfecho, la enfermedad del hígado de otro una amarga ambición… No hay más que una solución sensata, la tranquilidad, y, cosa extraña, para encontrarla hay que esforzarse, agitarse, ocupar el pensamiento y prohibirse los sentimientos.
Entre el diario y la correspondencia, el libro se concibe como la confesión de una mujer, la duquesa, una señora de la alta sociedad que ya ha alcanzado los cuarenta y no tiene hijos. Culta y refinada, se mueve con soltura por los círculos ilustrados de 1765, donde conoce a un joven inglés, Reginald Burnett. Ella, admiradora de la cultura anglosajona, admite que tienen mucho en común. Él, con el ímpetu de su juventud, empieza a cortejarla con ardor, pero la duquesa lo rechaza. La diferencia de edad, junto con la independencia que ha conseguido disfrutar la mujer, ponen trabas a una hipotética relación. Sin embargo, esto es solo el principio: su historia experimenta un giro que da la vuelta a la situación. La aparente seguridad en sí misma de la duquesa se debilita; y estas páginas relatan, con un estilo intimista y delicado, con abundantes referencias eruditas, en consonancia con la educación exquisita de su narradora, la evolución de un romance frustrado, de una oportunidad perdida, de un amor encendido y febril.
Pero estoy dando por sentado que todo hombre inteligente actuará inteligentemente; sin embargo, la inteligencia no nos preserva de ninguna tontería, lejos de eso, y de todas las tonterías que podemos cometer, el matrimonio sigue siendo la más frecuente y la más universal.
No obstante, La duquesa de Vaneuse va mucho más allá de la peripecia amorosa. La voz narradora, como las heroínas de Balzac y Jane Austen, destila agudeza e ironía; he aquí una mujer que expresa con claridad sus opiniones y denuncia la hipocresía social; una mujer, sobre todo en las primeras páginas, crítica y punzante, que reflexiona sobre sus sentimientos con una lucidez que trasciende su tiempo: «Si se extravía, no tendré más que retirarme, y durante algunas semanas habré vivido una experiencia nueva. Las ocasiones son demasiado raras como para que las desaprovechemos» (p. 28). Examina los tabús, las inseguridades, la pasión, los miedos ante el acercamiento entre una mujer madura y un chico joven. Gustave Amiot consigue que parezca una obra del siglo XVIII, el personaje de la duquesa es realmente verosímil, y, a la vez, el texto resulta fresco, fluido, ameno; no ha envejecido mal, no suena a libro añejo. Esto, por supuesto, se debe a su verdad literaria. Porque los años pasan, el pensamiento cambia, pero esta bella y singular aproximación al amor y el desamor sigue hablando con contundencia al lector de hoy.
Citas en cursiva de las páginas 9-10, 85-86 y 88-89.

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