Edición:
Círculo de Tiza, 2016
Páginas:
216
ISBN:
9788494434082
Precio:
22,00 €
Es
mentira: la realidad no supera la ficción. Necesitamos la ficción para superar
la realidad.*
Madrid,
11 de marzo de 2004. El peor atentado de la historia de España y,
sin embargo, un asunto que todavía se ha abordado poco en literatura
—posible debate para los comentarios: ¿te interesa leer novelas sobre el tema o
prefieres dejarlo atrás?—. La periodista Nuria Labari (Santander, 1979), que
por entonces tenía veinticuatro años, tuvo que cubrir el suceso: las
estaciones, los hospitales, la morgue. De esta experiencia, que define como una
«quiebra de sentido», surge su primera novela, Cosas que brillan cuando están rotas (2016), en la que reconstruye este
episodio, planteado, eso sí, como una ficción y no como su testimonio, lo que
no quita que esta ficción beba de sus experiencias. En la nota preliminar, explica
que ha elegido este enfoque porque busca la empatía, y la ficción le parece el
mejor canal para ponerse en el lugar del otro. De momento, le está funcionando:
solo un mes después de su publicación ya iba por la quinta edición y hay quien
la aclama como la revelación del año. Labari había debutado en 2009 con el
libro de relatos Los borrachos de mi vida.
País perdido, personas
perdidas
Siento
que nunca estaremos a salvo, que nunca volveremos a sentirnos seguros, si es
que alguna vez lo estuvimos.
Labari
plantea dos crisis paralelas, dos niveles macro y micro: la crisis
sociopolítica del 11-M y la crisis personal de un matrimonio y su hija adolescente. El 10 de marzo, el padre, Eric, se marcha con su hija, Clara, a Berlín.
Necesita distanciarse de su esposa, y a la vez estrechar su lazo con Clara, a
la que siente que no conoce. En casa se queda Eva, su mujer, la periodista que los
próximos días recorrerá Madrid para informar sobre el miedo y el aturdimiento que asolan la ciudad. Los tres se sienten confusos,
perdidos en una vida que hasta hace poco parecía bajo control. También la
sociedad española experimenta una sensación parecida como consecuencia de los
atentados. De esta forma, Labari mata dos pájaros de un tiro: por un lado, muestra
que hay muchos tipos de catástrofes, colectivas e individuales, que el
desequilibrio no solo es producto de una tragedia como el 11-M; y, por el otro,
logra que la periodista no solo sea una periodista, sino que se la conozca en su
intimidad y se note cómo el trabajo influye en su vida personal.
La
historia se extiende diez días, tantos como capítulos tiene la novela, por lo
que capta los atentados desde la
inmediatez, cuando aún no se podían hacer análisis profundos y reinaba la
confusión. La estructura alterna los puntos de vista: Eva, en Madrid; su hija
Clara, en Berlín; y Eric, en comunicación con Eva por el correo electrónico (y el
último fragmento). Labari, que escribe con el estilo depurado y preciso de periodista, se
adapta muy bien a las herramientas digitales del siglo XXI: además de los
correos, los personajes utilizan Messenger y SMS, y envían hojas de cálculo
(reproducidas en la novela). Estos recursos le dan verosimilitud y ponen de
relieve cómo la forma de comunicarse se transforma en el medio digital, cómo a
veces resulta más fácil volcar los pensamientos incómodos por escrito y, en el
caso de la hija y sus amigos, representarse a sí mismos con un apodo, con un
nuevo «yo» que los padres desconocen. Labari es una escritora muy apegada a las
tensiones del presente, en forma y fondo, como ya demostró en Los borrachos de mi vida.
Todo
nos ha salido tal y como lo planeamos y, sin embargo, la amenaza persiste. Me
obligo a repetirme que nos va bien, que lo hemos hecho bien, que yo estoy bien.
Pero ¿nos va realmente bien? ¿de qué clase de bien estamos hablando?
La
pareja tiene la particularidad de ser, en teoría, un «matrimonio ejemplar». Eric
es el director ejecutivo de una empresa, Eva tiene un buen cargo en el periódico
y, en suma, llevan un nivel de vida alto. Están bien de salud y su hija no les
da problemas, más allá del alejamiento natural de esta etapa. Se puede decir
que han cumplido las aspiraciones de las personas de su generación y, no
obstante, no son felices. La situación es bastante forzada —sobre todo, el
personaje de Eric, estereotipado como el CEO que hace listas de todo—, pero
literariamente resulta útil para plantear esta contradicción: tenerlo todo y sentirse perdido. A lo
largo de la novela, los personajes tratan de encontrar su rumbo. Y lo
encuentran, claro, pero no convencen del mismo modo. Mientras que Eva, con sus
reflexiones a pie de calle, tiene autenticidad y una evolución coherente, la
relación entre padre e hija peca de plana y estereotipada, desemboca en unas reflexiones
demasiado masticadas, demasiado «buscando la moraleja», que le restan
naturalidad. El tratamiento de la adolescente desubicada también es un tanto
tópico, pero aquí acierta porque traza un sutil paralelismo entre Eva y la
madre de un presunto terrorista, a la que entrevista: dos madres que sienten que no conocen a sus hijos. Esto iba de empatía,
no lo olvidemos.
El
título, muy hermoso, juega con la idea de que a veces hace falta pasar un mal
trago para dar lo mejor de uno mismo, para brillar con la imperfección exclusiva
de cada uno. Está en consonancia con el tema de sobrevivir al miedo después de los atentados: nadie permanece igual
después de una tragedia, pero Labari anima a seguir adelante, no como héroes,
sino como personas frágiles que aprenden a convivir con el riesgo. Esta no es su
única idea interesante: Eva, aun siendo una mujer comprometida y culta, tiene
sus guilty pleasures: lee revistas de
papel cuché en «el sofá de rendirse» (p. 55) —el nombre es una genialidad— y le
encanta Love Actually. En cierto
modo, Labari nos dice que necesitamos la frivolidad para vivir, que identificarse
con un personaje de ficción es una manera de abstraerse con la imaginación, que
lo intrascendente ayuda a sobrellevar lo duro. Es meritorio que lo haga en una
obra sobre un tema, por lo demás, tan grave.
La responsabilidad social
No
solo de crisis personales y colectivas va el asunto. Con su enfoque periodístico, era inevitable analizar el compromiso
ético a la hora de informar sobre el atentado. Eva llega a la estación de Santa
Eugenia poco después de las explosiones, va a los hospitales, la
morgue, las manifestaciones… Todo ello basado en la experiencia de la autora,
con el plus testimonial que eso supone. El punto de vista de Eva exterioriza
las dudas de una periodista ante un suceso de este calibre: por un lado, el
contacto con los familiares de las víctimas, la observación de las reacciones
inmediatas de los que salieron ilesos (al menos físicamente) de los trenes, la
inquietud de entrevistar a la madre de un detenido; por el otro, su rol en el
periódico, la responsabilidad. Reflexiona sobre temas controvertidos del periodismo que siempre suscitan debate
después de un atentado, como la conveniencia de publicar determinadas fotografías,
el derecho a la intimidad de las víctimas, el deber de publicar información que
el gobierno oculta pero la prensa sabe, o la mala costumbre de confundir información
con sensacionalismo, o de redactar crónicas sentimentalistas («Mañana todos
titularemos igual. Cursis y repes como cromos infantiles», p. 75).
La
autora también entra en el terreno, más espinoso, de la memoria histórica. Enreda la trama más de lo necesario al
introducir el Holocausto: Eric es de origen alemán y viaja con su hija a Berlín
para visitar el Museo Judío. La decisión de relacionar dos tragedias no está
mal: pone en perspectiva un exterminio del pasado, bien conocido a día de hoy,
con una matanza que en ese momento aún no se ha digerido, aunque ya se intuye
que marcará un antes y un después en España. La visita al museo introduce la
cuestión de cómo se explica el Holocausto en la actualidad a las nuevas
generaciones, qué tributo se rinde a las víctimas. Por extensión, el lector se pregunta cómo
se hará (¿cómo se hace?) todo eso en relación con el 11-M. Es un interrogante
pertinente; el problema es que existe tanta ficción sobre el nazismo que poner
este ejemplo, precisamente este, es casi un cliché.
Nuria Labari |
Con
sus aciertos y sus deslices, merece la pena leer Cosas que brillan cuando están rotas. En primer lugar, porque es una
novela sobre el 11-M (bravo por poner este tema sobre la mesa) construida desde
el periodismo y con críticas oportunas; no todos los días se publica
una obra como esta y esto hay que subrayarlo. En segundo lugar, rebosa actualidad en contenido y
forma, integra los recursos digitales y plantea preocupaciones propias del
presente. Para terminar, porque, aun forzando en exceso algunas situaciones, consigue
su objetivo: la empatía. Además, es breve y accesible, por lo que puede interesar a
lectores muy diferentes y es idóneo para clubes de lectura e institutos. Nuria Labari se une a escritoras como Elvira Navarro y Ariadna G. García como representante de la nueva literatura española «comprometida» con la realidad social. Sin
ser perfecto, hay que celebrar que este libro exista… y celebrarlo quiere decir
leerlo, rumiarlo, compartirlo, discutirlo. Lo está pidiendo a gritos.
*Citas en cursiva de las páginas 11, 30 y 16.
Nota
sobre la edición: Círculo de Tiza, una editorial joven y con buen criterio, que
cuida la cubierta y utiliza un cuerpo de letra cómodo. No obstante, este libro
—mi ejemplar es de la segunda edición— necesitaría una revisión más exhaustiva:
se han colado algunas erratas e imprecisiones (en el cap. 9, p. 183, pone «interviene
Samira por primera vez», pero en la p. 180 ya había dicho «Samira
es la primera en hablar»).
Yo también me estoy leyendo Cosas que brillan cuando están rotas. Es muy interesante aunque también duro ya que he vuelto a recordar ese horrible día...
ResponderEliminarMe alegra que te esté gustando. A mí me parece muy interesante que se escriba sobre ese día, no solo para no olvidarlo, sino para reflexionar sobre cómo se hicieron las cosas, cómo se informó sobre el tema.
EliminarEse título...Ya quiero leer.
ResponderEliminarEs muy bonito, sí.
EliminarPues sí, como bien dices, sólo por la temática ya merece ser leído este libro. Y a pesar de esos peros, se ve una buena novela. Me la llevo bien apuntada.
ResponderEliminarBesote!!!
Es uno de esos casos raros en los que, aunque el libro no me parezca perfecto, me alegra mucho que se esté vendiendo bien. Tiene cualidades que lo hacen especial, es un libro que merece esta atención porque la combinación "periodismo + 11-M" en forma de novela no se publica todos los días.
EliminarMe ha convencido todo lo que comentas. En especial, que trate sobre el 11-M y que trate los dilemas periodísticos en este tipo de tragedias, que personalmente me resulta muy interesante. Una escritora más a tener en cuenta:)
ResponderEliminarMe alegra que a ti también te interese el tema. Lástima que por lo demás sea una novela fallida, porque su planteamiento es muy bueno.
Eliminar