Edición:
Errata naturae, 2015 (trad. Vanesa García Cazorla)
Páginas:
152
ISBN:
9788415217947
Precio:
15,50 €
Un jardín en Brujas
(1996), un breve memoir del escritor
belga Charles Bertin (1919-2002), me acompañó durante dos noches. Utilizo este
verbo, acompañar, porque, y aun a riesgo de sonar cursi, uno no lee este libro
como un espectador que mira los hechos desde la distancia, ajeno a ellos, frío.
Esta obra suscita complicidad: comparte una experiencia personal que nos empuja a buscar entre nuestros
recuerdos, a recuperar esas instantáneas de la infancia que evoca con
nostalgia. La narración comienza así: «Anoche sentí ganas de ir a saludar a mi
abuela». La abuela del autor, Thérèse-Augustine, es la protagonista de este texto,
en el que Bertin rememora los veranos en su casa con jardín de Brujas, en el
periodo de entreguerras. Bertin lo escribió cuando él mismo ya era un hombre
anciano de vuelta de todo, lo que le permite no solo
evocar sus recuerdos infantiles, sino ponerse en el lugar de Thérèse-Augustine
para comprenderla como persona y no solo verla como su abuela.
Abundan
las novelas dedicadas a la figura de la madre (épicas de la maternidad, podrían
llamarse), pero no tantas a las abuelas, que suelen aparecer como personajes
secundarios en las historias familiares. Aquí, no obstante, solo importan la abuela y su nieto: los veranos
compartidos por los dos, las confidencias, las risas, los paseos por la ciudad.
Es un lugar común decir que los abuelos tratan a sus nietos con mucha devoción
y cariño. En parte, Thérèse-Augustine se comporta de este modo: una abuela
entregada, volcada en el cuidado del muchacho. Es viuda y tiene a los hijos
lejos, por lo que se encuentra bastante sola y, durante las vacaciones,
convierte al niño en el centro de sus atenciones. Se puede decir que viven el
uno para el otro, conforman una relación intergeneracional en la que ambas
partes se influyen: el pequeño Bertin descubre el mundo de los adultos a través
de su abuela, y ella se acerca a la infancia que, por generación,
no pudo vivir como hubiera querido. Y en esto reside su singularidad: la abuela
no pudo proseguir con sus estudios por ser mujer. Tenía que dedicarse a la
casa, a cuidar de la familia. Junto a su nieto, trata de quitarse esa espina.
Thérèse-Augustine
se convierte en la compañera de juegos y
aprendizaje de su nieto. No se limita a distraerlo, sino que estudian
juntos, le descubre el arte y la literatura (esas lecturas de aventuras de la
infancia, tan estimulantes: Jules Verne, Daniel Defoe…), y ella aprende a su
vez, se divierte, sacia su curiosidad. Llaman la atención sus métodos de
enseñanza, una verdadera lección de
ingenio para que su nieto se lo pase bien y no los perciba como algo
aburrido o fastidioso. A pesar de su indudable inteligencia, ella siempre se
muestra modesta, niega su capacidad para hacer cualquier tipo de actividad mínimamente
intelectual (como escribir), pero lo cierto es que se desenvuelve muy bien en
ello. Thérèse-Augustine, en definitiva, es una mujer hecha a sí misma: encarna
a esas personas que no pudieron estudiar ni moverse en ambientes cultos, pero
que, lejos de resignarse, se han esforzado, por su cuenta y a su manera, para
alimentar esa mente hambrienta de conocimiento. Además, lleva a cabo una «misión»:
le narra a su nieto sus memorias, para que no olvide sus orígenes y valore las
oportunidades que él sí tendrá. Una excelente forma de conectar pasado y futuro.
Charles Bertin |
Un jardín en Brujas
me parece un libro muy fácil de disfrutar. En gran medida, esto
se debe a la fluidez de la lectura y a la simpatía que nos suscita el personaje, pero sería
injusto apreciar solo su vertiente más emotiva. Sería injusto, porque Bertin
demuestra una gran habilidad para hacer algo no tan común: mostrar a su abuela como mujer, y no solo como su abuela. Estas
páginas tan hermosas también son un fino análisis de la personalidad de Thérèse-Augustine,
de su vulnerabilidad, de sus frustraciones, de todo aquello que en teoría queda
fuera de la mirada de un nieto, hasta que este nieto vuelve a pensar en ella
cuando se ha hecho adulto. Hay una escena muy significativa: de niño, encontró
unas novelitas eróticas escondidas en la casa. Dio por hecho que pertenecían a
su abuelo, pero reconoce que años más tarde se planteó que tal vez las habían
leído juntos, el abuelo y la abuela. La memoria, pues, se acompaña de la
lucidez del presente para redescubrir a Thérèse-Augustine y compartir su
testimonio con los lectores. Una obra intimista y tierna, sí, pero sin sentimentalismos,
escrita con la prosa depurada y precisa de un narrador consumado, y con la
verdad de la buena literatura.
Me encantan este tipo de libros! Gracias por la recomendación, parece una novela muy disfrutable.
ResponderEliminarBesooss!!
Lo es, lo es. Me parece un libro muy hermoso, y además muy fluido y fácil de leer (que, en según qué épocas, se agradece). Ojalá lo descubra mucha gente.
EliminarPor lo que escribes me recuerda muchísimo a El libro del Verano de Tove Jansson, se lee igual, como un espectador cómplice de las vacaciones de una abuela y su nieta, muy recomendable!
ResponderEliminarNo lo conozco, pero desde luego "Un jardín en Brujas" me parece un libro altamente recomendable.
EliminarMe has convencido desde ese "Anoche sentí ganas de ir a saludar a mi abuela". Es cierto que las abuelas suelen ser personajes secundarios, así que me llama la atención que aquí sea el personajes principal. Que además no se la vea sólo como abuela, si no como mujer con sus inquietudes, deseos y frustraciones propias lo hace todavía más interesante.
ResponderEliminarMe lo llevo anotado:)
Es un libro precioso. De pequeñas dimensiones y sencillo en apariencia, pero muy bien hilvanado y conmovedor sin sensiblerías.
Eliminar