Edición:
Siruela, 2016 (trad. Celia Montolío)
Páginas:
212
ISBN:
9788416638789
Precio:
19,95 € (e-book: 9,99 €)
Leído en la edición en catalán de
Minúscula, 2016 (trad. Marta Hernández y Zahara Méndez).
Llega
la rentrée. Llegan decenas de novedades
a las librerías. Y, entre ellas, muchas que pasarán
desapercibidas. Esta es una de las que, hace ahora justo un año, no tuvieron
suerte: Lolly Willowes (1926), la
primera novela, y la más exitosa, de la escritora británica Sylvia Townsend Warner (1893 – 1978). Una lástima, que no tuviera suerte, porque se trata de
una recuperación más que notable, con un punto original que bien podría hacerla
destacar entre la masa. En apariencia, es otra historia de costumbres que explora
el rol de la mujer soltera en la
Inglaterra de principios del siglo XX; no obstante, en un determinado momento
se introduce un elemento simbólico-paranormal que representa de manera creativa
la particular liberación del personaje. Suave en el tono e inteligente en el
fondo; la mejor forma de inocular una potente crítica de la moral, una defensa de
la autonomía personal y una celebración del goce de vivir. La han comparado con autoras
posteriores como Angela Carter, Jeanette Winterson y Sarah Waters; pero Sylvia
Townsend Warner suena tan solo a sí misma.
Tras
la muerte de su padre, Laura, de veintiocho años, se instala en casa de su
hermano mayor. Todo su entorno lo considera el paso lógico en su vida: después
de estar bajo la protección del padre, y ante la falta de un marido, Laura estará
resguardada por otro varón de su familia. Nótese el sistema social representado: la
mujer debe «pertenecer» a un hombre, se la pasan de uno a otro como un bien
material, no se baraja la posibilidad de que permanezca sola. Además, podrá
ayudar a cuidar de sus sobrinas: será, por lo tanto, una «subordinada» en el
orden del hogar, alguien que interesa por su «utilidad» y no por sí misma. La
protagonista se pasa veinte años con la familia de su hermano, veinte años en
los que se somete a su control en todos los ámbitos (social, económico,
afectivo). Es una sumisión asumida por las dos partes: Laura la acepta por
voluntad propia.
Sin
embargo, aunque en la superficie todo parezca en orden (todo esté en orden, de hecho), Laura experimenta una fisura, un hartazgo de la constante dependencia,
del hecho de estar al servicio de los demás («Era en las cosas que no salían a
la superficie en lo que Laura se sentía inadecuada», p. 54). Este cambio de identidad se refleja hasta en
el nombre: Laura se convierte, para sus allegados, en la tía Lolly («había
renunciado a una parte tan grande de sí misma que parecía natural abandonar
también el nombre», p. 62). Esta transformación se extiende a la forma del
relato: mientras que en los diálogos se la llama Lolly, la narración, en
tercera persona, mantiene el nombre de Laura, lo que permite contraponer la
perspectiva de los familiares (la tía entrañable y mansa con la que pueden
contar a todas horas) con la que ella tiene de sí misma (ese interior que se va
resquebrajando a medida que se pierde).
A
los cuarenta y siete años, Laura / Lolly pasa por un punto de inflexión: sus
sobrinas ya no son unas niñas, por lo que en casa no la necesitan tanto. Ella
se siente estancada en la rutina, necesita decir adiós, romper las ataduras
conocidas («cuando abría las cortinas se miraba el día sin curiosidad. Ya lo
tenía visto», p. 50). Nadie le pide que se vaya, pero ella quiere irse. Haciendo
caso omiso de los consejos de sus familiares, a los que no les importaría que
permaneciera recluida, como una sombra, Laura se marcha a un pueblo retirado. Con
unas reflexiones que evocan el espíritu
de independencia y búsqueda personal de Henry David Thoreau («Es mejor, a
medida que uno se hace mayor, despojarse de las posesiones, dejarse ir hacia
abajo como un árbol, serlo prácticamente todo tierra antes de morir», p. 102) y
anticipan la defensa de la emancipación
femenina de Virginia Woolf («No hay nada inviable para una mujer soltera de
mediana edad que tiene una renta propia», p. 99), Laura emprende su propio
camino, esto es, su propia liberación.
Sylvia Townsend Warner |
No
es una «liberación» sencilla. Al contrario: a la incomprensión de los suyos se
suman unos sucesos extraños en la localidad («Reconoció que había algo que no
terminaba de entender, pero ya le iba bien quedar excluida del secreto, fuera
lo que fuese», p. 120). La autora plantea aquí el riesgo que conlleva todo cambio,
toda apertura a lo desconocido; aun así, la protagonista encuentra el atractivo
en ello, porque es preferible aventurarse al peligro (y aprender de él, y
divertirse con él) que permanecer entre las paredes, cada vez más asfixiantes,
de la quietud conocida. Se introducen elementos paranormales, muy sutiles, eso sí, para
representar en clave simbólica su nueva identidad: la
comida, el gato (tan mágico), el viento, los bosques, las fiestas. Laura hace un singular pacto con el Diablo para liberarse del yugo familiar;
hay una metáfora de la bruja como encarnación de la mujer soltera e independiente:
las han juzgado por atreverse a vivir, pero a Laura ya no le importa que la
condenen («Por eso nos hacemos brujas: para mostrar nuestro desprecio hacia ese
hacer ver que en la vida no hay riesgo, para satisfacer nuestra pasión por la
aventura», p. 217). Esta es su libertad, ni la soledad, ni el pueblo, sino este «me
da igual», esta patada a las convenciones. Esta actitud, esta fortaleza, esta
madurez que ha tardado cuarenta y siete años en alcanzar.
En
una palabra: magnífica.
Me ha llamado mucho la atención el tema de este libro, y las dos formas de presentar al personaje. Creo que tengo más de una cosa en común con Laura/Lolly y podría aprender de su experiencia. Gracias por la recomendación. Abrazos.
ResponderEliminarEs una muy buena novela. Plantea un tema que ya entonces se había abordado bastante de una forma imaginativa, elegante y sutil. Me parece un acierto seguro.
EliminarHola!
ResponderEliminarHabía visto este libro hace tiempo en el catálogo de minúscula, pero no sabía que estuviera traducido también al castellano, así que ¡mira tu qué alegría!
Recientemente me he dado cuenta de que tengo algunos puntos en común con la protagonista (no digo que sea la única forma de empatizar con ella ni mucho menos) y que posiblemente "necesite" este libro de alguna forma.
Me gusta la especie de viaje por el que atraviesa Laura, desde "un bien material" que los hombres de su familia se turnan, hasta como bien dices, la habitación propia de Virginia. Más que apuntado el libro, a la lista directo :)
Muchas gracias!
Pues, por lo que dices, creo que lo disfrutarás. Me parece una muy buena aproximación a todo lo que afecta a la mujer soltera por voluntad propia, que como sabemos sigue siendo un tema actual.
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