Edición:
Anagrama, 2016 (trad. Javier Albiñana)
Páginas:
344
ISBN:
9788433979612
Precio:
19,90 € (e-book: 9,99 €)
Delphine,
una escritora francesa de mediana edad, madre de dos hijos y pareja de un
director de documentales, sufre un bloqueo creativo: «Ahora puedo admitirlo: la
escritura a la que hacía tanto tiempo que me dedicaba, que tan hondamente había
transformado mi existencia y tan preciada había sido para mí, me aterrorizaba»
(p. 8). Este miedo a la página en blanco le llega en los años posteriores a la
publicación de su mayor éxito, una autoficción sobre su familia que, en medio
de muchas satisfacciones, le ha causado un inesperado disgusto: los mensajes
anónimos de alguien, supuestamente cercano a ella, que no se ha tomado nada
bien que hiciera públicos unos asuntos tan personales. Este no es el único
cambio que ha experimentado Delphine: también ha entrado en su vida L., una
mujer de su edad, «negra» literaria, que enseguida se ha convertido en una
amiga íntima con quien abrirse en canal. Este es el argumento de Basada en hechos reales, Premio Renaudot
2015, la última apuesta de Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), un juego de espejos que comienza por
los paralelismos entre la autora y la protagonista, que se expresa en todo
momento en primera persona —De Vigan, como la Delphine de la novela, dio un
gran salto con su anterior trabajo, Nada
se opone a la noche (2011), que relata la vida de su madre—.
A vueltas con la autoficción
El
planteamiento obliga, de entrada, a preguntarnos cuánto hay de realidad
y de invención, viniendo como viene de una escritora que ha trabajado tanto la
autoficción (en su debut, Días
sin hambre, 2001, y diez años después en su obra más aclamada) como la
ficción «pura» (en novelas como No y yo,
2007, o Las horas subterráneas,
2009). Hay una parte de la Delphine personaje que resulta indisociable de De Vigan: su identidad (mujer, madre, compañera, escritora) y todo lo
que atañe a su oficio, esto es, sus reflexiones sobre la relación entre la
escritura y la vida, el éxito literario («El éxito de un libro es un accidente
del que no se sale indemne, pero sería indecente quejarse», p. 33), las
lecturas que la han acompañado, los dilemas éticos por escribir sobre uno mismo y los suyos. La otra cara de la novela, la más novelesca, la conforma el personaje de L., con la crisis que
desencadena progresivamente en Delphine. En el fondo, poco importa cuánto hay
de verídico en el argumento, porque el interés reside en integrar ambas
vertientes, jugar con lo que es y lo que podría ser, para dar forma a una espléndida
novela que funciona tanto en la construcción
de la subjetividad como en su faceta de thriller psicológico (no
en vano cita a Stephen King al principio de cada parte).
—Yo no te hablo del resultado, te hablo de la intención. De la impulsión. La escritura debe ser una búsqueda de la verdad, si no, no es nada. Si a través de la escritura no intentas conocerte, hurgar en lo que llevas dentro, lo que te constituye, abrir tus heridas, rascar, ahondar con las manos, si no pones en tela de juicio tu persona, tu origen, tu medio social, eso no tiene sentido. No hay más escritura que la escritura sobre uno mismo. El resto no cuenta. De ahí que haya tenido tanta resonancia tu libro. Has abandonado el territorio de lo novelesco, has abandonado el artificio, la mentira, las mistificaciones. Has vuelto a lo Verdadero, y tus lectores no se han engañado. Esperan de ti que perseveres, que vayas más lejos. Quieren lo que está oculto, disimulado. Quieren que acabes diciendo lo que has eludido siempre. Quieren saber cómo eres, de dónde vienes. Qué violencia ha engendrado a la escritora que eres. No se dejan engañar. Sólo has alzado una parte del velo y lo saben perfectamente. Si lo que vas a hacer es volver a escribir pequeñas historias de gente sin hogar o de ejecutivos deprimidos, más te vale quedarte en tu empresa de marketing.
Es
peliagudo usar conceptos como «real» o «verdad» al comentar literatura. He
aquí otro debate sugerido: a menudo se da por hecho que realidad e invención ocupan
territorios separados, pero ¿qué ocurre cuando se introduce verdad en una
historia inventada? Dicho de otro modo: un escritor puede narrar un suceso que
no le ha ocurrido (ficción), que sin embargo beba de sus experiencias a la hora
de formular una determinada introspección o idea. En opinión de L. —que,
detalle importante, es escritora de autobiografías y libros de memorias—, en
literatura solo importa la experiencia real, la autoficción (su posicionamiento
recuerda al de esas discusiones actuales que a grandes rasgos concluyen que
la literatura contemporánea se ha centrado en el yo mientras que las series de
televisión se ocupan, y muy bien, de las grandes construcciones novelescas);
Delphine, por su parte, cree que lo importante es que el texto tenga verdad, aunque esté disfrazada de una
historia de mentira. Este punto de vista parece encarnado en Basada en hechos reales: un libro con
mucha «verdad», convincente, y sin embargo ambiguo, enredado, fuera de los
límites de la autoficción.
—Verás, la ficción, la autoficción, la autobiografía, nunca representan para mí una idea fija, una reivindicación, ni siquiera una intención. Son [...] un resultado. En realidad, creo que no percibo las fronteras de manera muy clara. Mis libros de ficción son tan personales, tan íntimos, como los otros. A veces es necesario disfrazar para explorar el tema. Lo importante es la autenticidad del texto, quiero decir su necesidad, su ausencia de cálculo.
Más
allá de este interrogante, Basada en
hechos reales destaca asimismo por su naturaleza metaliteraria: la voz de una escritora que intenta escribir un
libro mientras digiere todo lo que ha supuesto su publicación anterior. Los
motivos por los que triunfó precisamente su obra más personal, el impacto que
produjo en muchos lectores que se le han acercado emocionados, los riesgos para
los familiares a quienes no ha gustado encontrarse en sus páginas, la incógnita
de qué esperan ahora de ella sus lectores. En este sentido, De Vigan ha sabido
reciclar muy bien su experiencia para tirar del hilo de la autoficción y
promover debates en el mundillo (a propósito: es una novela perfecta para un
club de lectura). Además, un aspecto muy interesante de su alter ego es el hecho de referirse a sus lecturas, tanto clásicas
como actuales, incluyendo a coetáneas como Agnès Desarthe o Verónique Ovaldé
—qué poco habitual es ver a un autor, no ya hablando de sus colegas vivos, sino
escribiendo sus nombres en una
novela—. La escritora no solo escribe: lee, y de todo. Estas menciones, más
allá de hablar de sí misma, tienen una razón de ser que se comprende al final
(una genialidad).
El deseo de ser otra
Sería
una lástima que las lecturas se quedaran en el debate sobre
la autoficción (pertinente, sí, pero no lo único relevante). Con el personaje
de L., la autora plantea un tema sugerente: el deseo de ser otra persona y, por
extensión, la posibilidad de encarnar a
otro en la ficción. Porque L. no es una amiga cualquiera para Delphine:
desde el principio le llama la atención por ser, en cierto modo, la mujer que
ella siempre ha querido ser (y que ya se ha resignado a no ser nunca).
Sofisticada, con una imagen impecable, segura de sí misma, eficiente, valiente
en los momentos precisos; una mujer que despierta admiración. L. no solo se
dedica a la literatura, como Delphine, sino que tiene las habilidades
necesarias para ser una escritora fantasma perfecta: está acostumbrada a
relacionarse con la gente: causa buena impresión, se gana su
confianza con facilidad y, lo más inquietante, sabe encontrar las palabras
exactas para reconfortar a su amiga. L. puede
entenderse como el complemento de Delphine: las dos parten de la misma base
(edad, formación, intereses), pero han orientado sus capacidades en direcciones
distintas y no obstante afines.
Había aceptado hace tiempo la idea de que yo no era una de esas mujeres impecables, incontestables, que había soñado ser. En mí siempre había algo que rebasaba los límites, se torcía o se desmoronaba. Tenía un pelo raro a la vez tieso y rizado, era incapaz de conservar el carmín más de una hora y siempre llegaba un momento, ya entrada la noche, en que me frotaba los ojos, olvidando el rímel de las pestañas. Si no me andaba con mucho cuidado, tropezaba con los muebles, me saltaba los escalones, los desniveles, me equivocaba de piso al volver a casa. Me había resignado a eso y a lo demás. Y más valía tomárselo a risa.
Ese
deseo de ser otra no se puede desligar de la construcción de identidad de
Delphine: con pocas (pero justas) pinceladas, la narradora deja entrever su
adolescencia, las escenas que se grabaron en su memoria, las torpezas que ha
aprendido a aceptar como parte de sí misma. Es en la formación de la identidad
cuando se hace palpable lo que define a uno y lo que se queda fuera; de ahí
surge la fascinación inicial por L., una mujer en quien se mira con el anhelo
de parecérsele. «En la edad adulta, la amistad se construye sobre una forma de
reconocimiento, de connivencia: un territorio común. Pero creo también que
buscamos en el otro algo que no existe en nosotros mismos sino de una forma
menor, embrionaria o reprimida. Por ello tendemos a trabar amistad con aquellos
que han sabido desarrollar una manera de ser hacia la que tendemos sin éxito»
(p. 184). Interesante: la amistad en la edad adulta —un buen tema
en sí mismo por lo poco explorado que está en comparación con las historias de
amigos niños o jóvenes— como una atracción por el «éxito» (en sus múltiples
formas) del otro. También ocurre a la inversa: L., que no ha firmado libros con
su nombre, siente verdadera fijación (¿celos?) por lo que debe o no debe
escribir Delphine. En esta seducción mutua está la raíz aparente de la relación
entre L. y Delphine.
La intromisión de la extraña
Esa
amistad, con todo, no tiene nada de inocente. En el fondo, L. sigue siendo una
desconocida para Delphine: apenas habla de sí misma, vive en un piso que parece
un decorado, dijo que fue su compañera de clase, pero Delphine no la recuerda.
Muchos detalles invitan a la desconfianza:
«recuerdo haberme dicho que L. no había sido siempre la mujer deslumbrante y
sofisticada que tenía delante. Algo en ella, algo oculto, apenas perceptible,
indicaba que L. volvía de lejos, de un territorio oscuro y fangoso, y que había
sufrido una metamorfosis espectacular» (p. 53). Su comportamiento, tan jovial
al principio, comienza a resultar inquietante por su control de Delphine: ha
leído todo lo que ha escrito (entrevistas y artículos incluidos), parece
conocerla a la perfección, la obsesión roza lo escalofriante. Por parte de la
narradora, abundan las manifestaciones de duda, inseguridad: suele comentar que
en un determinado momento percibió algo extraño en L., pero que luego lo
olvidó, le restó importancia. O que, de hecho, no notó nada raro hasta que lo
pensó más tarde. Al fin y al cabo, L. sabe cómo mostrarse encantadora.
—Sé lo que estás pensando. Y te equivocas. Existe una gran diferencia entre lo que sientes, la manera como lo percibes, y la imagen que das de ti. Todos llevamos impresa la mirada que se posó en nosotros cuando éramos niños o adolescentes. La llevamos así, como una mancha que solo algunas personas pueden ver. Cuando te miro, veo tatuada en tu piel la marca de la burla y del sarcasmo. Veo qué mirada se posó en ti. De odio y de recelo. Afilada y sin indulgencia. Una mirada con la que resulta difícil construirse. Sí, yo la veo y sé de dónde procede. Pero créeme, poca gente la percibe. Poca gente es capaz de adivinarla. Porque la ocultas muy bien, Delphine, mucho mejor de lo que piensas.
Las
referencias a Stephen King (y se podría añadir al Henry James no fiable de Otra vuelta de tuerca) cobran sentido a
medida que la fascinación por L. evoluciona en una dominación perversa o, en sus propias palabras, «una suerte de
hechizo progresivo» (p. 184). Delphine conoce a L. en un momento de cambio
personal que debilita sus lazos: los hijos, jóvenes, se van de casa para
estudiar; y su compañero está de viaje para rodar un documental. Sin darse
cuenta, se va quedando sola, y esto refuerza su unión con L., con quien tiene «ese
modo exclusivo e imperioso de estar vinculado con la otra persona que puede
vivirse a los diecisiete años» (p. 63). Su relación plantea una idea que
expreso con las palabras de Marina Sanmartín en El amor que nos vuelve malvados (2014): «hay cierto placer en
cuidar de alguien hasta convencerle de que no puede responsabilizarse de sí
mismo» (p. 40). Entre la seducción y el embrujo, L. invade la vida de Delphine,
una relación tóxica marcada por la manipulación. Y De Vigan manipula también al
lector con este juego de espejos. ¿Quién es realmente L.?
Delphine de Vigan |
Delphine de
Vigan firma en Basada en hechos reales
un divertimento de buen nivel literario que bebe tanto de ese género tan
francés de la autoficción como de la ambigüedad y los narradores no fiables más
característicos de otras literaturas. Y, además, lo plantea todo como un
espléndido juego metaliterario donde tienen cabida autores de ayer y hoy, de
los géneros más diversos. Logra un equilibrio entre la parte reflexiva, con suculentos debates sobre literatura, escritores fantasma y lo
que se espera del novelista en la actualidad (recomendación: léase con un lápiz
en la mano), y la trama pura y dura de suspense psicológico, con la tensión en
aumento progresivo y (perdón por el tópico) un ritmo trepidante que (perdón de
nuevo) atrapa de principio a fin. He aquí un libro de los que alimentan la
mente mientras provocan el entusiasmo ardoroso del placer lector. Bravo.
Citas en cursiva de las páginas 80, 81, 56 y 57.
A mí me ha maravillado la novela. Esta autora es una grande entre las grandes. Pronto iré a por Días sin hambre.
ResponderEliminarBesos
Coincidimos, pues. Ahora quiero leer todo lo que ha publicado, y puede que comience también por "Días sin hambre".
EliminarNo he leído a la autora aún, pero ganas no me faltan, pues no paro de ver buenas opiniones... una reseña muy interesante.
ResponderEliminarUn beso!!
Yo la tenía pendiente desde hacía años, y siempre siempre me la recomendaban por aquí. Ahora puedo decir que no exageraban: merece la pena, y además es una voz con la que "conecto" muy bien.
EliminarGracias por una reseña tan estupenda. Delphine de Vigan es una escritora a la que tener muy en cuenta.
ResponderEliminarGracias a ti por comentar. Me alegro que coincidamos en nuestra apreciación de la autora.
EliminarVaya reseña! Interesantísima y de lo más detallada. Gracias por el análisis, estoy segura de que después de leer el libro será un placer pasarme por aquí y volver a leerlo detenidamente:)
ResponderEliminarMe apunto el libro sin duda, aunque no sé si empezar con de Vigan por aquí o por alguna de sus otras novelas, que también tienen muy buena pinta.
Con libros como este, el análisis sale solo :). Desde las primeras páginas me vi copiando párrafos y apuntando ideas. Creo que Delphine de Vigan te puede gustar mucho. Ya me contarás qué novela eliges para empezar a leerla.
EliminarComenzaré leyendo NADA SE OPONE A LA NOCHE ... muy buenos comentarios
ResponderEliminarParece que es su mejor novela. Tengo muchas ganas de leerla yo también.
EliminarLa anoto y la añado a mi extensa lista de pendientes... a este ritmo me faltan vidas para leer todo lo que quiero.
ResponderEliminarBesotes
¡La cruz de todos los lectores! :)
EliminarMuy buena reseña.
ResponderEliminarDe esta autora solo he leído "Días sin hambre", y sé que tengo que leer más libros suyos. Ese me impactó por el tema, me tocaba de cerca, y lo que dice en ese libro es muy real.
Un abrazo
Me lo compré hace poco. Espero leerlo este año (y más libros suyos).
EliminarNo he leído aún nada de esta autora y mira que la tengo en la lista de pendientes desde hace tiempo. Me queda claro que no tengo que olvidarme de ella después del reseñón que te has marcado.
ResponderEliminarBesotes!!!
Anímate. Me parece un libro muy fácil de disfrutar.
EliminarTengo pendiente este libro y a la autora. Que ganas.
ResponderEliminarUn beso ;)
Seguro que te gustará mucho.
EliminarMuchas ganas de leerla, me encantó "Nada se opone a la noche", la recomiendo totalmente
ResponderEliminarBesos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAcabo de terminar Nada se opone a la noche...Tremendo!! Cuando parece que nada puede ir peor, todavía falta! Me pregunto que pasó con la escritora y su familia, luego de revelar tanto, con esa cuestión de la autobiografía. Ahora quiero leer más de esta autora!!
ResponderEliminarPosiblemente tenía ganas de rendir homenaje a Lucile, regalarle un ataúd de papel - pues me parece el más hermoso de todos - y el destino de un personaje". NADA SE OPONE A LA NOCHE 👍
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