Edición:
Alba, 2003 (trad. Carmen Francí)
Páginas:
344
ISBN:
9788484281795
Precio:
19,80 € (e-book: 6,99 €)
Es sorprendente la cantidad de intrigas que puede suscitar el sentimiento
amoroso. En esta novela, de tintes góticos pero no exenta de comicidad, un
banquero aún joven y atractivo jura a su esposa enferma que, en caso de que
ella muera, no volverá a contraer matrimonio en vida de su hija, por aquel
entonces todavía un bebé. Sin embargo, qué difícil resulta cumplir determinadas
promesas, sobre todo cuando se tiene una corte de admiradoras dispuestas a ponerlas en jaque. «Gusta usted mucho a la gente»
(p. 342), le dice un personaje, y, en
efecto, gustar demasiado lo acabará llevando a la perdición. La primera
interesada en ello es Rose Armiger, una amiga de su mujer, lista y sibilina como las mejores villanas. La segunda, la joven
Jane, tiene intenciones más nobles, aunque a su vez se ve acechada por la
señora Beever, vecina del banquero, una «victoriana de la primera época»
(p. 27) que quiere casarla con su hijo. Mujeres de ingenio vivaz que, con sus
idas y venidas, lo alborotan… Y él se deja alborotar.
Henry James (Nueva York, 1843 – Londres, 1916) escribió La otra casa (1896), uno de sus títulos
menos conocidos, después de dedicarse unos años (sin mucho éxito) al teatro. En
principio iba a tratarse de una obra dramática, pero, al final, le dio forma de
novela, si bien conserva los elementos propios de un texto concebido para ser
representado. En primer lugar, las tres partes en que se divide podrían corresponder
a los tres actos: cada uno se desarrolla en el mismo espacio (una habitación,
un jardín, otro interior), en un tiempo distinto; el quid está puesto en los movimientos de los personajes, que, como
los actores, entran y salen de la escena. Además, el autor se apoya más que de
costumbre en el diálogo: el peso de
la trama reside en lo que se dicen (o se ocultan) los unos a los otros; hay poca
descripción, y las introspecciones que le dieron la gloria en obras como Otra vuelta de tuerca (1898) o Los papeles de Aspern (1888) brillan por
su ausencia.
La primera parte es magistral: un derroche de ironía, ingenio, juegos de palabras, con el estilo
espléndido al que James nos tiene acostumbrados. Sus metáforas y comparaciones
para describir a los personajes son extraordinarias, como esta referida a la
señora Beever: «Su vida era como una sala preparada para un baile: los muebles estaban arrumbados contra la pared» (p. 14). A propósito de la
vecina, el libro comienza con su intromisión en «la otra casa», la del banquero, para preguntar por la enferma. Ella no es la
única intrusa: Rose Armiger también anda por ahí. Los personajes se adentran,
por lo tanto, en un espacio que les resulta ajeno. En cierto modo, se pueden
extraer dos significados del título: por un lado, la otra casa como lugar
físico donde ocurre la mayor parte de los acontecimientos; por el otro, la otra
casa como aquello que tenemos al lado, pero que solo conocemos de forma
superficial, con un punto de vista externo que no alcanza a comprender lo que
ocultan sus inquilinos. Y así es la relación entre los personajes, una relación
en la que nunca conocen del todo al otro, nunca conocen hasta dónde son capaces
de llegar, por muy cerca que estén.
La trama deriva en una sucesión de acontecimientos trágicos; no se
trata de una inocente comedia de costumbres por mucho que el enredo con jóvenes
casaderas parezca inducir a ello. La
caracterización psicológica resulta fundamental, y James no decepciona: no
hay ningún personaje baldío, y las tres mujeres (Rose, Jane y la señora Beever),
con sus secretos y sus intenciones de dudosa índole, son brillantes, sobre todo
esa Rose Armiger pérfida y ambigua. El grueso de la obra está, pues, en el
diálogo, y el autor hace gala una vez más del arte de la sutileza que tanto domina: el interés reside en observar el
comportamiento de cada personaje en función de su interlocutor, es decir, el
grado de relación entre ellos, lo que esconden, lo que dejan ver. El lector se
convierte en un espectador privilegiado de esos dimes y diretes, pero, no lo
olvidemos, con esos planos limitados tampoco puede saberlo todo…
A la larga, no obstante, el hecho de depender tanto de las réplicas
entre unos y otros para el desarrollo de la acción (un continuo «este me ha contado que el
otro le ha dicho que…») se vuelve en
su contra. Esto tiene mucho que ver con su intención de escribir una obra de
teatro, que lo constriñe: el escenario, inmóvil, rígido, nunca está vacío; los
personajes siempre tienen algo que decir, aunque sea ruido; todo, capítulo tras
capítulo, es más de lo mismo. Lo que al principio tenía su gracia termina por
resultar repetitivo. Le sobra paja; llega un momento en el que el lector
adelanta a los personajes en sus pesquisas. Se echa de menos la narración de James, que le permitiría enriquecer
el libro. Una novela (y recalco esta palabra, «novela», no «libro» ni «obra» a
secas), para funcionar, necesita líneas curvas, recovecos, honduras,
plasticidad; y aquí solo hay un único plano lineal restrictivo.
Henry James |
No nos confundamos: James es un excelente escritor;
cada frase, cada párrafo, da mil vueltas a muchos autores. Ahora bien, sus
dotes como novelista superan con creces las de dramaturgo. En este libro embrolla
en exceso un conflicto, por lo demás, sencillo (tan sencillo que sorprende que
trate con tanta ligereza unos sucesos de semejante gravedad, casi como si no
hubiera pasado nada). Todo está pensado para el lucimiento de los personajes /
actores, pero, como novela, incluso como
historia, le falta consistencia. No bastan unos personajes hablando para
construir una novela, por muy interesantes que sean esos personajes y por muy
bien que escriba el autor. Mejor dicho: no bastan en La otra casa. A los lectores no iniciados en el universo jamesiano
les recomendaría empezar por las dos novelas mencionadas, Otra vuelta de tuerca y Los papeles de Aspern, que al igual que esta tienen un planteamiento oscuro, de
suspense, solo que con una narración mucho más rica en matices; o, si prefieren
una comedia de costumbres más simpática, la también magnífica e inteligente Washington Square.
Se me estaba haciendo la boca agua cuando he empezado a leer tu reseña. Y de repente, zasca, el "pero". Y además un "señor pero", porque la verdad es que se puede cargar la novela. Estoy de acuerdo contigo en que Henry James tenía un ingenio increíble para describir los defectos de la sociedad con la suavidad de la ironía. En fin, la dejo pasar y busco otra más jamesiana. Abrazos.
ResponderEliminarLa verdad es que, después de leerlo, se entiende que no sea uno de sus títulos más conocidos. Aun así, me lo pasé bien leyéndolo. La ironía jamesiana es ma-ra-vi-llo-sa.
EliminarNo me he estrenado aún con este autor y eso que tengo Julia Bride de D'época esperándome desde hace un año. En cualquier caso, tomo nota de tus otras recomendaciones. Un saludo!
ResponderEliminarNo te lo pierdas. Henry James es magnífico, uno de los grandes de todos los tiempos. Este año lo he leído con devoción, y seguiré...
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