Edición: Literatura Random House, 2014 (trad. Carlos Milla Soler)
Páginas:
608
ISBN:
9788439728122
Precio:
24,90 € (e-book: 12,99 €)
La
nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977) forma parte de la nueva generación de
escritores de la llamada literatura
multicultural, donde también se puede incluir a la hindú-americana Jhumpa
Lahiri (1967) y a la británica Zadie Smith (1975). Aunque se crió en su país de
origen, Adichie cursó sus estudios universitarios en Estados Unidos y conoce
bien los retos a los que se enfrenta Occidente con respecto a la convivencia en
sociedades multiétnicas. Las tres novelas y el libro de relatos que ha
publicado hasta el momento le han valido, entre otros, el Orange Prize for
Fiction 2007 por Medio sol amarillo y
el National Book Critics Circle Award 2013 por Americanah. Adichie también es conocida por su faceta
reivindicativa, como demuestra en el discurso «El peligro de la historia única»,
con más de ocho millones de visualizaciones en la red, y en su último trabajo,
el ensayo We Should All Be Feminists
(2014). Con esta carta de presentación, no es de extrañar que su ficción esté
impregnada de un fuerte contenido de crítica social, inmersa, eso
sí, en una gran historia.
Iniciación a la vida… y
al amor
Lagos, Nigeria |
Ifemelu
y Obinze son dos adolescentes que se enamoran en el marco de la dictadura
militar de Nigeria. No pasan hambre, no les faltan ropa ni libros; pero saben
que tarde o temprano tendrán que emigrar en busca de oportunidades. Él, Obinze,
está obsesionado con Estados Unidos, aunque las ironías del destino hacen que
sea Ifemelu la primera en establecerse allí para estudiar en la universidad. Su
relación había sido fantástica hasta entonces: un primer amor apasionado que contaba con la aprobación
de la madre de Obinze, una profesora liberal que provoca la admiración de
Ifemelu. Con la distancia, sin embargo, el contacto se rompe y los dos siguen
adelante sin saber nada del otro durante muchos años. Obinze se marcha poco
después; en su caso, a Inglaterra, y en circunstancias muy diferentes a las de
su compañera.
Americanah
narra las vivencias de Ifemelu y Obinze, juntos y por separado, durante tres
décadas. Un tiempo que permite observar su entrada en el mundo de los adultos,
sus amores, sus ilusiones, con la suma de experiencias (y preocupaciones) que
conlleva la adaptación a sendos países. La mayor parte de la historia se narra
de forma cronológica, en tercera persona, pero en el primer capítulo, situado
en el presente, se revela que Ifemelu está a punto de volver a su tierra natal
después de más de diez años en Estados Unidos. Obinze ya regresó antes; ahora
es un hombre adinerado, casado y con una hija. Ifemelu, por su parte, llegará
sola, dispuesta a dejar atrás lo ocurrido en la gran potencia mundial. Los dos,
que se han seguido la pista, se sienten inseguros ante el inminente reencuentro: ella no se comportó bien cuando se fue y
él teme que su amiga haya cambiado demasiado, que se haya convertido en una Americanah que desprecia las costumbres
nigerianas.
Una cuestión de raza
«Yo vengo de un país donde la raza no era motivo de
conflicto; no pensaba en mí como negra, y me convertí en negra precisamente
cuando llegué a Estados Unidos» (pág. 373). Esta frase la pronuncia Ifemelu, y
resume un tema fundamental de la novela: la raza. O, dicho de otro modo, que la
percepción de la raza solo se produce en un contexto diverso, en el que la
diferencia étnica conlleva un trato desigual en muchos aspectos. Desde que pone
los pies en Estados Unidos, la joven comienza a describir a la gente con
categorías como «negro estadounidense», «negro no estadounidense», «blanco» o
«hispano». No son calificativos gratuitos: Ifemelu toma conciencia de su color,
de toda la vertiente social que implica ser negra, al abandonar África; y estas
referencias aportan tanta información acerca de una persona como su edad o su profesión. Adichie realiza una radiografía de la sociedad
estadounidense en clave multirracial, a través de la mirada de una
extranjera como ella misma que reflexiona a partir de sus experiencias
cotidianas.
Barack Obama |
Entre las muchas ideas planteadas,
destaca la relación entre raza y clase
establecida por los blancos. El blanco, incluido el blanco pobre, siempre se
percibe socialmente por encima del negro, con independencia de la formación o
la situación económica del negro —por ejemplo, se relata la anécdota de un
bibliotecario que fue confundido con un traficante de drogas—. Esto se refleja
en todos los ámbitos, como los medios de comunicación, donde los
negros solo encarnan unos roles determinados (salvo cuando se han labrado un
nombre: «Si gana [Obama], dejará de ser negro, igual que Oprah ya no es negra,
es Oprah», pág. 456). Por otro lado, Adichie lanza una crítica feroz a los
prejuicios de la cultura estadounidense: el trato
condescendiente por una solidaridad mal entendida, la exclusión social de los
extranjeros no blancos, la ignorancia de la realidad de Nigeria (en el
imaginario colectivo tienen cabida la tribu salvaje y los niños descalzos). La emocionante
escena de la elección de Barack Obama como presidente muestra muy bien todo lo
que significó.
La
condición de inmigrante, en estrecha
conexión con la raza, es otro hándicap en sí mismo. La autora insiste en el
hecho de que los personajes no son pobres ni provienen de un país en guerra,
como a menudo se cree en Occidente, sino que emigran por otros motivos («Vivimos en una economía basada en lamer culos. El
mayor problema de este país no es la corrupción. El problema es que hay mucha
gente cualificada que no está donde debería estar porque no le lame el culo a
nadie, o no sabe qué culo lamer, o ni siquiera sabe lamer un culo», pág. 105).
Tanto Ifemelu como Obinze afrontan, con suertes distintas, los problemas de
dinero, la dificultad para conseguir un visado y las crisis personales que eso
conlleva («No
entenderían por qué las personas como él, que se habían criado sin hambre ni
sed pero vivían empantanadas en la insatisfacción […], estuvieran ahora
decididas a afrontar peligros, a actuar ilegalmente, para marcharse, ávidas
solo de elección y certidumbre», pág. 356).
Baltimore, Estados Unidos |
La
protagonista debe construir su identidad
de mujer adulta en un entorno que la empuja a adaptarse, como han hecho tantos antes que ella;
pero Ifemelu, inquieta por naturaleza, decide ser fiel a sí misma, no olvidar
sus orígenes y hablar claro —y con acento nigeriano— cuando la ocasión lo
requiere. Su evolución se simboliza con el pelo, el pelo afro de las negras,
que se hace trenzar justo antes de abandonar Estados Unidos. El afro es difícil
de peinar, no se le dedican tantos consejos de cuidado capilar en las revistas
e incluso alguien recomienda a Ifemelu que se lo alise para una entrevista de
trabajo, a pesar del daño que puede hacerle el tratamiento. Las variaciones de
su pelo son como las de la propia Ifemelu; y llevarlo al estilo afro, algo más
que una elección de peinado.
Todas estas cuestiones, que en otras manos podrían caer en el victimismo fácil,
en la manida aventura de superación personal, conforman un retrato inteligente
gracias a la sutileza, la ironía y la claridad de Adichie, un retrato que sugiere
más empatía que compasión, que inspira y tiende puentes al entendimiento.
De profesión, bloguera
La
acción de Americanah comienza en los
años noventa y llega hasta nuestros días, por lo que las nuevas tecnologías forman
parte de la vida de los protagonistas. Ifemelu, además, es bloguera: en
Estados Unidos administra un blog sobre
la raza en el que desgrana, con mucha sinceridad, opiniones acerca de los
asuntos que la incomodan. Algunas entradas o posts se transcriben al final de los capítulos, de modo que la
novela saca partido al potencial literario del formato blog. Emplea un registro
bastante serio, formal, pero se permite algunas notas de humor, se dirige a sus seguidores y en las
reflexiones incluye referencias a famosos como Michelle Obama o Beyoncé, muy
ilustrativas tanto para el lector de su blog como para el lector de Americanah. El blog triunfa hasta el punto de que recibe donativos sustanciosos e invitaciones para impartir conferencias; una
demostración de cómo canalizar la impotencia y la frustración en un proyecto
productivo.
Como
consecuencia, los personajes tienen «pensamiento 2.0», es decir, han
incorporado las rutinas cibernéticas a su mente, a su manera de pensar la vida;
y no viven ajenos a la red ni la entienden como un pasatiempo externo a ellos,
como ocurre en otras novelas ambientadas en la actualidad (con excepciones
notables como La trabajadora, de
Elvira Navarro, por citar otra publicación reciente). Se habla, por ejemplo, de
la tendencia a espiar al otro en Facebook (y de la inseguridad o el confort que
eso genera), del festín de aplausos e insultos que hay entre los comentarios de
un blog, de la incerteza ante la identidad de los comentaristas anónimos o de
la subida de autoestima gracias al hecho de encontrar comprensión (a veces superficial)
al otro lado de la pantalla.
Chimamanda Ngozi Adichie |
En
definitiva, estos son solo unos pocos de los jugosísimos ingredientes de Americanah, una de las grandes novelas
anglosajonas del año junto con El jilguero, de Donna Tartt, con la que comparte algo más que la vasta
extensión, ya que ambas se caracterizan por plantear una crítica, más o menos
directa, al tratamiento de lo diferente por parte de la
sociedad estadounidense contemporánea (la raza en el libro de Adichie, la
desestructuración familiar en el de Tartt, el tráfico clandestino en ambas). Apasionante en la trama y profunda en los contenidos, Americanah se lee con fruición y deja
como huella una invitación a pensar en nuestra forma de entender
el mundo, en aquellos condicionantes (etnia, clase, ideología, región, etc.)
que marcan quiénes somos para nosotros y para los demás. Desde luego, estos
ojos de blanca del sur de Europa han ampliado horizontes.