Edición: Altamarea, 2018 (trad. Gerardo
Matallana Medina; pról. Íñigo Domínguez)
Páginas: 164
ISBN: 9788494833540
Precio: 17,90 €
A
Ugo Pirro (1920-2008), nombre artístico de Ugo Mattone, se le conoce sobre todo
por su brillante trayectoria como guionista –suyos son, entre otros, los
guiones de las películas Investigación
sobre un ciudadano libre de toda sospecha (1970) y El jardín de los Finzi-Contini (1970), este último una adaptación de
la novela homónima de Giorgio Bassani–. No obstante, también cultivó la literatura y escribió libros
muy notables, como Las soldadesas
(1956), que acaba de publicarse en España por primera vez. Esta novela supuso
su debut literario: le permitió asentarse en el circuito
intelectual y, de paso, expurgar sus vivencias como teniente en la Segunda
Guerra Mundial. Narra su experiencia durante la ocupación
italiana de Grecia, donde se encargó de trasladar a unas chicas para que ejercieran
de prostitutas para los soldados. En este sentido, tiene dos grandes valores:
por un lado, el relato de cómo se abusó de las mujeres durante la contienda; por el otro, un contundente mensaje
antibelicista desde dentro del ejército.
El
narrador, un joven teniente de veintidós años, relata su viaje por carretera
junto a las prostitutas griegas, que asumen su destino con resignación. Él se
convierte en «el de las putas» (p. 146), pero su actitud dista mucho de la de
un proxeneta. El retrato de las mujeres desde su punto de vista sugiere
más bien compasión: va de las condiciones inhumanas –desnutridas, enfermas,
obligadas a prostituirse siendo apenas unas niñas– al trato por parte de
algunos compañeros –«Parecía uno de aquellos hombres que van por nuestros
campos para comprar pollos», en referencia a uno que las manosea (p. 55)–.
Más allá de las chicas que transporta, en cada ciudad es testigo del horror que
se vive en el país, la violencia, el hambre atroz, las mujeres que
ofrecen su cuerpo por un mendrugo de pan para ellas o para sus
hijos. A través de la perspectiva del teniente, se muestra cómo la estructura
de una sociedad se derrumba por la guerra, cómo los seres humanos pierden su
dignidad cuando las necesidades más básicas no se atienden.
–Eftijía, no somos enemigos… Las cosas son así… Nunca lo hemos sido… No se llega a serlo de un día para otro, no basta con una orden desde arriba para que nazca el odio en el interior. Para que crezca el odio se necesita tiempo… A veces no es suficiente ni siquiera un siglo… El amor es diferente: un chico ve a una chica y se enamora al instante… No…, no…, no hay una sola razón que justifique esta sangre…, esta hambre que os consume hasta la vergüenza…
Es interesante analizar los vínculos entre el narrador y las mujeres
después de pasar tantas horas juntos. Para empezar, las individualiza: para él
no son «las prostitutas», en bloque, sin identidad, sino que las llama por su
nombre, distingue rasgos, caracteres; una demostración mínima de
humanidad en circunstancias límite. En segundo lugar, no las sexualiza: la
malaria, sus cuerpos menguados, su miedo y su sometimiento anulan prácticamente
el deseo en la mirada del narrador. El afecto que siente hacia ellas no se
corresponde al del enamorado ni al del amante; se asemeja al del camarada que
se compadece de ellas y se frustra por no poder ayudarlas. Con dos de ellas
tiene un trato más estrecho y hay emoción en las despedidas, rabia en los
abusos, impotencia en las agresiones. A todo esto, el teniente lo desconoce
todo de ellas, desconoce quiénes eran antes de la guerra, con quién compartían
su tiempo. La suya es una amistad, si se puede llamar amistad, con fecha de
caducidad, en unas condiciones excepcionales en las que el instinto de
supervivencia se impone a los lazos sociales.
Entonces ya no me asustaba darme cuenta de que ni tan solo por un segundo Eftijía podía ser una enemiga. Y no era todo: abajo, por la calle, pasaban los campesinos a lomos de asnos sobrecargados con leña y haces de hierba, y yo los miraba como si viniesen de mi pueblo. Me refugié en la penumbra cuando divisé la ronda de los carabinieri, como si no fuesen de los míos. Y hacerlo me pareció natural.
Se
da una paradoja: él se siente más próximo a las prostitutas (y a la
población griega en general), es decir, el «enemigo», que a los carabinieri. Este es, por tanto, el
punto de vista del italiano contrario a la guerra que lucha por obligación, consciente, además, de la derrota inminente. El retrato de los
oficiales aquí no reviste ninguna heroicidad; a su modo, son víctimas de
quienes ostentan el poder, jóvenes obligados a crecer a destiempo. Se hallan en
una posición incómoda: con respecto a las mujeres y los niños griegos, son unos
privilegiados, ya que tienen sus necesidades cubiertas y no se les humilla. Sin
embargo, sufren las enfermedades (más mortíferas que las armas) y el
distanciamiento de sus seres queridos (la prometida que espera en Italia,
evocación de una vida que quedó atrás). Se plasma asimismo la jerarquía dentro
del mismo bando, con los alemanes siempre por delante, con su reputación de ser
los «malvados» (los italianos, como explica Íñigo Domínguez en el prólogo, tenían fama
de «buena gente»).
Entonces todavía no nos atrevíamos a pensar que íbamos a ser derrotados; llevábamos dentro de nosotros ese presentimiento como un pecado inconfesable, pero ninguno quería pensar en ello, porque éramos jóvenes y nos llenaba de una consternación infantil.
Ugo Pirro |
Las soldadesas está considerado un clásico italiano del siglo XX, y con toda la razón. Con dominio
del ritmo y un estilo ágil y preciso, Ugo Pirro convierte su
peripecia personal en una narración emocionante y cruda, que culmina en una poderosa catarsis.
Este libro breve se lee como un testimonio lúcido, pero también como el
viaje iniciático de un joven que madura a lo largo de la historia:
«¿Me había hecho un hombre? […] voy armado, llevo uniforme, estrellas, botas y,
maldita sea, tengo pocos pelos en la barba, la barba aún no me crece y me
siento un estudiante, verdaderamente este no es mi sitio…» (p. 109). Cada observación
importa, no le falta ni le sobra nada. Aún hoy, medio siglo después de su
publicación, se puede aprender mucho de este pequeño gran libro.
Citas en cursiva de las páginas 108, 137 y 132.
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