Edición: Siruela, 2013
Páginas: 156
ISBN: 9788415803584
Precio: 16,95 €
Voy a crear lo que me ha acontecido. Solo porque vivir no se puede narrar. Vivir no es vivible. Tendré que crear sobre la vida. Y sin mentir. Crear sí, mentir no. Crear no es imaginación, es correr el gran riesgo de acceder a la realidad. Entender es una creación, mi único modo. Precisaré con esfuerzo traducir señales telegráficas, traducir lo desconocido a un idioma que desconozco, y sin entender siquiera para qué sirven las señales. Hablaré en este idioma sonámbulo que, si estuviese despierta, no sería lenguaje. P. 19.
Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920–Río de Janeiro, 1977) está considerada
una de las escritoras brasileñas más importantes del siglo XX por su particular
forma de renovar la expresión literaria en obras como La pasión según G. H. (1964), novela con la que Siruela comienza la
colección Biblioteca Clarice Lispector, dedicada a recopilar las publicaciones más significativas de esta
autora, entre las que también se cuentan sus relatos, disponibles en el volumen
Cuentos reunidos.
La pasión según G. H. no es una
novela al uso: relata la vivencia de una mujer que responde a las iniciales de
G. H, de la que apenas sabemos que se dedica a la escultura y que «vivió mucho»
(«G. H. vivió mucho, quiero decir, vivió muchos
acontecimientos. ¿Quién sabe si tuve de algún modo impaciencia por vivir luego
todo lo que tuviese que vivir para que me sobrase tiempo de… vivir sin
hechos?», p. 23),
cuando un día, sola en su ático, encuentra una cucaracha en el armario del
cuarto de la criada. La contemplación de este insecto, que queda atrapado en la
puerta del mueble, le produce una gran repulsión, pero continúa mirándolo hasta
que esta experiencia se convierte en el desencadenante de una transformación vital de la que emerge liberada de sus temores
anteriores; pasa de horrorizarse ante la cucaracha a ingerir la sustancia que
emana de ella como una metáfora de la unión de G. H. con su nueva forma de
entender el mundo («Estaba
liberándome de mi moralidad, y eso era una catástrofe sin fragor y sin tragedia», p. 74).
Lispector
construye un extraordinario monólogo
interior que puede recordar a autores como Marcel Proust o Virginia Woolf
por su encadenamiento de sensaciones, ese dejar que el hilo avance a partir de
la evolución de las percepciones de la protagonista. Se trata de un sublime
ejercicio de introspección, no en el sentido psicológico, sino más bien metafísico,
no en vano la autora advierte al comienzo que le gustaría que leyeran este
libro «personas de alma ya formada». En muchos aspectos, el viaje existencial
de G. H. recuerda al mito de la caverna
de Platón —incluso hay una referencia a las sombras de la pared al principio de
este proceso—: va desde lo concreto (la descripción precisa del cuarto de la
criada y la cucaracha) hasta lo abstracto (la esencia de ella misma, las ideas
sobre la pérdida de la moralidad para alcanzar la liberación), y es un camino
difícil, progresivo, porque conlleva poner a prueba aquello en lo que había
creído siempre para terminar aceptando, después de una angustiosa transición,
que antes estaba equivocada («Yo temía el
rostro de Dios, tenía miedo de mi desnudez final en la pared. La belleza,
aquella nueva ausencia de belleza que nada tenía de aquello que yo antes
acostumbraba a llamar belleza, me horrorizaba», p. 83).
La cúspide de este camino llega cuando ella toma la
decisión de tomarse la existencia de otra manera, de intentar verse a sí misma
como una entidad, como la idea platónica («Así como existió el momento en que
vi que la cucaracha es la cucaracha de todas las cucarachas, así quiero
encontrar en mí misma la mujer de todas las mujeres», p. 149). Los efectos
prácticos de este descubrimiento se reflejan en su propósito de aplicar el carpe
diem, disfrutar de aquello banal del presente, de la pasión, como
expresa en sus deseos de salir a bailar esa noche («Necesitaré para el resto de
mis días mi leve vulgaridad dulce y de buen humor, necesito olvidar, como todo
el mundo», p. 138), sin preocuparse tanto por el futuro, abandonando la
esperanza («Tenía tan poca fe que había inventado solamente el futuro; creía
tan poco en lo que existe, que remitía la actualidad a una promesa y a un
futuro», p. 125).
En cierto modo, esta conclusión se asemeja a la
teoría nietzscheana del retorno al
origen primitivo, la renuncia a todo lo humano artificial, a las
necesidades creadas, incluida la moralidad de la religión cristiana, a la que
se hacen abundantes referencias («La renuncia es una liberación», p. 152), para
complacerse del simple hecho de estar viva («Quiero vivir la parte humana más
difícil: vivir el germen del amor neutro, pues de esa fuente comenzó a brotar
lo que después fue deformándose […], quedó sofocado por el sobrante de riqueza
y aplastado en nosotros mismos por la pata humana», p. 137). La despersonalización del personaje, la escasa información sobre ella, se relaciona
directamente con esto; no solo es un recurso para facilitar la universalidad de
su mensaje. La protagonista cuenta esta experiencia un día después, cuando ya
es consciente de lo que le ha acontecido y, de acuerdo con ello, se ha liberado
de todo lo superfluo, como su propio nombre, para hablar de lo que ahora le
importa («La despersonalización como la destitución de lo individual inútil, la
pérdida de todo lo que se puede perder y, aun así, ser», p. 149).
La narradora reflexiona de forma gradual, párrafo a
párrafo, con un estilo tan literario, complejo y profundo que se podría
realizar un análisis exhaustivo de cada capítulo, porque el cambio que
experimenta no solo se plasma en lo que cuenta, sino que la estructura de los
capítulos también lo refleja. Los primeros sirven de presentación (de lo que le
ocurrió y de ella misma) y a continuación describe con minuciosidad la entrada
en la habitación de la criada —un territorio desconocido para G. H. pese a
formar parte de su propiedad—, el momento de abrir el armario, el
descubrimiento de la cucaracha. Sin embargo, mientras la mujer permanece
sentada en la cama de la sirvienta, mirando al insecto atrapado, esa concreción
del espacio ocupa un lugar secundario y el protagonismo de la narración recae
en lo metafísico, en sus pensamientos. Hablando de los capítulos, hay que
destacar que todos comienzan con la última frase del anterior, como un
recurso para potenciar más la conexión entre lo que deriva de lo experimentado
en las páginas previas.
Por otra parte, la novela está llena de metáforas y otros recursos
lingüísticos, entre los que merece la pena subrayar el papel de la cucaracha.
Además de actuar como desencadenante y de simbolizar aquello que incomoda a la
protagonista, se puede interpretar como una metáfora de la propia G. H., de su
antes y después, de cómo su yo anterior le desagrada como esa cucaracha,
mientras que en su yo nuevo ella y la cucaracha están unidas porque forman
parte de la vida. El insecto pasa de desagradarle a ser aceptado, de una forma
parecida a la que ella acaba rechazando su modo anterior de entender la
existencia y se acepta como otra G. H. («Mi error, no obstante, debía de ser el
camino de una verdad: pues únicamente cuando me equivoco salgo de lo que
conozco y entiendo», p. 94).
La pasión según G. H. es, en
consecuencia, una obra en la que no
sucede nada y sucede todo, porque ¿qué hecho resulta más significativo que
esta aproximación al alma? La autora utiliza un incidente aparentemente anodino
(el hallazgo de una cucaracha) para recrear una transformación en la que lo
desagradable del insecto de connotaciones kafkianas ejerce como contrapunto de
la conciencia humana («La cucaracha es un ser feo y brillante. La cucaracha
está al revés. No, no, ella misma no tiene ni derecho ni revés: ella es
aquello. Lo que en ella está visible es lo que oculto yo en mí: de mi lado que debería
estar visible he hecho mi revés oculto», p. 66-67). Para que la transformación
de G. H. se produzca, se da una circunstancia clave: se encuentra sola en casa.
Ha entrado en ese cuarto porque la criada no está, ha descolgado el teléfono
para que nadie la moleste. En alguna ocasión, el miedo a enfrentarse a sus temores
hace que desee que alguien llame a la puerta y de este modo interrumpa lo que
le acontece, como una forma de procrastinar aquello que le conlleva un gran
esfuerzo; pero finalmente nadie obstaculiza el trance. Por lo tanto, Lispector utiliza
la soledad como reencuentro con uno
mismo, una liberación silenciosa, con G. H. recluida en una habitación.
Dado que La
pasión según G. H. se mueve en el territorio de lo interior, de lo
metafísico, su significado resulta
universal y atemporal. No importa que transcurra en Brasil, en un ático, en
una habitación, porque en cualquier lugar y ambiente se puede encontrar una
particular «cucaracha» que lleve a esta transición gradual. Tampoco tiene una
relevancia que la protagonista sea una fémina, porque, más allá de los
comentarios acerca de la extrañeza que suscita que una mujer se dedique al arte
(tengamos presente que la novela se publicó en los años sesenta y la propia
autora seguramente conocía bien esta situación por dedicarse a la escritura), Lispector
no utiliza la categoría del género como elemento significativo en el desarrollo
vital de G. H.
Clarice Lispector |
En
suma, leer La pasión según G. H.
supone, hasta cierto punto, experimentar en primera persona la transformación
de la protagonista, porque la narración, tan densa y reflexiva, se convierte en
ese viaje complicado que exige el esfuerzo del lector, un viaje que, por
fortuna, termina resultando tan gratificante como la revelación de G. H. («Porque me he sumergido en el abismo comienzo a amar
el abismo de que estoy hecha», p. 125) y, del mismo modo que ella empieza a
mirar el pasado desde otra perspectiva, invita a releer estas páginas para
captar todos aquellos detalles que pasaron desapercibidos en una primera
lectura, cuando aún no se sabía hacia dónde se dirigía el libro. A pesar de
toda la angustia, el mensaje final es de optimismo, no del optimismo tranquilo
y fácil de la promesa de felicidad, sino de un optimismo ligado al redescubrimiento de sí misma, y es que, en sus propias palabras, «Ser real es
asumir la propia promesa: asumir la propia inocencia y recuperar el gusto del
cual nunca se tuvo conciencia: el gusto de lo vivo» (p. 130).
Me han recomendado a Clarice Lispector por activa y por pasiva. Recomendaciones personales y por parte de diferentes personas. Algo como "Ana, tienes que leer a Clarice, te va a encantar". Y eso me da un poco de miedo porque una teme ir con el punto de mira desajustado.
ResponderEliminarDespués de leer tu completa reseña empiezo a tener claro porqué me la recomiendan y porqué me va a gustar. Precisamente el otro día la busqué en la biblioteca y tuve este libro entre mis manos, me llamaba la atención lo de la cucharacha (que me pareció en principio muy kafkiana) y supuse que detrás de esa cucaracha habría una alegoría de algo. No me lo traje porque quiero encontrarle el momento, pero ya sé que está ahí (y al fin al cabo la biblioteca está enfrente de mi casa, es como tenerla en casa).
Gracias por la reseña, magnífica y detallada, no lo puedo asegurar hasta que lea el libro pero presiento que has captado (y compartido) la esencia del libro.
Saludos!
A mi no me llama mucho así que la dejo pasar.
ResponderEliminarUn beso.
No me llama nada la atención así no lo anoto.
ResponderEliminarBesos!
He intentado por todos los medios acercarme a este tipo de libros "filosóficos", pero no consigo meterme en la historia y termino dejándolos porque me siento perdida. Aún así, yo sigo intentándolo. Este libro será mi siguiente intento. Abrazos.
ResponderEliminar@Ana Blasfuemia. Normal que te la recomienden; es todo un clásico del siglo XX, aunque tengo la impresión de que, al menos aquí, es menos conocida/leída de lo que debería ser. Este libro es bastante complicado de leer (para mí, incluso más que Marcel Proust, y ya es decir...), pero merece la pena hacer el esfuerzo porque pocas veces nos encontramos con obras tan redondas y exigentes, con las palabras tan bien elegidas. Sus relatos también son espléndidos.
ResponderEliminar@Tabuyo, @Kristineta. A ver si la próxima novela que reseñe os interesa más :).
@Marisa C. Son libros difíciles, cierto. No sé si este es la mejor opción para que intentes retomarlos, porque además el comienzo es bastante complicado (yo no comprendí del todo el primer capítulo hasta que terminé el libro y lo volví a leer). De todas formas, pienso que la única forma de llegar a entender (y disfrutar) estas obras es enfrentándose a ellas aunque cuesten, así que creo que haces muy bien en intentarlo :).
ResponderEliminarUna reseña muy bien diseccionada y hecha!!,aunque creo que por ahora no es el momento adecuado para que este libro y yo nos encontremos,besotes
ResponderEliminar@Susana Palacios. Te entiendo perfectamente. Hay que encontrar el momento adecuado para conectar con ciertas lecturas.
ResponderEliminarWowww..... Una reseña magnífica! Debo confesar que no conocía a la autora, me gusta y me tienta, y mucho, lo que nos cuentas.
ResponderEliminarMe la llevo apuntada, muy bien apuntada, y prometo volver en cuanto la lea y contarte mis impresiones.
Muchas gracias por tu recomendación y de nuevo, enhorabuena por la reseña.
Besos
Uys, pues tengo que reconocer mi ignorancia, que no conocía a esta autora. Una lectura difícil, por lo que cuentas. Temo perderme un poco, pero la verdad es que me tientas, aunque tenga que leerme varias veces las páginas para enterarme de algo, pero me gustan estas lecturas que hacen trabajar al cerebro.
ResponderEliminarBesotes!!!
@Cristina_Roes. Muchas gracias, y me alegro de que el libro te haya llamado la atención. Clarice Lispector es una autora que merece ser leída y releída, tiene un estilo único, personal, exigente. Me ha fascinado.
ResponderEliminar@Margari. Reconozco que tuve que releer bastante sobre la marcha, sobre todo al principio (estuve tentada de abandonar el libro cuando vi lo difícil que era). A partir del segundo capítulo, empieza a narrar de una forma más lineal y puedes situarte, aunque de todos modos es un libro que necesita la concentración al 100% porque todos los párrafos, todos, tienen algo que decir.
Esta vez, a pesar del análisis tan exhaustivo que has hecho, o mejor dicho gracias a él, puedo decir que el libro no es para mí. Lo de las connotaciones kafkianas no ayuda, porque leí "La metamorfosis" y no me gustó nada. Quizás fue el momento, o el que fuera una lectura obligatoria, pero no lo disfruté.
ResponderEliminarAsí que lo dicho, esta vez no me llevo la recomendación.
1beso:)
No tenía constancia de este libro, pero me lo apunto.Gracias
ResponderEliminar@Elena:). Ay, es lo malo de las lecturas obligatorias, que muchas veces hacen que se disfrute poco de un libro que en otras condiciones podría gustar mucho.
ResponderEliminar@NYKAA. Espero que lo disfrutes :).
Genial Rusta. De verdad enhorabuena por tu crítica. No he leído a Clarice Lispector, pero si a Proust y a Kafka, y ciertamente no es nada fácil analizar obras de este calibre, por eso me ha encantado lo que escribes.
ResponderEliminarConforme ibas hablando de su obra no he podido dejar de pensar en Virginia Woolf; es como si las dos compartieran esa capacidad de observar atentamente algo cotidiano y trivial para convertirlo en un caudal de ideas que transforman completamente al que observa.
Seguro que conocer a Lispector va a ser toda una experiencia, mil gracias por introducirnos a su obra.
Un beso :)
@Marie. Vas bien encaminada: he leído varios artículos que comparan a ambas autoras, aunque en sus inicios Lispector dijo que no había leído a Woolf. Yo espero ponerme en serio con Virginia Woolf el año que viene, tengo tres o cuatro libros suyos por aquí y ya es hora de leerla en condiciones :).
ResponderEliminarGran artículo, con esta introducción tal vez sea menos difícil llevarle el hilo a Lispector.
ResponderEliminarOjalá ayude. De todas formas, hace poco he leído algunos relatos de Lispector y creo que son la mejor opción para leerla por primera vez. Son buenísimos, con un estilo cercano a Virginia Woolf, pero sin resultar tan "complicados" de entrada como esta novela.
ResponderEliminarHace tiempo que publicaste esta crítica, pero yo no lo he leído hasta ahora. Hoy lo he terminado absolutamente fascinado. Había leído tu crítica antes de leerlo y la he vuelto a leer después, y ahora tengo la impresión de que, a pesar de que es evidente, no has entendido los aspectos más profundos de la obra, tal vez por ese encabezamiento de Clarice Lispector de anhelar lectores con el alma formada. La obra es claramente mística y habla de Dios, de encender nuestra necesidad de Dios para que este aparezca en nuestras vidas. El proceso de G. H. le lleva a considerar la categoría de ser en esa cucaracha que le repugna y se acerca a ella metafisicamente, para descubrir por un proceso místico la inmanencia de un Dios que está ahí, sin que nosotros lo intuyamos, un Dios incompleto que nos necesita tanto él a nosotros como nosotros a él. Habla del anonadamiento del ser, de la vida como estado neutro porque la vida es precisamente eso, no hay más. Habla de la desheroización de la vida, de la necesidad del fracaso, de los actos mínimos. Pienso, para mi sorpresa, que es un libro profundamente cristiano, habla del Vía Crucis y menciona la pasión de Cristo. He leído diversas críticas que parecen eludir este aspecto meridianamente claro. Cuando lo he comprendido, el libro se me ha iluminado. En mis veinte años decidí renunciar a Dios porque no me aportaba nada en mi vida, y así he vivido, y así he educado a mis hijas, en la no necesidad de Dios, pero comienzo a tener dudas. El libro de Clarice Linspector es un libro muy valiente por plantear lo que plantea, pero los críticos que no conciben lo religioso como una aportación le dan vueltas y vueltas al libro sin ver lo que evidentemente es: un proceso espiritual de descubrimiento de Dios. Cuando comprendes esto, la obra es absolutamente transparente. Saludos. No sé si verás este comentario, pero aquí lo dejo.
ResponderEliminar