Edición:
Ardicia, 2014 (trad. Sara Blanco Sánchez; pról. William Somerset Maugham)
Páginas: 424
ISBN: 9788494123573
Precio:
22 €
El
escocés Georges Douglas Brown (1869-1902) fue el autor de una única novela,
pero esta resultó tan rompedora con la literatura predominante de la época en
su país que le bastó para marcar un punto de inflexión en el panorama literario
de Escocia. En las últimas décadas del siglo XIX, la llamada Escuela Kailyard,
que englobaba a escritores como J. M. Barrie (Peter Pan) y George MacDonald (Fantastes),
constituía la tendencia artística más celebrada, que se caracterizaba por una
representación un tanto sentimental e idealizada de la realidad. Brown quiso satirizar
esta corriente, y de ese intentó surgió La
casa de las persianas verdes (1901), que consiguió un éxito inmediato. No
obstante, tal y como señala William Somerset Maugham en un instructivo prólogo escrito
en 1938, su voluntad de desechar los valores de la Escuela Kailyard lo llevó a
cometer el error de caer en el extremo opuesto, es decir, construir una obra demasiado oscura y «salvaje», con
personajes de naturaleza vil pero planos, sin una pizca de empatía.
«George
Douglas escribió con ira, y no con simpatía. No hay un solo personaje en su
novela que no sea cruel, vulgar, mezquino, borracho o estúpido. […] No es vida
lo que ofrece; es más bien un estilizado retrato compuesto deliberadamente en
tonos sombríos», explica Maugham. En cierto modo, las circunstancias personales
del autor condujeron a esa animadversión hacia el mundo: era el hijo de un
granjero, y solo logró estudiar en la universidad gracias a una beca. Solitario,
no muy agraciado y de pocos amigos, al terminar su formación se estableció en
Londres, donde se ganaba la vida como periodista y colaborador editorial mientras
trabajaba en su novela. Murió de neumonía a los
treinta y tres años, apenas un año después de la publicación de La casa de las persianas verdes. Quizá sus siguientes historias habrían mostrado la
«humanidad» que le falta a su ópera prima; con todo, aun con sus debilidades el
libro tiene cualidades más que suficientes para despertar la atención de los
lectores curiosos.
La
acción se sitúa en Barbie, un pueblo escocés ficticio, a mediados del siglo
XIX. Brown relata la caída en desgracia
de John Gourlay, el hombre más poderoso de la localidad, que vive en la
casa que se construyó en lo alto de la ladera. Gourlay, que encarna al nuevo
rico avaro, orgulloso, mezquino y bruto, ha hecho fortuna a costa de
aprovecharse de los demás. Su hábitat, con las singulares persianas verdes,
simboliza la altivez de este personaje, pero también oculta un ambiente
familiar complicado, sobre todo por su hijo, que ha heredado la prepotencia del
padre, solo que sin su fuerte carácter. La llegada de alguien capaz de hacerle
frente, el hijo de un viejo conocido que regresa al pueblo enriquecido —el
arquetipo del forastero que rompe el equilibrio de un lugar—, provoca una
sucesión de alianzas entre aquellos que alguna vez sufrieron los desplantes de
Gourlay. El tirano se pone muy nervioso, y tanto él como sus familiares lo pagarán
caro.
Brown
hace gala de buen pulso narrativo: escribe con brío e intensidad, con su
particular humor grotesco y sarcástico,
que anima a seguir leyendo desde las primeras páginas. La trama, desarrollada
al estilo clásico, comienza con el retrato de Gourlay en el ambiente de Barbie,
que se recrea como un pequeño pueblo donde todos se conocen y todo se sabe (y
la envidia y las traiciones están a la orden del día). El regreso del vecino,
sin embargo, hace que los dos hombres entren en una competencia que implica
también a la siguiente generación: el hijo de su rival es mucho más brillante
que el suyo, pero Gourlay no está dispuesto a aceptarlo y hace todo lo posible
para que John hijo siga los pasos del otro joven. De este modo, el peso de la
historia recae por momentos en el chico; y se va mostrando cómo lo que en
principio parece una novela de un único personaje esconde, de hecho, una
telaraña de relaciones que se van desgranando poco a poco.
Más
allá de la trama, Brown destaca como un gran retratista de personalidades turbias,
«oscuras», una habilidad que complementa con un enorme sentido de la comicidad.
La novela no es «Gourlay contra los buenecitos pueblerinos», sino que en todos
los personajes sobresale algún rasgo espinoso, desde la debilidad a la afición
al alcohol, pasando por la falta de inteligencia o, directamente, la maldad. Su
mirada, desconfiada y sin compasión, actúa como un preciso detector de la
naturaleza salvaje del ser humano, del que no se libran ni la esposa («Era una
muchacha bonita»… que se echó a perder por culpa de su marido) ni los repelentes
hijos de Gourlay, sobre los que se extienden las consecuencias del «castigo
moral» que recibe el protagonista. Brown describe cada perfil con minuciosidad
a pesar de lo caricaturesco, por lo que ofrece unas magníficas (y divertidas) disertaciones sobre lo que él considera
el temperamento escocés, como la relativa al «tipo», que comienza así:
En cada pequeña comunidad escocesa existe un personaje particular conocido como «el tipo». «¿Qué tiene de especial ese elemento?», podría usted preguntar. En ese caso, alguien le respondería: «Realmente, no podría decirle qué es lo que tiene de peculiar, ¡tan solo es un tipo!», pág. 65.
George Douglas Brown |
En
las manos de otro escritor, La casa de
las persianas verdes habría sido una tragedia decimonónica como tantas
otras. La agudeza de Brown, no obstante, logra que el punto moralizante del
drama conviva con el humor negro y la crítica social, unos elementos que en su época
resultaron innovadores y en la actualidad no han perdido su potencial para
divertir al lector. En suma, quizá su falta de matices hace que no estemos ante
una obra maestra —no a la altura de un Thomas Hardy, por citar a un autor
contemporáneo de Brown que también describía con pesimismo el ambiente de las
pequeñas comunidades rurales, aunque con bastante más profundidad y empatía—,
pero sí ante una novela notable, una rareza que se lee con avidez y constituye un
excelente ejemplo de lo contrario a la escritura amable. Si hoy en día se
siguen publicando libros dulzones y sentimentales, ¿por qué no leer uno que
apuesta por los valores opuestos y, además, narra una historia de lo más
entretenida?
No conocía a este autor (no estoy muy puesto en autores escoceses), pero me ha llamado la atención todo: título, argumento, tu crítica... Me lo apunto en letras mayúsculas como autor pendiente. Muchas gracias por la reseña :)
ResponderEliminarQué bien, me alegro de que te haya llamado tanto la atención. Ya me contarás qué te parece :).
EliminarEse humor negro, esa ruptura con lo que se hacía o la crítica social son cosas que me harían anotar esta novela, pero si Somerset Maugham la sitúa en los extremos, empiezo a sentir un poco de miedito, porque él no era precisamente "sutil". En fin, no sé, dado tu párrafo final, me lo pienso :). Abrazos.
ResponderEliminarMaugham señala sobre todo que los personajes son muy planos: se abandona la idealización para caer en el extremo opuesto, no hay compasión hacia los débiles o los malvados. De todas formas, esto no anula sus (muchas) virtudes, porque es evidente que George Douglas Brown sabía narrar una historia, y su sentido de lo "grotesco" está muy bien trabajado.
EliminarMe ha llamado mucho la atención tu magnífica reseña, el titulo no lo conocía y con lo de retratista de personalidades turbias, ya has acabado de convencerme! Lo llevo anotado.
ResponderEliminarUn beso
Me alegra que te haya llamado la atención. Ningún personaje tiene desperdicio, ya lo verás :).
EliminarLo que cuentas parece interesante, sobre todo por el valor que tiene la obra al romper con la literatura predominante en la época, pero no me acaba de llamar la atención. A veces hay que dejar pasar alguno:)
ResponderEliminarNo se puede leer todo, así que a por lo que te apetezca más ;).
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