Edición:
Errata naturae, 2018 (trad. Miguel Ros González)
Páginas: 144
ISBN: 9788416544622
Precio: 14,00
€
Después
de El trabajo cultural (1957), una
crónica mordaz sobre los intentos de sacudir el círculo intelectual italiano de
mediados del siglo XX desde una ciudad de provincias, Luciano Bianciardi
(Grosseto, 1922–Milán, 1971) siguió narrando con humor corrosivo las maniobras
de un grupo de jóvenes letraheridos para hacerse un hueco en el sector
cultural y tratar de modernizarlo, de quitarle el polvo que el fascismo y la
guerra dejaron en él, aprovechando la oportunidad del crecimiento económico.
Por supuesto, estos libros beben de su experiencia. En La integración (1960), el narrador,
llamado Luciano a cara descubierta, se traslada a Milán junto a su hermano,
Marcello: una vez lejos de su pequeña ciudad de provincias, comienzan a
trabajar en el mundo editorial.
No encuentra ningún vínculo con ella, y tampoco con la otra Italia, la del sur, que pasa hambre, que sobrevive con cien mil liras al año por familia, que no sabe leer ni escribir. Entre esas dos Italias, deprimidas por diferentes motivos, como suele decirse, nuestra Italia de en medio no consigue mediar. Estar ahí será todo lo cómodo que quieras, pero no sirve de nada. Yo creo que tú y yo hemos venido al norte precisamente para eso, para intentar mediar. Si has venido con la idea de instalarte en la «gran ciudad» para vivir a cuerpo de rey, te equivocas de lleno y te repito que eres un provinciano. Hemos venido al norte como podíamos haber cogido el tren rumbo al sur, a Matera. Hemos llegado a una zona deprimida, escucha bien lo que te digo, y mucho más difícil que Lucania, porque allí abajo la depresión salta a la vista de inmediato, mientras que aquí se disfraza de progreso, de modernidad. Pero es depresión: mírales a la cara y te darás cuenta. A nosotros nos toca luchar por el alzamiento, por el resurgimiento, por qué no decirlo, de esta Italia, también de esta Italia.
Los
hermanos se unen a un grupo de intelectuales que pone en marcha un proyecto,
una línea editorial que se pretende novedosa. Bianciardi retrata la ingenuidad
de todos ellos, de esos pardillos con interés por la sociología, las
desigualdades, las grandes ideas; esos muchachos, en fin, cargados de buenas
intenciones, pero que se topan –no podía ser de otra manera– con la cruda
realidad. No resulta fácil poner en práctica esas expectativas elevadas, no
resulta fácil conseguir que la editorial (que, al fin y al cabo, no deja de ser
un negocio) salga adelante. La indisciplina, el desorden, los problemas con los
pagos. El libro cuenta las dificultades que se producen en el paso de la
teoría, el debate amigable, sin presión, a la concreción de un proyecto en el que
todos tienen que hincar codos para que funcione. Indaga también en el rol de
las mujeres en él:
¿Qué piensan las mujeres? ¿Hasta qué punto y de qué forma han cambiado, en los últimos cien años, en los últimos cincuenta años? ¿Hasta qué punto son las mujeres las que se impregnan de la ideología que conviene al patrón? Me refiero a la mujer de a pie, a esa historia de las medias, la permanente, el pintalabios, el perfume y todo lo que se compra para gustarle. Porque detrás de todo eso, que parecen naderías superficiales, hay una ideología, y vosotros sabéis de sobra cuál. Así es, ni más ni menos, como una ideología se vuelve operativa; de poco sirve mientras sea un libro, un artículo, palabras escritas.
El
título hace referencia al hecho de que, con el tiempo, el protagonista se
adapta a esa nueva vida. Pasa de ser un joven con pájaros en
la cabeza a «integrarse» en la sociedad milanesa, al sistema del que tanto
renegaba: un trabajo bien remunerado, los horarios fijos, la seguridad del matrimonio
(sí, también se habla de amor, que, como todo lo demás, va de los
primeros encuentros apasionados, febriles, con una chica llamada Anna, a la
monotonía de la pareja de casados, que encarna lo opuesto). Es algo así como
hacerse adulto: renunciar a los sueños revolucionarios de juventud, en la línea
de lo narrado en El trabajo cultural.
Bianciardi se ríe de sí mismo, de su candidez y sus locuras, de su aprendizaje
a golpes; una autocrítica hilarante.
«Hemos ido a dar con una panda de locos», me decía. «¿Te das cuenta de que cada día tienen ideas nuevas y no profundizan en ninguna?».
Luciano Bianciardi |
Las
crónicas de Bianciardi –por ahora se han publicado las dos mencionadas
y la más aplaudida, La vida agria
(1962), las tres con traducción de Miguel Ros González para Errata naturae– son
un testimonio lúcido y divertido de su tiempo, que disfrutarán sobre todo
aquellos que, como él, conocemos los entresijos de este ambiente. Hay,
por ejemplo, un capítulo sobre corrección, comillas y demás que encantará a
todos los que alguna vez se han enfrentado, bolígrafo en mano, a una maqueta; genial. Ah, y no solo merece la pena por el contenido: el estilo del autor es asimismo espléndido, con su sarcasmo, su
precisión y sus reflexiones inteligentes. Es una suerte, en definitiva, que la
editorial haya apostado por recuperar su obra: enriquece nuestro bagaje al
tiempo que nos deleita con un placer intelectual. Bien, muy bien.
Citas
en cursiva de las páginas 38, 42 y 73.
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