Edición:
Alba, 2009 (trad. Catalina Martínez Muñoz)
Páginas:
168
ISBN:
9788484284840
Precio:
16,00 € (minus: 10,00 €/ e-book: 6,99 €)
En
apenas tres meses he leído cuatro novelas de Henry James (Nueva York, 1843 –
Londres, 1916), de quien hasta entonces solo había disfrutado (por dos veces)
de su conocida nouvelle gótica Otra vuelta de tuerca (1898), un referente del género de fantasmas
que, además, tiene muchos elementos en común con Los papeles de Aspern (1888), publicada justo diez años antes. He
leído cuatro libros, decía, pero bien podrían haber sido más; me he obligado a
parar porque no quería agotarlo ni agotarme tan rápido (aunque, tratándose de
un novelista prolífico, me habría quedado Henry James para rato de todas formas). Mucho
tiene que interesarme un autor para hacer esto, para dejar de lado los títulos
pendientes, saltarme el orden de lectura autoimpuesto y buscar, ansiosa, otra
obra suya. Si hay un escritor por el que merezca la pena volverse un poco loco,
obsesionarse, alucinar (sí, he dicho alucinar), ese es Henry James.
No
solo es un intelectual brillante y autor todoterreno (novela, cuento,
crítica, correspondencia, libros de viajes, ¡incluso hizo una
incursión —poco fructífera— en el teatro!), sino que tiene la particularidad de
encontrarse, en más de un sentido, entre dos mundos. Aunque nació en Estados
Unidos, en el seno de una familia acaudalada de origen irlandés, en 1875 se
instaló en Inglaterra, de donde más tarde adoptó la nacionalidad. Este cruce de
culturas, entre el viejo continente y la
emergente sociedad norteamericana, está presente, en mayor o menor medida,
en toda su producción. Por otra parte, su obra se sitúa entre el siglo XIX
tardío y los comienzos del siglo XX; presenta influencias del realismo
precedente, pero a la vez incorpora un profundo análisis psicológico, del que fue pionero en lengua inglesa, junto
con Edith Wharton; una innovación que lo conecta con las corrientes
literarias posteriores. Su obra destaca asimismo por
su estilo elaborado, irónico, sutil, de espléndidas frases largas y ramificadas; y por la
abundancia de personajes femeninos, con una caracterización magnífica.
Entrando
en materia, Los papeles de Aspern
podría ser la hermana de Otra vuelta de tuerca. De nuevo,
suspense; de nuevo, un narrador no
confiable; de nuevo, una mujer soltera, sexualmente reprimida. Lo que no
hay son fantasmas, si bien del palacio veneciano decadente donde se instala el
protagonista bien cabría esperarlos. Todo comienza cuando un joven editor estadounidense,
obsesionado por el poeta Jeffrey Aspern, ya fallecido, viaja a Venecia para conocer
a la que fue la musa de su ídolo, Juliana Bordereau, una anciana que vive recluida
en el viejo caserón con su sobrina Tina, una solterona de mediana edad, tímida
y discreta («… un aire de muchacha incompetente y poco responsable que
contrastaba de un modo casi cómico con su avejentada apariencia. No era un ser
frágil, como su tía, y sin embargo me pareció mucho más inútil, pues era la
suya una debilidad interior», p. 44). El editor, que narra la historia en
primera persona sin revelar su nombre, se las ingenia para pasar una temporada
con ellas. No oculta sus intenciones al lector: quiere ganarse la confianza de
las mujeres para conseguir unos papeles de Aspern que guarda la señora, aunque
para ello tenga que usar malas artes. No obstante, su codicia se le vuelve en
contra.
El
editor comete un error, fruto de su ingenuidad, al plantear su estrategia: no
cuenta con el carácter de sus anfitrionas. No cuenta con su
picardía, ni con los lazos afectivos que surgirán entre él y Tina. No cuenta
con ellas como sujetos activos. Este narrador no confiable entraña una ironía
tan cómica como demoledora: pretende ser escritor, pero en realidad no ha
conseguido nada relevante («Escribir libros, a menos que uno sea un gran genio
(¡incluso en ese caso!), es el peor camino para hacer fortuna. Creo que la
buena literatura ya no da dinero», pp. 107-108). Se identifica, o se quiere
identificar, con su ídolo Aspern, de quien valora que fuera un fundador de la
literatura estadounidense, hasta el punto de imitarlo, quizá de forma
inconsciente, en su vida personal: Aspern mantuvo una relación con Juliana y él
comienza una con la sobrina de esta. Tiene un punto patético, esta faceta de admirador
con ínfulas; pero él se esfuerza por convencer tanto al lector como a las
mujeres con su labia y su erudición. Toda la obra está construida sobre la ambigüedad de este punto de vista, un
narrador que no revela algunos aspectos de sí mismo ni conoce los verdaderos pensamientos
de ellas. Tampoco llega a descubrir la naturaleza de la relación entre Aspern y
Juliana; tan solo insinúa la deshonra que ha perseguido a la mujer desde
entonces. Pura sutileza.
Cuando
se instala en el palacio, el narrador descubre la dinámica de encierro voluntario
y aislamiento que llevan las mujeres («Vivimos en un silencio aterrador. No sé
cómo pasan los días. No tenemos vida», p. 55). Juliana es una anciana terca y
desconfiada que apenas se deja ver, mientras que Tina, más receptiva, traba
amistad con él. En cierto modo, Juliana vive en el recuerdo y Tina se ha negado
la posibilidad de tener una vida propia. Tina representa el arquetipo de solterona habitual en el autor, tanto en relatos
góticos, como la mencionada Otra vuelta de tuerca, como en novelas de costumbres como Washington Square (1881): una mujer que ya no es joven, apocada, recelosa,
torpe en sus relaciones con los demás, abnegada en el cuidado de su tía,
necesitada de afecto y experiencias, necesitada de calle, pero a la vez con miedos
que la empujan a mantenerse recluida. Es más triste (toda la obra lo es) que su
homóloga de Washington Square. Otra
marca de la casa es el choque cultural: tanto el narrador como sus anfitriones
proceden de Estados Unidos, pero, por diferentes motivos, han experimentado una
pérdida de identidad. Ellas llevan décadas sin pisar su tierra, aunque tampoco
se puede decir que se hayan «adaptado» al continente; viven ancladas en un
pasado que ya no existe. Él, a su manera, también está inmerso en el pasado, en
la vida y la obra de un escritor muerto al que idolatra. No es casual que la
acción se desarrolle en Venecia, una
ciudad emblemática de Europa, donde el autor residió un tiempo.
Henry James |
El
final es una lección magistral del precio que se paga por poner el interés por
delante del corazón, un mensaje que concuerda con la atmósfera lúgubre que se palpa desde el principio. Henry James no solo construye una
excelente novela gótica (con su información bien dosificada, su fino misterio, su
ambigüedad, su tensión in crescendo, su desenlace cruel y despiadado —sin
necesidad de seres sobrenaturales—), sino que invita a reflexionar sobre la sed
de poder y la vanidad, las relaciones malintencionadas y el modo (perverso) en
el que pueden darse la vuelta; temas que, por mucho que haya pasado más de
un siglo, no han perdido vigencia. Su estilo digresivo, refinado, preciso y
elusivo está en su máximo esplendor (sus lectores suelen coincidir en que sus
novelas breves y sus cuentos han perdurado mejor que las más extensas; he aquí una prueba de ello). Los papeles de Aspern es una obra
maestra de Henry James. Mejor dicho: otra
obra maestra.
Fotografías
de la adaptación al teatro de 1984, con Vanessa Redgrave y Christopher Reeve en
los roles principales.
Tengo Julia Bride de James pendiente, de hecho aún no he leído nada de este autor y tengo que empezar a hacerlo ya. Magnígica reseña.
ResponderEliminarEse no lo conozco, pero todo lo que voy leyendo de Henry James merece la pena. Solo por esa prosa...
EliminarHe leido esta obra de James hace muchos años y me parecio una obra maestra. Lo mismo que tu elaborada critica. Por otra parte, me gustaria que incorporaras algo a tu blog del uruguayo Mario Levrero. Un saludo
ResponderEliminarGracias por la recomendación. La verdad es que leo a poquísimos autores latinoamericanos; son una de mis (muchas) asignaturas pendientes.
EliminarHola!
ResponderEliminarEsta obra en concreto no me llama demasiado. Pero quiero leer novela gótica de Henry James, y algo más que Otra vuelta de tuerca, así que creo que es mi ocasión. Además, siendo así de cortita, tampoco va a pasar nada si no me gusta.
Me gustan los narradores no confiables (Lucy Snowe, de Vilette, por ejemplo) y el ambiente misterioso del palacio de Venecia. Voy a ir con esa idea en la cabeza, y a dejarme sorprender por el autor, que seguro lo consigue ;)
Muchas gracias!