Edición:
Valdemar, 1996 (trad. Rafael Lassaletta)
Páginas:
192
ISBN:
9788477021506
Precio:
7,90 €
También disponible en los Cuentos góticos de la autora editados
por Alba.
Leído en la edición en catalán de Angle,
2016 (trad. Pere Guixà).
La literatura victoriana no se entiende sin el
nombre de Elizabeth Gaskell (Chelsea, 1810 – Hampshire, 1865), una autora que,
como su amigo Charles Dickens, dio forma a una obra de gran calado social, con historias que a menudo se centran en las clases más desfavorecidas y plantean
una sutil crítica social a través de la peripecia. Además de su aclamada
biografía Vida de Charlotte Brontë (1857) y de sus novelas largas —como Cranford (1853), Norte y sur (1855) e Hijas y
esposas (1865), entre otras—, cultivó con éxito los relatos y novelas
breves. Entre estas últimas se encuentra La
bruja Lois (1861), una reconstrucción de los juicios por brujería de Salem, escrita unos ciento cincuenta años
después de los hechos, y por lo tanto con la suficiente distancia temporal para
denunciar las atrocidades cometidas. La trama es sencilla: en 1691, una joven
huérfana de confesión anglicana, Lois Barclay, abandona su Inglaterra natal para
instalarse en casa de su tío, al otro lado del océano, en Salem, donde imperan
unas costumbres e ideas un tanto distintas a las de su tierra. Allí, sin
embargo, no la reciben con los brazos abiertos, y esto, en una sociedad enfebrecida,
se paga caro.
La trama es sencilla, sí, pero entraña un logrado
retrato de la mentalidad del siglo XVII que resulta imprescindible para
comprender el devenir de la protagonista. Por aquel entonces, las diferencias culturales
entre Inglaterra y Estados Unidos eran notables, en particular por el clima de gran
susceptibilidad que reinaba en el nuevo continente, un país en
construcción que carecía de las raíces sólidas de los ingleses. Para empezar,
estaba la «amenaza» de los indios, a quienes los blancos temían (y marginaban, por
supuesto) hasta el punto de no atreverse a caminar por los bosques. El puritanismo religioso, por otra parte, se
llevaba al extremo: discursos exaltados, miedo, desconfianza,
supersticiones, creencia en la existencia de brujas. Lois llega a un lugar que le
resulta extraño, ajeno, violento, donde los propios habitantes viven recelosos
los unos de los otros. Aunque en Inglaterra también se condenaba la brujería, su
anglicanismo era menos radical; la joven es capaz de cuestionar algunos preceptos de la fe y se toma determinados asuntos con humor. Lo que para ella resulta
normal e inofensivo, para los otros puede convertirse en el pretexto para acabar
con alguien.
Representación de los juicios de Salem, por Joseph E. Baker (litografía de 1892). |
El interés de esta reconstrucción histórica
reside, justamente, en poner de manifiesto que la supuesta brujería era solo
una excusa, que no descubrieron a Lois ni a nadie haciendo rituales de dudoso
fin ni hablando con el Diablo, sino que las acusaciones provenían de gente que
manipuló de forma malintencionada los acontecimientos para perjudicar a alguien
que no era de su agrado. Esto, en un
ambiente hostil, ciego, que creía de verdad en las brujas, bastaba para ser
condenado. La bruja Lois se puede
considerar una novela gótica, pero
no porque aparezcan brujas o criaturas sobrenaturales (lo que, por otra parte,
sería una concepción escandalosamente simple del género), sino por la opresión
creciente alrededor de la chica; la autora no busca el mero entretenimiento,
sino que aprovecha los esquemas de la tradición gótica para abordar un suceso
trágico con una aguda crítica social.
Por eso, a pesar de sus tintes costumbristas, juega muy bien con elementos como
las premociones o los sueños, que potencian esa sensación de perturbación sin
restar fuerza a su mensaje.
Gaskell concreta a la perfección la red de
relaciones gracias a su fino análisis
psicológico de todos los involucrados, comenzando por Lois, una «bella y maldita» que se gana la estima del
lector, una chica humilde y bienintencionada, a quien su conducta ejemplar no
salva de la muerte; sin destacar por nada en particular, su rol cumple con el
propósito de conseguir la empatía del público hacia la víctima. En segundo lugar,
su tía política, Grace Hickman, una mujer dominante que no facilita su
adaptación y la ve como una amenaza para sus propias hijas, aunque al mismo
tiempo es una persona inteligente, que difícilmente se sumaría a la masa. Faith
y Prudence, las primas, encarnan las dos caras de la moneda: de la simpatía de
la primera, con quien comparte mucho por ser de la misma edad, al mal
comportamiento de la pequeña, rabiosa porque la recién llegada le quita
protagonismo. Manasseh, el primo de Lois, será, al final, su aliado más fiel, y
no es casual que él mismo esté marginado en la sociedad: es un veinteañero
apocado que se pasa los días con la cabeza metida en los libros, de quien se
insinúa, para vergüenza de su madre, que padece problemas mentales. Todavía hay
un personaje más: la criada, una anciana india, otra outsider, misteriosa a ojos de Lois.
Elizabeth Gaskell |
Hacia el final, se produce un salto temporal
que permite examinar, no solo la condena, sino su gestión a posteriori, cuando se podía valorar en frío y reconocer los
errores; un salto inteligente para humanizar también a los cómplices de los
juicios. Era fundamental humanizarlos,
hacerlos personajes reconocibles y no enemigos de cartón piedra, porque el
terror, como bien sabía la autora, no estaba en lo sobrenatural, sino en la
actitud que puede adoptar el ser humano. Desde la perspectiva actual, el desenlace
con moraleja de La bruja de Lois
puede resultar anticuado y poco original, demasiado blanco, pero no hay que
olvidar el contexto en el que fue concebida y su finalidad didáctica, puesto que esta novela corta, con su registro
accesible para el gran público, es un excelente antídoto para los prejuicios y una
advertencia del peligro de la radicalización. Gaskell no buscaba la gloria
literaria con este libro, sino novelar un episodio negro de lo que aún
era historia reciente. El resultado es una obra de líneas llanas, entretenida y
nada ardua, solventada con la eficiencia de una narradora consumada.
Me encanta Gaskell, mucho más que Brontë, y compré esta novelita hace tiempo pero no logro recordar donde la puse.. umm voy a buscarla inmediatamente y ponerla en mi pila de pendientes, porque tu reseña me ha abierto el apetito. Un saludo!
ResponderEliminarEs perfecta para una tarde de verano. Ha sido mi primera lectura de Elizabeth Gaskell y espero continuar en el futuro. Las Brontë me encantan.
EliminarEsta autora es otro hallazgo que tuve hace años y una delicia para retornar.
ResponderEliminarBesos
Una grande, sin duda. Me ha dejado con muchas ganas de seguir leyéndola.
EliminarHace tiempo que tengo esta novela en mi lista, y me acabas de proporcionar mi futura lectura.
ResponderEliminar¡Un saludo!
¡Me alegro! Espero que la disfrutes :).
EliminarHola!
ResponderEliminarLeí este relato hace tiempo, porque me interesa un montón el tema de las brujas de Salem (en general la brujería, fuera o no real) y cuando vi que Elizabeth Gaskell había escrito algo así, casi bailo de emoción.
Y me quedé como tu, maravillada de como sacó esta aguda crítica social y ese sentimiento de "pobre Lois" que se abate sobre el lector cuando la acabas. Me gustó muchísimo, e incluso me llegué a indignar en algunos momentos del libro, por la intolerancia y la ceguera de la gente del pueblo.
Por este relato me dan ganas de buscar la colección de Cuentos Góticos de Alba, seguro que son estupendos.
Muchas gracias!