Edición:
Errata naturae, 2016 (trad. Regina López Muñoz)
Páginas:
176
ISBN:
9788416544059
Precio:
17,90 €
La sociedad construida sobre el dinero destruye las cosechas, destruye a los animales, destruye a los hombres, destruye la alegría, destruye el mundo auténtico, destruye la paz, destruye las riquezas verdaderas.Tenéis derecho a las cosechas, derecho a la alegría, derecho al mundo auténtico, derecho a las riquezas verdaderas de aquí abajo, ahora mismo, ya, en esta vida. No debéis seguir obedeciendo a la locura del dinero (p. 30).
El
retorno a la naturaleza, a los
valores primordiales, es un tema fundamental en la obra del francés Jean Giono
(Manosque, 1895-1970), que abarca diversos géneros y destaca por su éxito El hombre que plantaba árboles (1953).
Nacido en el seno de una familia humilde, Giono se instruyó de forma
autodidacta, leyó con avidez los clásicos grecolatinos y durante toda su vida expresó
su compromiso con el pacifismo, inspirado por su paso por la Gran Guerra. A
partir de los años treinta, se implicó en política, con un posicionamiento
entre el comunismo y el anarquismo. Las
riquezas verdaderas (1936), un texto a caballo entre el ensayo y la crónica,
pertenece a esta época, cuando ya había publicado varios libros y se dedicaba
por completo a la literatura. El autor se instaló junto a unos colegas en una
casa del valle de Provenza, con el propósito de llevar una existencia más
próxima al campo, lejos del bullicio de las ciudades, donde se había impuesto
la Revolución Industrial, con toda su alienación y su desarraigo. De esta
experiencia surge esta obra, en la que relata, con un estilo muy narrativo y
poético, su encuentro con lo que considera las «riquezas verdaderas», esto es,
lo sencillo, lo natural.
El
libro comienza con un retrato de las calles de París en una jornada laborable. Las
prisas, la insatisfacción, la rutina dependiente de la maquinaria, las vidas
sin sentido. «Nada de lo que han cantado los poetas sobre la ciudad incumbe a
estos hombres» (p. 37), reflexiona Giono, que en todo momento habla en primera
persona, dirigiéndose al lector. En esta época se mostró muy crítico con la
industrialización de las ciudades, enseguida entrevió que lo que se proclamaba
como progreso era en realidad una forma de dominación que generaba desigualdad
y nutría las guerras («En toda la faz de la tierra, todos los animales libres
comen hasta saciarse. En la sociedad del dinero, sólo el veintiocho por ciento
de los hombres come hasta saciarse», p. 29). Se queja asimismo de las personas
convertidas en una masa, que dejan de ser sí mismas para encajar en el
engranaje de la ciudad. Todo mecanizado, todo igual un día tras otro. «¿Cuántas
[personas] serían capaces de reiniciar los gestos fundamentales de la vida si
se encontrasen mañana al alba en un mundo desnudo?» (p. 49), se pregunta. Eso
es exactamente lo que propone: una
llamada a la insubordinación.
En
la segunda parte, más breve, narra una fábula sobre esa
transición del ser humano. Evoca el mito de
Antígona —abundan referencias clásicas en todo el libro—, que guía a su padre
ciego: el hombre que se adentra en una nueva vida. Ese ciego representa al
habitante de la ciudad industrial, a quien las máquinas han cegado, le han
hecho perder de vista lo esencial, y ahora, desamparado, comienza de cero.
Como en el mito de la caverna, no le espera un camino fácil, se verá obligado a
borrar lo aprendido para volver a aprender, comprenderá que ha vivido
engañado, a oscuras («Aprenderás poco a poco a ser un hombre. Verás que
significa ser lo contrario de lo que te han enseñado a ser», p. 63); pero el
esfuerzo tendrá su recompensa en forma de lucidez y bienestar. «No tengo nada
que perder, y todo que ganar, como quienes llevan a cabo las grandes
revoluciones» (p. 76), concluye el autor, que con estas palabras trata de
animar a los lectores a cambiar, a arriesgarse.
El
resto de la obra se centra, ya sí, en sus vivencias rurales. Giono, un narrador
versátil, no relata una crónica convencional, sino que combina las escenas
costumbristas con las reflexiones que estas le suscitan, contadas siempre con una voz lírica y luminosa, alejada del estilo
panfletario a pesar de su mensaje contundente. Hay que precisar que Giono, más
que idealizar la naturaleza en sí, hace un
elogio de la sencillez, el paisaje donde el ser humano no ha intervenido, la
capacidad para liberarse de las necesidades superfluas y valerse por uno mismo
(«hace tiempo que busco los gestos primordiales en los campos y en los pueblos
de los alrededores, en los corrales de las granjas o en las plazas de los
pueblos…», p. 81). Parte de la base de que la ciudad industrial, en lugar de poner
las cosas más fáciles, ha contribuido a erradicar las habilidades más valiosas del
individuo y ha hecho de él un sujeto dependiente del mercado, las máquinas y la red de comunicaciones.
No
es de extrañar, por lo tanto, que Giono se maraville ante la elaboración del
pan casero. Esta acción, tan básica en apariencia, se revela como una hazaña
asombrosa, ya que muy pocos serían capaces de llevarla a cabo en la ciudad («La
vida de cada individuo debe producir, la vida de cada individuo ya no tiene un
propietario regular, sino que pertenece a otro, que a su vez pertenece a la
ciudad», p. 59). Del mismo modo, el autor defiende el arte, entendido como la
capacidad para crear, desde el trabajo de un artesano a la vecina que hace pan.
Gracias a estas actividades, Giono encuentra el medio para sentirse realizado, para
sentirse bien y hallar las riquezas verdaderas. La «riqueza», para Giono (y qué
oportuno es que utilice una palabra que se suele usar para referirse a la fortuna,
a la abundancia económica), está en el interior, en la libertad de rechazar lo innecesario: «Porque la riqueza del
hombre reside en su corazón. Es el rey del mundo en su corazón. Vivir no exige
poseer tantas cosas» (p. 159).
La
experiencia de Giono se sitúa en la década de la Gran Depresión, de modo que no
es de extrañar que busque caminos alternativos y plantee el motivo del regreso
a lo rural —en la actualidad está ocurriendo algo parecido— después de que las
máquinas hayan invadido el espacio social («… no me gusta el trabajo. No es un
orgullo, sino una obligación. Si hay menos trabajo para el hombre en la
actualidad es porque existen las máquinas», p. 91). El autor habla asimismo de
los jóvenes preocupados porque no encuentran un empleo acorde con su formación.
Les dice: «Han debido de decirte que hay que triunfar en la vida; yo lo que te
digo es que hay que vivir, ése es el mayor triunfo del mundo. Te han dicho:
“Con lo que sabes, ganarás dinero”. Yo te digo: “Con lo que sabes, ganarás
alegrías”. Es mucho mejor.» (p. 167). Sus obras eran bien
recibidas sobre todo por los jóvenes, que podían identificarse más
con su mensaje, tanto por su curiosidad por explorar nuevas posibilidades como
por el hecho de poseer la fuerza y la independencia necesarias para ponerlas en
práctica.
Jean Giono |
¿Qué
interés tiene Las riquezas verdaderas
para el lector de hoy? Para empezar, el malestar social sigue
vigente e incluso ha ido a más con la aparición de los medios de comunicación
de masas, con su fuerte poder para canalizar los deseos de la población. Existe
una presión constante acerca de lo que uno debe hacer, lo que debe comprar, lo
que debe ponerse e incluso lo que debe pensar. La respuesta no es hacer las
maletas e irse al campo, pero leer un texto como este actúa como un acto de resistencia del que se
extraen ideas interesantes, ideas para sentirse «libre» incluso dentro de la
sociedad: el hecho de acostumbrarse a vivir con poco, reducir las necesidades
superfluas; la importancia de realizar tareas manuales o creativas como autorrealización
y, por encima de todo, la búsqueda de la felicidad en los bienes inmateriales,
en el interior («Para ser feliz hay que destruir esta sociedad construida sobre
el dinero», p. 169). La simple lectura del libro, tan poético y evocador, ya es
de por sí una experiencia de lo más gratificante.
Fotografías
de Contadour (Provenza), la comunidad donde Giono organizaba sus encuentros.
Siempre estás descubriéndome libros y autores. Esta vez no me voy a lanzar a por él, porque no es el tipo de lectura que busco ahora mismo. Pero lo tendré en cuenta para más adelante.
ResponderEliminarBesotes!!!
Giono es un clásico del siglo XX. Vale la pena tenerlo en cuenta para cuando te apetezca algo sobre estos temas.
EliminarHola
ResponderEliminarSiempre es agradable leer sobre Giono, he leído de él "el hombre que plantaba árboles" que me gustó mucho, pero aún más "el húsar en el tejado" que lo tengo apartado entre mis novelas esenciales. Este libro que describes, parece discurrir por los caminos que recuerdo que recorre´"el hombre que plantaba árboles" así que la apuntaré
gracias
Sí, en la faja pone que la experiencia que narra en "Las riquezas verdaderas" inspiró "El hombre que plantaba árboles". Yo ya he fichado este libro en la biblioteca, así que espero seguir leyendo a Giono en el futuro próximo.
EliminarMe lo he leido en el ordenador pero me gusta mas en papel donde lo podria encontrar?
ResponderEliminarNo he sido capaz de terminarlo.
ResponderEliminarInmensamente aburrido, sin sustancia, lleno de tópicos.
ResponderEliminarCompré este libro hace tiempo y lo he cogido estos días para simultanearlo con otro muy diferente. Buscando información sobre él he encontrado tu blog y he decidido seguirlo ya que tienes lecturas muy variadas y, sobre todo, está muy bien escrito. Un saludo
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