Edición:
Seix Barral, 2017 (trad. Rosa María Bassols, pról. Elvira Lindo)
Páginas:
392
ISBN:
9788432232558
Precio:
19,00 €
Esta
entrada forma parte de #AdoptaUnaAutora, un proyecto que tiene como objetivo dar
a conocer a escritoras de cualquier época, nacionalidad y
género. Este blog participa con la «adopción» de Carson McCullers: se han reseñado ya las novelas La balada del café triste, Frankie y la boda y
Reflejos en un ojo dorado, y sus
memorias, Iluminación y fulgor nocturno.
***
Aquel tipo era decididamente extraño. La gente se encontraba mirándolo atentamente aun antes de saber que había algo diferente en él. Sus ojos le hacían pensar a uno que era capaz de oír y saber cosas que nadie había podido oír o imaginar con anterioridad. No parecía del todo humano.
Impresionante. No es
exagerado definir así El corazón es un
cazador solitario (1940), la primera novela —y probablemente la más
conocida— de Carson McCullers (Georgia, 1917 – Nueva York, 1967),
que se convirtió enseguida en un referente de la narrativa sureña del siglo XX. Impresionante, porque además de buena, muy buena, la
publicó a los veintitrés años. Un debut de casi cuatrocientas páginas, con al
menos cinco personajes notables, un argumento bien armado y un trasfondo social. Todo calculado al milímetro y, no obstante, rebosante de
frescura. Nunca ha sido fácil dar con una primera novela de esta ambición, ni
antes ni ahora; aun así, vista desde la actualidad, en un momento en el que
primera obra parece sinónimo de autoficción breve, todavía asombran más el
tesón, la imaginación y la madurez de esta escritora. Claro que McCullers no fue
una joven corriente: marcada por la enfermedad desde la infancia, las épocas de reclusión obligada la hicieron crecer deprisa y potenciaron su
empatía para con los marginados, los tullidos, los forasteros, los grandes
solitarios. Ella misma lo era, y de ellos habla, de forma directa o indirecta,
en todos sus libros.
En
una ciudad sureña, a finales de los años treinta, mientras del otro lado del
océano llegan noticias de Hitler y Mussolini, cuatro personajes, todos
desdichados a su manera, se abren con un quinto, el educado señor
Singer, que tiene la particularidad de ser mudo (ironía en el nombre: singer, cantante). Ante el silencio de
este, piensan que Singer es la única persona que los entiende; cada uno
atribuye una identidad distinta a Singer, lo engrandece, lo moldea a su gusto («Cada
uno describía al mudo tal como deseaba que fuera.», p. 243). Singer, por su
parte, solo sonríe paciente. McCullers sugiere una situación tan inteligente
como perversa: Singer se convierte en el interlocutor ideal porque no habla,
porque no lleva la contraria, porque escucha al otro con total generosidad, sin
contarle a su vez sus problemas («Resultaba extraño querer hablar con un
sordomudo. Pero se sentía solo.», p. 80). Es un muro con expresión de hombre
amable y servicial. Los demás ven en él al confidente perfecto; pueden
vaciarse, desahogarse, pueden compartir sus intimidades con la tranquilidad de
no ser juzgados. Como hablar con uno mismo… O no del todo, porque expresar en
voz alta el malestar tiene a veces un efecto terapéutico. Aunque nadie en esta
novela tiene un final feliz.
La
paradoja del planteamiento reside en la figura de Singer, un personaje más
simbólico que realista, puesto que, más que por sí mismo, interesa por la
reacción que suscita en el resto (la narración utiliza un punto de
vista externo, como de observador, en los fragmentos sobre él, a diferencia de
la hondura psicológica de los otros cuatro). Singer, a pesar de su aspecto
calmado, está tan atormentado o más que los otros: echa de menos a otro mudo,
Antonapoulos, que ingresa en el psiquiátrico al principio de la novela. Singer
no se repone de la pérdida, y repite el mismo patrón que los demás: ve en su
amigo Antonapoulos la única persona que lo comprende
(«No sirvo para estar solo y sin alguien como tú, que comprende.», p. 236).
Solo que Antonapoulos y él representan (de nuevo) una relación descompensada.
En el fondo, Singer pertenece a la misma estirpe que quienes
acuden a él: solitarios incapaces de lidiar con su vida que tienen que
recurrir a la idealización del otro para tratar de digerir sus asuntos, para
tener fe, para no perder el equilibrio. Como quien idealiza a su amor y cree
vivir en un cuento de hadas, estos personajes inventan a un amigo, un
compañero, alguien que se preocupa por ellos, que no se cansa de escucharlos.
La fragilidad humana es tal que necesita recurrir a la imaginación para
mantener la cordura. Y la esperanza.
Los
cuatro personajes que giran en la órbita de Singer conforman, además, un espléndido retrato social de ese sur embrutecido («Todos ellos son personas muy
ocupadas. […] No me refiero a que estén en su trabajo día y noche, sino a que
tienen siempre tantas cosas en su cabeza que no les dejan descansar.», p. 234).
En primer lugar, Mick Kelly, una adolescente que sueña con tocar el piano y
lograr grandes hazañas. Mick, un personaje muy importante, tiene mucho de la
propia McCullers: hija de un relojero, alta y desgarbada, pelo corto y aspecto
de muchacho; está en esa edad en la que la feminidad aún no se ha definido. Su
nombre juega con la ambigüedad de género, como el de la autora, y es una
predecesora clara de la protagonista de Frankie y la boda (1946). El desamparo de Mick se debe a su edad y condición: vive
su coming-of-age, una época de
grandes transformaciones, entre los sueños inalcanzables y la cruda realidad de
su familia empobrecida. No falta algo así como el (sutilísimo) primer amor,
aunque en McCullers todo está empañado de un aire de tosquedad, con cero
sentimentalismos. El desenlace de Mick, un personaje que despierta afecto, resulta
desalentador; un reflejo de lo que significa hacerse adulto: asumir las
responsabilidades, bajar de la nube, renunciar. Aceptar que es, y será, como
los demás.
En
segundo lugar, el doctor Copeland también busca la compañía del mudo: un médico
negro de mediana edad, una rara avis
en un contexto de segregación racial en el que los de su etnia tienes pocas oportunidades. En sus memorias, Iluminación y fulgor nocturno, McCullers desvela cómo de niña tomó conciencia de la discriminación
y la precariedad que padecían los negros en su entorno. Esta preocupación se
plasma en sus novelas, en concreto en esta y en la última que escribió, Reloj sin manecillas (1961). El doctor
Copeland se encuentra en una posición tan privilegiada como incómoda, como entre dos mundos: la población negra lo venera por haber llegado
lejos, pero, a la vez, su profesión se ve limitada a este ámbito (un médico
negro no podía atender a los pacientes blancos) y vive escenas de racismo que alimentan
su resentimiento. Sufre por sus hijos, por las desigualdades y los
abusos. Su formación choca con una sociedad descorazonadora; sus
lecturas (atención a los nombres de los hijos; la autora no da puntada sin
hilo) no le sirven para luchar contra las injusticias.
Completan
el cuarteto Biff Brannon, dueño del café (el local como punto de encuentro, al igual
que en La balada del café triste,
1943), y Jake Blount un forastero que llega a la ciudad y comienza a trabajar
en el parque de atracciones. El primero se distingue porque guarda
silencio cuando está con Singer; un tipo taciturno, resignado a su suerte, que
desde la barra se dedica a observar a los vecinos (y quizá por eso no necesita
hablar; ya está acostumbrado a ser el oyente). Blount, en cambio,
parlotea, sobre todo cuando bebe; el alcoholismo, tan extendido por aquel
entonces, se plasma en él. Tiene un perfil de desarraigado, vaga por el país
sin encontrar su sitio, y manifiesta su incapacidad para adaptarse en forma de
una fuerte politización. Si el doctor Copeland hace discursos sobre la
diferencia de clases, Blount hace lo propio con el comunismo y otros debates de
su tiempo. A propósito, uno de los pocos defectos que se le pueden señalar a la novela es el exceso de discurso político en la segunda mitad; demasiada disertación
encendida (en esto se le nota la juventud). Eso no quita, por supuesto, que los
personajes están perfectamente construidos, ellos y lo que representan.
En la historia funciona todo: protagonistas, trama, estructura, temas, estilo y tensión
narrativa.
Carson McCullers |
McCullers
pensaba titularla El mudo (hay un
librito con el esbozo y varios ensayos, «El
mudo» y otros textos), pero su editor tuvo la brillante idea de rebautizarla
con ese evocador, e idóneo, El corazón es
un cazador solitario (para que luego se critiquen las sugerencias de los
editores). Sí, todos los protagonistas son cazadores solitarios, aunque tardan en descubrirlo. En su evolución, asimilan un mensaje acerca de la
importancia de salvarse por sí mismos, de mantenerse en pie. Solo los que
comprenden la soledad inherente a la existencia humana salen adelante; los que
no pueden, se rinden. Porque, por mucho que se apeguen a otro, ese otro nunca
será como quieren que sea; quizá esta revelación dolorosa sea su educación
sentimental. Y, como siempre que se trata de esta autora, la violencia ocupa un
lugar fundamental en este camino: hay episodios crueles, que marcan a los
personajes, que hacen madurar a los jóvenes y cambiar de rumbo a los adultos.
Ese sur sucio, impetuoso y feroz, que en la voz de McCullers, en su habilidad para
narrar como los grandes novelistas clásicos (con su diálogo, su amplio
repertorio, su perspicacia psicológica, su toque de humor), envuelve como lo
que es: un universo literario esplendoroso. McCullers no necesitó abarcar
grandes espacios para expresar en su obra el profundo desasosiego del ser
humano: le bastó con un pueblo sureño.
Cita
inicial en cursiva de la página 39.
Temo ese exceso de discurso político, pero veo que merece la pena vencer ese temor.
ResponderEliminarBesotes!!!
Solo son algunos diálogos hacia el final del libro, de personajes un poco exaltados. En general es una novela muy agradable de leer, la disfrutarás seguro.
Eliminar¡Este lo leeré seguro!, me encantó La balada del café triste.
ResponderEliminarNo te pierdas tampoco "Frankie y la boda" y "Reloj sin manecillas". Todo lo de Carson McCullers merece la pena. Es impresionante.
EliminarMe has convencido completamente, ya solo por los personajes merece la pena. Me lo apunto, a ver si puede caer para estas navidades.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Es un libro estupendo para leer en Navidad. ¡No vas a querer soltarlo! :)
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