Edición:
Lumen, 2015 (trad. y prólogo de Edgardo Dobry)
Páginas:
391-531
ISBN:
9788426403193
Precio:
25,90 €
Esta novela se puede encontrar en el
volumen Crónicas del desamor.
«Las cosas más difíciles
de contar son las que nosotros mismos no llegamos a comprender» (p. 394). Son
palabras de la narradora de La hija
oscura (2006), una mujer de mediana edad, divorciada y con dos hijas ya adultas,
que pasa un verano peculiar en un pueblo de la costa italiana, donde coincide
con unos ruidosos turistas napolitanos que le traen a la memoria su infancia en
un barrio humilde de dicha ciudad. Esta es la novela que Elena Ferrante (Nápoles,
1943) publicó justo antes de Dos amigas
(2011-2014), la tetralogía que la ha hecho célebre, y esto no es un dato baladí:
los entresijos de la amistad entre mujeres, un tema fundamental de la saga,
encuentran su raíz en esta obra. Con matices ligeramente distintos, eso sí: en
esta ocasión no plantea una amistad de dos coetáneas a lo largo de la vida, sino
algo que podríamos llamar simpatía mutua entre la mujer madura y una chica de
la familia napolitana. Tanto este como los otros dos libros reunidos en Crónicas del desamor —El amor molesto (1992) y Los días del abandono (2002)— son textos
mucho más breves que Dos amigas, por
lo que se centran en pocos personajes, se desarrollan en menos tiempo y, muy
importante, tienen la sordidez característica
de la autora mucho más acentuada.
La narración sigue el
esquema habitual de Elena Ferrante: primera persona de una mujer (que podría
ser la misma en todas sus novelas: la napolitana de infancia convulsa que ha
estudiado y ha huido de ese entorno, aunque nunca abandona la tensión por su
origen), capítulos cortos y estructura que empieza por el final, es decir, cuando
la acción ha concluido. En La hija oscura,
Leda, la protagonista, sufre un accidente de tráfico como consecuencia de un
dolor en el costado. Entonces, vía la técnica de retrospección, nos cuenta de
dónde viene ese dolor; un dolor ligado a esas cuestiones inexplicables que enuncia,
porque la vida, al menos tal como la retrata Elena Ferrante, no funciona por causalidad,
no todo tiene una justificación o un remedio y, al entrar en su universo, el lector acepta las zonas grises, la insinuación, las preguntas sin
respuesta, como bien demuestra en La niña perdida. Volviendo a La hija oscura,
Leda, al contemplar a los napolitanos, se fija en una madre joven que no parece encajar con la prole: Nina, una chica
más fina, atractiva e inteligente, que juega tranquilamente con su hija y la
muñeca de esta. La hija de Nina se llama Elena, aunque el resto de la familia
utiliza la forma dialectal, Lenù o Lenuccia. Se llama como la narradora de Dos amigas, y el nombre de Nina se
asemeja a su vez al de la coprotagonista (Lina, Lila).
El interés de Leda por
Nina surge, de entrada, por la identificación: Leda también fue una muchacha que no encajaba
con sus parientes toscos y escandalosos. Estudió, se refinó, se marchó de
Nápoles; ahora es una profesora de literatura que nadie tomaría por una
napolitana de barrio (una profesión de letras, como todas las protagonistas de
Ferrante: «Leer y escribir ha sido siempre mi modo de apaciguarme», p. 437).
Nina trata asimismo de huir. Su rebelión es sutil y silenciosa
—se aprecia en detalles como referirse a su hija como Elena, ciñéndose al
italiano normativo, sin rendirse al dialecto que reina a su alrededor, inseparable de la rudeza y el embrutecimiento («Las lenguas tienen para mí un veneno secreto que
cada cierto tiempo se activa y contra el cual no hay antídoto», p. 406)—, pero
suficiente para que una observadora atenta como Leda repare en ella. Sin
embargo, Nina, cuyo rol recuerda al de Lila en Dos amigas, no es libre para marcharse como lo fue Leda en su
momento: tiene una hija, que la emparenta con esta repulsiva familia. Nina demuestra
con su comportamiento que tiene la motivación de no ser como ellos, de no
educar de ese modo a la niña, pero está atrapada. Si Leda encuentra en Nina a
alguien que le recuerda a sí misma, Nina ve en Leda a alguien que la podría
ayudar. Así se traza esta singular amistad
femenina intergeneracional.
No obstante, ni Leda ni
Nina están tan «limpias» como aparentan. Se perciben a sí mismas de forma
distinta al colectivo napolitano, pero bajo la apariencia de sensatez esconden
esos actos impulsivos para los que la narradora no encuentra explicación. Esos
actos las acercan más a la irreflexión, la brutalidad asociada al temperamento
napolitano (la frantumaglia, como lo
llama la autora), como si nunca se hubieran desligado de él y estuviera ahí, listo
para salir a la superficie en los momentos de debilidad («Eran clavados a la
familia de la que me había apartado desde niña. No los aguantaba y sin embargo
me tenían atrapada, los llevaba a todos dentro», p. 477). Es quizá el tema más
importante de toda la obra de Elena Ferrante: la raíz imposible de extirpar,
por mucho que se cubra de mil capas de refinamiento, de erudición y distancia. El instinto frente a la razón, la pulsión
frente al control. La historia, además, está impregnada de un halo turbio, que
advierte que estas no serán unas vacaciones plácidas (Leda, nada
más instalarse, descubre un insecto repugnante: un aviso de lo
que está por venir). No es la sordidez de una novela de misterio, sino
la de quien se fija en el lado «sucio» de la realidad, la pobreza, la
mala educación, la violencia. La autora no se compadece de sus personajes;
siempre es dura, implacable incluso, y esta novela no es una excepción.
La amistad entre Leda y
Nina, por lo tanto, no sigue el curso de una bienintencionada relación entre una mentora y una
alumna arquetípicas. Parte de la «impureza» de Leda, por llamarla de alguna
manera, reside en sus celos, celos de Nina, celos de su juventud, de su
gracilidad, de su futuro lleno de posibilidades. Y, por encima de todo, celos
de su hermosa relación con la pequeña Elena. Leda mira fascinada cómo madre e hija
juegan con la muñeca, cómo son capaces de construir complicidad entre el ruido.
Leda, en cambio, nunca ha tenido una relación fácil con sus hijas («Siempre llega el momento en que los hijos te dicen
con rabia infeliz por qué me has dado la vida», 417). Reflexiona sobre la relación con los hijos cuando estos se
hacen adultos: la recuperación de la independencia, el sentirse de nuevo
dueña de sí misma y, sin embargo, las fisuras, la contradicción de sentirse más próxima a una joven desconocida que a sus propias hijas. Aunque la acción
transcurra durante el verano, la novela comprende una vida entera, y bastan
unas pocas pinceladas, unos recuerdos, para plasmarla (en esto se nota la
influencia de Virginia Woolf). Elena Ferrante adelanta en La hija oscura lo que luego desarrolló en Dos amigas: los enredos de
la amistad femenina, con la identificación, las triquiñuelas, la envidia latente,
la tendencia a idealizar o rebajar a la otra solo con las imaginaciones de una
misma. No necesita construir personajes malévolos o antipáticos; lo cuenta con
personajes que se muestran respetuosos, agradables, cívicos. Las sombras, claro, van
por dentro.
Por otro lado, tampoco es
casual (en Elena Ferrante no hay nada casual ni trivial) que la niña, Elena,
juegue con una muñeca. Sí, como las protagonistas de La amiga estupenda, esas muñecas perdidas que lo desencadenaron
todo... En ambas obras la muñeca adquiere un simbolismo trascendental por lo
que significa el juguete para sus dueñas. Para una niña, la muñeca no es un
mero objeto, sino un espejo con el que representa, sin ser consciente de ello,
su particular forma de aprender a estar en el mundo: la imitación del
comportamiento de los adultos, la proyección de sus inclinaciones, sus deseos, sus miedos. Se trata, por si fuera poco, de una «amiga» para la niña, que pasa a formar parte de su universo de
relaciones. La muñeca de Elena, sin ir más lejos, une a madre e
hija, que juegan juntas, la una le enseña el mundo a la otra a través de la
muñeca. Es una muñeca vieja, medio estropeada —a un niño le da igual que su juguete
se rompa o ensucie; sigue siendo su preferido, ve algo en él que los adultos no son capaces de entender, un vínculo más allá de lo material—; encarna en su cuerpo toda la
sordidez del relato. Y lo que ocurre con ella también.
La hija oscura
es, en suma, otra demostración de la maestría narrativa de Elena Ferrante: sutileza,
tensión, revelaciones en el momento preciso, escritura de alto
nivel, introspectiva y reflexiva, con un enfoque de género que ahonda en cuestiones que atañen a las mujeres (entresijos
de la amistad femenina, maternidad, relación con los hijos adultos, la concepción del propio cuerpo y el de los demás) y en
el tema transversal de la identidad entre dos aguas de quien se marcha de una
comunidad para integrarse en otra, sin dejar nunca la primera pese a poner todo
su empeño en ello. Una novela brillante, que ilumina las zonas oscuras —las que
no se llegan a comprender, las difíciles de contar— de esta peculiar relación entre dos mujeres tan diferentes
y no obstante tan parecidas. Hay mucha emoción contenida en pocas páginas; la
autora domina el formato breve tan bien como su vastísima saga. Y es que Elena Ferrante no tiene obra menor: es
espléndida siempre.
Tengo ganas de leer a la autora, he leído muy buenas cosas sobre su estilo y sobre sus personajes. Gracias por la recomendación.
ResponderEliminarUn beso!!
Es buenísima. Te animo a empezar por "La amiga estupenda", el primero de la saga. Es el libro con el que muchos la descubrimos, y nos enganchó ;).
EliminarDefinitivamente este tomo será mio una vez termine con la saga Dos amigas, creo que esta "autora" saber hacer literatura femenina y me encanta. Un saludo!
ResponderEliminarEs un poco diferente a la saga, está todo más condensado por la brevedad y las historias resultan aún más sórdidas, pero en cualquier caso es un volumen magnífico. A mí no me gusta hablar de "literatura femenina" (prefiero decir que Elena Ferrante sabe hacer gran literatura, a secas), pero sí que es cierto que en su obra predomina una "mirada femenina" sobre la vida.
EliminarEs pero leerlo pronto porque elena me encanta.
ResponderEliminarEntonces seguro que no te defraudará. Todo lo de esta autora es magnífico.
EliminarEstoy recién empezando a leer a Elena Ferrante. Como soy un cronopio rematado, y primeriza en lecturas en el Kindle, leí-primero- el último libro- y ahora, empecé el primero. No me importa. Igual entré en el mundo apabullante. Y, la verdad que no me importa si es hombre, mujer, o un grupo de hombres o de mujeres. Me encanta. Tampoco hablo de "literatura femenina"; la literatura es, literatura, a secas nomás- y si es buena, como esta, "engancha" sin más. Te empecé a seguir. Gracias por tus comentarios. Soy muy "jugosos".
ResponderEliminarPerdón por el error último: SON muy jugosos, quise escribir.
EliminarMuchas gracias. Yo tuve la suerte de empezar a leer a Elena Ferrante por "La amiga estupenda", pero todos sus libros son espléndidos para entrar en su mundo. Me parece una de las grandes escritoras (o lo que sea) de nuestro tiempo.
EliminarPues me lo apunto. Justo estoy empezando La amiga estupenda y me tiene maravillada.
ResponderEliminarBesos
¡Qué bien! Me alegra que estés disfrutando tanto de "La amiga estupenda" (y me da envidia que puedas leerla por primera vez... Cuánto echo de menos esa sensación de leer a Ferrante). Las "Crónicas del desamor" las puedes dejar para cuando termines con la saga.
EliminarQuien no ha leído a Ferrante no sabe lo que se pierde. Literatura de alto nivel. Me siento muchas veces identificada con sus personajes.
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