Edición:
Errata naturae, 2016 (trad. Vanesa García Cazorla)
Páginas:
192
ISBN:
9788416544042
Precio:
16,50 €
Mediante mis actos, cuando no mediante mis palabras, predico:—¡Seamos sencillos!Es tremendo, señor, cómo se complica la vida cuando queremos que sea simple. (P. 31)
Pocas veces el
adjetivo «singular» encaja tan bien en la biografía de un escritor como en la
del belga André Baillon (Amberes, 1875 – Saint-Germain-en-Laye, 1932). Su vida
estuvo marcada por la temprana pérdida de sus padres, circunstancia que lo
llevó a estar bajo la tutela de una tía autoritaria. Fue un estudiante brillante, pero
la intensidad con la que amó y vivió debilitó su salud mental. Se intentó
suicidar varias veces y, aunque a partir de 1920 comenzó a publicar con éxito, su
situación no mejoró y pasó temporadas en la zona de psiquiatría del Hospital de
la Salpêtrière. Finalmente, se suicidó en 1932. Gran parte de su obra tiene un trasfondo
autobiográfico, como Un hombre
sencillo (1925), su primera novela traducida al castellano, que gira alrededor
de un personaje ingresado en el mencionado hospital después de sufrir por un
peculiar triángulo amoroso. Pero el calificativo «singular» no solo se aplica a
su trayectoria vital: sus libros tienen un punto delirante que dificulta su
clasificación, un sentido del humor
absurdo y unos juegos de palabras que lo acercan a autores como Samuel
Beckett.
La Salpêtrière, por Armand Gautier (1857). |
Jean Martin, el hombre sencillo (así, al menos, lo cree él), se encuentra en la Salpêtrière, desde donde le cuenta al
doctor, en forma de cinco confesiones, los motivos por los que está
ingresado allí. Él es escritor, pero de un tiempo a esta parte no puede escribir, una causa de frustración («Para un escritor apenas si cuentan los libros ya
consumados, los que cuentan son los que va a escribir.», p. 38). Tampoco
consigue llevar una existencia tranquila con su esposa; cualquier gesto rutinario le resulta
complicado, perturbador, enloquecedor. Llegó a su límite y ahora está en el
hospital. Ahora bien, su caso no es tan, ejem, sencillo. La novela se vertebra
sobre la multiplicidad de identidades
del protagonista. Porque Jean Martin a veces es Jean y a veces Martin, a
veces es (o eso cree) un hombre sencillo, común, y a veces se enreda en la
telaraña de la locura, a veces ama a quien debe y a veces su impulso toma un
rumbo prohibido. Tal como explica la traductora, Vanesa García Cazorla —que
hace un trabajo extraordinario para captar los matices de la prosa y aclarar los
dobles sentidos que emplea Baillon—, uno de los ejes fundamentales del libro es
la duplicidad del narrador: «complejidad, dispersión y escisión real de su
protagonista frente a la sencillez soñada» (p. 13). Hay que leerlo con atención
para no dejarse confundir por él… o, precisamente, para involucrarse y participar
de este juego de espejos.
Buena parte de
los problemas de Jean Martin, según le confiesa este al médico, tienen su
origen en el amor. En un principio tenía una esposa, Jeanne, y una amante,
Claire —todo tiene una dimensión doble (o tripe), incluidos los perfiles de las
mujeres—, pero al final se decantó por la segunda, que además tenía una hija,
Michette («De lo complejo a lo sencillo, me uní a dos mujeres: una que debería
haber sido mi esposa; la otra que lo seguía siendo sin serlo ya más. Ambas
sufrieron. Y yo, por ellas.», p. 34). Esta Michette creció hasta convertirse en
una jovencita arrebatadora, y aquí se complicó todo para el protagonista, que a
estas alturas ya estaba atormentado por los ruidos, la paranoia y la
incapacidad para concentrarse en una tarea, a pesar de haberse trasladado al
campo para estar en un lugar más tranquilo que París. La narración se desdobla
constantemente entre la cara del hombre sensato, que aspira a su vida sencilla
con Claire y sus novelas, y la del hombre depravado que piensa en Michette y
tiene extrañas alucinaciones. Por un
lado, la vida, la serenidad, el orden; por el otro, la locura, que a su modo también
es decrepitud y muerte. Más allá de la enajenación, la multiplicidad de
identidades puede interpretarse como un reflejo de los papeles que cada persona
adopta en su día a día (y los papeles que reprime, hasta que llega al extremo, se desborda y
le pasa lo que a Jean Martin).
André Baillon |
La
gracia (nunca mejor dicho) de Baillon reside en su brillante estilo, un estilo conciso, ambiguo y repleto de juegos de palabras
(todo un maestro de le mot juste). La
decadencia del protagonista va acompañada de una lucidez asombrosa para
la construcción literaria, en la que abundan el humor absurdo, los tics, las
repeticiones obsesivas del narrador y ese constante desdoblamiento de
personalidad. A pesar del sufrimiento que se palpa en el trasfondo de la voz de
Jean Martin (y aún más que sufrimiento: la locura es lúgubre, tétrica,
incontrolable), su tono resulta tremendamente vivo, divertido, agudo y vigoroso;
un estilo «genial», en el sentido tradicional
del término. Bajo un título anodino en apariencia, Un hombre sencillo se revela como una novela ingeniosa e
incisiva, obra de un artesano de las palabras con capacidad para reírse de sí
mismo. Un libro de todo menos «sencillo».
Otro libro de Errata Naturae para la lista:) Tiene pinta de ser muy original y solamente tu reseña me ha sacado una sonrisa.
ResponderEliminarMe llama la atención, además, que trate cuestiones serias que afectaron al mismo autor con un tono humorístico.
Anotado!
Sí, si lees su biografía en la web de la editorial verás que su vida dio mucho de sí entre enfermedades e internamientos en el hospital. El libro me ha parecido muy ingenioso e inteligente. Es un registro al que no estoy acostumbrada, así que no puedo compararlo con obras y autores similares, pero me parece un buen libro.
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