Edición: Anagrama, 2017 (trad. Jaime Zulaika)
Páginas: 616
ISBN: 9788433979711
Precio: 25,90 €
(e-book: 12,99 €)
Leído
en versión original (The Paying Guests,
2014).
Con
seis libros a sus espaldas, Sarah Waters (Gales, 1966) se ha consolidado como
una de las herederas contemporáneas más notables de la tradición gótica decimonónica, junto con autoras como Kate
Morton (El jardín olvidado), Diane
Setterfield (El cuento número trece)
o Katherine Webb (Una canción casi olvidada). Sarah Waters, que suele situar sus historias entre la época
victoriana y la primera mitad del siglo XX, construye tramas llenas de romance,
suspense, en ocasiones un toque de espiritismo; motivos, en suma, propios de la
novela popular, con la particularidad de estar revisados desde un enfoque
feminista. Sus novelas exploran la cuestión del amor entre personajes del
mismo sexo, salvo El ocupante (2009),
una muy lograda historia de fantasmas. En cierto modo, actualiza el
género añadiendo los temas tan a menudo silenciados. Los huéspedes de pago (2014), su título más reciente, ofrece otro
tanto de lo mismo, solo que su estilo e inventiva parecen haber dado un paso
atrás.
Londres,
1922. Frances, aún soltera a sus veintiséis años, vive con su madre en un
caserón. No tiene intención de casarse: mantuvo una relación con una mujer, con
la que estuvo a punto de marcharse para empezar una vida juntas, pero,
tras la muerte de su padre y sus hermanos, no se atrevió a dejar a su madre
sola. Ahora, las dificultades económicas las obligan a alquilar una parte de la
vivienda a un joven matrimonio, Leonard y Lilian Barber. Él es un hombre bien
posicionado, mientras que ella, de origen humilde, ascendió de clase al
casarse. Frances y Lilian traban amistad enseguida, una amistad que puede ir
más allá… no sin complicaciones. Sarah Waters vertebra la novela alrededor de
una protagonista atrapada entre dos
mundos: el orden tradicional, de antes de la Gran Guerra, que no daba a las
mujeres otra opción que convertirse en esposas devotas; y el orden progresista,
que irrumpe en los años veinte y alimenta su deseo de convertirse en una mujer
independiente que viva su amor con libertad.
No
es un mal planteamiento. De hecho, la primera parte, con su
introducción del personaje de Frances y del contexto social, es quizá lo más
interesante de la novela, si bien su retrato de los años veinte está lejos del espíritu y las sugestiones de obras
como El gran Gatsby, el clásico de F.
Scott Fitzgerald. La autora opta por centrar-se en las tensiones que atañen a
las mujeres que, como la protagonista, no han roto el cordón umbilical
y se sienten insatisfechas porque no quieren seguir las convenciones. La vida
de Frances ha estado siempre vinculada a dos mujeres: por un lado, su madre,
que encarna el pensamiento conservador; por el otro, Christina, su ex, que a
diferencia de ella se ha independizado y convive con su nueva pareja, con la
que se mueve en el ambiente urbano bohemio, en contraposición con la mansión
venida a menos de Frances y su madre (a propósito, el personaje de
Christina, tan atractivo por su aire de modernidad y autosuficiencia, podría
haber tenido un papel más relevante).
El
problema comienza con la relación de Frances y Lilian. A medida que su historia avanza,
la novela, que hasta entonces tenía cierto fuste gracias al contenido social y
el malestar de la chica, adquiere los tintes de una telenovela, una telenovela
con todos los clichés imaginables, excesiva en sus descripciones eróticas,
afectada en su lenguaje, repetitiva y demasiado larga. Tal vez algunos lectores
y críticos verán como un punto a su favor la narración de un romance lésbico en
este periodo (cosa que, por otra parte, es costumbre en Sarah Waters, así que no
se puede calificar de «original»); no obstante, el valor de una creación
literaria no debería medirse solo por la hipotética novedad del asunto, sino
por el tratamiento que se da a este. En este libro, si cambiamos a Frances por
un hombre, obtenemos el melodrama manido
de siempre sobre una relación extraconyugal —de hecho, la autora se inspiró en
dos casos reales en los que estuvieron involucrados el marido, la esposa y el amante
de esta. Pensó en cuán interesante sería que el amante hubiera sido una mujer,
y este es el resultado—. La tensión se encuentra más en la naturaleza
«prohibida» por estar Lilian casada (es decir, los mismos parámetros que una
relación entre amantes heterosexuales) que en su condición de lesbianas, que
apenas añade complejidad. Si pretendía emular una novela de época, quizá no
debería haberlo puesto todo tan fácil entre ellas, tan plano que carece de verosimilitud.
Sarah Waters |
En
la tercera parte, un suceso turbio da un giro a la trama, que adopta el tono de una novela de intriga. Lo mismo de antes:
demasiados tópicos. Entretiene, sí, porque Sarah Waters sabe
contar una historia, pero se trata de ese entretenimiento vacuo de
las creaciones culturales que son meras repeticiones de lo que ya se ha contado
muchas veces, sin enriquecerlas, sin ofrecer otra mirada. Incluso el desenlace deja bastante que desear, por poco arriesgado: muchas (demasiadas) páginas, muchas
idas y venidas, pero no se pringa, no se ensucia las manos. El nuevo orden derrota al viejo, la puerta está
abierta al amor. Buen mensaje, de acuerdo, pero el camino para llegar a él no convence.
Además, valorando el conjunto, se hace una transición brusca de la quietud de
la primera parte a la excitación desmedida (primero carnal, después dramática y
policíaca) de las otras dos; la novela está descompensada. Después de una muy
buena obra como es El ocupante —oscura,
sutil, ambigua, con un punto de vista bien encontrado y mucha contención
emocional—, la autora patina con Los
huéspedes de pago, que, si bien funciona como recreación costumbrista del
periodo de entreguerras, naufraga por su falta de precisión, sus lugares
comunes y sus excesos.
Mira estaba a punto de tirar la toalla con este libro y voy a quitar «el punto». Se me está haciendo tediosa y aburrida y no la he dejado antes por no hacerle un feo a una de mis escritoras favoritas. Pues a otra cosa mariposa.
ResponderEliminarEs que además es demasiado larga, y hay tramos muy repetitivos, de dar vueltas a lo mismo una y otra vez. Una pena, con lo que disfruté con "El ocupante".
EliminarPara mí la mejor es Falsa identidad, si no la has leído te animo. El ocupante me gustó pero le sobran páginas.
ResponderEliminarTomo nota; ¡gracias!
EliminarPues no he leído nada de esta autora pero por lo que cuentas de esta novela, la voy a dejar pasar. Mejor busco El ocupante. Y me apunto también la que te ha recomendado Conxi.
ResponderEliminarBesotes!!!
Sí, mejor que empieces a leerla por otro libro. Es una buena escritora, esto ha sido un tropiezo.
Eliminar"Falsa identidad" siempre será la mejor novela de mi adorada Sarah Waters <3
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