Edición:
Errata naturae, 2016 (trad. Laura Naranjo Gutiérrez)
Páginas:
112
ISBN:
9788416544158
Precio:
12,90 €
Pensaba que, al envejecer, la sombra de lo que había vivido se difuminaría, que me olvidaría de ello un poco. Pero tengo la impresión de que es al contrario: ahora, setenta años después de mi regreso, ese pasado está cada vez más presente en mí. La huella se va haciendo más honda.Durante la guerra, perdí la capacidad de dormir a pierna suelta y nunca más la recuperé. A menudo tengo la misma pesadilla: la Gestapo me persigue. Pero corro tan rápido que me despierto.
Existen muchos libros sobre la experiencia en
los campos de concentración nazis, pero entre estos no abundan los testimonios de mujeres que formaron parte
de la Resistencia francesa. Anise Postel-Vinay (París, 1922) fue una de
ellas: a los diecinueve años comenzó a colaborar con el Servicio de
Inteligencia, un año más tarde la apresaron y finalmente en 1943 fue deportada al
campo de Ravensbrück, donde permaneció hasta su liberación en 1945. «Me prometí que, si lograba
regresar con vida, emplearía hasta mi último aliento en contar todo lo que
había visto» (p. 61), dice en estas páginas. Eso, contarlo
todo, dar a conocer el horror, es lo que hace en este pequeño pero meritorio
libro, Vivir (2015), escrito con la ayuda
de Laure Adler (Caen, 1950), escritora y periodista, conocida sobre todo por
sus biografías de figuras intelectuales como Marguerite Duras, Hannah Arendt o
Simone Weil. No hay en Vivir
pretensión literaria alguna; tan solo unas vivencias, crudas y precisas, para no olvidar.
El nombre de Anise Postel-Vinay, como el de
todos los resistentes, va unido a la palabra compromiso: educada en los valores
de la libertad y la independencia, desde el principio de la ocupación tuvo
claro que no iba a quedarse de brazos cruzados, a pesar del riesgo que corría.
Contribuir, aportar información, era un motivo de orgullo para ella, para todos
los miembros de la Resistencia. Este texto resulta interesante, en primer
lugar, por expresar los pensamientos de una generación que, ante el auge de los
totalitarismos del siglo XX, se implicó en la acción política, una conciencia que, en opinión de la autora, se ha
perdido entre los jóvenes de hoy, que no han conocido la barbarie y tienen prioridades distintas: «a pesar de su energía, de su
amabilidad, veo que son tremendamente distintos a cómo éramos nosotros;
nosotros éramos militantes, aún creíamos en el progreso, como nuestros padres» (p. 92).
El capítulo más extenso narra su
reclusión en el campo de Ravensbrück, pero, antes de llegar ahí, Anise
Postel-Vinay estuvo más de un año en prisión tras ser detenida mientras llevaba
a cabo un encargo de la Resistencia: «Tras un año de reclusión, te vuelves blanca, verde, tu pelo cambia
de color» (p. 38). En la cárcel, precisamente, se perfilaron las primeras
alianzas entre camaradas, alianzas que se volvieron indispensables en el campo de
concentración. En medio del horror, es posible encontrar un valor hermoso en el
compañerismo entre mujeres, mujeres
de todas las edades y de diferentes lugares de Europa (Francia, Chequia, Polonia…), unidas para hacer frente al calvario. La vida en el campo dependía
de su condición física —las jóvenes y fuertes, como ella, lo tenían
mejor porque resultaban útiles para realizar trabajos; las mayores y las
débiles, en cambio, tenían más opciones de acabar gaseadas—, por lo que la
colaboración resultaba vital para ayudarse entre ellas, para encubrir a las
enfermas y tratar de proteger a las más vulnerables. La autora comparte las
argucias que empleaban para esquivar lo peor, aunque, pese a todo, la realidad
era desoladora: decenas de miles no sobrevivieron.
Más allá de la amenaza de la cámara de gas, la crueldad del campo de concentración se
vivía todos los días, en todas las actividades: «Todo estaba calculado para consumirnos, para mantener nuestra
carencia en cada ámbito: sueño, cuidados, comida, ropa… Nunca teníamos suficiente
de nada, pero sí un poco: un poco de sueño, un poco de comida, algo de ropa,
una enfermería. La intención era agotar a los detenidos para que acabaran
desapareciendo por sí mismos» (p. 52). Su testimonio pone de relieve que,
además de los asesinatos por asfixia, las condiciones de vida, el hambre o la
dureza del trabajo eran otra causa significativa de mortalidad, o como mínimo
de secuelas, físicas y psíquicas, permanentes. Ravensbrück, como otros
campos de concentración, también fue un centro de experimentos médicos: podían llamar a una prisionera, no para
matarla directamente, sino para hacer brutalidades con su cuerpo, probar
técnicas salvajes que la dejaban agonizante o lisiada, todo para incrementar
los conocimientos del ejército nazi. Anise
Postel-Vinay describe las consecuencias de estos experimentos en sus compañeras,
así como el sigilo con el que sus captores los ponían en práctica: «Aquélla era la tendencia general de los nazis: les importaba un
bledo cometer los crímenes más atroces, pero no querían que nadie se enterase» (p. 46).
Anise Postel-Vinay |
Tras la liberación, las cosas no fueron fáciles: adaptarse de nuevo a comer con normalidad, a dormir, asimilar todas
las pérdidas. La herida permanece con el paso del tiempo. En las últimas
páginas, la autora reflexiona sobre cómo se ha tratado este tema
posteriormente, el espinoso asunto de la memoria
histórica. Ella, como otros supervivientes, sintió la necesidad de
contarlo, pero durante la posguerra se encontró con una Europa que quería
pasar página y no invertía lo suficiente en hacer justicia, una Europa, en suma, poco proclive a escuchar su voz. Anise Postel-Vinay se ha
sentido, y se sigue sintiendo, muy frustrada por este tratamiento, cree que todavía
hoy el nazismo no se ha comprendido y teme que la historia pueda repetirse. Con
independencia de que se comparta o no su parecer —ante todo, Vivir es un libro testimonial, la pura
verdad de su autora—, plantea interrogantes pertinentes acerca de cómo enfocar el discurso histórico y los homenajes después de un acontecimiento devastador. Vivir enriquece el conocimiento de este episodio a
través de la mirada de una víctima directa de la
barbarie, una mirada lúcida que cuenta lo que vio con aspereza y sugiere
interesantes reflexiones para seguir pensando en ello.
Cita en cursiva de la pág. 93.
Lo vi entre las novedades de la editorial y estuve buscando más información, la IIGM siempre me llama la atención y con cada libro descubro un matiz nuevo. Gracias por tus impresiones porque me lo llevo!
ResponderEliminarUn beso
Así es: cada libro aporta un matiz nuevo. Para mí, el mejor hallazgo de "Vivir" es el relato de ese compañerismo entre mujeres de diferentes nacionalidades. En libros como este es posible encontrar valores que nos inspiren hoy en día.
EliminarLas primeras memorias de lo que era intentar sobrevivir en un campo alemán se publicaron ya en 1946- me refiero a "Una mujer en Birkenau" de Seweryna Szmaglewska (publicados en España por Alba hace 10 años). Fue una de las lecturas más duras de mi vida. Recomiendo este libro encarecidamente a todos que se sienten con fuerzas para afrontarlo.
ResponderEliminarsaludos
Parece muy interesante. Gracias por la recomendación.
EliminarMe gusta mucho leer sobre este período así que me llevo este libro bien apuntado. Y también me llevo el de Agnieszka. Habrá que elegir bien el momento para afrontar su lectura.
ResponderEliminarBesotes!!!
No son lecturas "agradables", desde luego, pero engrandecen mucho nuestra perspectiva.
Eliminarme encantaria leerlo en francés en un futuro :)
ResponderEliminargracias
¡De nada! Espero que lo disfrutes.
EliminarLa Segunda Guerra Mundial es un tema muy interesante, pero me suelo andar con cuidado, porque está bastante trillado y cuesta encontrar libros que sobresalgan. En este caso, tu recomendación y el que esté publicado por Errata Naturae me convencen:)
ResponderEliminarHablando de Errata Naturae, has leído el nuevo libro de Edna O'Brien? Ha pasado algo desapercibido tras su publicación en inglés (o esa impresión me ha dado). Aún tengo pendiente la trilogía que has reseñado, pero es una de mis prioridades, creo que me va a encantar.
Cambiando de tema, ¿qué te pareció el Premio Nobel de Literatura de este año? Ha dado que hablar mucho, está claro, pero no sé por qué me da la impresión de que esa es una de las principales razones que les ha llevado a premiar a Bob Dylan, el acercar de alguna manera el premio a gente que normalmente no se interesa por él... A mí me ha decepcionado bastante la verdad. Me gusta cuando el Nobel sorprende, premia a alguien inesperado o poco conocido, como el año pasado. Desde que se premió a Alexievich se ha traducida casi toda su obra al español (en su mayor parte inédita o descatalogada), acercándola a muchísimos lectores. Pero sorprender por sorprender, entregárselo a alguien que, en mi humilde opinión, se merecerá muchísimos premios, pero no uno de Literatura, no hace más que desprestigiar al Nobel. Bueno, que ya me he extendido mucho, ¿qué opinas tú?
Sí, ya he leído "Las sillitas rojas" (será una de mis próximas reseñas). No sé qué tal le ha ido en los países anglosajones, pero a mí me ha encantado. Plantea temas habituales en su obra (la opresión del pueblo pequeño, la búsqueda de independencia de las mujeres, etc.), pero a la vez trata tensiones propias de la actualidad, como las consecuencias de las guerras recientes y la inmigración en las grandes ciudades. Y todo ello con una prosa exquisita, que se adapta perfectamente a cada ambiente y está llena de referencias literarias. Edna O'Brien en su plenitud (mucho mejor que la trilogía, sin duda). Harás bien en descubrirla con esta novela.
EliminarEn cuanto al Nobel, la verdad es que tengo sensaciones encontradas. Por una parte, me habría gustado que premiaran a un escritor en el sentido habitual del término (no faltan candidatos...). Me quedé descolocada cuando escuché su nombre. Aun así, al mismo tiempo pienso que los méritos de Bob Dylan como poeta-cantautor son indiscutibles. Ha influido en la sociedad, y también en muchos grandes escritores (hace poco leí que Joyce Carol Oates escribió, no sé si un cuento o un libro, inspirada por una de sus canciones). Además, me gusta una idea que han destacado algunos articulistas: es un premio que se relaciona en cierto modo con la literatura oral de hace siglos, que se transmitía acompañada de música. Me gusta que abra puertas y nos recuerde que la poesía también puede estar en una canción, igual que el año pasado nos recordó que la literatura puede estar en el periodismo. Ahora bien, tampoco me gustaría que esto se convirtiera en una costumbre y empezaran a premiar a músicos por sistema, pero como algo excepcional no me parece mal.
Mirándolo desde el punto de vista del marketing, sí que es verdad que se ha perdido la oportunidad de dar a conocer a un escritor. De todas formas, creo que el Nobel no debe guiarse por eso (de hecho, si hubieran premiado a Philip Roth, no habrían descubierto nada, porque es muy conocido y apreciado. Ya no digo nada de Murakami...).
En fin, si existiera un Nobel de las Artes nos habríamos ahorrado este debate :).
Me alegra que te haya gustado tanto la nueva de O'Brien! Tengo ganas de leer tu reseña completa. Aún así, puede que empiece por su trilogía, que si no recuerdo mal son sus primas novelas. Tiene su encanto leer un autor de manera cronológica, ¿no crees?
EliminarEn cuanto a Bob Dylan, la idea de que se se relaciona con la literatura oral de hace siglos me parece una de las más acertadas. Aunque personalmente no me guste la elección, puedo entender ciertas razones que dan los defensores de este Nobel. Estoy totalmente con lo del Nobel de las Artes, de hecho Dylan ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Artes:)