Edición:
Bartleby, 2008 (trad. y prólogo de Ibon Zubiaur)
Páginas:
180
ISBN:
9788495408914
Precio:
15,00 €
Brigitte Reimann (Burg, 1933 – Berlín Este, 1973) fue un talento precoz y fulgurante en
la extinta República Democrática de Alemania. Y, como la mayoría de escritores
precoces, causó sensación sobre todo entre sus pares, los jóvenes, que se
identificaron con las preocupaciones expresadas en sus novelas y su singular
concepción del hecho literario («generacional», la llamarían ahora, aunque su
valor trasciende a su sociedad y época). Reimann, que publicó su primer libro
con apenas veinte años, introdujo una novedad importante: en unos tiempos en
los que imperaba el realismo socialista, que promovía una literatura heredera de
su homónimo decimonónico, construyó una producción más personal al incorporar elementos autobiográficos, además de una mayor
complejidad estructural (muy especialmente en Franziska Linkerhand, su obra maestra, que reseñaré pronto). En
lugar de buscar la forma «objetiva» en el relato, dejó que el «yo» subjetivo saliera a flote para ahondar en los conflictos
que le eran cercanos (y esto incluye la política del partido, que le
generaba sensaciones contradictorias), no sin suscitar incomodidad entre el
público más conservador.
Los hermanos
(1963), su séptimo libro, le valió el Premio Heinrich Mann, por aquel entonces
el galardón más prestigioso de la RDA. La novela, narrada en primera persona por
su alter ego Elisabeth, una joven pintora
comprometida con el socialismo, plantea una
doble tensión, íntima y política, individual y colectiva, a raíz de la
voluntad de su hermano Uli de marcharse al otro lado, es decir, a la República
Federal de Alemania. Elisabeth —una chica muy autocrítica, como se muestra
Reimann en sus diarios y correspondencia—, que se niega a perderlo, tratará de evitar su
salida. La historia se basa en una experiencia real: un hermano de la autora huyó a la RFA y, como explica Ibon Zubiaur en el prólogo, ella, dolida, «se lanzó
inmediatamente a escribir una novela a modo de exorcismo». La huida implica una doble pérdida: por un lado, una pérdida emocional, por el abandono
del hermano querido, cómplice, con quien comparte tantas cosas —la relación
entre los hermanos es un tema recurrente en su obra; la protagonista siente
por él un amor apasionado, desbordante, hasta el punto de tener
celos de su novia—; y, por el otro, una pérdida sociopolítica, porque Uli
es un camarada.
Dada
su dimensión política, resulta necesario conocer bien el contexto, para entender lo que mueve a sus personajes y los
posicionamientos que encarnan. Hubo una generación —de la que formaron parte
intelectuales y artistas ilustres— que creyó con fervor en el comunismo, una
generación que estaba convencida de que el futuro sería comunista (un personaje
afirma: «el mundo del futuro habrá de ser un mundo comunista», p. 99). Con la
desintegración de la Unión Soviética (y antes, cuando su situación política y
económica comenzó a tambalearse), las convicciones y las esperanzas de esta
generación se fueron al traste. Todo aquello en lo que se habían volcado se
esfumó. Ahora, al echar la vista atrás, es fácil prejuzgar sabiendo todo lo que
sabemos, es fácil que las ideas defendidas nos parezcan enclenques; pero este
libro hay que leerlo desde una postura distinta, hay que hacer el esfuerzo de
ponerse en el lugar de esos jóvenes
comprometidos en un lugar y momento precisos de la historia reciente, comprender su pensamiento, sus principios, por mucho que nos resulten ajenos.
Desde esa receptividad, Los hermanos
es una lectura sumamente enriquecedora.
El
deseo de huir de Uli surge porque, si bien él cree en el proyecto socialista, a
la vez se ve perjudicado por este —los motivos se desarrollan
en la novela— y quiere continuar trabajando por la causa, pero desde la RFA. Ya
tiene a otro hermano allí, un modelo de referencia para él. En cuanto a
Elisabeth, no se siente cómoda en la RFA: «Hablaban alemán, y yo escuchaba esas
palabras alemanas y a pesar de todo me sentía como una viajera incógnita en
algún país extraño. Pensé: cuando estuve el año pasado en Praga me sentí como
en casa, y allá donde fuera, con los sonidos checos en el oído, no llegué a ser
extranjera un solo instante» (p. 53). Ella ha dejado atrás su entorno burgués
para vivir en un barracón, donde pinta e imparte talleres para obreros; trata
de ser una más aunque haya quien la prejuzgue por su procedencia acomodada.
Estar implicada con el partido, sin ser miembro del mismo, tiene pros y contras
(y esto es lo interesante de Reimann, que, pese a escribir desde dentro, comprometida, no dibuja un paisaje idílico). Expresa
su entrega total, sin fisuras, pero también los malentendidos dentro del grupo, el rechazo que puede padecer
quien no demuestre una adhesión absoluta, las tiranteces por la jerarquía, con
los veteranos por encima de los jóvenes y los debates sobre lo que debe ser el
arte. Cuando la protagonista habla de pintura, se intuye un paralelismo con la
literatura y su encaje en la RDA; una forma de entender el arte que difiere por
completo del presente, y que por eso resulta tan curioso contrastar.
Brigitte Reimann |
Todo
esto —la realidad de los artistas y
trabajadores en la RDA, los conflictos entre jóvenes y veteranos, el deseo de
huir a Alemania Occidental— ocurre mientras estos mismos chicos y chicas se
divierten, salen a tomar algo, se echan novio. Es decir, lo que podría
considerarse una cotidianeidad más próxima a nosotros, aunque con las
particularidades de ese mundo ya perdido. Reimann tiene la capacidad de
retratar esas tensiones latentes en el día a día con sutileza y perspicacia. Como comenta Ibon Zubiaur, la autora terminó renegando de esta novela —ella
misma lo vaticina en la p. 82: «Creo que ningún crítico puede ser tan
inmisericorde como un artista con su propia obra cuando le separan de ella
meses y años repletos de obras nuevas»—, tanto por los aspectos lingüísticos —y
es cierto que, conociendo obras posteriores como La verde luz de las estepas (1965), Franziska Linkerhand (1974) o su correspondencia con Hermann
Henselmann recogida en En la ciudad del mañana (2013), su estilo se robusteció— como por el
devenir político, que la llevó a renegar de lo manifestado —«Era una tonta
crédula», escribió en su diario en 1968—. En cualquier caso, ni lo uno ni lo
otro desacredita el interés de Los
hermanos, porque su valor está, precisamente, en narrar con inmediatez y frescura el aquí y ahora de
un periodo determinado. Da voz a una generación joven
con las armas y el espíritu de una mujer joven; en estas páginas bulle algo
intenso y verdadero.
Me parece una novela preciosa, me gustó mucho, como todo lo que he leído de la autora y me conmovió mucho la crítica desde el cariño y el compromiso, crítica respetuosa y consciente. Fueron tiempos convulsos, desde luego, de mucha intensidad creativa e ideológica, y ese entusiasmo creo que enriquece mucho la prosa de la autora. Me encanta, soy una fan
ResponderEliminarMe encanta que compartamos el entusiasmo por la autora. Por aquí aún se la conoce poco (por desgracia), pero todos los que la leemos terminamos fascinados. Es magnífica.
EliminarRusta, gracias por tu lectura. Cuando publicamos la novela (que fue lo primero que se tradujo al castellano y se publicó en España de ella) tuvimos conciencia de estar ante una autora excepcional. si os interesa el período narrativo en la RDA os recomiendo otro libro publicado en la colección Bartleby Narrativa: "Momentos estelares", de Irmtraud Morgner, también traducido por Ibon Zubiaur.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Pepo, y enhorabuena por haber apostado por Brigitte Reimann. Tomo nota de la recomendación de Irmtraud Morgner; todo lo que traduce Ibon Zubiaur es una excelente.
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