Edición:
Libros del Asteroide, 2016
Páginas:
220
ISBN:
9788416213856
Precio:
16,95 € (e-book: 9,99 €)
Me
pregunto si la crisis económica como
motivo literario despierta el interés de los lectores o, por el contrario, produce
fatiga, por aquello de que la precariedad no ha terminado y tal vez no resulte
apetecible para quien lee con el propósito de evadirse de los problemas
cotidianos. A mí, en cualquier caso, sí me llama la atención, porque me
interesa conocer cómo los escritores retratan esta realidad, mi realidad, qué les sugiere, qué les
inspira. Julio Fajardo Herrero (1979), tinerfeño afincado en Barcelona, es el
último en aportar «material» para este creciente corpus literario con su
segunda novela, Asamblea ordinaria
(2016), que, en la línea de obras como La trabajadora (2014), de Elvira Navarro, apuesta por retratar el malestar a
pie de calle, en las relaciones de la gente corriente, sin posicionarse
ideológicamente.
Asamblea ordinaria
comprende tres historias, organizadas en capítulos alternos, que nunca se llegan
a cruzar. Muestran cómo la crisis influye en la relación entre dos
personajes (una pareja con una hija pequeña, un empleado y su ex jefe, un joven
y su tía anciana), en forma de breves radiografías que desgranan las tensiones
latentes en la rutina. Se sitúan en Madrid, Barcelona y Zaragoza, aunque
podrían ser otras ciudades. Hay una voluntad de buscar la identificación del lector: los personajes no tienen
nombre ni se facilita mucha información sobre ellos, en un intento de que
puedan ser cualquier persona. El autor emplea una escritura «hablada», cercana;
cada episodio parece un desahogo en voz baja, cómplice. Tiene un estilo
depurado, preciso, de frases largas y ramificadas, sin diálogo, como el fluir
de la conciencia. Cada capítulo está conformado por
un único párrafo, de unas cuatro o cinco páginas. Esta excesiva rigidez formal (las historias siempre en el
mismo orden, los capítulos siempre como un párrafo similar) resulta monótona y cansa
por momentos.
El
primer relato desgrana el
distanciamiento de una pareja desde que él se queda en el paro. La
narradora es la mujer, la que carga con todo (la casa, la niña, la madre que se
hace mayor) a pesar de que sus condiciones laborales han empeorado. Él, por su
parte, se pasa el día conectado a internet, donde se une a un movimiento
tipo 15-M. Cuanto más se involucra
en la plataforma, más se aleja del hogar. Ante la falta de
estímulos profesionales, ocupa su tiempo con el compromiso social, una
actividad en la que antes jamás habría pensado. La novela no se posiciona a
favor ni en contra de estas organizaciones, sino que se limita a mostrar cómo repercuten
en la convivencia de una pareja estable, que difiere del perfil del joven sin
responsabilidades al que a menudo se asocia con estas iniciativas. Y, claro,
surgen conflictos por la desigual implicación en casa, por las diferentes
formas de criar a la niña, por los pequeños gastos que antaño no eran una
preocupación… También se aborda el trato con otras parejas, desde la
incomodidad frente a los que tienen más a la empatía (y un cierto alivio, como
si fuera una penuria compartida) con los que están igual.
En
la segunda historia, un chico se dirige al que fue su jefe, un hombre adinerado
que montó una empresa pionera. El lenguaje está salpicado de neologismos
anglosajones para enfatizar la novedad del proyecto, que contrasta con la
explotación en la oficina. La relación
entre jefe y empleado invita a preguntarse hasta qué punto se puede
mantener un trato amistoso cuando existe una diferencia de clase y poder tan
grande. El joven procede de un pueblo de Zamora, sus padres
son trabajadores y él cursó estudios superiores con la esperanza de mejorar su
nivel de vida; sin embargo, se encuentra con la hipocresía de que el negocio
innova en los contenidos pero utiliza viejas técnicas de cacique con los
empleados. El propietario, por su parte, muestra la simpatía condescendiente
del rico hacia el pobre. La actitud del chico pasa de la fascinación inicial por
su jefe al progresivo desencanto por las pésimas condiciones laborales. Para
que la voz no suene igual que la de la anterior narradora, el autor emplea expresiones
más juveniles y coloquiales e intercala algunas palabras (un poco metidas con
calzador) en catalán, para que quede claro el vínculo de la empresa moderna con
Barcelona.
La
última historia está contada en tercera persona por un observador externo y es
la única que da voz a otra generación. Un chico se muda a casa
de su tía anciana, viuda y sin hijos, para ahorrarse el alquiler. El interés
aquí reside en la relación
intergeneracional: la precariedad ha llevado a muchos jóvenes a permanecer
más tiempo con sus mayores, y esto no está exento de tensiones por las
diferentes maneras de encarar la convivencia. Tía y sobrino encuentran un punto
en común en el pasado, en los recuerdos de momentos compartidos cuando él era
un niño y en un viaje que hacen al pueblo de la mujer. El chico, en otras
circunstancias, no se habría interesado por su tía, pero ahora se descubre
preocupándose por ella: la soledad de la anciana, la estafa de las preferentes,
un estilo de vida «de antes» que no regresará. La crisis puede unir a gente que
atraviesa etapas vitales muy distintas.
No
hay duda de que Julio Fajardo Herrero tiene buen ojo para desmenuzar las complejidades
de las relaciones humanas con la precariedad de por medio. Ha construido una
novela que abarca diversas manifestaciones de la crisis, poniendo énfasis en la
pluralidad de puntos de vista para ofrecer un retrato lo más rico posible. Su
capacidad para exprimir cada tema (pareja, paternidad, movimientos ciudadanos, desigualdad,
estancamiento profesional, tercera edad), para mirar con lupa lo que se cuece
en cada entorno, es digna de un antropólogo. Dentro de unos años, no sé si
muchos o pocos, Asamblea ordinaria se
podrá leer como el testimonio de una
época, como un texto muy, muy próximo a esta realidad. Sería curioso comparar esta lectura con la interpretación de lectores ajenos a esta crisis; la novela está tan ligada a un contexto particular que no sé hasta qué punto puede entenderse en determinados países, en los que palabras como «preferentes» o «paro juvenil» no salen en las noticias.
Julio Fajardo Herrero |
Aun
así, no puedo decir que me parezca una buena novela. Le hago dos críticas. La primera es
el lenguaje, neutro e insípido (a pesar de los esfuerzos por diferenciar las
voces), con un notorio abuso de los adverbios acabados en -mente en algunas
páginas. Echo de menos más expresividad y variedad de registros. La segunda
crítica en parte deriva de la primera y en parte se refiere a la concepción de
la obra: le falta tensión narrativa.
Cada capítulo es como una fotografía, una meditación sobre un hecho. Eso no
es un problema: el problema es que no se aprecia evolución de un episodio a
otro (salvo al final, donde sí que hay un pequeño clímax). Es como enfocar con
una cámara los múltiples ángulos de una situación estática. Su mirada puede ser
muy interesante (lo es), pero falta un nudo, una tensión que mantenga las ganas
de leer doscientas páginas. También opino que la despersonalización de los
personajes es un arma de doble filo: pueden ser cualquier persona, en efecto,
pero pueden no ser ninguna. Dicho de otro modo: cuesta implicarse en las vidas
de unos «personajes tipo». Uno no recuerda a un personaje porque se
identificara con él, sino porque el autor logró convertirlo en alguien único.
He terminado la novela con la sensación de haber leído un texto formalmente
correcto, pero soso. Y es una lástima.
Pues sí, es una lástima, porque no pintaba mal. La crisis económica como motivo literario... Pues según el estado de ánimo en el que me pille, sinceramente.
ResponderEliminarBesotes!!!
Tiene cosas interesantes. A ver qué camino toma en lo próximo que escriba.
EliminarPues qué pena, que no te haya gustado, tenía buena pinta. Tu párrafo final me ha descolocado bastante, porque a pesar de los fallos que habías ido nombrando, me estaba gustando lo que contabas... Tendré que darle un par de vueltas:)
ResponderEliminarEs que tiene cosas interesantes. Me gusta su enfoque, la forma de desarrollar cada episodio, pero no puedo negar que en general me ha aburrido bastante. Me parece demasiado rígido, demasiado monótono. Como novela no "crece", no evoluciona. De todas formas, a algunos lectores les ha gustado mucho, así que no pierdes nada por probar.
EliminarPues yo me lo he leído de un tirón.
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