Edición: Caballo de Troya, 2015
Páginas: 176
ISBN: 9788415451556
Precio: 15,90 € (e-book: 3,99 €)
Entre
la literatura reciente que aborda, de forma directa o como telón de fondo, el
conflicto de ETA en Euskadi, sobresalen títulos tan diferentes como Patria (2016), de Fernando Aramburu, Mejor la ausencia (2017), de Edurne
Portela, o El comensal (2015), de
Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983). Este último fue seleccionado por Elvira Navarro
durante su año como editora del sello Caballo de Troya. La autora, una
desconocida hasta entonces (no solo por no haber publicado, sino porque se
dedica a los estudios de mercado y se muestra discreta en las redes sociales, de modo
que no hacía ruido en el sector literario antes de debutar), combina la
investigación periodística del asesinato de su abuelo paterno, Javier de
Ybarra, en 1977, con la narración intimista de la muerte de su
madre, en 2011. Un libro breve, autobiográfico, que ha sido una de las sorpresas de la narrativa española.
Entre sus reconocimientos destaca que su traducción al inglés estuvo en la
longlist del prestigioso Man Booker
International Prize de 2018; aunque el hecho de que se tradujera al inglés ya
constituye un logro en sí mismo.
La
autora toma como punto de partida la idea del comensal invisible: un miembro de
la familia que ha fallecido, pero que sigue presente de alguna manera para los
demás; el tópico de que nadie muere del todo mientras sus seres queridos lo
recuerden. Este concepto le sirve para vertebrar el texto en dos partes. En
primer lugar, la crónica del asesinato de su abuelo: una reconstrucción del
suceso, a partir de los recuerdos de sus herederos y de los periódicos.
Gabriela Ybarra admite que se permite alguna que otra licencia; ni la memoria
ni el reportaje son nunca exactos, en medio navega la imaginación, que en
cualquier caso le sirve para fijar su versión del crimen, del momento del
secuestro a frescos costumbristas como el sacerdote que intentaba localizarlo
con la ayuda de un péndulo. El punto de vista tiene la singularidad de que ella
no había nacido cuando se produjo el asesinato, pero tampoco puede aproximarse
al asunto como una observadora imparcial por cuanto afecta a sus allegados. En
este sentido, resulta interesante que complemente la reconstrucción con su
experiencia, años después, de lo que supuso vivir bajo la amenaza del
terrorismo: del escolta de su padre al traslado de la familia, con el secuestro
como un relato que resonaba en el hogar durante su infancia.
La
segunda parte se centra en el cáncer que padeció su madre y el posterior duelo. Alterna
fragmentos sobre el avance de la enfermedad –el modo en el que se instala en la
familia, el desconcierto ante una muerte prematura, el acompañamiento mientras
recibe tratamiento en Nueva York– con reflexiones posteriores, cuando la autora
visita el hospital o el cementerio un año después. En esta ocasión sí ha vivido
el proceso de la pérdida, que narra con templanza, sin recrearse ni aligerar el
dolor. El cáncer es cáncer para todo el mundo, pero según el tono del relato adopta unas
connotaciones u otras. Este se percibe veraz, mesurado, natural, y, por eso
mismo, conmovedor. La madre como una mujer que se está muriendo; ni una
«heroína» ni una «luchadora», nada de los discursos mediáticos que abundan
sobre el cáncer. Tampoco cae en el sentimentalismo para purgar la aflicción; un
ejercicio de contención impecable. Gabriela Ybarra es una narradora
disciplinada, comedida, exacta, más cerebral que emotiva, tal vez el
resultado de una educación orientada a mantener la compostura, la
perseverancia, la tenacidad. Estas cualidades se plasman en la escritura.
Algunos
lectores han señalado una supuesta falta de unidad entre ambas partes; en
concreto, ponen en duda la conveniencia de incluir el relato sobre la madre. Sin
embargo, sí existe una conexión: la experiencia de la muerte en una
misma familia, por un lado, y la canalización a través de la escritura que
lleva a cabo la autora, por otro. Gabriela Ybarra no había pensado en la muerte
hasta que su madre enfermó, no había vivido un duelo. Ese fue su punto de
inflexión. El asesinato de su abuelo integraba la historia familiar anterior a
su nacimiento, por lo que lo miraba desde la distancia, sin la implicación de
quien fue testigo del secuestro. La enfermedad de la madre despertó su interés
por el pasado; pero es sobre todo el padre, para quien ambas pérdidas
resultaron devastadoras, quien enlaza los episodios. De algún modo, el dolor
del padre cuando mataron a su progenitor conecta con el dolor que tanto él como
sus hijas tienen ante la muerte inminente de la mujer. La experiencia del duelo
hace que la autora mire a su padre con otros ojos, que comprenda mejor la
primera pérdida. El libro, en conjunto, es una exploración de la muerte desde
las dos caras de la moneda: en su vertiente más periodística, sin conocerla en
primera persona; y en clave personal, siguiendo el declive.
Gabriela Ybarra |
Escribir como una manera de canalizar el duelo; así puede entenderse El comensal. Purgarse, recuperar el orden, entenderse a una misma; he aquí uno de los muchos posibles caminos de la creación literaria. La autora comenta en
algún pasaje que escribe con frecuencia. Sin más obra publicada por
ahora, invita a reflexionar sobre el uso de la escritura para sí, como diario, pequeñas ideas o apuntes sueltos. El libro se compone de fragmentos
breves, con un estilo depurado, sobrio, concentrado, que solo puede ser fruto de mucha práctica. Hay quien
cree que El comensal debe su éxito a
un tema bien encontrado o a la oportunidad del parentesco con una víctima de
ETA. Se equivocan: Gabriela Ybarra no será la autora de un único libro. En sus páginas hace
referencia a Robert Walser, y ella también se desenvuelve como cronista de su
vida, como observadora atenta del entorno. Con El comensal, la literatura española ha sumado a una excelente
escritora de no ficción.
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