09 noviembre 2012

Fragmentos de libros: La mujer de papel, de Rabih Alameddine

Hace ya mucho tiempo que me abandoné a una lujuria ciega por la palabra escrita. La literatura es mi caja de arena. En ella juego, construyo mis fuertes y castillos, me lo paso en grande. Lo que me da problemas es el mundo que hay fuera de ese parque. Me he adaptado dócilmente, aunque no de manera convencional, a ese mundo visible para poder retirarme sin muchos inconvenientes a mi mundo de libros. Para continuar con la metáfora, si la literatura es mi cajón de arena, el mundo real es mi reloj de arena, un reloj que se vacía grano a grano. La literatura me da vida, y la vida me mata.

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Creer que las palabras pueden reflejar, y aun explicar, el misterio infinito del sexo es como creer que leyendo las oscuras notas de un papel se puede entender una partitura de Bach, o que estudiando composición o color se puede entender un autorretrato de Rembrandt. El sexo, como el arte, puede desconcertar el alma, puede triturar un corazón en un mortero. El sexo, como la literatura, puede hacer que otro se cuele en el interior de nuestros muros, aunque solo sea un momento, un breve instante antes de que volvamos a amurallarnos. ¿Quién puede explicar un poder tan aterrador?

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Mis libros me muestran cómo es la vida en un país serio donde le das a un interruptor y está garantizado que la bombilla se encenderá y seguirá encendida, donde sabes que los coches se detendrán en los semáforos en rojo y donde los semáforos no dejan de funcionar un par de veces al día. ¿Qué se siente cuando el fontanero se presenta a la hora acordada, o al menos se presenta? ¿Qué se siente cuando sabes que si alguien dice que hará una cosa tal día, la hará?

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Toda la vida me ha preocupado no ser como los demás. Durante años conseguí convencerme de que era especial, de que ser diferente era una elección. De hecho, quería creer que era superior, no una artista, no un genio como Matisse, pero tampoco como la chusma. Soy única, soy singular, no solo peculiar, sino extraordinaria. Consideraba que mi singularidad era una virtud, que me protegía de sucumbir a las locuras y los estados de ánimo colectivos, que me ayudaba a flotar sobre las aguas turbulentas de la familia y la sociedad. Ese era, y es, mi mecanismo de supervivencia. Pero ahora me está fallando. Y no solo ahora. Últimamente no consigo mantener la farsa, no consigo proteger adecuadamente mi corazón.

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No soy nada. Debería aspirar a convertirme en una partícula. Concedo importancia a la literatura y a la poesía, recubro las artes con un oro de resplandor deslumbrante para no ver lo que el resto de la humanidad ve con toda claridad: que no soy nada, que nunca seré nada.

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4 comentarios :

  1. Si ya me apetecia el libro, ahora me has puesto los dientes largos, muy largos, a ver cuando le hago un hueco a esta novela

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  2. @Carmina. Es un libro que vale muuucho la pena, de lo mejor que he leído este año. No te arrepentirás de hacerle un hueco, estoy segura.

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  3. @Fanny. Con un libro como este es fácil elegir buenos fragmentos :).

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