Edición:
Lumen, 2014 (trad. Enrique Francisco Juncosa Ferrer)
Páginas:
128
ISBN:
9788426400208
Precio:
14,90 € (e-book: 9,99 €)
Cuánta
brillantez puede haber en apenas cien páginas. Cuánta lucidez, cuánta verdad,
cuánta contundencia. Esos son mis pensamientos tras leer El testamento de María (2012), una de
las mejores obras del escritor, periodista y crítico irlandés Colm Tóibín
(Enniscorthy, 1955). El proyecto surgió de un encargo para un monólogo teatral
—que ha sido representado en España por Blanca Portillo—, y finalmente se editó
asimismo como novela, que logró ser finalista del Man Booker Prize en 2013. En
este libro, el autor da voz a una María
de Nazaret anciana, que rememora los últimos días de la vida de su hijo. A
diferencia de lo que se podría esperar, no es un monólogo teñido de religión,
sino una interpretación más libre, que ahonda en el lado íntimo de la mujer y madre,
en detrimento de cualquier ideología. Fue un acierto elegir a Tóibín para este
texto: un hombre criado en un pueblo pequeño, impregnado de la cultura
católica, pero a la vez un intelectual dotado, capaz de dar una vuelta de
tuerca al discurso de esta figura. Es asimismo subrayable que Tóibín domina la
literatura de lo doméstico, como demuestra en novelas como Brooklyn (2009) o Nora Webster (2014). Esta atención a los espacios privados tiene mucho que ver
con la María que nos presenta.
«Recuerdo
demasiado; soy como el aire de un día calmo que se mantiene inmóvil y no deja
que nada escape. Del mismo modo que el mundo contiene la respiración, yo
retengo mis recuerdos» (p. 12). Nos habla una María cansada, a la que le pesan
los años. Una madre que ha visto morir a su hijo sin que ella pudiera hacer
nada por evitarlo. Una mujer sencilla, discreta, que trata de pasar
desapercibida cuando otros la reclaman como la madre de quién sabe qué. El
mayor mérito de Tóibín es construir una María cercana a cualquier madre en sus
circunstancias, una María «humanizada». «Humanizar», en este caso, significa no
revestirla de grandeza, ignorar los títulos de Virgen y Madre de Dios, concebirla
como a una mujer corriente de su tiempo. Solo María, María de Nazaret, una
mujer prudente y sensata, cuyos actos no encajan con la lectura que la
tradición cristiana ha hecho de ellos. Su conciencia de madre es quizá el rasgo
más destacable de su voz: nunca llama a Jesús por su nombre, siempre es «mi
hijo». Su hijo por encima de todo, y en particular por encima de los milagros y
honores que le atribuyen. No es la primera vez que Tóibín aborda la relación entre madres e hijos, puesto
que constituye un tema fundamental de su producción, como demuestra en el libro
de relatos Mothers and Sons (2006), o
en el ensayo Nuevas maneras de matar a tu
madre (2012). El testamento de María
vuelve a poner de manifiesto, y en su punto más álgido, su habilidad para
explorar las fisuras de las relaciones maternofiliales.
Solo
es su hijo, pues. María (y esto ha hecho que los creyentes más fervientes se
lleven las manos a la cabeza), al recordar los últimos días de Jesús, se
opone con firmeza al camino que este tomó. No cree en sus hazañas, no lo
considera más especial que otros hombres. En lugar de eso, se preocupa por él,
no le gusta el rumbo que ha tomado y es consciente de los peligros que le
traerá, porque se huele la traición («Y lo más extraño del poder que rezumaba
era que me impulsaba a amarlo y a tratar de protegerlo aún más que cuando no lo
tenía», p. 67). Ella preferiría que su hijo no se creyera el salvador de nadie,
que volviera a ser el niño que antes acudía a ella cuando tenía un problema. Sí:
un sentimiento que seguramente comparten muchos padres y madres que han sentido
que sus hijos se descarriaban. Esta palabra, «descarriar», suena fuerte al
referirse a Jesús, pero la particularidad de esta María reside en su discurso contrario al fanatismo, a los
ídolos de cualquier tipo. Y su hijo se convirtió en un ídolo, aunque ella nunca
lo vio así. La seguridad está en la vida sencilla, sin grandes pretensiones, sin
un gran ego, parece decir María. En esta interpretación, su mensaje puede
aplicarse a otros contextos: trasciende lo bíblico para representar la
frustración de las madres que han visto a sus hijos escapar de su control para
terminar con consecuencias trágicas.
Colm Tóibín |
Una
vez muerto su hijo, María no colabora con los evangelistas que acuden a casa.
Es otro aspecto llamativo: se niega a contribuir a construir el mito de Jesús. Se
opone tanto al fondo como a las formas de los que se hacen llamar sus
seguidores, ya que huye del lenguaje grandilocuente de los cronistas. María solo nos
habla de su hijo en voz baja, como el desahogo íntimo de una madre que quiere
contar las cosas tal y como acontecieron, sin convertirlas en parábolas, sin
buscar significados trascendentales donde solo ha habido, para ella, la muerte
cruel e injusta de un hombre. Esta María huyó de la presencia de su hijo
crucificado porque no podía soportar tanto dolor: «Estuve allí. Huí antes del
final, pero si queréis testigos, yo lo soy y os digo ahora, cuando afirmáis que
redimió al mundo, que no valió la pena. No valió la pena» (p. 123). Colm Tóibín
ha arriesgado, ha sido valiente al desmitificar
el mito y, de paso, proponer un mensaje de desconfianza hacia todo lo que
se nos aparece como ilustre, sea religioso o no. Nos hace ver que todos, incluida
la madre de la figura más relevante del cristianismo, tienen su lado frágil,
que los iguala a la masa anónima. Lo cuenta, además, con un monólogo
espléndido, preciso, sin paja. Un libro rotundo e intenso, que asombra e invita
a la relectura. Magistral.
¡Menuda brillantez! Ya solo por humanizar una figura que se ha elevado a los altares de una forma totalmente sobrevalorada, merece la pena leerla. Me gusta la idea de la novela. Un saludo!
ResponderEliminarEs una idea excelente. Y Colm Tóibín la desarrolla de maravilla. Un librito muy muy recomendable.
EliminarA mí también me ha llamado la atención la idea (es difícil lo contrario), pero lo más admirable es que consiga llevarla a buen puerto, porque no tiene que ser nada fácil para un hombre meterse en la piel de una mujer, y para nadie en la de esta mujer en concreto...
ResponderEliminarNo sé si estoy de acuerdo. Creo que hay que acabar con la idea de que solo las mujeres saben escribir sobre mujeres, y al revés, que solo los hombres saben escribir sobre hombres. Hay muchos ejemplos que demuestran lo contrario, entre ellos Colm Tóibín, en este libro pero también en "Brooklyn" y "Nora Webster".
EliminarNo lo conocía, pero has conseguido captar mi atención. Me interesan mucho libros sobre personajes religiosos con otro punto de vista. Gracias por la recomendación.
ResponderEliminarUn beso!!
En este caso el libro es tan bueno que ni siquiera hace falta que te interesen los personajes religiosos para disfrutarlo, pero supongo que eso le dará un plus a tu lectura.
EliminarMe has dejado con ganas de ir corriendo a comprar esta novela! Qué original y atrevido! Veo que te está gustando Cilm Tóibin. Ya me apunté "Brooklyn" cuando la reseñaste en su día y tenía pensado empezar con ella porque quería ver la película, que también ha recibido muy buenas críticas. Aún así, estoy abierta, ¿cuál crees que es el mejor libro para acercarme al autor?
ResponderEliminarTanto "Brooklyn" como "El testamento de María" me parecen buenas opciones para descubrir a Tóibín. Con "Brooklyn" entrarás más en el mundo del autor, Irlanda, el costumbrismo... "El testamento..." es un libro más particular.
EliminarEn cuanto acabe el libro que estoy leyendo empiezo con este. Tengo muchas ganas de descubrir a Tóibín.
ResponderEliminarEn cuanto caiga un dinerito extra o en pdf que alguien me la accese gratis la devoro, porque la devoro. Saludos desde Managua
ResponderEliminar