Edición: Minúscula, 2014
(trad. Valeria Bergalli; post. Claudio Magris)
Páginas: 192
ISBN: 9788494145735
Precio: 16,50 €
Es probablemente una fase natural en la vida de todos. Después de la fuga de la casa paterna para construir una vida propia, hay, en la madurez, una tendencia al regreso, al redescubrimiento de los orígenes. También yo «deserté de aquel seno», me fui lejos, descuidé quizá un poco a mis padres. Y ahora que ya no están y que la casa de la calle Piccardi es como una concha vacía habitada solo por recuerdos que la abuela Anka guarda fielmente, reencuentro vivas mis raíces en mis pensamientos y en mis actos. Nada muere nunca del todo. Pág. 76.
En
1945, cuando solo tenía siete años, Marisa Madieri (Fiume, 1938 – Trieste,
1996) se vio obligada a marcharse de su ciudad natal junto a su familia, como
consecuencia de la adhesión de Fiume —la actual Rijeka, en Croacia— a la
Yugoslavia de Tito. Su destino fue Trieste, donde se quedó para siempre, a
pesar de que los primeros años los pasó en el campo del Silos, un antiguo
almacén que sirvió de hábitat para los refugiados. En 1964, se casó con el
también escritor Claudio Magris, y dedicó su vida a la enseñanza, la creación
literaria y las actividades sociales. Verde
agua (1987), un diario íntimo escrito entre
1981 y 1984, es su libro más importante y está considerado un clásico de la
literatura italiana del siglo XX. En él, realiza un viaje interior por las
experiencias que la han marcado, y en particular por sus orígenes, ya que toma
como hilo conductor el abandono de su tierra y las dificultades posteriores en
el refugio, de modo que se sitúa entre las obras sobre el llamado Éxodo istriano-dálmata, aunque su valor
va más allá que el de un relato testimonial.
Verde agua
tiene, en efecto, varios niveles de lectura. Está estructurado en forma de
diario íntimo, con entradas breves que alternan la narración de algunos
episodios de su infancia —comenzando por el recuerdo de la casa de su abuela en
Fiume— con algunas dedicadas al presente, en las que, más que detallar sus
acciones, enlaza esas memorias con su mirada de mujer adulta, de tal manera que
entreteje unas profundas reflexiones
sobre el paso del tiempo y el devenir de la vida (precisamente «vida» y
«tiempo» son dos palabras que se repiten mucho: «Hay
días en que miro de buena gana hacia atrás, otros en que el pasado se hace
opaco y elusivo. […] el hilo secreto del tiempo que teje nuestra vida revela su
tenaz continuidad. Un desgarro, un vuelco del corazón. Todo está aún presente»,
pág. 51).
Esta puede ser una primera lectura: una gran introspección sobre la existencia
a partir de las vivencias personales, que pone énfasis en cómo estas percepciones
cambian en función de la edad y las experiencias, del hecho de vivirlas en el
momento o de redescubrirlas más tarde, tal como hace ella («Hay algo bueno en envejecer. Se gana serenidad, conciencia y, al
mismo tiempo, humildad», pág. 36-37).
La
segunda interpretación es el relato histórico y familiar propiamente
dicho de los años posteriores al éxodo, que destaca por su estancia en el Silos de Trieste, ese lugar amargo
en el que convivía con otras familias tan empobrecidas como la suya («Entrar en el Silos era como entrar en un paisaje vagamente
dantesco, en un nocturno y humeante purgatorio», pág. 79). En aquella época,
Madieri pensaba en la vida que merecía la pena como algo externo
a la miseria que conocía a diario, una imaginación que necesitaba alimentar para evadirse («La
vida, pues, afuera, era grande, bella, dolorosa y sagrada, y yo un día la
alcanzaría», pág. 93). A la hora de hablar de los seres queridos que la
acompañaban, no omite las facetas más atroces de algunos
familiares —el carácter dominante de su abuela, la estafa en la que cayó su
padre, el tío que violaba a su esposa y a sus hijas—, ni las muestras de la
escasez de recursos que padecían, aunque no se recrea en ello, sino que lo narra
con la naturalidad de quien lo ha digerido e incorporado a su equipaje. Gracias
a esta transparencia, a esta precisión de su escritura, consigue dotar sus
recuerdos de una intensidad singular que hace que aparezcan como imágenes vivas y poderosas, por lo que Verde agua rebosa autenticidad.
En la adolescencia, Madieri continuó sus
estudios a pesar de las circunstancias, gracias en parte a su madre, que
trabajó duro para que sus hijas pudieran formarse y aspirar a un futuro mejor.
En este sentido, una de las sensaciones más terribles que se recogen en el diario es
el hecho de ocultar su procedencia, el Silos, en el colegio, lo que conllevaba
que no podía invitar a sus amigas a casa ni llevar la vida de cualquier
muchacha de su edad. «Sentía vergüenza de mi condición» (pág. 128), reconoce en
una afirmación de una sinceridad feroz, como todo el libro. Este periodo, no
obstante, también le trajo satisfacciones, como el descubrimiento de
la literatura gracias a los libros que le prestaba otra chica («Guerra y paz […] fue para mi
adolescencia desangelada un rayo de luz y se transformó en el punto de
referencia secreto de todas mis aspiraciones e ideales de vida», pág. 92).
La
narración de su presente, de los años en los que redactó el diario, es aún más
sutil y breve, casi una insinuación, tal vez porque esas vivencias todavía no
habían pasado por el filtro del tiempo y no sintió la necesidad de
redescubrirlas porque, en fin, eran su día a día. Como señala Magris en el postfacio, Madieri apenas se refiere a sus mayores preocupaciones, pero deja
caer las pinceladas suficientes para saber que existen, que están ahí. De esta etapa forman
parte experiencias tan importantes como su matrimonio, sus hijos, que le
motivan alguna reflexión sobre las
dificultades de la maternidad («Los hijos, con frecuencia, saben ser más
comprensivos y maduros que sus padres», pág. 53), o su enfermedad, muy ligada a
su percepción de la finitud de la vida aunque no se prodigue en el asunto
(«Quizá un bultito que me he descubierto otra vez en el pecho me recuerda la
sombra con la que debemos convivir. Toda vida contiene la semilla de su
destrucción.», pág. 102).
Otro rasgo significativo de su personalidad, que
ya se adivinaba en su infancia, es su compromiso
con los más desfavorecidos. En un episodio especialmente entrañable de su
niñez, decidió dejar de alimentarse a base de carne tras conocer el sufrimiento
de los animales. Luego volvió a comerla, pero eso le dejó un aprendizaje más
sobre la vida («Para hacernos vivir, pues, alguien debía morir.
Era la culpa originaria», pág. 98). Ya de adulta, colaboraba con actividades de
ayuda a los niños y a la emancipación de la mujer. Las referencias a estas tareas
van en consonancia con el tono del resto del libro, es decir, sin ningún afán
moralizador. La crítica a menudo ha relacionado el agua —de los paisajes de
Trieste, de la frontera, del color que marcó algunas experiencias («También verde agua se llamaba aquel color, que para mí es aún hoy
el color del amor», pág. 138)— con la escritura de Madieri. Se
ha insistido tanto en esta idea, la de la
pureza cristalina de su prosa, que retomarla por enésima vez cae en el
tópico, pero lo cierto es que sí, que la transparencia de sus palabras se
asemeja a la de una corriente que fluye tranquila sin pretender ser más de lo
que es, y por eso mismo, por esa naturalidad, esa templanza, su obra deslumbra.
Marisa Madieri |
En
suma, Verde agua es el retrato introspectivo
de una mujer adulta que ha aprendido a disfrutar de los pequeños regalos del
presente («Quisiera un tiempo que no
pasa, la hora de la «persuasión», porque sé que no me espera nada más hermoso
que el presente que vivo», pág. 56) y redescubre su pasado
y, en concreto, los primeros años de la adolescencia, esa edad entre dos mundos
que siempre deja huella y determina buena parte de la personalidad de
la persona. En segundo lugar, Verde agua
es también un retrato familiar, porque para entenderse a uno mismo hay que
mirar hacia atrás, y por eso Madieri regresa a sus orígenes, a la ciudad que abandonó y a los seres queridos que se quedaron en ella («En cada palabra dada y recibida, en cada gesto y pensamiento, en
cada fragmento incluso breve y casual de nuestra existencia y de la de los
otros, hay algo de precario y algo de ineluctable, de caduco y de
indestructible», pág. 41). A partir de su historia individual, de
sus recuerdos oscuros y luminosos, emergen unas ideas universales en las que el
lector se reconoce, porque, al fin y al cabo, la memoria y el paso del tiempo nos atañen a todos.
Imágenes
de Trieste. Fuente: Wikipedia.
No es una lectura que me apetezca ahora mismo...
ResponderEliminarBueno, pues a otra cosa ;).
EliminarNo sabía que la esposa de Magris era escritora. Me parece muy interesante este libro sobre todo por su ambientación en la frontera entre Croacia e Italia, que tanto sufrimiento causó tanto a los croatas como a los italianos.
ResponderEliminarsaludos
No fue una escritora de largo recorrido, pero publicó cuentos, la novela breve "El claro del bosque" y este diario. Magris también cuenta que revisaba todo lo que escribía él, así que, de una forma u otra, estuvo muy ligada a la literatura.
EliminarLo compré en la Fil este año, así que espero leerlo este 2015 ;) así que disfruté mucho leyéndote y enterándome un poco mejor de qué va (lo compré porque me dijeron que era de la esposa de Claudio Magris, precisamente) ¡gracias!
ResponderEliminarQué bien. Espero que lo disfrutes, ya me contarás.
EliminarNo suelo leer diarios, pero esta vez, por todas las vivencias de esta mujer y por la época que le tocó vivir, me interesa. Así que me llevo tu recomendación de hoy bien apuntada.
ResponderEliminarBesotes!!!
Es un diario muy interesante, por la forma y por los contenidos. Merece la pena.
EliminarPues, después de leerte, la tendré muy en cuenta, ;D. Abrazos.
ResponderEliminarY no te arrepentirás de tenerlo en cuenta :).
EliminarNo soy al igual que Margari de diarios pero a veces me sorprenden gratamente así que me lo llevo. Besos!
ResponderEliminarCreo que no hay que darle tantas vueltas al género. Lo que importa es que cada libro en particular -sea novela, ensayo o lo que sea- y su autor nos despierten interés.
EliminarTiene muy buena pinta, la verdad. La sinceridad y claridad de la que hablas me llama la atención.
ResponderEliminarAnotado queda!
1beso
Por cierto, veo que hay dos ediciones de este libro, ¿alguna idea de la diferencia entre ellas?
ResponderEliminarLa otra es más antigua, pero por lo demás son iguales: misma editorial, misma traducción, mismo postfacio. Anímate, es un buen libro.
EliminarTanto Verde agua como El claro del bosque son los dos libros más hermosos que tengo en mi biblioteca, a los que acudo periódicamente y nunca dejan de sorprenderme. Desde Argentina, Irene Blanco
ResponderEliminarA mi me pasa igual Irene, son dos libros hermosos. Deseando que publiquen alguno de ss cuentos al español. Mónica
EliminarEn italiano se lee muy bien, una prosa muy bella. No figura en el canon de autores triestinos importantes, de nuevo chocamos con la gerontocracia masculina en cuestiones literarias.
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