Edición:
Minúscula, 2015 (trad. Paula Kuffer)
Páginas:
168
ISBN:
9788494353970
Precio:
18,00 €
El
nombre de Shirley Jackson (San Francisco, 1916 – Bennington,1965)
se suele asociar con frecuencia al terror —el hecho de que un
maestro del género como Stephen King se haya deshecho en elogios
hacia ella probablemente ha influido en esta suposición—. Sin
embargo, si bien La
maldición de Hill House
(1959) y Siempre hemos vivido en el castillo
(1962), sus novelas más conocidas, representan de forma magistral la
tradición gótica de casas encantadas, niños perversos y narradores
no confiables, sería incompleto encasillar a la autora como una
escritora de género. Digo «incompleto»
y no «erróneo» porque,
en efecto, la vena oscura está ahí. Su diferencia con respecto a lo
que se conoce como literatura de género reside en su calidad
literaria y en la sutileza con la que trabaja el miedo, rasgos que se
acentúan en estos Cuentos
escogidos,
editados
por esta pequeña gran editorial que es Minúscula.
El libro comprende ocho relatos publicados entre 1948 y 1949 en
periódicos y revistas —que eran la base del sustento de muchos
escritores que se convirtieron en maestros del cuento—, entre ellos
el aclamado «La
lotería»,
además de tres conferencias en las que aborda diferentes aspectos de
la creación literaria.
Decía
que me parece incompleto catalogar a Shirley Jackson como escritora
de género. Estos cuentos se pueden describir como «perturbadores»;
no obstante, no hay ni un solo elemento sobrenatural en ellos. Ni
rastro de monstruos o espíritus; no necesita recurrir a ningún
ente maligno imaginario para aturdir a
los personajes.
Su concepción del miedo está ligada a la búsqueda
de un ambiente inquietante que surge siempre del ser humano y, por lo
tanto, de lo que está al alcance de este. Escuchar una risa detrás
de la puerta, ser víctima de una broma de mal gusto o delirar por la
medicación son algunas de las fuentes de esa angustia que sacude al
lector. El
miedo
en Shirley Jackson se
vincula al
desconcierto, a
la duda, a
la falta de certidumbre ante lo que ocurrirá,
más
que
al pánico por un ataque explícito.
La autora no cierra puertas: insinúa,
sugiere, deja que el lector complete la historia. Es, por lo tanto,
elusiva, como los grandes autores de relatos; elusiva e incisiva,
porque sus cuentos, precisamente por no encarnar el terror
habitual, punzan con una finura exquisita.
El
primer texto, «El
amante demoníaco», narra
la búsqueda de una
mujer que, el
día de su boda, no localiza a
su marido. Camina
por
la calle, pregunta,
da vueltas y apenas saca nada en claro.
Hay
algo perturbador en una mujer que vaga por la calle, perdida y sin
rumbo; y también hay algo
perturbador en la incógnita de ese futuro esposo desaparecido. Un
relato inquietante,
por el desconcierto (otra
vez esta palabra) de
ella
y por
el
desconcierto del lector, que poco a poco descubre que la
relación entre ambos no era tan formal como se podía creer.
El segundo, «La
bruja», se
desarrolla en otro escenario cotidiano: un tren en el que viajan
una madre y
su hijo. Una
conversación en
apariencia
inocente con un desconocido causa estupor y desconfianza
en la madre y,
de nuevo, la duda: ¿qué
intenciones tiene?,
¿será
todo una paranoia de ella?
El hecho de que los cuentos se sitúen en lugares que de entrada no
suscitan miedo acrecienta la angustia; la autora muestra que nunca
estamos a salvo de ese giro que convierte la tranquilidad en la
agitación que cada uno experimenta para sus adentros
(un miedo invisible a los demás, tan íntimo y sutil como la prosa
de Shirley Jackson).
La
crueldad
de los niños
es otro tema explorado por Shirley Jackson, como hizo en esa obra
maestra llamada Siempre hemos vivido en el castillo.
No es que los niños no sean inocentes, sino que su inocencia (o,
mejor dicho, su inconsciencia) los empuja a comportamientos que los
adultos no entienden. En «Después
de usted, mi querido Alphonse», dos
amigos se comunican a través de un lenguaje propio del que la madre
de uno de ellos no participa. Mientras la mujer hace sus comentarios
pertinentes de madre responsable (la comida, el bienestar), los
chavales la escuchan pero siguen a lo suyo. Ser testigo de una
complicidad
expresada en códigos ininteligibles para uno mismo produce
un extraño malestar; Shirley Jackson sabe detectar esos instantes de angustia con una precisión que muy pocos autores
alcanzan. Por otra parte, «Charles»
es
un cuento espléndido, aunque previsible, sobre la transformación (o
perversión) de un niño. La primera frase ya lo advierte: «El día que mi hijo Laurie empezó a ir a preescolar
renunció a los monos de pana con peto y comenzó a usar vaqueros con
cinturón» (p. 45), pero la cosa no queda ahí. El relato muestra la
capacidad de los más pequeños para manipular a los demás hasta
extremos insospechados.
Tampoco
tiene desperdicio «Siete
tipos de ambigüedad». En
una librería coinciden dos clientes, cada uno tiene lo que le falta al otro: un estudiante que no puede comprar el libro que
desea pero siempre acude para leerlo, y un matrimonio inculto que
solo desea adquirir unos libros para impresionar. En sus páginas
conviven la amabilidad más servicial (el librero permisivo con el
estudiante, el chico que asesora a los clientes) con la envidia, la
envidia enquistada en las entrañas, que desencadena un
comportamiento tan egoísta como malintencionado. Shirley Jackson
perfila las sombras del ser humano: esta
singular forma de maldad está en los impulsos, en el desasosiego, en
la angustia, en todas aquellas emociones que rompen la quietud.
Pone el dedo en la llaga en las
reacciones que uno intenta reprimir, pero que
a veces salen a la superficie. Más desasosegante aún es «La
muela», un
cuento sobre una mujer que, sola, hace un largo viaje en autobús
para acudir al odontólogo por un dolor insoportable. La autora juega
con la desesperación, el delirio y las ensoñaciones a medida que el
dolor aumenta. Esboza una oposición entre el estado (¿sano?) previo
al viaje (marido, hijos, una vida ordenada y convencional) y su
evolución a lo largo de la peripecia. El episodio del dolor de
muelas sirve, por lo tanto, para entrever
las fisuras de toda su existencia.
Después
de estos cuentos, llega la joya de la corona: el
archiconocido «La
lotería»,
que
para muchos es la mejor obra de Shirley Jackson —yo
no puedo elegir entre este y Siempre hemos vivido en el castillo;
ambos son extraordinarios—.
Lo
único que diré sobre su argumento es que se centra en un rito macabro.
En una conferencia recogida en el volumen, la autora reflexiona sobre
la polémica que suscitó: recibió muchas cartas que
proponían
interpretaciones de lo más dispares (y
disparatadas): lecturas crédulas, críticas, morbosas, místicas.
Ella se negó a explicar cuál es el mensaje del cuento. La reacción del público demuestra cuán absurdo puede llegar
a ser obsesionarse con la interpretación «correcta» (¡eso no
existe!) de una obra, y cuán incomprendido se puede sentir un
escritor al presenciar
cómo
otros le
atribuyen una idea que nunca quiso expresar. Personalmente, me quedo
con la interpretación de que la «civilización» no está tan lejos
de la irracionalidad, que el equilibrio social puede romperse en un
segundo, que nada permanece. Como en sus otros cuentos, la monotonía
apacible se rompe por un acto humano, y con ello pone de relieve que
no era ni tan monótona ni tan apacible, que la
perversidad forma parte de la realidad conocida.
Por
mucho que hoy la polémica por «La lotería» pueda resultar patética, impresiona para bien que un cuento consiguiera semejante repercusión, que fuera capaz de movilizar a
tantos lectores (aunque fuera a costa del escándalo). ¿Sería
posible que esto ocurriera aquí y ahora? A diario
descubrimos fenómenos «virales», que provienen de fuentes diversas. Además, no faltan los inquisidores de turno para
perseguir, criticar y hasta pedir que se prohíba aquello que no
encaja con ellos (o que no entienden, directamente). Las cartas de
Shirley Jackson son poco en comparación con todo lo que se puede
producir en la red. Sin embargo, la escasa proyección de la cultura,
unida a la sobreinformación digital, dificultaría que el texto
destacara, porque habría poca gente interesada en él (¿qué
difusión tienen los cuentos publicados en revistas y periódicos?
Menos de la deseada, me temo). En cualquier caso, el escándalo
benefició a la autora en el sentido de aumentar el mito de «La
lotería» como obra de culto.
Shirley Jackson |
Las
otras dos conferencias se centran en el
proceso creativo.
Shirley Jackson sugiere a los futuros escritores aprovechar lo cotidiano, pero reconstruyendo la anécdota para darle entidad, para que no resulte
sosa. La autora insiste asimismo en la coherencia interna, en la
importancia de que todos los elementos (personajes, tramas
secundarias) confluyan y tengan una razón de ser. Admite que ella se
inspira en sus experiencias domésticas, e incluye un cuento a modo
de ejemplo —el
ingenioso «La noche en que todos tuvimos gripe»—.
No
se trata tanto de una inspiración buscada como del resultado de sus
circunstancias (compartidas
por muchas escritoras, como bien describió Virginia Woolf en Un
cuarto propio):
Shirley
Jackson, madre
y
ama de casa, escribe para ganarse el sustento, y debe hacer malabares
para encontrar tiempo. Lo más fácil, lo más accesible para ella,
es lo que la rodea. He ahí su «inspiración».
Aun así, también habla de su otra debilidad: la superstición y la
brujería. La
maldición de Hill House
es producto de su fascinación por las casas encantadas. Según
explica, lo que de verdad asusta no es el fantasma (la mayoría de
gente no ha visto ninguno), sino la posibilidad
de verlo. Esta posibilidad, esta sugestión
del miedo,
es lo que maneja a las mil maravillas en estos Cuentos
escogidos
y en toda su obra. Por algo es una autora imprescindible.
No sé por qué no me he hecho aún con "Siempre hemos vivido en el castillo", porque desde que la reseñaste no he parado de leer acerca de ella y todo ha sido positivo. No creo que tarde en caer.
ResponderEliminarTodas las premisas de los cuentos de este volumen me parecen brillantes, por cierto:)
Eso, no te pierdas "Siempre hemos vivido en el castillo". Prefiero no entrar en detalles sobre su contenido porque creo que es mejor leerlo sin saber nada. Por cierto, el año que viene se estrena la adaptación al cine, así que seguirás leyendo mucho sobre la obra.
EliminarEstos cuentos también me parecen muy recomendables. "La lotería", por supuesto, pero también los demás. Shirley Jackson es una gran escritora.
Voy a tener que animarme de una vez y estrenarme con esta autora. Y no me importaría nada hacerlo con estos cuentos, que es un género que me gusta mucho. Y hay historias muy interesantes.
ResponderEliminarBesotes!!!
Son una excelente opción para descubrirla. Y, aunque se hable mucho de "La lotería", todos son muy buenos (recuerdo especialmente "Charles" y "La muela").
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