Edición:
Akal, 2002 (trad. César Palma)
Páginas:
112
ISBN:
9788446014072
Precio:
9,40 €
Leído en la edición en catalán de Empúries,
2001 (trad. Pau Vidal).
Tres caballos
(1999) es quizá una de las novelas menos conocidas del prolífico escritor Erri De Luca (Nápoles, 1950). Me temo que este desconocimiento no
responde a su contenido ni a su calidad, sino más bien al hecho de que su
éxito, al menos fuera de su país, le llegó con títulos posteriores, como Montedidio (2001), El día antes de la felicidad (2009) o Los peces no cierran los ojos (2011). No obstante, lo cierto es
que, en lo referente a su argumento, Tres
caballos resulta un tanto atípica con respecto a sus obras más aclamadas. En
el corpus literario de Erri De Luca, un motivo recurrente es el recuerdo de su
infancia en Nápoles, esa etapa coming-of-age
en la que el niño se convierte en adulto, que aborda en los tres libros
mencionados y en otros igualmente excelentes como Tú, mío (1998). Tres
caballos, en cambio, se centra en la madurez de
un hombre que ya está de vuelta de todo y solo aspira a disfrutar del momento
(y no digo esto último en vano: la novela está narrada en tiempo presente y
plantea la idea de que las cosas, las experiencias, tienen un final, pero no
pasa nada, no se dramatiza por eso). Tal vez, se me pasa por la cabeza, este
tema no resulta tan atractivo, tan comercial
a ojos de los lectores como la niñez; aunque, insisto, es tan buena como las
demás.
El
título alude
precisamente a la madurez: la vida de un hombre dura como la de tres caballos,
y el protagonista —como siempre un personaje sin nombre, como siempre con
trasfondo autobiográfico, como siempre en primera persona— ya ha quemado dos.
Esta novela reúne esas dos historias, condensadas con la maestría de Erri De
Luca para abarcar mucho con las palabras justas, ese estilo poético
inconfundible, parco, sutil, elegante, reflexivo, intimista. La primera historia
pertenece a su pasado: el protagonista emigró
a Argentina en una época convulsa, unos años que le dejaron una herida
difícil de cicatrizar. Ahora, en el presente, el hombre ha regresado a su
Italia natal, donde trabaja como jardinero (otro tema habitual en el autor: la
naturaleza) y traba amistad con un inmigrante africano; dos personajes que
conocen el drama de huir de un país, aunque desde perspectivas diferentes. Pero
la persona importante para él es una mujer, una mujer más joven que él, con
quien comienza una relación amorosa
en la que ambos hablan de sus respectivos equipajes, a cada cual más
turbulento.
Los
personajes femeninos de Erri De Luca tienen mucho en común: mujeres misteriosas, con un pasado «oscuro»
que las hace ser recelosas, desconfiadas, hasta que se abren con el hombre. «Quien
no tiene sombra tampoco tiene pasado.» (p. 51), afirma; quizá por eso toda su
obra es un regresar continuo a esas sombras. Ocurre tanto con las adolescentes
de Tú, mío o El día antes de la felicidad (que, eso sí, en ese caso son mayores
que el protagonista: chicas con más recorrido que lo hacen espabilar) como con las
adultas de esta misma o El crimen del soldado (2012). El narrador se siente atraído por mujeres que llevan el
sufrimiento a cuestas, pero, y esto es fundamental, no se convierte en el varón
dominante que las protege. No: el amor en Erri De Luca se entiende como un
intento de complicidad entre personas que arrastran una mochila pesada, no
existe una concepción idealizada del sentimiento, y es muy contenido en la
narración de las emociones. En esta en concreto destaca su conciencia de finitud: «No dura. ¿Por qué debería? Que se acabe
cuando le parezca, yo mientras tanto amo» (p. 36). Tiene algo de carpe diem, de haber alcanzado un estado
de paz interior, de aceptación del curso de la vida, por el que los personajes,
en lugar de esperar, de desear o ambicionar, se limitan a disfrutar de lo que venga, sin angustias
ni temores.
Y,
como acostumbra Erri De Luca, la narración de ese proceso está salpicada de
jugosas reflexiones sobre dos de sus temas predilectos: los libros y la naturaleza. En cuanto a lo primero, la frase que
abre la novela es una declaración de intenciones: «Solo leo libros viejos» (p.
9). No es la única vez que lo expresa (el niño de El día antes de la felicidad frecuenta una librería de viejo), pero
sí que incide en ello más de lo habitual, y no es casual, puesto que estas
cavilaciones (las múltiples vidas de un libro, el rechazo de acumular) van en
consonancia con el resto de la obra: el personaje maduro, conocedor del valor
de las cosas, nada caprichoso. Erri De Luca predica una filosofía ecologista, thoreauviana,
sus personajes llevan una vida sencilla, cercana a la montaña, el mar, los
bosques (incluso ha escrito una especie de fábula: El peso de la mariposa, 2009). Promueve el amor a la existencia sin
necesidades superfluas, como un Jean Giono actual. Y su estilo también es así:
sin paja, sin enredos innecesarios, pero rico en el fondo, en la esencia. En
esta novela, la excusa para relacionar los árboles con la trama es el oficio
del narrador: la jardinería, un trabajo manual, que le permite sentir la tierra
con sus manos, además de concebir metáforas espléndidas («Aprendemos alfabetos
y no sabemos leer los árboles. Los robles son novelas, los pinos son gramáticas,
las vides son salmos, las hiedras proverbios, los abetos son arengas en
defensa, los cipreses acusaciones, el romero es una canción, el laurel una
profecía», p. 31).
Erri De Luca |
Con
Tres caballos ya son ocho los libros
de Erri De Luca que he leído. Su concisión ayuda (prefiero hablar de concisión
que de brevedad: por mucho que en su caso se cumplan ambas cualidades, la concisión
remite a la exactitud, la precisión para expresar una o varias ideas en poco
espacio, y eso es lo que hace), pero lo que de verdad me fascina es el universo
literario que construye en cada novela. Lo que cuenta y, sobre todo, el modo en
el que lo cuenta, su voz lírica
evocadora, su tempo. Con esto último no me refiero al ritmo de la acción,
aquello de que «pasen cosas», sino al ritmo de su escritura, algo de lo que se
habla poco. El estilo de Erri De Luca tiene una cadencia de frases cortas y
bien engarzadas, probablemente por influencia de su faceta como poeta, que crea
una atmósfera tranquila, acogedora, para leer despacio, sumergido en su
particular hechizo. Más que un contador de historias de raza (como podría ser,
por citar a otro italiano contemporáneo, Elena Ferrante), es un poeta en prosa. Es
muy personal, exquisito, y a veces lo exquisito no es para todos. A mí, desde
luego, me tiene más que complacida.
Todavía no me he estrenado con este autor. Y mira que varias veces he tenido en la biblioteca algún libro suyo entre mis manos. Voy a tener que dejar de resistirme.
ResponderEliminarBesotes!!!
¡Anímate! Con lo breves que son sus libros tardas más tiempo en decidirte que en leerlos :).
EliminarY yo que tampoco he leído nada suyo... Pues este me parece una buena forma de empezar.
ResponderEliminarTodo lo de Erri De Luca es bueno. Con cualquier libro acertarás ;).
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