Edición:
Alianza, 2017 (trad. Alicia Martorell)
Páginas:
128
ISBN:
9788491048268
Precio:
12,50 € (e-book: 7,99 €)
Élisa Shua Dusapin (Corrèze, Francia, 1992) se dio a conocer en los países francófonos
en 2016 con Un invierno en Sokcho, que
fue galardonada con el Premio Robert Walser, un reconocimiento bienal que se
otorga, alternativamente, a primeras novelas escritas en francés y en alemán. De
padre francés y madre surcoreana, Dusapin se crió entre París, Seúl y
Porrentruy, y en la actualidad reside en Suiza, donde compagina la escritura
con las artes escénicas. Esta riqueza cultural de sus orígenes se plasma
asimismo en su libro, situado en Sokcho, una ciudad portuaria próxima a Corea
del Norte. La narradora, una joven franco-coreana de veintitrés años, graduada
en letras, trabaja en un hotel modesto y destartalado. Nunca conoció a su padre, un
hombre francés que estuvo de paso; y la madre se ocupa de una pescadería en el
mercado. En estas circunstancias, llega al hotel un nuevo cliente con el que
traba una peculiar amistad: un dibujante de cómic de nacionalidad francesa, un tipo ya maduro, cosmopolita
y cultivado, que ha recorrido el mundo para recrear las peripecias de su héroe. El
planteamiento recuerda un poco a Hotel Iris,
de Yoko Ogawa, aunque la propuesta de Dusapin carece de ese lado macabro y es
mucho más comedida.
En
cierto modo, Un invierno en Sokcho es
la historia de una fascinación por lo extraño, lo desconocido, en dos
direcciones. Por un lado, la protagonista, una chica inmersa en lo que se puede
denominar «tedio»: ha estudiado, tiene inquietudes, pero no puede dejar su
empleo porque debe ayudar a su madre. La falta de recursos la obliga a
permanecer en un ambiente degradante, entre el olor a pescado, la cama
compartida con su progenitora, el hotel ruinoso; la autora tiene un estilo sugestivo que evoca a la perfección esas sensaciones, el entorno portuario, los
aromas, los fluidos, la repugnancia que oprime a la muchacha. Sin ser una
novela social —no como los libros sobre la crisis que han proliferado en los
últimos años—, deja entrever la resignación de los jóvenes surcoreanos, una
sociedad corrompida por los valores capitalistas en la que se propaga la
obsesión por la cirugía estética bajo la creencia de que quien se opera tiene
más oportunidades, más futuro. Sin ir más lejos, el novio de la chica, un modelo enganchado
a los retoques, arquetipo de la perversión de los principios.
En
este contexto, el forastero rompe la monotonía asfixiante en la que vive la narradora.
Para empezar, porque, al hablarle de su vida, de sus creaciones, le abre las
puertas de un mundo que le está vedado en Corea del Sur: la posibilidad del
arte, de las aventuras, de la libertad. La humilde trabajadora del hotel que no ha salido de su país frente
a un bohemio occidental; dos perfiles diferentes y, no obstante,
unidos en su soledad. La suya es una relación de silencios, a ratos cálida y a
ratos distante, sutil, de una sensualidad contenida. Además, está la cuestión
de la nacionalidad: él es francés, como el padre ausente de la joven. Para
ella, Francia y el idioma francés representan una ocasión de huida
simbólica de sus raíces: «Me preguntó por qué había decidido estudiar francés.
/ —Para hablar un idioma que no comprendiera mi madre» (p. 63). La protagonista
solo habla en francés con él; la lengua se convierte en su secreto, el lazo que
los une. El hombre, por su parte, comienza a manifestar también un particular
embeleso hacia la chica, tan diferente a las que ha conocido.
Élisa Shua Dusapin |
Un invierno en Sokcho
es una novela pulcra, precisa, de pocas palabras; el relato de una relación tan
extraña como sugerente, con violencia institucional de fondo. Está escrita con elegancia, contención,
sobriedad y delicadeza, unos rasgos nada fáciles de lograr, y aún menos en un debut. Pese a
estar escrita en francés, presenta cualidades que la acercan a la narrativa
oriental, no solo por la ambientación, sino por la naturaleza pausada, los silencios,
la sensualidad etérea. Una voz sosegada e insinuante, de las que invitan a leer
entre líneas. El núcleo de este libro está impregnado de la atmósfera de Sokcho, del invierno costero, de la temporada baja de un hotel insignificante. Un aire
de amargura, renuncia, hastío, entumecimiento, que solo se despereza con la
llegada del nuevo cliente, un hombre a su vez cargado con una mochila no
menos pesada. Esta pequeña obra crece página tras página; no le sobra ni una
frase. Novela de aprendizaje, novela de personajes solitarios, novela
intimista, novela de culturas contrapuestas. Exquisita. Nadie diría que
es una ópera prima.
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