Edición: Gatopardo, 2018 (trad. Ana Bustelo)
Páginas: 264
ISBN: 9788417109523
Precio: 19,90 € (e-book: 9,99 €)
En
el momento de abandonar el nido se empieza a resquebrajar la burbuja
protectora. En el primer capítulo de esta novela, Flora, una joven alta, rubia
y bella, hija de una madre atenta que la ha colmado de mimos, se
dispone a contraer matrimonio con Richard, un hombre adinerado y de buenas
intenciones que le garantiza una existencia apacible. Tiempo después, se queda
embarazada. La fortuna parece sonreírle a Flora, que por si fuera poco se
muestra jovial y encantadora con quienes la rodean, sus amigos, su suegro, su sirvienta.
Imposible no quererla, imposible no sentir un instinto de protección hacia esta
criatura resplandeciente y sin malicia. Pero, he aquí la cuestión, no se puede
mantener a nadie por siempre en una pompa. Y, aunque Flora se empeñe en ver el
lado bueno de la vida, sus allegados tienen problemas, unos problemas que
terminan por salpicarla. Porque también son suyos, de algún modo.
Flora protagoniza Un alma cándida (1964),
de la inglesa Elizabeth Taylor (1912–1975), si bien hablar de «protagonista»
resulta inexacto: a pesar de las apariencias, se trata de una novela coral, que
reparte la acción entre los personajes que rodean a Flora, al igual que otro
libro de la autora, Una vista del puerto
(1947), recuperado asimismo por la editorial Gatopardo. Hasta cierto punto, todos intentan
complacer a Flora, ponerle las cosas fáciles, como se hace
con un ser querido que derrocha candor, solo que no se puede aislar a nadie del
peligro eternamente. Algunos, incluso, desconfían de su bonhomía. El cambio comienza
con la boda: Flora deja el campo, y a su madre, para instalarse en Londres
junto a Richard, donde se convierte en un ama de casa que toma el té con las
visitas mientras espera con tranquilidad el regreso de su marido. Con el lugar donde pasó su infancia atrás, el mundo real se impone
sin paliativos.
Saltando
de un personaje a otro, con narrador omnisciente, la autora desgrana los
conflictos que cada uno reprime. Para empezar, Richard, el esposo,
sufre la monotonía, empresa, mujer, casa, un hastío que
contrasta con la felicidad que parecen destilar él y Flora. Traba amistad con
su vecina, Elinor, que a su vez se siente desdichada en su matrimonio. En
segundo lugar, Meg, la mejor amiga de Flora, se enfrenta al miedo al futuro
cuando no se tiene el sustento garantizado. Ha sido una especie de comparsa de
su amiga: de clase más humilde y con un físico menos agraciado, nunca ha
disfrutado de privilegios y debe trabajar para mantenerse. Mientras que
Flora ha seguido el camino convencional del matrimonio, el que todas las chicas
de su generación confiaban en tomar, Meg padece la incertidumbre de quien se
sabe una actriz secundaria que tal vez ha perdido el tren, algo que
a la postre la distancia de Flora.
Meg
tiene que lidiar con su hermano menor, Kit, un aspirante a actor frustrado que corre el
riesgo de caer en un tedio indefinido. No es el único con inquietudes
creativas: los acompañan Patrick, un escritor, y Liz, una pintora. Se plantea el
tema de la vocación artística, del choque entre la necesidad de procurarse el
sustento y el deseo de dedicarse solo al arte. En esto entra Flora, a quien Kit
idolatra desde que era un niño: ella lo anima a perseverar; los demás, sin
embargo, consideran que solo alimenta sus fantasías y sería mejor adoptar una
postura más práctica. Liz, en concreto, manifiesta su antipatía por Flora aun
sin conocerla. Encarna su polo opuesto: una mujer tenaz e independiente, que
vive sola y entregada a la pintura. No es hermosa ni elegante, pero no parece
preocuparle; su autosuficiencia es su mejor valor, y por eso mismo recela de
quienes viven entre algodones. El entramado de relaciones entre los personajes
aumenta las tiranteces conforme avanza la historia.
El
alcance de la novela todavía va más allá: la autora no olvida a la generación
«mayor», que por supuesto tiene sus conflictos. La madre de Flora, viuda, se
queda sola tras la marcha de su hija; su única compañía es la sirvienta. Con ella, Taylor esboza el asunto de la soledad de los
ancianos, de su posible aletargamiento cuando ya no tienen que ocuparse de unos
hijos en quienes se han volcado durante décadas. La madre debe
aprender a vivir de nuevo, debe aprender otra forma de estar en el mundo, con
el inconveniente de los achaques, que se guarda para sí para no
alarmar a su hija (un secreto que también estallará). Por otro lado, Flora
se lleva muy bien con Percy, el padre de Richard, y lo anima a casarse con su
novia. Percy y Barbara representan las segundas nupcias, el matrimonio en la
madurez, pero su relación no fluye como antes. Con ellos, se cuestiona
la idea de que formalizar una relación se considere un paso adelante; separados, viéndose un rato al día, con ilusión por el encuentro, parecía
llenarlos más. Por último, está la sirvienta de Flora, una mujer abnegada que
no logra adaptarse a Londres; pero a quién le importan los apuros de una empleada
del hogar.
Elizabeth Taylor |
Un alma cándida no es esa comedia de costumbres
amable que aparenta ser. O, mejor dicho, sí lo es, pues se trata de una
lectura amena y liviana. Lo que ocurre es que estas historias distendidas,
cuando están escritas con oficio, tienen mucha más penetración de lo que, por
prejuicios, se tiende a creer. Basta echar un vistazo a los conflictos
expuestos, algunos tradicionalmente despreciados por pertenecer al ámbito
doméstico y «femenino», para darse cuenta de la riqueza de este fresco social.
Elizabeth Taylor es una narradora solvente, que domina la construcción plural e
incide en asuntos controvertidos sin perder la fluidez narrativa. Como otras autoras
de su generación (Barbara Pym, Elizabeth Jane Howard, Muriel Spark, Penelope Mortimer...), es aún una desconocida para muchos lectores, algo que
conviene remediar, pues su sagacidad para indagar en las zonas sombrías del ser
humano sigue igual de contundente.
hola Cristina! me gusta mucho tu entrada, que amena lectura, la buscare sin falta porque parecer ser una de las mias! gracias, saludosbuhos.
ResponderEliminar¡Espero que te guste! Tanto esta novela como "Una vista del puerto", de la misma autora, me gustaron mucho. Tengo unos gustos muy británicos, ¡je, je!
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