Edición: Libros del Asteroide, 2016
(trad. Anne-Hélène Suárez y Qu Xianghong)
Páginas: 120
ISBN: 9788416213702
Precio: 17,95 € (e-book: 12,99 €)
Eileen Chang (Shanghái, 1920 – Los Ángeles, 1995) es la última escritora olvidada que
Libros del Asteroide ha dado a conocer. En los países anglosajones ya hace
tiempo que la disfrutan —sus novelas se han publicado en la colección Penguin
Modern Classics—, un dato que de entrada avala el interés por recuperarla.
Antes de comentar Un amor que destruye
ciudades (1943), su único libro traducido por ahora, me gustaría dar
algunas pinceladas sobre la biografía de la autora. Chang nació en el seno de una familia de
clase alta, aunque no gozó de un hogar al uso, puesto que sus padres se
divorciaron cuando ella era aún muy pequeña y sufrió los maltratos de su
progenitor hasta que pudo mudarse con su madre. El padre era un hombre
tradicional, adicto al opio, mientras que la madre, educada en Inglaterra,
tenía ideas más modernas. Chang estudió literatura en la Universidad de Hong
Kong y comenzó a publicar muy joven. Sus cuentos aparecieronn en revistas, lo que
la convirtió pronto en una autora popular. Se casó en 1943 para divorciarse tres años
más tarde. En 1955, con el establecimiento del régimen comunista, se marchó a
Estados Unidos, donde impartió clases y continuó escribiendo. Nunca regresó a
China, donde, a propósito, el régimen relegó su obra a un lugar secundario,
hasta que fue redescubierta en los años noventa.
La
editorial la promociona al lado de nombres como Irène Némirovsky o Stefan
Zweig, haciendo hincapié en el hecho de encontrarse entre dos mundos, dos
ambientes, con una realidad a punto de desaparecer. En efecto, la propia Chang
conoció las dos caras de la moneda y recrea las tensiones entre tradición y transformación social en la China de
los años cuarenta, aunque, y esto es importante, no aborda de forma directa
la política ni los grandes acontecimientos históricos, sino lo que ella llama
«las cosas triviales que suceden entre hombres y mujeres». Y, como ya han
demostrado muchas escritoras, esas cosas triviales pueden ser eficaces para captar
las inquietudes de toda una sociedad. Un
amor que destruye ciudades sigue a Liusu, una mujer divorciada de
veintiocho años que, siguiendo las convenciones sociales, tras el divorcio tuvo
que volver a su antiguo hogar: una familia acomodada venida a menos, una
estructura particular en la que solo se tiene en cuenta la opinión de los
varones de honorabilidad intachable. En casa vive también su hermana menor, todavía
no casada, a quien los mayores buscan marido. Sin embargo, el pretendiente se
fija en Liusu, y Liusu en él. Y aquí empieza el enredo.
La
protagonista se debate entre permanecer fiel a su clan o iniciar un romance que
le dé la oportunidad de adquirir cierta independencia. No solo se trata de
elegir entre familia o pasión —Liusu, de hecho, es cauta en sus afectos:
desconfía del hombre porque no deja de ser un desconocido. No hay que pasar por alto
que es una mujer experimentada, por lo que no vive el amor arrebatado de una
jovencita—, sino de libertad individual.
Desde antes de la entrada en escena del pretendiente, Chang deja entrever que
Liusu se siente profundamente incómoda en el caserón familiar: no se entiende
con sus cuñadas, se ve sometida al ninguneo por su condición de divorciada (consideran
que ha humillado a su estirpe). Un ambiente, en definitiva, patriarcal,
clasista y opresivo, una jerarquía en la que determinadas acciones restan
influencia en la toma de decisiones conjuntas. Es algo más complejo que el
dominio del hombre sobre la mujer: por un lado, ellas también muestran
actitudes machistas, materializadas en envidias y juicios despectivos; por el otro,
se cuenta cómo un hermano perdió autoridad por un comportamiento inadecuado.
Liusu querría abandonar la casa, pero no tiene estudios suficientes para
ejercer una profesión cualificada con la que mantenerse, y aceptar un trabajo como empleada supondría
rebajar su estatus.
Solo
le queda una opción: un segundo matrimonio. Una mujer sola, sin
educación superior, se encuentra con serias dificultades para ser independiente
—una crítica feroz de Chang, ella misma divorciada e hija de padres
divorciados—; tiene que «pertenecer», esto es, tiene que ser mantenida por un
hombre, sea el padre, el hermano o un marido. La autora, a través de la
búsqueda de pretendiente para la hermana menor, evidencia la rigidez de las
costumbres de la época, en la que la chica no tenía voz ni voto en la elección;
su familia decidía por ella. Como reza un refrán citado en el libro, «Primeras
nupcias, cuestión de familia. Segundas nupcias, cuestión personal» (p. 65). En
esa «cuestión personal» reside la oportunidad de Liusu: ahora, como divorciada,
puede decidir si quiere casarse otra vez o no, y, en caso de hacerlo, tiene más
libertad en el cortejo, y es gracias a esto que puede conocer al pretendiente, decidir si le conviene o no antes de
contraer matrimonio. Hablemos del pretendiente, pues: Liuyan, hijo de una
concubina, un hombre de mundo que ha vivido en Inglaterra. Es crucial que no
sea un chino «ejemplar» según los valores tradicionales: su nacimiento
ilegítimo y su contacto con Occidente lo convierten en un elemento rupturista, dispuesto a romper las viejas estructuras
porque él tampoco encaja en ellas. Era necesario que fuera así para, no solo
enamorarse de una mujer divorciada, sino estar dispuesto a luchar por su
relación.
El
título plantea una metáfora con el contexto de guerra en el que se desarrolla el
romance de Liusu y Liuyan: mientras ella rompe las reglas e intenta construir
una nueva vida (no sin renuncias), la ciudad de Hong Kong, donde se instala, es
invadida y ya no volverá a ser como antes. Para que su amor prospere, ha
tenido que caer una ciudad. O, dicho de otro modo, para que se produzcan
cambios individuales deben producirse asimismo transformaciones colectivas.
Chang relaciona de este modo lo personal y lo social, con una historia muy sencilla
en la trama pero simbólica en el fondo, porque la protagonista representa las preocupaciones
de la generación que se atrevió a hacer frente a las convenciones. Sería un
error considerarla una novela romántica —un error que se suele cometer con Jane
Austen, con quien tiene puntos en común—, ya que, más que guiarse por la
subjetividad del sentimiento, Chang presenta a una mujer muy racional y
analítica, que estudia bien sus posibilidades y no se deja llevar por el
impulso ni por la pasión ciega. Su interés se encuentra en la realidad social; el amor es la excusa para mostrar las
fisuras de una sociedad al borde del
abismo. Como narradora, Chang es pulcra y fina, una escritora delicada que
con pocos trazos construye un excelente retrato de una mujer y un contexto
específicos. No recurre al flashback para
contar el divorcio; le basta con narrar el ahora y dejar entrever lo justo y
necesario del pasado.
Esta edición incluye el relato «Bloqueados», igualmente notable, que tiene
una concepción del tiempo similar a La
señora Dalloway, de Virginia Woolf, por cómo en un espacio de apenas unas
horas o minutos estira el hilo para ahondar en la aflicción de los personajes
(toda la vida en un instante, por así decirlo). El argumento es simple: un
anodino viaje en tranvía se bloquea. Durante el parón, los pasajeros reflexionan
sobre sus problemas cotidianos y fantasean con la posibilidad de dejar de ser
quienes son mientras juegan a adivinar la identidad de sus acompañantes. En
concreto, Chang se centra en un hombre y una mujer de situaciones personales muy
distintas que por unos minutos parecen capaces de unirse («Normalmente, era contable, padre
de sus hijos, cabeza de familia, pasajero del tranvía, cliente de las tiendas,
ciudadano. Pero para esta mujer que no sabía nada de él, era solo un hombre.», p. 108).
De nuevo, establece un paralelismo entre
lo colectivo y lo individual: mientras la ciudad (representada por el
tranvía) se bloquea, los pasajeros sufren un revés inesperado que les hace
replanteárselo todo («La
ciudad de Shanghái entera se había echado una cabezada y había tenido un sueño
absurdo», p. 112), aunque solo sea por un momento.
Eileen Chang |
La
recuperación de Eileen Chang es, en fin, un gran acierto. Pertenece a un
tiempo y un lugar específicos —la China de los años cuarenta—, que pueden resultar ajenos al lector de hoy; pero su sensibilidad literaria, por
así decirlo, no está tan alejada de la de autoras más conocidas por estas
latitudes, como Virginia Woolf, Stella Gibbons o Rosamond Lehmann (sin su humor British, claro). Como ellas, Chang toma
como punto de partida las vicisitudes de un personaje femenino, y se sirve de
sus anhelos, sus amores y sus quehaceres domésticos para construir un agudo
retrato de la sociedad —las costumbres, los roles, la rigidez—, que trasciende
la experiencia personal. Solo se le puede hacer una crítica a Un amor que destruye ciudades: la nouvelle y el relato saben a poco para descubrir
a la que, según la promoción editorial, es la gran escritora china del siglo XX.
Es buena, sí, pero hay que leerla más. Ojalá pronto haya más Eileen Chang en
castellano.
Fotogramas
de la adaptación al cine de la novela, Love in a Fallen City (1984), dirigida por Ann Hui.
Me gusta mucho lo que cuentas de esta novela y esta autora que no conocía, así que la añado a mi wishlist para leerla lo antes posible. Un saludo!
ResponderEliminarEstá muy bien, y además se lee en una sentada. Espero que lo disfrutes.
EliminarLo tuve en las manos la última que fui a la librería y no me decidí. La próxima vez se viene a casa conmigo:) A ver si traducen más libros de la autora, para tener una mejor idea de su obra.
ResponderEliminarCoincido totalmente contigo en tu apreciación de la obra de Jane Austen u otras escritoras similares. Me parece un error y una pena, que se las considere en ocasiones "menores" (con respecto a las de sus contemporáneos masculinos) por tener en su centro una trama romántica. Retratan la sociedad de la época de una manera impecable, con mucha perspicacia y además, con humor.
Y además los personajes de estas autoras son muy "racionales", por así decirlo, al analizar sus relaciones. No son las típicas heroínas que caen rendidas en brazos del hombre, ni idealizan su personalidad nada más conocerlo. Me gusta el calificativo "antirromántica" para definir a Jane Austen.
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