Edición:
Alba, 2004 (trad. Celia Montolío)
Páginas:
160
ISBN:
9788484282143
Precio:
14,50 €
Ya lo dijo Tolstói: las familias infelices lo son cada una a su manera. Caroline Blackwood
(1931-1996), descendiente de un importante linaje de la aristocracia anglo-irlandesa, reconstruye la historia de la suya en
esta mal llamada novela, La anciana
señora Webster (1977), finalista del Premio Booker. Blackwood, muy conocida
en su época por sus libros y artículos, escribe lo que ahora se denomina autoficción,
y con ello desmitifica el aire sereno e imperturbable de las familias
adineradas. La obra está narrada en primera persona por su alter ego, una joven huérfana de padre que, después de una infancia
infeliz y solitaria, indaga en su ascendencia paterna para conocer sus raíces
y, quizá, reconciliarse con ellas. El libro se organiza en torno a cuatro
episodios, uno por cada personaje (la bisabuela Webster, la abuela Dunmartin,
la tía Lavinia y el padre), y tiene una estructura circular perfecta, ya que
empieza y termina con la bisabuela, el pilar más estable de la estirpe. La
narradora, por su parte, permanece en un segundo plano; adopta el rol de una
oyente silenciosa, que se busca en los demás sin hablar de sí misma («Aún no
has dejado del todo la fase de escuchar torpemente sin decir nada», p. 73). Más
que una novela, constituye, pues, un
estudio de caracteres.
En
su adolescencia, la narradora pasa un verano en el caserón de la bisabuela
Webster. La anciana señora es un personaje digno de la ficción gótica: una
mujer solitaria, fría y de pocas palabras, que por respirar aire de mar
entiende dar un paseo en coche y abrir la ventanilla. Apenas sale de casa,
siempre sentada en una silla de respaldo recto, con la criada de toda la vida
sometida a sus órdenes. También la bisnieta debe soportar sus rígidas costumbres. La bisabuela
Webster es de esas personas que se aferran a lo que tienen sin permitir que
nada cambie, aunque esto conlleve la decrepitud de la mansión y el alejamiento de
los círculos sociales. «Tan bien se había aislado que se convirtió en un mero
recuerdo rancio y opresivo» (p. 143), dice la protagonista. A través de sus
ojos, la anciana resulta inquietante, imponente y grotesca, aunque, al final,
la acaba entendiendo un poco.
La
abuela Dunmartin, hija de la bisabuela, vive asimismo recluida en un caserón,
si bien por motivos muy distintos: los trastornos
mentales. Analizando los vínculos entre madre e hija, parece que esta mujer
quiso escapar de la tiranía de su madre, quiso convertirse en alguien
completamente distinto; pero cayó en la enfermedad, una enfermedad de las que
siempre se han querido ocultar fuera del ámbito familiar, y por eso mismo tiene
aún más mérito que la autora la aborde sin tapujos. En este caso, la narradora
solo conoce a su abuela por lo que le han contado, como el episodio de intentar
hacer daño a su hermano el día de su bautizo. Al
parecer, la abuela Dunmartin ya presentaba síntomas de enajenación al poco tiempo
de contraer matrimonio, cuando todavía era joven. Mientras la madre
vive como si no ocurriera nada, con un orden imperturbable, la hija se consume
en su desequilibrio.
La
tía Lavinia, hermana del padre de la narradora, mantiene una relación más
fluida con ella y por lo tanto esta puede trazar un retrato psicológico
bastante completo. Lavinia, una mujer que disfrutó de los locos años veinte,
tiene ideas más modernas que las generaciones previas y lleva una existencia
más desenfadada. Ella encarna la ligereza bien entendida de las clases
acomodadas: amistades, buen humor,
cinismo. «Como lo único que se tomaba en serio era la diversión, apenas
suscitaba rencores» (p. 54), reflexiona la sobrina. Sin embargo, también tiene un lado desconocido: ha intentado suicidarse («Parecía que veía
la muerte de un modo semejante como veía la vida: un juego emocionante pero sin
importancia», p. 57). Como consecuencia de su esmerada educación, sus modales
no le permiten mostrarse mal ante los demás, por lo que su desesperación
es una incógnita. Nadie sabe con exactitud qué esconde esta mujer de
apariencia tan alegre y desenvuelta, un poco como ocurre con la bisabuela; tan
solo la narradora, en sus conversaciones, consigue acercarse a ella.
Al
final, la joven trata de conocer más a su
padre, muerto durante la Segunda Guerra Mundial y de quien no conserva
recuerdos («mi padre había desaparecido demasiado pronto y mi memoria era
incapaz de crear algún mecanismo que pudiera conservarle con un nítido perfil.
Incluso echarle de menos era inútil, pues era como echar de menos un país
extranjero al que jamás se ha ido y al que jamás se irá», p. 144). Para ello,
habla con un amigo, que le revela algo sorprendente: su padre sentía un gran
afecto por la bisabuela Webster. Después de mucho cavilar, la narradora
entiende que, teniendo en cuenta los desequilibrios de su madre, la señora
Webster aportó a su padre una seguridad, un orden, que jamás tuvo con su
progenitora. Adentrarse en un nuevo personaje, por lo tanto, lleva a revisitar
a los anteriores; la relación entre ellos aporta detalles inadvertidos, que
explican, en parte, su forma de ser.
Caroline Blackwood |
La
narradora, pese a no hablar de sí misma, se hace preguntas, se intenta conocer
mejor a través de las mujeres de la familia, buscando oposiciones y afinidades.
Sabemos que es una muchacha retraída, como le hace notar la tía Lavinia, un
carácter que tampoco casa bien con lo que esperan los demás: «Cuando estás
entre desconocidos, eres tan retraída que tu presencia resulta inquietante. Te
limitas a quedarte ahí inmóvil, clavando los ojos en la gente con esa actitud
tuya intensa y atormentada. En serio, intenta dejar de hacerlo, porque la gente
se pone nerviosa. Se preguntan si será que te ocurre algo terrible. Se
preguntan si estarás bien de la cabeza» (p. 77). Quizá, ante todo, este libro
sea para la joven solitaria un intento de comprender, de explicarse, de trazar un hilo, de buscar su anclaje en
la familia después de pasar una niñez desdichada. Lleva a cabo un ejercicio
brillante de indagación psicológica a lo largo de cuatro generaciones, en el
que se aleja del tono amable y detecta lo excéntrico, lo perverso, lo tóxico,
las particularidades que hacen única su historia familiar. Porque esta no es
una novela sobre familias felices.
Me encantan las historias sobre sagas familiares, me la apunto! Saludos ^^
ResponderEliminarEntonces seguro que te gustará ;).
EliminarDespués de leer esta reseña decidí darle una oportunidad y acabo de terminarlo. Me ha encantado, así que gracias por reseñarlo porque de otra manera no hubiera llegado nunca a mis manos. Me ha parecido tan único como peculiares sus personajes. Gracias, otra vez, por traer libros tan interesantes.
ResponderEliminarOh, ¡qué bien! Muchas gracias por decírmelo. Cuando reseño estos libros tan poco conocidos siempre me pregunto si de verdad interesarán a alguien. Me alegra mucho que lo hayas disfrutado.
EliminarHola!
ResponderEliminarSiempre que miro el catálogo de Alba, este libro capta mi atención. Por esa portada tan intensa y tan verde, por la mansión que aparece, por ser irlandesa la autora..
Y como en muchos casos, priorizas a otros libros, te dejas llevar por otras cosas, y libros como este se quedan un poco en el olvido. Me alegro de que hayas hecho esta reseña, porque, una vez más, me has convencido de leer un libro que me había puesto ojitos en su momento.
Me gusta mucho esa forma en la que la autora parece habérselas ingeniado para describir cada personaje, aún con sus misterios y sus claroscuros. Me fascina la bisabuela (tan de novela gótica), pero también la abuela, con esos problemas mentales y ese peligro que parece representar. Definitivamente, la próxima vez que lo vea, haré caso a la portada verde y se vendrá conmigo.
Muchas gracias!