Edición:
Contraseña,
2017 (trad. Pepa Linares)
Páginas:
304
ISBN: 9788494547843
Precio:
18,00 €
1
Alba
de Céspedes, una autora por (re)descubrir
La
escritora y periodista italiana Alba de Céspedes (Roma, 1911 – París, 1997),
hija de un embajador cubano y una mujer italiana, gozó de una gran popularidad
entre los años treinta y setenta, aunque ahora, al igual que les ha ocurrido a
tantas autoras, ha caído en el olvido. Criada en una familia acomodada de
valores antifascistas, Alba de Céspedes colaboró con la Resistencia durante la
Segunda Guerra Mundial a través de un programa de radio, fundó una revista
literaria, cultivó diversos géneros y frecuentó el círculo intelectual.
Fue, por lo tanto, una persona comprometida y progresista, que sin embargo ha
sido desprestigiada por haber escrito best-sellers y, además, «femeninos». No obstante, también los
novelistas decimonónicos, hoy considerados clásicos, se dedicaron a la
literatura «popular», un género que, cuando está bien ejecutado, no solo
entretiene, sino que denuncia problemas sociales con un estilo accesible para el gran público. Eso hizo Alba de Céspedes con las tensiones que
afectaban a las mujeres, y su éxito demuestra que dio en el clavo y consiguió
la identificación de sus coetáneas.
En
España, se publicaron varias novelas de la autora en los años sesenta, entre
ellas esta, El cuaderno prohibido,
que la editorial Contraseña ha recuperado, eso sí, con una nueva traducción de Pepa Linares.
La obra se publicó por entregas en Italia entre 1950 y 1951, y un año después vio la
luz la versión definitiva en forma de libro. Presenta, por consiguiente,
características de este tipo de narrativa: capítulos breves, una trama para
captar el interés del lector, un registro ameno. No busca al lector
«erudito», pero lo que ofrece dista mucho de ser banal. Sencilla en la forma,
transgresora en el contenido; así se podría definirla. Hay una
evidente perspectiva de género hacia los conflictos de la mujer casada
insatisfecha que intenta romper su cascarón. Es una novela muy próxima a la
vida, a los quehaceres y pulsiones cotidianos. Apasionada y apasionante. Elena Ferrante, en
las cartas reunidas en La
frantumaglia (2003), cita a Alba de Céspedes como una referencia
fundamental para ella. Además, hace una observación acertada sobre las
ficciones comerciales (como las fotonovelas): pese a carecer de «calidad», le
suscitaban un ardor que pocas veces se encuentra en la llamada «alta
literatura». Ella trata de fusionar en sus novelas esa emoción de lo novelesco
con el buen nivel literario, es decir, lo que hicieron antes autoras como Elsa Morante o Alba de Céspedes.
2
Escribir
para encontrarse (o para perderse del todo)
Entrando
en materia, El cuaderno prohibido
está protagonizado (y narrado, en forma de diario) por Valeria, una romana de
cuarenta años, casada, madre de dos hijos jóvenes y empleada en una oficina.
Lleva una existencia estable, sin preocupaciones aparentes, o, al menos, eso
cree. Su revolución comienza un domingo, con un impulso: la compra
de un cuaderno, que se convertirá en su diario (Elena Ferrante, a propósito,
dice que las mujeres siempre han buscado refugio en la escritura para
entenderse a sí mismas). Este cuaderno simboliza lo «prohibido» desde el instante
de su adquisición, ya que el estanco no puede vender por ley esos artículos en
días festivos, y ella insiste hasta que el vendedor accede; esta mancha la
perseguirá. Para empezar, Valeria se da cuenta de que apenas dispone de tiempo ni
espacio («habitación propia») para escribir a solas. Todos, marido e hijos,
dependen de ella, invaden su escasa privacidad. En segundo lugar, a raíz de
poner por escrito su día a día, Valeria se fija más en los detalles, analiza su
entorno y toma conciencia de que las cosas no marchan tan bien como creía. Ella
pensaba escribir sobre su vida familiar «tranquila» (sic), pero se lleva un desengaño.
El diario, que en principio iba a ser liberador (un objeto de su propiedad,
elegido por y para ella), desvela, contra todo pronóstico, unas
cadenas inadvertidas. Ah, escribir es peligroso. O, quizá, lo peligroso es mirar
con lupa, reflexionar demasiado.
Mi vida siempre me había parecido insignificante, sin más acontecimientos notables que la boda y el nacimiento de los niños. Sin embargo, ahora que por pura casualidad he comenzado a escribir un diario me parece que una palabra o un acento pueden ser tan importantes o más que los hechos que estamos acostumbrados a considerar así. Aprender a entender las cosas mínimas que ocurren a diario es quizá aprender a entender de verdad el significado de la vida, pero no sé si es para bien; me temo que no.
En
el punto de partida, se pone de relieve la pérdida de identidad de la
protagonista, que la autora (brillante para las metáforas) simboliza con los
apodos con que la llaman: para sus padres, es «Bebe»; para los hijos, «Mamá»;
para sus amigas del colegio, «Pisani», el apellido; y, el summum, su marido la llama también «Mamá» desde hace años. En
resumen, «Valeria» no existe. Solo la consideran en función de sus roles (hija,
madre, esposa, estudiante), no como persona independiente y con intereses
propios («Es terrible pensar que lo he sacrificado todo de mí misma para
esmerarme en tareas que ellos consideran obvias, naturales», p. 41). Solo es
Valeria cuando escribe. ¿Y quién es Valeria? Una mujer en
una edad (en la mitad de la existencia, podríamos decir) en la que se replantea
las cosas y hace balance. Con los hijos ya adultos, no tiene que
ocuparse de ellos (pero generan otras inquietudes). Las expectativas
que ella y su marido se hicieron en su juventud no se han cumplido; hay una
sensación de fracaso, de que han vivido con lo justo (en el esposo se suma la
frustración por no haber realizado su sueño), acentuada por el desprecio del hijo, inconsciente de los esfuerzos de sus padres.
Es una mujer que ha dejado de ser joven y se resigna, porque así
la han educado. No obstante, y aunque le cueste admitirlo, por dentro se
resiste. Se resiste a renunciar a sí misma, a sus deseos. A la vida.
3
La
rebelión de una mujer tranquila
El
giro se produce en su trabajo: la oficina se concibe como un lugar donde puede
construirse lejos del ámbito doméstico y los lazos afectivos. Allí
nunca ha dejado de ser Valeria, una trabajadora abnegada y tenaz, bien valorada por sus
superiores. Hay cierto distanciamiento con sus amigas de siempre porque no
trabajan fuera de casa, no comprenden su independencia; en cambio, otra amiga,
la intelectual, va dos marchas por delante. La empresa, por otro lado, no solo
resulta «liberadora» para las mujeres, pues tanto ella como su jefe acuden allí
el sábado para huir del hogar. El
otro secreto de Valeria, además del cuaderno: miente a sus allegados para
refugiarse en la oficina, para escapar de esa familia asfixiante. Sus
frustraciones salen a la luz en el diario: no se siente apreciada como madre ni
como esposa, está saturada, harta de volcarse por los demás. Paradójicamente,
su profesión la ayuda a sentirse independiente. El trabajo, que en otros
contextos se retrata como un sacrificio,
es la única vía de escape para la mujer de posguerra «atrapada» en la jaula de
su casa. (Valeria tiene otra evasión: la fantasía. En secreto se imagina más
rica, más atractiva, más interesante; los sueños de antes de acostarse que
nunca revelaría a su marido, y que evidencian la afilada mirada «femenina» de
Alba de Céspedes, que se nota en estos detalles).
Entre
Valeria y su jefe surge una complicidad. Hasta qué punto se trata de amor, o se nutre de sus respectivas necesidades de evasión, lo decidirá
cada lector. El asunto, en cualquier caso, está ahí, y funciona en dos niveles:
crear intriga, por un lado, y recalcar las ataduras de la protagonista a la
manera de Emma Bovary o Anna Karénina, por el otro. La cuestión no se
limita a una posible infidelidad al esposo, sino que la relación con su
superior representa una nueva oportunidad en el sentido de pensar en ella misma
por primera vez en décadas. Por ejemplo, Valeria lleva años soñando con un
viaje a Venecia, para el que nunca hay tiempo o dinero. El jefe le promete
viajes, le promete momentos alejada de su hogar, le promete atención. Pero en
la sociedad en que se educó Valeria no se enseñaba a las chicas a reforzar su
individualidad; al contrario, el catolicismo les inculcaba abnegación, seguir
el modelo de madre, esposa y ama de casa que no se queja (un tema asimismo presente en las novelas de Natalia Ginzburg, coetánea de Alba de Céspedes). La
protagonista se enfrenta a un dilema trascendental: o piensa en ella, o sigue
dedicándose a su familia, dejando que la anule. A pesar de que el enredo
amoroso podría caer en la telenovela, la autora toma todas las decisiones
correctas para que no sea así. El final no puede ser más redondo.
4
Madre
e hija, dos modelos de mujer
Entre
las tensiones de la protagonista, destaca la relación con su hija Mirella, una
joven estudiante de Derecho que sale con hombres que no gustan a su madre («Si
bien los hijos pueden confesar con toda franqueza que se aburren con los
padres, una madre jamás puede confesar que se aburre con los hijos sin parecer
una desnaturalizada», p. 42). A los problemas «normales» entre una madre y su
hija, como la sensación de que ya no la conoce, se suma la confrontación generacional: Mirella pertenece a una
generación con más ventajas para las mujeres, estudia en la universidad, se
relaciona con gente cultivada, no está tan apegada al hogar como lo estuvo su
madre y, antes, su abuela. Encarna a la «nueva mujer», soltera, emancipada y sin
obligación de casarse enseguida, que mantiene relaciones más libres con el sector
masculino. Su madre vive una especie de contradicción: su hija lleva el tipo de
vida que hubiera querido para ella, pero, a la vez, no está habituada a ver a
una chica que se comporta así, todo esto resulta nuevo para ella. Los
malentendidos son una constante; por el contrario, a su hijo varón,
Ricciardo, lo comprende. Sin embargo, habrá sorpresas. Alba de
Céspedes denuncia la sobreprotección del hijo, que lo lleva a
repetir los mismos errores que sus padres, y ensalza la valentía de
Mirella para saltarse las reglas y buscar su forma de estar en el mundo. El mundo
es de los que arriesgan, no de los que se acomodan.
El pasado ya no servía para defendernos y no existían certezas sobre el futuro. Todo esto lo siento en mi interior, confusamente, y no puedo hablarlo ni con mi madre ni con mi hija porque ninguna de las dos lo entendería. Pertenecen a dos mundos distintos: uno que se terminó con aquella época y otro que ha surgido de ella. Y esos dos mundos chocan dentro de mí y me hacen sufrir. Por eso, quizá, me siento privada de toda consistencia. Puede que yo solo sea ese mundo de paso, ese choque.
También
se plasma la relación de Valeria con su madre anciana, una aristócrata venida a
menos, el tipo de mujer educada en la contención (nunca hablar
demasiado claro, nunca salirse de la raya). No abordan sus preocupaciones de
forma abierta, pero la autora, perspicaz, muestra cómo a
partir de los quehaceres cotidianos, como cocinar unas verduras, las emociones
fluyen y el malestar se disipa un poco. Esta mirada tiene esa especificidad «femenina»
que se fija en los matices, en el lenguaje no verbal, camuflado en los
objetos, con el que las mujeres se han entendido a lo largo de los siglos. Volviendo
a Valeria, los enfrentamientos con su hija hacen que recuerde su propia
juventud, a través de lo que le cuentan su madre y su esposo, y de
unas cartas. Se sorprende: una no recuerda el pasado
tal como fue, y, quizá, su hija está repitiendo el mismo patrón, solo que en
otra época y con más fortuna.
5
La
insondable culpa femenina
La
«culpa» femenina, incrustada en la piel desde la niñez. ¿Es posible
desembarazarse de ella? ¿Y para una mujer italiana de clase media, en plena posguerra? En el fondo, El cuaderno prohibido va sobre todo de
eso, de una mujer que descubre que ha vivido en una jaula y se plantea abrir la puerta. Ya no tiene la rebeldía juvenil, pero se siente más
fuerte que nunca. Ha aprendido lo que es la vida, ha aprendido cómo evoluciona el
matrimonio con las obligaciones (profesión, maternidad, casa) de por medio.
Desde que escribe el diario (el diario como símbolo), además, ha
comprobado que aún puede despertar el deseo de otros hombres, aún puede salir a
divertirse, aún puede vivir como una joven. Y sin embargo… salir tiene sus peligros. Porque ha vivido siempre así. Porque hay gente que
depende de ella, a su pesar. Porque le han inculcado que sus intereses
individuales no son una prioridad. Porque se sentiría culpable si los demás
cayeran («No tolero que puedan prescindir de mi
presencia. Sería como reconocer que todos mis sacrificios han sido inútiles.»,
p. 159).
No es una elección sencilla.
… todas las mujeres esconden un cuaderno negro, un diario prohibido [...]. Ahora me pregunto dónde he sido más sincera, si en estas páginas o en mis actos, los que dejarán de mí una cierta imagen, un retrato favorecido. No lo sé, y nadie lo sabrá nunca. Siento que me estoy agostando; mis brazos son las ramas de un árbol seco. He intentado volverme vieja, y puede que solo haya conseguido volverme mala. Tengo miedo.
Alba de Céspedes |
¿Por qué leer esta obra hoy? El siglo XXI pertenece a las
Mirellas (y a las hijas de las Mirellas), más que a las Valerias. Esas mujeres relegadas al hogar, aplacadas por una educación religiosa severa, por el patriarcado, cada
vez quedan más lejos, al menos en Occidente. Aun así, su mensaje sigue
vigente: este libro es una llamada de atención para no perderse, para no dejarse silenciar. Y, también, una invitación a pararse a
pensar, como hace la protagonista cuando empieza el diario, en aquello que damos por sentado y quizá pida una revisión. Ante todo, merece la pena leer El cuaderno prohibido porque es extraordinario, una
perspectiva de género lúcida, de una sinceridad descarnada, camuflada en una
narración de las que hacen disfrutar. En la actualidad, cuando la
novela tiende a la mezcla de géneros y a un lenguaje más poético, leer un libro
como este, el libro de una narradora nata, inteligente, con chispa, con brío, solo puede significar placer, un placer revestido
de crítica feminista. Ojalá sigan recuperando la obra de Alba de Céspedes, una
voz brillante que todavía tiene mucho que decir.
Citas
en cursiva de las páginas 41, 287 y 300.
Vaya pedazo de reseña! Así cuesta resistirse. Y de nuevo me descubres autora. Así no hay manera de reducir la lista de pendientes...
ResponderEliminarBesotes!!!
Con este voy a insistir. Es muy bueno y, además, entretenidísimo. Creo que puede interesar a muchos lectores.
EliminarLuce muy interesante, haré todo lo que pueda para conseguír este libro. Gracias por la estupenda reseña.
ResponderEliminarMe alegra que te haya interesado. Espero que puedas leerla y la disfrutes tanto como yo.
EliminarEres capitalista? El trabajo no libera, esclaviza. Mucha gente sólo trabaja para pagar cuentas y debe soportar ser anulada, exponerse a gente intratable. Trabajar es un pozo de miseria emocional. Eso de las "Mirellas" es para las privilegiadas hijitas de papá que pueden ir a una universidad. Qué burla eso de que el trabajo libera!!!!.
ResponderEliminarEl día que cada ser humano pueda vivir de su vocación se podrá hablar del trabajo como ente liberador.
No he escrito un tratado sobre el trabajo en general, sino un comentario sobre un libro. En el contexto de esta novela (años cincuenta), y según el punto de vista de la autora, el hecho de tener un empleo resulta liberador, sí, porque permite a la mujer salir del ámbito doméstico y tener más independencia, además del factor social de relacionarse con gente que no es de su familia. Si la persona se siente bien remunerada y reconocida en su entorno laboral, no tiene por qué estar "esclavizada".
ResponderEliminarEn cuanto a la universidad, hace muchos años que en España tenemos un sistema de becas y no solo estudian los jóvenes de familias adineradas, afortunadamente.
Ni soy española ni vivo allá. Escribo desde una realidad y un país muy diferentes. Y todas las puertas para varias vocaciones se cierran. Sólo te apoyan si decides emprender un negocio o te inclinas por profesiones como el derecho o la medicina a pesar de lo saturadas que están. Y por supuesto todo lo científico te asegura un muy buen sueldo. Ay pero pobre de ti que te guste el arte, la filosofía o la literatura. A menos que tengas papitos con dinero para solventar el lujo, ya fuiste. No se puede vivir de las humanidades.
ResponderEliminarMi queja es más contra la sociedad capitalista que nos genera esta esclavitud. Por eso me indigna que se vea el trabajo como algo liberador.
Y eso es sólo la punta del iceberg. Factores emocionales y de informalidad laboral hacen que el mundo a algunos se nos haga muy pesado y gris. Y es el trabajo una fuente de angustia.