Edición:
Palabrero Press, 2016 (trad. Teresa Lanero; pról. Dámaso López)
Páginas:
136
ISBN:
9789491953064
Precio:
16,50 €
A
Ann Petry (Old Saybrook, Connecticut, 1908-1997) se la conoce por ser la
primera escritora afroamericana en vender un millón de ejemplares. Ocurrió con
su debut, la novela The Street
(1946), inédita en castellano, que narra las andanzas de una madre soltera
negra que lucha por labrarse un futuro haciendo frente al racismo. Por aquel
entonces la autora se había instalado en Nueva York para cumplir su sueño de
dedicarse a la escritura —además del libro, colaboraba con diversos periódicos
y había estudiado Escritura Creativa en la Universidad de Columbia—, pero su repentina
popularidad la incomodó tanto que decidió regresar a su ciudad natal para
centrarse en la literatura, sin distracciones. Hija de un farmacéutico y una
pequeña empresaria, Ann Petry creció en el seno de una familia de clase media,
en una localidad donde los negros eran minoría. Pudo recibir una buena
educación, algo poco común entre los de su etnia en aquella época, aunque esto
no la libró de sufrir episodios discriminatorios que la marcaron e influyeron
en su obra, como se puede comprobar en esta selección de cuentos.
Los huesos de Louella
Brown y otros relatos, publicado por la joven editorial
Palabrero Press, comprende cinco cuentos de Ann Petry, nunca traducidos hasta
ahora al castellano y escritos originalmente entre los años cuarenta y setenta.
Todos tienen en común el conflicto racista
(y de clase), planteado, eso sí, a través de peripecias no exentas de ironía. La
autora entiende que la mejor forma de expresar una denuncia es a través de una
historia, con diálogos vivaces, agilidad narrativa, tramas con
enredos y, en ocasiones, personajes un tanto caricaturescos. Este volumen reúne
pocos textos, pero suficientes para tomar contacto con varios registros de la escritora: del simbólico «Los huesos de Louella Brown», que parodia con
inteligencia los prejuicios de la clase dominante a través de la narración de
una peripecia improbable, a relatos más crudos que retratan una realidad
demoledora sin disfrazarla de simpatía, como «El testigo» o «Trabajadores denigrantes». Todos son, en cualquier
caso, muy buenos.
La
selección comienza con «Los huesos de Louella Brown», que tiene un argumento de
lo más sugerente y hasta cómico: al exhumar el cadáver de una aristócrata
blanca, fallecida décadas atrás, para trasladarlo a otra cripta, sus restos se
confunden con los de una lavandera negra. Los responsables de la funeraria no
saben a quién deben enterrar en la capilla selecta y a quién en el cementerio
común, y la prensa se hace eco del escándalo. Ann Petry juega al equívoco —las dos mujeres tienen las
mismas medidas y el mismo color y tipo de pelo— para poner de relieve la
hipocresía social de principios del siglo XX: la creencia de que la supuesta
superioridad blanca estaba justificada por motivos biológicos se pone en jaque al
evidenciar que, una vez muertas por largo tiempo, la blanca rica y la negra
humilde resultan indistinguibles. Bien encontrado.
Los
siguientes cuentos narran historias más realistas, con el componente
humorístico menos acentuado. En «¿Alguien ha visto a la señorita Dora Dean?»,
una voz en primera persona recuerda un episodio controvertido en la de vida de
una anciana que ahora yace muy enferma. Ese suceso, el suicidio de su esposo, ocurrió cuando la narradora tenía diez
años, por lo que le produjo un fuerte impacto, unido a la curiosidad por los acontecimientos de los que solo ha oído hablar a
medias, sin completar nunca la historia. El hombre era, en apariencia,
un marido ejemplar, que trabajaba como criado para familias blancas adineradas.
La pregunta acerca de lo que pudo inducirlo a la muerte la lleva a examinar los
entresijos, no tan previsibles como cabría esperar, de la relación entre el
servicio y los amos, en este caso, la señora.
El
protagonista de «El testigo», por otro lado, también es un hombre negro
ejemplar, un bienintencionado profesor jubilado que imparte clases en un
reformatorio para jóvenes blancos de clase media. Sin quererlo, se ve
involucrado en un acto abominable de una pandilla: «Todos eran blancos. Pero
les rodeaba un aura tan malvada, tan oscura, tan evocadora de las profundidades
de la noche, de los horrores tenebrosos de las pesadillas, que sentía un
profundo escalofrío cuando los veía. […] no se trataba de la negritud de la
carne humana, cálida, suave al tacto, se trataba de la negritud y la frialdad
del agujero de donde surgió la serpiente de D. H. Lawrence» (p. 77). De nuevo,
Ann Petry pone el dedo en la llaga: los delincuentes de Estados Unidos no son
solo los denostados negros pobres; he aquí el ejemplo de unos chicos blancos, malcriados y con recursos,
acompañado de esta maravillosa reflexión sobre la otra (y verdaderamente
negativa) negritud: la violencia y el
abuso.
Los
dos últimos relatos exploran las tensiones de la clase negra más empobrecida. En «Como una mortaja», un obrero se
promete a sí mismo, después de un encontronazo con su jefa, que no permitirá
que nadie vuelva a llamarlo «negro asqueroso» (sic). Sin embargo, tras este
enfrentamiento, el hombre se obsesiona hasta rozar la paranoia, y empieza a
percibir ofensas donde no las hay. Es una sutil forma de retratar hasta qué
punto el desquiciamiento progresivo destruye a los trabajadores
ninguneados, pero también una muestra de que, a veces, esa rabia contenida la
acaban pagando aquellos sobre quienes la víctima se siente fuerte, es decir,
quienes menos culpa tienen. Finalmente, en «Trabajadores denigrantes», un camión que transporta a familias enteras de negros
andrajosos se detiene en una gasolinera. Los responsables del negocio, hombres
sencillos, tendrán que decidir si los ayudan.
Ann Petry |
A
pesar del tiempo transcurrido desde que se escribieron, estos cuentos mantienen su frescura. Su frescura, sí, y su pertinencia, porque los
conflictos raciales en Estados Unidos (y en el resto del mundo) siguen a la
orden del día, y la discriminación y las condiciones infrahumanas para una
parte de la población no están (por desgracia) tan lejos de las realidades
plasmadas en textos como «El testigo» o «Trabajadores denigrantes». Más allá del tema en sí, en Los huesos de Louella Brown... el lector encontrará a
una escritora con oficio, una contadora de historias solvente que maneja bien
la ironía y sabe evocar imágenes provocadoras que ponen de manifiesto la falta
de fundamento de muchos prejuicios. Es necesario incorporar a más autores
negros al canon literario y a nuestras lecturas, y Ann Petry aún tiene mucho
que decir.
Hola guapa
ResponderEliminarNo conocia el libro y me ha resultado muy interesante
No es de mi estilo pero me ha llamado la atencion por lo que cuentas
Gracias, fantastica reseña
Me alegra que te haya llamado la atención. Siempre es interesante conocer a autores que en su momento marcaron tendencia pero aquí son completos desconocidos.
EliminarUna mujer muy valiente al parecer. Tengo un libro similar que leer, aunque no es de historias cortas... sino una novela que está basado en todo lo que ésta escritora ha vivido por el tema del racismo y tal.
ResponderEliminarUn besito Rusta,
Noa
Seguro que también es muy interesante. Ya nos contarás.
EliminarHoy vuelves a descubrirme libro y autora. Y me dejas con ganas de leerla. Me gustan los libros que tratan el racismo y éste parece de los imprescindibles.
ResponderEliminarBesotes!!!
Tanto como imprescindible no, pero es interesante para descubrir a una autora inédita en castellano. También te recomiendo "Yo sé por qué canta el pájaro enajulado", las memorias de infancia de Maya Angelou, si no las has leído ya. Una delicia.
EliminarNo es del tipo de novelas -relatos que suelo leer por lo que, debido a la gran cantidad de novelas que tengo en mi lista de pendientes, la dejaré pasar por ahora.
ResponderEliminarBesotes
Pues nada, a por otro que te apetezca más :).
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