Edición: El Paseo, 2017 (trad. Miguel
Cisneros Perales)
Páginas: 264
ISBN: 9788494588594
Precio: 20,95 €
El éxito de novelas como La posada Jamaica (1937), Mi prima Rachel (1951) y, sobre todo, Rebeca (1938), ha dejado la narrativa
breve de Daphne du Maurier (Londres, 1907 – Cornualles, 1989) en un lugar cuando menos secundario. No debería ser así, puesto que firmó cuentos de una calidad excepcional que
no pueden ser considerados «menores». En 1952 apareció este volumen, con el
título El manzano y otros relatos,
aunque, después de la brillante adaptación al cine de «Los pájaros» por parte de
Alfred Hitchcock en 1963, en las ediciones sucesivas se le cambió el nombre. En
un principio la compilación incluía la nouvelle
de tintes míticos Monte Verità, que
posteriormente se ha publicado por separado. La presente edición de El Paseo
consta de cinco relatos largos (de unas cincuenta páginas en adelante), a
excepción del último, muy corto. Se encuadran en la ficción gótica y, como
siempre que se trate de Du Maurier, la elección del punto de vista y la
recreación de atmósferas asfixiantes resultan magistrales.
Antes de comentar cada texto, unos
apuntes sucintos sobre el conjunto. En general, las historias se desarrollan
justo después de la Segunda Guerra Mundial en Reino Unido y Francia; algunos
relatos acentúan el clima de miedo de la guerra fría y los traumas por la
contienda bélica recién terminada. Es, además, un contexto en el que se produjeron
transformaciones sociales importantes: muchas mujeres se incorporaron al
mercado profesional durante la guerra, y con el regreso de los hombres del
frente se vieron de nuevo recluidas en casa, una situación a veces difícil de gestionar.
Como en Monte Verità, incide
en determinadas opresiones, determinadas desigualdades, a través de imágenes poéticas
aterradoras, a menudo metáforas de la naturaleza («Los pájaros», «El manzano»).
Vale la pena subrayar la originalidad de los planteamientos: todos los cuentos
comparten una atmósfera lúgubre, pero ninguno se parece a otro, cada uno ofrece
una angustia singular, un camino distinto para llegar a un desenlace
perturbador. La construcción, impecable: información bien dosificada,
control del tiempo, tensión in crescendo,
lección de estilo, sutileza, un tipo de suspense que no utiliza lo sobrenatural
de forma evidente. Las piezas encajan y ningún detalle resulta baladí.
En «Los pájaros», el primer relato,
una catástrofe natural pone en jaque la seguridad del país. Los protagonistas,
un matrimonio humilde con hijos pequeños, viven en una localidad británica
durante la posguerra, un entorno en el que reina la sensación de que ya ha
pasado lo peor, de que su nación es fuerte y puede hacer frente a cualquier
amenaza (los rusos, básicamente). Sin embargo, los pájaros enloquecen
de pronto y se revuelven con violencia contra los humanos. La paradoja:
cuando el peligro parecía lejos, cuando la técnica lo dominaba todo, un revés
de la naturaleza lleva al límite a una sociedad poderosa. Por un lado, los
animales, víctimas olvidadas de la civilización, se vengan a su modo, en una alegoría
cruel. Por el otro, plantea el pánico de una caída del sistema, el desamparo
cuando las fuerzas de seguridad del Estado no alcanzan, el renacer de un
instinto de supervivencia inesperado después de haber «ganado» una guerra («¿De
qué servía una sola pistola contra todo un cielo cubierto de pájaros?», p. 50).
En la actualidad, con los problemas causados por el cambio climático, los sucesos de
este tipo no suenan, por desgracia, tan lejanos.
En segundo lugar, «El manzano» está
protagonizado por un hombre viudo, sin hijos. En cierto momento, sin saber por
qué, la contemplación de un manzano del patio de su casa, un árbol frágil,
enfermizo, le recuerda a su esposa fallecida. Poco a poco, se desvelan pinceladas de
su matrimonio: su mujer se fue consumiendo, atrapada en el hogar y traicionada
por la atracción de su marido hacia una joven. Ahora el hombre es «libre», pero
esa imagen, esos remordimientos, encarnados hasta lo macabro en el árbol,
devienen una obsesión que lo devora. Como si su esposa, desde el más allá, se
vengara convertida en manzano…, o, más bien, como si él hubiera enloquecido
porque sabe que en el fondo contribuyó al deterioro de ella. Se juega con esa
dualidad, con la posibilidad de lo maravilloso o la más factible del trastorno
mental. Una metáfora muy bien encontrada; y una historia, en fin,
desasosegante, de una crudeza sin paliativos.
En «El joven fotógrafo» ya no
hablamos de personajes de clase media, sino de una marquesa que pasa el verano
en la costa de Francia, junto a sus hijas. El marido se ausenta por trabajo. Sola
y aburrida, con el empujoncito de sus amigas, la marquesa decide tener una
aventura. No surge una pasión como tal, sino que se lo toma como un
entretenimiento, una distracción de mujer adinerada sin nada que hacer en sus
vacaciones (pese a su nivel de vida, o quizás por ello, vive en una jaula). El elegido para
su esparcimiento es un fotógrafo humilde y, para más inri, lisiado. Mantienen
una relación asimétrica, en la que la mujer, en contra de lo habitual, maneja
los hilos desde su estatus. Con todo, la marquesa comete un error: solo piensa
en sí misma. Olvida que el fotógrafo, a quien trata como a un títere, tiene personalidad
propia. Cuando él saca su carácter, ella se da cuenta de su imprudencia. Al
final, pagará caro su desliz, y no por el hecho de ser infiel a su marido. Este
relato es un ejemplo perfecto de cómo dar la vuelta a una situación, cómo
revertir los roles de víctima y verdugo.
«Bésame
otra vez, forastero», el cuarto relato, gira alrededor de un tipo inocente que
se cruza con quien no debe. El terror, más que en los acontecimientos
despiadados (que los hay) o los espacios tétricos (que también los hay), se
encuentra en el misterio que cada uno de nosotros encierra dentro de sí mismo,
las excentricidades, la locura incipiente. Lo que comienza como una tierna invitación a una chica se convierte en un viaje de angustia
creciente. Este es el único relato narrado en primera persona, junto con el último, «El viejo». Este, por su brevedad,
carece de una trama tan desarrollada como los anteriores: todo se concentra en
el recuerdo, como una reminiscencia, del testigo de un suceso dramático en el
seno de una familia un tanto extraña, contado con la mirada de quien no
comprende todo lo que ocurre, porque no está dentro, no pertenece a ese núcleo,
pero observa con atención, trata de recomponer el puzle. De nuevo, se plantean
la oscuridad de la vida doméstica y las relaciones de poder.
Daphne du Maurier |
Ha pasado más de medio siglo desde que este libro vio la luz, pero la gran literatura no envejece, aún tiene mucho que aportar. Estas piezas –todos– son deslumbrantes, por estilo, por construcción, por sus ambigüedades. La recreación gótica, el suspense psicológico, los personajes atormentados, la violencia silenciada, la naturaleza como territorio hostil; una narrativa que denota influencias de las hermanas Brontë y anticipa a autoras como Joyce Carol Oates, aunque Du Maurier, por supuesto, tiene una voz personal inconfundible. Para mí, leer estos cuentos ha supuesto un antes y un después en mi vida lectora, ha sido uno de esos libros que me reconcilian con la lectura y me recuerdan todo lo que puede dar de sí un género como el terror cuando está en buenas manos. Las de esta escritora son, sin duda, inmejorables.