Edición: Errata
naturae, 2017 (trad. Carmen Torres García)
Páginas: 312
ISBN: 9788416544509
Precio: 19,50
€
Cuando
Pete Fromm (Shorewood, Wisconsin, 1958) era un joven estudiante de Biología de
la Vida Salvaje en la Universidad de Montana, apasionado por las historias de
aventuras, tuvo la oportunidad de pasar de la teoría a la
práctica y vivir en primera persona una experiencia límite en la naturaleza. Se trataba de un
trabajo para el Servicio Forestal: vigilar unos huevos de salmón en los bosques
de Indian Creek. Fácil, en principio, pero la tarea entrañaba un reto:
pasar el invierno solo, lejos de la civilización, en una zona que quedaría
totalmente aislada por la nieve. Tendría que cortar leña, abastecerse, orientarse por la montaña, resguardarse de los animales feroces y, sobre todo, acostumbrarse a la soledad y el
silencio. En el aula le faltaba adrenalina; quería emoción, emular a
esos hombres curtidos que protagonizaban sus novelas preferidas,
de modo que aceptó el empleo sin titubear. La noche antes de emprender el
viaje, se emborrachó con sus amigos; aquel tierno Pete Fromm se marchó con más ilusiones que certezas (recuerda un poco a Butcher’s Crossing, el espléndido western de John Williams).
En
realidad, por mucho que hubiera leído sobre la naturaleza y sus entresijos, carecía de fogueo en la supervivencia. Sus ideas provenían de la ficción, de las
ensoñaciones; no había puesto a prueba sus propias destrezas. Indian Creek (1993), un libro de
memorias que se lee como una novela de aprendizaje, narra su periplo en la
montaña, con el punto de vista de quien recuerda, en pasado, una vivencia que
lo marcó. Desde el principio, se aleja del registro de las grandes
hazañas de un héroe; no pretende darle forma de un relato de aventuras, sino
reconstruir, con una honestidad abrumadora y mucho sentido del humor, un viaje
iniciático en el que hubo más torpeza que épica. El narrador aprendió poco a
poco a moverse por la zona, usar una sierra, preparar trampas, cazar. Lo que de entrada parecía sencillo no lo era tanto, los riesgos surgían por doquier; las actividades cotidianas del montañés encarnaban enormes dificultades
para un novato. Y, sin embargo, lo consiguió. Hay un rasgo común en muchas obras
de este tipo: en cuanto la persona se adapta a la soledad, le molesta la
compañía de los visitantes. Han hecho de la montaña su hogar, y los
excursionistas o los cazadores (los que solo están de paso, los que no viven la
naturaleza como ellos) son como un ruido molesto.
Pete Fromm |
Lo
que hace de Indian Creek un libro divertido,
conmovedor y memorable (no solo para la nature
writing sino en general, su alcance va más allá de los asiduos al
género; lo pueden disfrutar, y mucho, lectores habituales de narrativa) es, por un lado,
la voz de Pete Fromm, generosa, capaz de reírse de sí mismo, de
mostrar sus vulnerabilidades, y además contarlo con ritmo y una fluidez que ameniza la lectura. En segundo lugar, posee la habilidad de
dotar de emoción el relato, identifica los momentos álgidos (el respeto por los
animales, la cacería, el distanciamiento de la familia, la camaradería entre montañeses, el vínculo con su perra, la catarsis final) y los aborda con la intensidad justa. Tan pronto hace reír como provoca un
nudo en el estómago; está lleno de humanidad, en el mejor sentido. Estas memorias trascienden el testimonio; constituyen una narración iluminadora,
rebosante de verdad literaria. De vida. La mejor literatura suele ser la más
cercana a la vida (y esto no tiene nada que ver con basarse en hechos reales o
no), despojada de veleidades y artificios que dispersen la atención. Aquí hay un gran ejemplo de ello.
Me ha encantado tu reseña. Miraré si lo tienen en la biblioteca...
ResponderEliminarFeliz agosto.
Igualmente, Rosa, feliz agosto. Espero que encuentres el libro y lo disfrutes.
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