Edición:
Siruela, 2015 (trad. Mario Merlino)
Páginas:
152
ISBN:
9788416465125
Precio:
14,90 €
La obra definitiva de una escritora
única
Esto
no es una reseña. Solo es un intento de comprender. Ella misma lo dice: «Me gusta tanto lo que no entiendo: cuando leo algo
que no entiendo siento un vértigo dulce y abismal» (p. 41). Entender, no
entender. Dudar, leer otra vez. La creación literaria no ha de consistir por fuerza
en narrar historias planas, fáciles de asimilar. El modernismo del siglo XX se
encargó de romper con las narrativas tradicionales, y en esto la escritora brasileña
Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920–Río de Janeiro, 1977) es un claro exponente.
La podríamos definir como una autora «genial», por su inventiva, su riqueza expresiva,
su brillantez y su capacidad fuera de lo común para ahondar en la mente, esto
es, para construir meditaciones absolutamente espléndidas que exploran temas
como el yo, la búsqueda de sentido o la
muerte. En su obra destacan novelas como La pasión según G. H. (1964), Agua viva (1973) y La hora de la estrella
(1977), además de los cuentos, género en el que también sobresalió. Sus textos
no son sencillos, no. Leerla conlleva una cierta humildad, para aceptar que lo
que leemos no tiene una interpretación única, que en ocasiones costará de entender,
que habrá que darle vueltas y más vueltas. Con esto no pretendo asustar a
nadie: maravillarse ante una autora exigente y original —sí, original:
pocos narradores merecen tanto este calificativo como ella— es una experiencia
de lo más estimulante.
Un soplo de vida
(1978), su novela póstuma, se encuentra asimismo entre sus títulos mejor valorados.
No pudo terminar de revisarla, por lo que su amiga y secretaria, Olga Borelli, fue
la encargada de ordenar el manuscrito. En la nota introductoria, Borelli
explica que Lispector la había comenzado en 1974, por lo que la escribió en el
mismo periodo que La hora de la estrella,
su última publicación en vida, con la que tiene rasgos en común. Como es
habitual en la autora, resulta difícil explicar de qué va Un soplo de vida: de entrada parece un diálogo místico entre un escritor y su personaje, solo que, de
hecho, no dialogan, sino que reflexionan, cada uno por su lado, como dos caras
de la misma moneda. El título alternativo, Pulsaciones,
sugiere cómo es cada fragmento: intenso, rotundo,
existencial. Breve, pero con la conciencia de que cada latido, cada fragmento,
es fundamental para mantener el cuerpo, la obra, con vida. Cada página está llena de genialidades (Lispector es el tipo de
autora que gasta la punta del lápiz de tanto subrayar). Un soplo de vida
condensa sus ideas sobre la escritura
(el no-estilo, la creatividad, el aparente desorden) y está llena de
referencias a la muerte. Es algo así como su obra definitiva.
Origen y muerte de la
creación
Tengo miedo de
escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en
lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus
raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que
instalarme en el vacío. Es en este vacío donde existo intuitivamente. Pero es
un vacío terriblemente peligroso: de él extraigo sangre. Soy un escritor que
tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras:
¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada a lo hondo del pozo.
(p. 17)
Lispector
cita a Nietzsche: «La creación es
el goce absurdo por excelencia». Cita asimismo el Génesis; era judía, y las
referencias bíblicas abundan en su obra. Un
soplo de vida, por lo tanto, está ligado al origen, de la vida pero también
de la creación, del arte. En alguien como Lispector, vida y literatura resultan inseparables («Escribo como si fuese a
salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida.», p.15). El primer
episodio sirve de presentación del narrador: un escritor sin nombre, identificado
como «Autor», en masculino, que reflexiona sobre la escritura y el personaje que
ha creado, Ángela Pralini. Apenas se dan más detalles sobre ellos: son voces despersonalizadas, localizadas en Brasil, pero que podrían ser de cualquier lugar y cualquier época. Estas primeras páginas son una antesala de
la creación misma, la justificación de la
necesidad de crear. Él, como alter ego de
Lispector, entiende la creación como una
búsqueda, que se concretará en el resto del libro. Este comienzo se parece
mucho al de La hora de la estrella, en
el que el narrador también es un escritor que medita sobre la experimentación
literaria mientras cuenta la historia de una mujer.
Todo
el mundo que ha aprendido a leer y escribir tiene ganas de escribir. Es
legítimo: todo ser tiene algo que decir. Pero hace falta algo más que ganas
para escribir. Ángela dice, como miles de personas dicen (y con razón): «Mi
vida es una verdadera novela; si escribiese contándola, nadie lo creería». Y es
verdad. La vida de cada persona puede ser un objeto de doloroso descenso. La
vida de cada persona es «increíble». ¿Qué deben hacer esas personas? Lo que
Ángela hace: escribir sin ningún compromiso. A veces escribir una sola línea
basta para salvar el propio corazón. (p. 99)
Ese
soplo de vida va ligado a la escritura, pero también a elementos presentes en
toda su obra, como la naturaleza, las flores, la música. En Agua viva ya focalizó la
búsqueda del instante vivo, el «it», en los animales y la vegetación, a los que
se refiere de nuevo de una forma más sucinta. La creación, sin embargo, no se
entiende sin una conclusión: la muerte.
En toda la novela, autor y personaje hablan de su condición de mortales («Todos
estamos sujetos a la pena de muerte. Mientras escribo puedo morirme. Un día he
de morir entre la diversidad de los hechos.», p. 30). Es tentador relacionar
este asunto con el inminente fallecimiento de Lispector, pero lo cierto es que ella
no fue consciente de su enfermedad hasta los últimos meses, y por lo tanto
mucho después de haber empezado el libro. Los personajes se plantean cuestiones
como la inexistencia del futuro («Cuando me pregunto si el futuro me preocupa, respondo atónita o
fingiendo ignorancia: ¿el futuro? Pero ¿qué futuro? El futuro no existe.», p. 136),
el paso fugaz del tiempo y la memoria («Después de vivir es cuando sé que he
vivido. En el momento el vivir se me escapa. Soy un recuerdo de mí misma. Solo
después de "morir" veo que he vivido.», pp. 142-143). Aunque medite sobre el
final, no se recrea en el dolor, no es pesimista. Termina con una constatación
que va muy acorde con toda su obra: «Ser feliz es una responsabilidad muy
grande. Poca gente tiene valor. Tengo valor pero con un poco de miedo. Una
persona feliz es aquella que ha aceptado la muerte.» (p. 140).
Quiero ser lo que no
soy
Quiero
olvidar que jamás olvidé. Quiero olvidar elogios e injurias. Quiero inaugurarme
de nuevo. Y para ello tengo que abdicar de toda mi obra y comenzar
humildemente, sin endiosamiento, desde un comienzo en el que no haya resabios
de ningún hábito, malas costumbres o habilidades. Tengo que dejar de lado la
noción de experiencia. Para ello me expongo a un nuevo tipo de ficción, que no
sé siquiera cómo manejar.
(p. 70)
La
segunda parte, titulada «Soñar despierto es la realidad», alterna las voces del
Autor y Ángela, con fragmentos cortos. Esta será la dinámica del libro hasta el
final. En primer lugar, preguntémonos por qué Lispector decidió utilizar estos
dos personajes, el Autor y Ángela. Nunca da puntada sin hilo: un hombre y una
mujer, un autor y un personaje, un ser racional y un ser irracional, un anónimo
y una con nombre celestial. En cierto modo, Lispector abarca características a
priori incompatibles en ellos dos, da cabida a un todo —¿ella misma?— repartido
entre dos voces. Esto tiene una justificación: el Autor ha creado a Ángela para
representar en ella todo lo que él no es («Ángela es todo lo que yo querría ser
y no he sido», p. 32). El lector que haya leído a Lispector reconocerá motivos
de la autora en ambas voces; por lo tanto, no se trata tanto de crear un
opuesto, una personalidad distinta, sino de usar la escritura para expandir una vida, malearla, potenciar sus múltiples
posibilidades («No
quiero ser solamente yo misma. Quiero ser también lo que no soy.», p. 51).
Como
consecuencia, la conversación no es un diálogo como tal: «Ángela y yo somos mi diálogo interior: yo converso
conmigo mismo. Estoy cansado de pensar las mismas cosas» (p. 60). El texto
carece de una trama lógica, se suceden los fragmentos dispersos y en apariencia
inconexos que expresan los pensamientos de cada uno. Unos fragmentos que,
retomando la frase que he citado al principio, en ocasiones se entienden y en
ocasiones desconciertan, que provocan tanta identificación como extrañamiento, que
sugieren, inquietan, perturban. Lispector nunca es complaciente. Como dice aquí, «prescindo de la realidad real y me refugio en vivir imaginando» (p.
88). Es curiosa esta expresión, «realidad real»: esta sería el realismo, lo
externo, lo que ocurre a su alrededor; la otra realidad, la que ella capta, va
por dentro y, como no se ve, como no es tangible, no puede llamarse realista. Esta concepción de la creación
literaria es habitual en su obra y en las vanguardias en general: la escritura propia del fluir de la
conciencia, del estado de vigilia (de ahí la mención al hecho de «soñar
despierto»). Huye de la novela decimonónica, asociada con la razón, con los
grandes discursos; la voz de Lispector surge del yo interior, profundamente místico
y poético. Se guía por lo instintivo, lo irracional («Yo antes era una mujer
que sabía distinguir las cosas cuando las veía. Pero ahora he cometido el craso
error de pensar.», p. 82).
Hoy
desperté con tal nostalgia de ser feliz. En mi vida nunca he sido libre. Por
dentro siempre me he perseguido. Me he vuelto intolerable para mí misma. Vivo
en una dualidad desgarradora. Tengo una libertad aparente: estoy presa dentro
de mí. Yo quería una libertad olímpica. Pero esa libertad solo se les concede a
los seres inmateriales. Mientras lo tenga, mi cuerpo me someterá a sus
exigencias. Veo la libertad como una forma de belleza y esa belleza me falta. (p. 58)
Si el Autor es el que controla, el que razona, Ángela encarna un perfil más
espontáneo y vivaz, que cura su infelicidad con los placeres efímeros, como la
música, la naturaleza o los actos cotidianos frívolos (a propósito, Lispector,
al final de La pasión según G. H.,
celebra, después de una profunda meditación, el placer momentáneo: un tema
central de su obra). Mientras que él, más introspectivo, se preocupa por sus
fantasmas («Quiero olvidar que existen lectores y, más aún, lectores exigentes
que esperan no sé qué de mí. […] Quiero imperiosamente que crean en mí. Quiero
que crean en mí hasta cuando miento.», p. 85), ella, y quizá este es su rasgo
más importante, no tiene miedo, no teme el rechazo o la equivocación («Qué
ganas de hacer algo errado. El error es apasionante. Voy a pecar. Voy a
confesar algo: a veces, solo por bromear, miento. No soy nada de lo que
pensáis.», p. 64). ¿Quién es el loco y quién es el cuerdo? Se podría decir que él vive hacia dentro y ella, hacia fuera,
aunque a veces se funden y no están tan distantes. Entre sus cavilaciones,
planea la búsqueda de sentido: «Si no cuento cuál es el secreto de la vida es
porque aún no lo he aprendido. Pero un día seré yo el secreto de la vida. Cada
uno de nosotros es el secreto de la vida y uno es otro y el otro es uno» (p. 73).
Clarice Lispector |
Y, al final, ¿qué poso deja Un soplo de vida? Pretender resumirlo en un par de frases no solo
no le haría justicia, sino que el propio hecho de pretender exponer una idea
sería un error. No se puede reseñar a Lispector. Me lo he repetido mientras
leía cada uno de sus libros. El objetivo de una reseña contradice su concepción del hecho literario, contradice su libertad, su experimentación, su voluntad
rupturista, su carácter inabarcable. Esto no es una reseña; solo es una
aproximación, la aproximación de una lectora fascinada por el universo
lispectoriano. Esta lectora admira su creatividad, su originalidad, su inteligencia. Esta
lectora hace suyas sus preguntas, hace suyos los miedos y las
vanidades y los placeres y las frivolidades. Esta lectora admite que la lectura
ha sido un reto, que ha tenido que leer muy despacio. Y, seguro, se le habrán
escapado muchos matices y habrá cuestiones que no ha entendido bien. Con todo,
esta lectora sabe, porque lo ha aprendido de Lispector, que esta dificultad puede
generar placer. Y, en palabras de
Lispector, «el placer es la máxima veracidad de un ser. Es la única lucha
contra la muerte» (p. 145).
Esta
lectora no ha leído nada igual.
Me encanta todo lo que cuentas, los párrafos que has seleccionado, lo que dicen, lo que expresan... Es una autora que tengo en mente desde hace mucho tiempo y que terminaré leyendo
ResponderEliminarBesos
Es buenísima. Una autora que te marca como lector, que te introduce en su universo literario, único de verdad. No te arrepentirás de leerla.
EliminarCreo que no está hecha la prosa de esta autora del todo para mí, al menos ahora. Porque sí, es difícil. Y sí, también hay mucha belleza en algunas de sus frases. Pero me supuso un esfuerzo tan grande enfrentarme a "Cerca del corazón salvaje" que tuve que dejarlo a medias. Pese a que tenía citas buenísimas...
ResponderEliminarBueno, tal vez puedas darle otra oportunidad más adelante. Yo te recomiendo que pruebes con los "Cuentos reunidos": dentro de lo que cabe (su estilo nunca es sencillo), me parecen más accesibles que sus novelas. Y son espléndidos.
EliminarJusto estoy terminando de leer este libro. Tardo, porque no quiero acabarlo. Y seguramente al finalizar quiera volver a la primera página.
ResponderEliminarEs absolutamente fascinante y brillante. Afilada, inteligente, sensible hasta la extenuación. Es cierto, es muy difícil comentar un libro de Lispector, es un universo cada página.
No se la puede leer como una novela. No sé si es mejor leerla como poesia. Lo que sí sé es que leerla es un lujo.
Un abrazo
Compartimos entusiasmo por la autora y el libro. Como dices, es un lujo leerla. Ningún autor se le puede equiparar.
EliminarCada vez que lees una nueva obra de Lispector mis ganas de leerla se incrementan, acompañadas de un respeto cada vez más grande :D
ResponderEliminarCreo que me haré con sus cuentos, que creo que ya me los has recomendado alguna vez y a ver qué tal:)
Es que es buenísima. Literatura de alto voltaje, con una concepción única de la escritura y el arte. Está entre mis imprescindibles sin duda.
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