Edición:
Alianza, 2017 (trad. Eduardo Gil Bera)
Páginas:
184
ISBN:
9788491048282
Precio:
14,00 € (e-book: 7,99 €)
Me enferma la palabra «sueños». La vida no es para ser soñada, sino planeada y desarrollada a gusto en el marco de las posibilidades. Los sueños nunca son decisiones, sino basura arbitraria, un producto de desecho nocturno de la conciencia extenuada. Además, los que dicen que uno ha de vivir su sueño suelen ser aquellos cuya realidad es triste. Cosa que no éramos nosotros, porque habíamos resuelto pertenecernos mutuamente, a saber, los cuatro y a largo plazo. Una densa red social con ciertas virtudes. A los cuatro, como consecuencia de algunas casualidades nada bonitas y de la voluntad insondable, nos correspondía obtener lo mejor de esa red. Los edificios se sostienen mejor con cuatro columnas que con dos, eso se nota en cuanto una se rompe, o pasa un día en la clínica.
En
los últimos años, Alianza ha emprendido la tarea de dar a conocer a autores
jóvenes, una empresa tan estimulante (para quienes nos interesamos por las
nuevas voces, al menos) como complicada, puesto que no resulta fácil convencer al lector
para que lea a un escritor que no le suena y que, además, parece tan joven, tan
primerizo. Por si fuera poco, su apuesta se centra en novelistas de fuera del
ámbito anglosajón; una riqueza cultural que aumenta más si cabe su valor (y la dificultad para difundirlos). Han
publicado, entre otros, a la austríaca Valerie Fritsch (1989), la franco-vietnamita
Line Papin (1995), la franco-coreana Élisa Shua Dusapin (1992) y, en último
lugar, la que me ocupa hoy, la alemana Ronja von Rönne (1992), que debutó en
2016 con Ya vamos.
Nacida en Berlín, Von Rönne comenzó a hacerse notar con su blog, que mantiene
desde 2012, y en 2015 empezó a trabajar como columnista en un periódico. Antes
de su debut literario, ya era conocida en el mundo intelectual de su país por
su voz corrosiva y sus artículos controvertidos. No es de extrañar, por lo tanto, que hubiera
cierta expectación por su primera novela: escribe francamente bien. Y, sí,
tiene chispa.
Ya vamos
está narrada en primera persona por Nora, una joven que hace sus pinitos en el
mundo de la televisión. Su mejor amiga desde la adolescencia, Maja, ha muerto,
pero Nora no lo asume, está en la fase de negación («Maja no está muerta. Si
Maja se hubiera muerto, antes se habría despedido de mí. Son cosas que hemos
acordado toda la vida», p. 11). Por la noche, sufre ataques de pánico. En estas
circunstancias, se marcha unos días a la costa con tres amigos; unas
pequeñas vacaciones, el remedio que todo lo cura, o al menos así lo creen («El
verano nos tenía en su mano, el verano era nuestro punto débil, siempre lo
fue», p. 121). Los cuatro, dos hombres y dos mujeres, conforman una relación abierta, a la que se añade
una niña, hija de la otra chica, que también viaja con ellos. En la faja
promocional se utiliza la palabra «poliamor», quizá que para tratar de venderla
como una historia escrita por una autora joven en la que hay mucho libre
albedrío y mucha diversión. La realidad, por suerte, no es así. Es más rica en
matices, sensible (sin ser una novela «tierna») y, sobre todo, inteligente.
La
narración alterna el presente con episodios del pasado, referentes a Maja y a
cómo se conocieron los involucrados en la relación abierta, siempre desde el
monólogo de Nora. En un principio, Nora tenía un novio al uso, con el que
compartía piso, pero llegó la tercera persona y la situación se enredó. De todas formas, más
allá del cuarteto amoroso, ante todo son jóvenes
un tanto perdidos, insatisfechos, desencantados, que necesitan aferrarse a
algo, solo que la relación abierta no les da esa solidez, aunque intenten mantener
los pedazos unidos. Hacen como que no ocurre nada, porque son jóvenes, y se
supone que los jóvenes tienen muchas ganas de vivir, de salir y entrar, de
divertirse, de quitar importancia a las cosas («estuvo bien que no
discutiéramos sobre lo que verdaderamente inquieta, porque eso nos llevaría a
soluciones, y es sabido que las soluciones acarrean más problemas», p. 126).
Pero Maja está muerta, Nora padece ataques de ansiedad (interesante que aborde,
ni que sea de refilón, un trastorno psicológico tan común en nuestro tiempo) y
los demás tienen sus propios problemas. Tarde o temprano, esta vida ficticia
que han construido saltará por los aires, y tendrán que afrontar lo que han
estado evitando. El punto de inflexión se produce cuando uno de ellos no vuelve
a casa una noche. Se había llevado a la niña.
Ronja von Rönne |
Lo
mejor de la novela, lo que la dota de verdad literaria, es sin duda su voz
narrativa, una voz incisiva, sarcástica,
con mucha capacidad para reírse de sí misma y de los tics generacionales. No la
calificaría de «cómica», porque en el fondo resulta más bien agridulce, pero su voz rebosa ingenio, frescura y fluidez. Tiene estilo. Von Rönne es
buena, escribe sin complejos ni sentimentalismos; entiendo
que se la considere una articulista irreverente. Volviendo al libro, no es
trivial el hecho de que se desarrolle en verano, una época con muchos
simbolismos asociados. En este caso, lo que iban a ser unas vacaciones para
pasar página se convierten en un aprendizaje vital. Después de hacer malabares
para conservar la relación —esos días de sosiego resultan ser bastante
desastrosos; la tortuga en medio como metáfora de la catástrofe inminente—, llega el desengaño. Porque de eso va Ya vamos, de alguien que se intenta
aferrar a algo que ya no existe, una amiga, un amor, un futuro, y al final debe
acabar asumiéndolo. En otras palabras: Ya
vamos va de crecer, de hacerse adulto. Sí, se ha contado infinidad de
veces, pero Von Rönne lo cuenta con gracia y lo cuenta bien. Suficiente para
leerla.
Cita
inicial en cursiva de las páginas 117-118.
La verdad es que no me llamaba nada la atención este libro porque leí el de Valerie Fritsch y me pareció TAN PÉSIMO que abandoné cualquier esperanza de encontrar algo decente en esta colección. No obstante, tu reseña me ha picado la curiosidad y creo que podría ser el tipo de lectura que me gusta. Gracias por difundir obras menos conocidas! :)
ResponderEliminarComo novela, me gustó más "Un invierno en Sokcho", de Élisa Shua Dusapin. Fina, elegante y sin excesos, una buena primera novela. Pero Ronja von Rönne tiene estilo y frescura, es buena también. Puedes leerla tranquilo, no tiene el lirismo y la atmósfera onírica de Valerie Fritsch, está más pegada a la realidad tanto en el tono como en la historia.
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