Edición:
Errata naturae, 2015 (trad. y pról. Ibon Zubiaur)
Páginas:
208
ISBN:
9788415217848
Precio:
16,90 €
Son
muchos los escritores del siglo XX que en los últimos años se han dado a
conocer por primera vez a los lectores españoles. Entre ellos, Brigitte Reimann (Burg, 1933 – Berlín Este, 1973), figura
clave de la literatura de la RDA, supone un hallazgo excepcional. Tuvo
una existencia muy intensa: publicó su primer libro con apenas veinte años, se
casó cuatro veces y llegó a trabajar en una mina de carbón para participar en
la vida obrera, según dictaba el Partido. Murió de cáncer a los treinta y nueve
años, y después de su muerte se publicaron sus cartas y diarios, además de la
que se considera su obra maestra, la novela inacabada Franziska Linkerhand (1974). Por ahora, solo se han traducido al
castellano su novela Los hermanos (1963;
Bartleby, 2008); su lúcida y apasionada correspondencia con el arquitecto
Hermann Henselmann, En la ciudad del mañana (1994; Errata naturae, 2013); algunos fragmentos de su diario en la
antología Al otro lado del Muro. La RDA
en sus escritores, editada por Ibon Zubiaur (Errata naturae, 2014); y el
libro de viajes La verde luz de las
estepas (1965; Errata naturae, 2015).
En
el marco del debate intelectual, Reimann ocupaba un lugar singular en la RDA, ya
que, pese a estar comprometida con el socialismo, se atrevía a cuestionar
algunos aspectos y sus críticas se tenían en cuenta. En 1964, el político
aperturista Kurt Turba la invitó a formar parte de la delegación de miembros de
la cultura y las ciencias del país para realizar un viaje a la Unión Soviética. La intención de Turba era muy clara:
Reimann, desde su juventud y su perspicacia, debía redactar una crónica que
aportara su visión particular del viaje, una visión que sería distinta, y por
eso mismo enriquecedora, a la de los hombres de la comisión, maduros y poco
afines a los cambios en el Partido. Muchos de ellos no veían con buenos ojos
que se le hubiera encargado este trabajo a ella, y de hecho recibió críticas
cuando lo publicó. Tal como explica Zubiaur en el prólogo, el viaje se produjo
en un momento decisivo: la Unión Soviética aún parecía estar en esplendor y difundía
la industrialización de sus tierras como un gran éxito.
En
este contexto surgió La verde luz de las
estepas, un texto que, lejos de sumarse a ciegas a esa imagen de triunfo, señala sus fisuras desde dentro, y lo
hace con el estilo vigoroso y penetrante de Reimann, que sitúa este reportaje
en la categoría de creación literaria de alto nivel. ¿Qué interés puede tener en
la actualidad un libro como este? Precisamente, el punto de vista de Reimann, que
descartó reproducir estadísticas de los lugares que visitaba —un encargo que
podría haber llevado a cabo cualquiera— para centrarse en aquello que
llamaba su atención, desde los impresionantes paisajes a la
calidez de los lugareños. Los mejores pasajes de la obra están dedicados al
lado más personal de la aventura, de las
personas que conoció, retratadas con la sutileza de una buena escritora.
Además de sus indudables cualidades como narradora, en este relato en primera
persona se entrevé que Reimann era una mujer entusiasta y con don de gentes, y
esto le facilitaba el trato con los demás.
La
cercanía de los científicos de Novosibirsk la asombró («Lo que más hondamente nos
conmueve es la noble decencia, la amable humildad de los científicos», pág.
101-102), y se sorprendió ante las contradicciones del estilo de vida de los pioneros
de Tselinogrado, que, pese a ser triunfadores en su profesión, vivían en unas
condiciones difíciles que aceptaban sin quejas por su fuerte disposición al
trabajo («no viven ni residen de forma distinta a los campesinos del koljós: en
las casas bajas encaladas sin confort, lejos de las comodidades de la ciudad»,
pág. 59). La empatía de Reimann (esa empatía de escritora) resulta fundamental para adoptar este enfoque humano, y ocurre lo mismo con el tono, coloquial, fresco y espontáneo, eficaz para dar fluidez al relato y
restarle solemnidad, como cuando reconoce que se aburría durante las visitas en las
que se exponían muchos datos técnicos («Sobre el laboratorio no puedo decir
nada […] porque no pude seguir los procesos», pág. 96).
El
hecho de ser una de las pocas mujeres del grupo hace que su testimonio sea aún
más extraordinario, por aquello de que no encajaba en la delegación.
En este sentido, destaca su amistad con Nadia, la intérprete, con la
que enseguida tuvo complicidad («No sé por qué me siento tan atraída
hacia ella… quizá porque ama los libros y los poetas del mismo modo que quienes
escriben», pág. 57). Las charlas con Nadia y otras mujeres ofrecen esos
momentos de intimidad femenina que serían impensables en un ambiente de hombres
o en un libro que se limitara a exponer información oficial. De todas formas,
probablemente el episodio más memorable del libro es su encuentro con el ingeniero Alexéi Marchuk, en Bratsk. La
impresionó desde el primer momento, puesto que se mostraba cohibido ante la prensa y
no se lo puso fácil para hablar con él («Mi espanto cuando Marchuk se volvió y
dijo en alemán: “No, no hablaré de mí. No tiene ningún interés”», pág. 118).
Más tarde, reproduce el relato de Marchuk sobre los inicios de la
industrialización de la ciudad, el ardor con el que trabajaban, los problemas
por el clima y la falta de viviendas. Entonces todavía no sospechaban cuál
sería el devenir de Bratsk.
Esta
edición de La verde luz de las estepas
incluye, además, algunos fragmentos del
diario de Reimann, los correspondientes a los días del viaje, y unas
cuantas fotografías que ilustran el recorrido y los principales encuentros. El
diario, aunque breve, resulta muy útil para contraponer los dos escritos y
completar su visión de la experiencia con los apuntes más personales, como su
estrecha relación con Kurt Turba o sus dudas al redactar estas páginas («Los
primeros días me sentía terriblemente insegura al escribir, temía que fuera
todo una porquería. Al final se lo leí a Jon, temblando ante su juicio. Dijo:
“Es bueno, uno quiere seguir leyendo, es fresco y natural”», pág. 204). Aun con
esos miedos, esa inseguridad, Reimann cumplió con creces su objetivo al dar
forma a este libro, un libro que cautiva por el carácter que imprimió al reportaje, un carácter también presente
en su correspondencia y sus novelas. En definitiva, La verde luz de las estepas es una gran
crónica con interés para el lector de hoy y para conocer otra faceta más de una
autora maravillosa.
Fotografías
de Brigitte Reimann durante el viaje (contenidas en el libro).
¡Qué entrada tan interesante! No conocía a esta autora pero has conseguido que me interese por ella. Es una pena que muriese tan joven porque, sin en tan pocos años tuvo una vida tan intensa, no podemos ni imaginar dónde habría llegado de vivir una larga vida ni lo que podría haber dejado escrito. Me ha interesado mucho, de verdad. Muchas gracias por descubrírmela. Besos.
ResponderEliminarMe alegro de haber sabido contagiar mi entusiasmo por esta autora. Es maravillosa, de verdad, y creo que después de leer "En la ciudad del mañana" es imposible no sentirse fascinado por ella y por su obra. Te animo encarecidamente a descubrirla.
EliminarNo me convence este libro, lo dejo pasar.
ResponderEliminarSaludos
Otra vez será :).
EliminarMe ha gustado mucho leer esta reseña y me ha despertado el interés por leer este libro, lo apunto, es que de siempre me ha interesado mucho este país y sus grandes escritores. Hace muchos años leí El Don apacible y Tierras roturadas y muchos mas y tengo debilidad por sus paisajes y sus gentes
ResponderEliminarEnhorabuena por tu blog
Maria
Entonces seguro que te interesará mucho. Hace un retrato fantástico de la época y de la gente.
EliminarCasi siempre me estás descubriendo libros y autores. Es el caso de hoy. Me apunto bien el nombre de la autora y de este libro, a ver si tengo suerte en la biblioteca. Me dejas con ganas de conocerla más, por la interesante e intensa vida que ha llevado y por ver cómo lo plasmaba en sus libros.
ResponderEliminarBesotes!!!
Se acaba de publicar, así que veo difícil que lo encuentres en la biblio, pero quizá puedes tener suerte con "En la ciudad del mañana" o "Los hermanos", que también son extraordinarios.
EliminarUy! Qué interesante! Me la llevo!
ResponderEliminarEspero que la disfrutes :).
EliminarNo conocía esta autora y me ha parecido muy interesante lo que cuentas, me lo apunto!!!
ResponderEliminarLo es, lo es. Merece mucho la pena.
EliminarEl miércoles 30 se presenta en el Instituto Goethe de Madrid "Franziska Linkerhand". Supongo que estarás contenta. No he leído "La verde luz de la estepa", pero leyendo tu texto y otros comentarios, me da la sensación de que Reimann no se enteró muy bien de lo que había debajo de lo que estaba viendo.
ResponderEliminarEntresacaría un párrafo como muestra: "La cercanía de los científicos de Novosibirsk la asombró («Lo que más hondamente nos conmueve es la noble decencia, la amable humildad de los científicos», pág. 101-102), y se sorprendió ante las contradicciones del estilo de vida de los pioneros de Tselinogrado, que, pese a ser triunfadores en su profesión, vivían en unas condiciones difíciles que aceptaban sin quejas por su fuerte disposición al trabajo («no viven ni residen de forma distinta a los campesinos del koljós: en las casas bajas encaladas sin confort, lejos de las comodidades de la ciudad», pág. 59)".
¿De dónde venía esa humildad? ¿Por qué aceptaban sin quejas las condiciones difíciles? ¿Fuerte disposición al trabajo?
En 1964 todavía estaba Kruschev y hubo una cierta apertura durante su etapa, inmensa comparada con la época de Stalin, pero sólo duraría hasta ese año. Probablemente, de ahí venga la humildad, el aguante y la fuerte disposición al trabajo.
fabuloso Gracias
ResponderEliminarAl cabo de los años pensé que me podría ser útil la lectura de “La verde luz de las estepas”, pero veo que hay discordancia en lo que ofrece el editor-traductor del libro con el contenido.
ResponderEliminarReimann nació en 1933 cuando los nazis llegaron al poder en Alemania. Al empezar la II GM tenía 6 años, y al acabar, 12. Es decir, que su infancia y juventud se desarrolla en unas condiciones muy difíciles, en un mundo cerrado y en ruinas.
En 1964 le ofrecen participar en una delegación de la RDA para visitar los logros técnicos, científicos y sociales de Kazajistán y Siberia. La persona que la invita, su amante, le comenta que la mayoría de los delegados son “medio calvos”. Comentario que el traductor interpreta como que son personajes vetustos. Lo cual viendo las fotos y leyendo el libro deduces que no es así, que son personas que rondan los 40 años. Ocurre que Reimann tiene 31 y su mundología es muy limitada.
Muchos de los comentarios que hace sobre los hombres que va conociendo son de revista de adolescentes de cuando Camilo Sesto estaba empezando. En un momento determinado hay una discusión entre su amigo y el resto de la delegación en la que reprochan que Reimann no se integra en los fines que tiene el viaje. Aquí el traductor considera que el conflicto se produce porque ella es crítica y el resto son fanáticos del sistema, una interpretación muy libre que no se deduce de la lectura.
Por supuesto que Reimann saca algún defecto a lo que está viendo, pero, en general, está bastante conforme con el trabajo que realizaban en aquellas zonas de la URSS. Visto con los ojos de hoy, en parte eran trabajos de control social y de desarrollo a lo bestia. También observo un pique al comparar su país natal con el que visita, un pique del estilo de “en mi pueblo lo hacemos mejor”.