02 noviembre 2018

La azotea - Fernanda Trías

Edición: Tránsito, 2018
Páginas: 140
ISBN: 9788494909504
Precio: 15,90 €

La azotea, el ático, la buhardilla, el desván. Desde que Charlotte Brontë escribió Jane Eyre (1847), se ha afianzado una relación (literaria) entre la zona alta de los edificios y las mujeres perturbadas. En su primera novela, publicada en 2001, Fernanda Trías (Montevideo, 1976) retoma este motivo en una historia de tintes góticos sobre una pequeña familia que vive encerrada en un piso de un barrio pobre. La narradora, Clara, tomó la decisión de enclaustrarse junto a su padre después del suceso al que se refiere como «accidente». Más adelante, estando ya recluida, nació su hija, Flor. Un anciano, una mujer joven y una niña; tres personajes que sobreviven al margen de la sociedad, tres vidas marcadas por las relaciones de poder, los temores y la locura, siguiendo la estela de libros como Siempre hemos vivido en el castillo (1962), de Shirley Jackson, y en sintonía con otros títulos contemporáneos como Las efímeras (2015), de Pilar Adón.
La autora da forma a una novela de atmósfera lúgubre, que mantiene la tensión gracias a las elisiones y los saltos temporales, que combinan con acierto el presente con el relato de los hechos que condujeron a esta situación. El contacto de Clara con la civilización es Carmen, una vecina que la ayuda con los recados sin hacer preguntas incómodas; ella solo sale de casa de manera muy puntual. En la convivencia de tres, se plantean los temas de dominación y sumisión, de intercambio de roles. Interesa, en concreto, la psicología de la narradora: por una parte, se hace con el control del hogar después del accidente, después de que el orden establecido se quebrara, como haría una buena hija al cuidar de un padre solo; no obstante, a la vez se revela como una persona atormentada, con heridas sin cicatrizar y carencias afectivas («estoy igual que esta casa: llena de cosas muertas», p. 73). Entre sus rasgos, sobresalen la inocencia, la facilidad con que cree todo lo que le dicen, desde supersticiones a comentarios de chiquillos del colegio; y el miedo, consecuencia de su aprensión, que contagia a sus allegados («Flor miraba alrededor como si quisiera comerse el mundo con los ojos, no se daba cuenta de que era el mundo el que iba a comérsela a ella», p. 108).
Clara tiene muchos miedos. El principal, el mundo, la vida allá fuera. Con el paso de los años, su obsesión aumenta, recela incluso de Carmen y tan solo se siente libre en la azotea, adonde sube en secreto, para respirar, para sentirse poderosa con la ciudad a sus pies («La azotea era mi lugar; el único donde no pudieron vencerme.», p. 49). Se plantea una incógnita: ¿el peligro está en la calle, como cree la narradora, o este solo existe en su mente? La autora hace hincapié en su degradación, el modo en que, tras abandonar sus relaciones, descuida también su cuerpo, lo que la aleja aún más de la gente («me daba un aspecto primitivo que me protegía y me separaba de los demás», p. 115). En su mirada aparecen metáforas con animales inhóspitos (arañas, abejas), que dan una idea de su creciente perturbación. Se trata, además, de una narración atenta al cuerpo, que, encerrado, presta una atención extraordinaria a cualquier roce, cualquier muestra de decrepitud. También los nombres están cuidados: Clara, que en realidad no es nada clara; y Flor, algo nuevo que germina, pero que, como las plantas, no se mueve de la maceta donde la ha colocado su madre-dueña.
Fernanda Trías
La azotea es, en suma, una muy buena primera novela, escrita con un estilo ágil y preciso, que envuelve al lector en su universo sombrío sin que nada chirríe; denota una madurez admirable en una escritora que entonces tenía veinticinco años. Habrá que prestar atención a Fernanda Trías –en España ya se había editado su libro La ciudad invencible (Demipage, 2014)–, que se une a la larga lista de autoras latinoamericanas que están dando tanto que hablar –Samanta Schweblin, Vera Giaconi, Selva Almada, Paula Porroni, Mariana Enriquez y Mónica Ojeda, entre otras–, unas autoras que comparten inclinación por lo oscuro, la violencia, el desarraigo, desde perspectivas y tratamientos diversos. Quizá son las que mejor están captando el aire de estos tiempos, la falta de anclaje que deriva en el temor, en la patología. Sea lo que sea, vale la pena leer a Fernanda Trías, vale la pena sucumbir ante su voz inquietante.
Y vale la pena seguirle la pista a la recién nacida Tránsito. Además de lo obvio diseño impecable y reconocible, tipografía cómoda, textura y encuadernación de calidad–, hay que subrayar su valentía al apostar, para empezar su andadura, por una novelista joven y desconocida en España, en lugar de recurrir a los rescates libres de derechos. Por si fuera poco, con una cubierta amarilla; sin supersticiones. Bien, muy bien por Tránsito.

4 comentarios :

  1. Este tipo de libros por un lado me agobian y por otro me atraen. Me da mucha pena del bebé y me paso la lectura esperando que alguien rescate a la víctima más inocente.
    No sé si lo leeré, dependerá de si me lo encuentro.
    Besos

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    Respuestas
    1. No es una lectura amable, desde luego, pero está muy bien para cuando te apetezca algo de este estilo :).

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  2. A por este breve libro. He leído un libro de Samanta, Selva y Paula, y realmente me gustaron lo suficiente como para leer este libro de Fernanda
    Gracias!!!

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