Edición: Minúscula, 2018 (trad. Palmira
Feixas)
Páginas: 216
ISBN: 9788494836602
Precio: 18,50 €
Uno
de los motivos por los que me interesa la literatura actual, la literatura que están escribiendo mis coetáneos, es conocer su mirada hacia la sociedad que compartimos. Leer
puede ser una forma de enriquecer nuestro punto de vista, de prestar atención a
cuestiones que nos pasaban inadvertidas, de reforzar la empatía, sin renunciar
por ello al «placer» genuino de disfrutar de una buena obra literaria. En concreto, ahora
que el discurso xenófobo y racista vuelve (por desgracia) a llenar los
titulares, la lectura de narrativa me parece eficaz para comprender mejor el entorno
multicultural en el que vivimos, y de este modo combatir la ignorancia que
alimenta los prejuicios y el odio. La novela, a diferencia del ensayo o el
reportaje, tiene el atractivo de contar una historia, de crear unos personajes,
de evocar y suscitar (si funciona) «emociones». Es ahí, en su fuerza para
implicar al lector, para conmoverlo e invitarlo a la reflexión, donde se
encuentra su baza para que, al terminar, este se sienta robustecido.
Escribo
estas líneas a propósito de Marx y la muñeca
(2017), el flamante debut de Maryam Madjidi (Teherán, 1980), galardonado con el Prix
Goncourt du Premier Roman. La autora, afincada en Francia desde 1986, pertenece
a una generación de narradores francófonos que ha crecido entre dos culturas,
una rama que abarca a escritores tan distintos como Leila Slimani, Gaël Faye o
Saphia Azzeddine. La formación de esa doble identidad resulta esencial en la novela de Madjidi, que como muchas óperas primas,
es de carácter (abiertamente) autobiográfico. Se estructura en torno a los tres
«nacimientos» de la protagonista: en el Irán posterior a la Revolución iraní,
con unos padres comprometidos con el comunismo; en el París de finales del
siglo XX, donde empieza a hacer uso de la razón y más tarde disfruta su
juventud; y, por último, un viaje a su tierra natal, ya como adulta, una suerte de reconciliación
con sus orígenes.
Marx y la muñeca esboza el recorrido vital de una
chica entre dos mundos. Estas dos culturas, sin embargo, tienen una incidencia
desigual en su aprendizaje. La iraní, tan cruda en los primeros años de su vida
–el padre en la cárcel, la madre asistiendo a una manifestación embarazada, la
violencia de las revueltas– pronto queda relegada al ámbito doméstico en cuanto
la familia se instala en París y Maryam se habitúa a las costumbres
occidentales. El título alude, precisamente, a la parte de ella que se quedó en
Teherán: el comunismo que defendían sus padres, que les llevó a obligar a
Maryam a desprenderse de todos sus juguetes. La «muñeca» que abandonó se erige en el símbolo de esa primera infancia perdida por la fuerza, así
como a los parientes que se quedaron. Con todo, este país no desaparece de su vida: los recuerdos de los padres, las
llamadas, todo traza un hilo que la mantiene al tanto de lo que
ocurre ahí.
En
París, la pequeña Maryam se ve en la situación de muchos niños inmigrantes: con una
identidad en el hogar y otra en la escuela, en la calle. De forma progresiva, la identidad
francesa arrincona la iraní, lo que le causa un conflicto consigo misma y con
sus padres. Destacan sus observaciones sobre el papel primordial de la lengua
en el proceso de «integración»: el francés se impone hasta que el persa queda
relegado a idioma que habla pero del que no domina la escritura. La narradora
repasa las clases especiales del colegio para los no nativos, donde se mezclan
alumnos de diversas nacionalidades: pese a reconocer las buenas intenciones del
sistema, detecta el etnocentrismo del modelo de enseñanza, que, en su
objetivo de unificar conocimientos, margina e invisibiliza las diferencias. En
otras palabras: los alumnos se gradúan con una base sólida de cultura francesa «normativa», pero con grandes lagunas en su comprensión de las otras culturas presentes
en su sociedad. Hoy la autora se dedica a enseñar francés a extranjeros, así
que sin duda tiene una opinión razonada al respecto.
El libro muestra la indefensión del inmigrante
en Occidente: la discriminación, la noción de exotismo. No obstante, en la voz
de Madjidi no hay ni rabia ni autocompasión. Ha digerido su pasado antes de
sentarse a escribir, y se expresa con el tono jovial de una mujer que
se cuenta a sí misma, y se cuenta bien. Esta no es, aunque pueda dar esa impresión, la
típica novela lineal, de la niñez a la juventud, sino que se compone de retazos breves,
con saltos temporales, y no todo es «narración», puesto que intercala reflexiones, historias que le cuentan otras personas e incluso algún poema.
Algunos capítulos se acercan al reportaje, ya que recoge testimonios (por
ejemplo, cuando sus conocidas le explican lo que supone ser mujer en el Irán
contemporáneo). Y, aun con esta diversidad de recursos, mantiene la cohesión,
no es un texto deslavazado. Tiene un estilo ameno, sencillo y a la vez
esmerado, poético. Sobresale su vocación de narradora, de cuentacuentos, por su
gusto por introducir historias dentro de la historia, heredera de la
transmisión oral. Escribe con el oído, no solo con las letras.
Maryam Madjidi |
En
ocasiones, las novelas autobiográficas, sobre todo las de escritores
primerizos, adolecen de tedio, dan la impresión de que el autor no sabía adónde
quería llegar. No es este el caso: Madjidi tiene una historia interesante que
contar y posee el pulso para hacerlo con desenvoltura. Marx y la muñeca me recuerda en cierto modo a Pequeño país (2016; Salamandra, 2018), de Gaël Faye: libros de
calidad notable que, además, resultan «instructivos» en el sentido de
introducir al lector occidental en una cultura con la que no está muy familiarizado. Concentra temas pertinentes en nuestro contexto social (la
emigración, la asimilación cultural, el desarraigo, la lengua) y los
expone en un registro literario y accesible; es perfecto para clubes de lectura. Esta
novela aporta una nueva aproximación al hecho de sentirse extranjera en dos
lugares, desde la mirada de una autora joven que ya ha encontrado su voz. Tiene
mérito, mucho mérito, debutar así.
Me interesa muchísimo. Leí algún comentario comparándola con Persépolis, de Marjane Satrapí, que a mí me parece maravillosa. No sé qué opinas, pero desde luego el tema es intersantísimo.
ResponderEliminarNo he leído "Persépolis", aunque por lo que me han contado entiendo la comparación. Creo que el libro de Maryam Madjidi te gustará, es una novela bastante particular, por esa forma de combinar narración, reflexiones y saltos en el tiempo. Muy bonita, en cualquier caso.
EliminarMe lo traje este verano de Francia y espera pacientemente su turno entre los pendientes. A ver cuando puedo ponerme con él.
ResponderEliminarBuena adquisición. Espero que lo disfrutes.
EliminarNo había oído hablar de este libro, pero me gusta el tema que trata, que es duro y esperanzador a la vez...
ResponderEliminarBesos! Nos vemos en Tarro-libros ;)
Minúscula es una editorial pequeña, sin los recursos para promoción de las grandes o medianas, pero con un catálogo excelente. Este libro merece la pena.
EliminarTema duro el que toca. Sí, por desgracia vuelve el discurso racista. No aprendemos... Me sigues descubriendo libros y autores. Y desde luego bien apuntado me lo llevo.
ResponderEliminarBesotes!!!
La vida misma, por desgracia. Cuando está tan bien contada como aquí consigue que termines el libro un poco cambiada.
EliminarSin duda, como los anteriores comentarios es un tema muy duro. Y con los tiempos que corremos, parece que vuelve y la humanidad está abocada a repetir sus errores. Una lástima.
ResponderEliminarLeer, al menos, amplía horizontes. No creo que nos haga mejores personas, ni que evite repetir los errores del pasado (a la vista está, y de todas formas todo es mucho más complejo), pero nos cambia un poco individualmente. Leer novelas como esta, o como las de Chimamanda Ngozi Adichie o Gaël Faye, han enriquecido mi perspectiva (y ante todo son excelentes obras literarias, que conste).
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