Edición: Sajalín, 2014
(trad. Ana Crespo)
Páginas: 362
ISBN: 9788494236709
Precio: 22,00 €
Unos ojos que expresaban confusión y derrota, y a los que solo mantenía con vida una mínima esperanza en que sí, en que las cosas tenían que cambiar. La mano de Alfred estaba caliente y la de Emma se aferró a ella como si todo lo que necesitaban se concentrase allí, en aquellas manos entrelazadas. Y no había duda al respecto: Alfred se había enterado de su crisis y leyó en el rostro de Emma que ella también se había enterado de la suya. El reconocimiento mutuo fue instantáneo y absoluto, y los dos se dieron cuenta de que eran niños y de que, si así lo deseaban, nada les impedía pasarse el resto de aquel domingo de invierno jugando juntos en un estado de perfecta desnudez e inocencia. «Los niños se aburren los domingos», pág. 267.
Al
igual que la mayoría de cuentistas de su generación, Jean Stafford (Covina, California,
1915–Nueva York, 1979) alcanzó la brillantez gracias a la publicación
en revistas, unas colaboraciones que proporcionaban sustento y a la vez estimulaban el perfeccionamiento del género. Hija de un autor
de westerns de segunda, Stafford
también publicó tres novelas y consiguió un gran éxito popular con la primera,
aunque sus cuentos se consideran su mayor logro. En 1970, la recopilación de toda
su narrativa breve se hizo con el Premio
Pulitzer y fue candidata al National Book Award. Joyce Carol Oates la ha
definido como «la escritora de relatos más versátil de una generación con autores
de la talla de Eudora Welty, John Cheever, Katherine Anne Porter y Flannery
O’Connor». Stafford permanecía inédita en castellano hasta hace unos meses,
cuando Sajalín seleccionó trece de sus mejores textos en Los niños se aburren los domingos, que toma el título de una de las
piezas.
Los
relatos tienen algo en común: están protagonizados por mujeres de diversas
edades y recrean el ambiente cotidiano
de la Norteamérica de clase media-alta a mediados del siglo XX. Esta
recreación, no obstante, nace de una mirada angustiosa, sombría, porque las
situaciones —incluso las de apariencia intrascendente, como la merienda entre
vecinas de «Una conversación educada»— se perciben asfixiantes para las
afectadas. El volumen se abre con «La vida no es un abismo», protagonizado por
una joven que rechaza una cita con su pretendiente para visitar a una prima
anciana. En el asilo, entra en contacto con una realidad decrépita que no se corresponde
con la pureza de su edad. El choque no solo se produce por su familiar —una
dama venida a menos que aún tiene la mente despierta—, sino por la mujer ciega
con la que comparte habitación, una presencia menospreciada por su prima que
impacta profundamente a la muchacha («Solo hay una persona capaz de amar
—pensó—, y esa persona es Viola. Alguien que no puede dar ni recibir nada»,
pág. 40). Después, la protagonista se ve con su chico, aunque su visión del
mundo ya ha perdido la candidez.
La
iniciación a la vida adulta o pérdida de
la inocencia es un tema recurrente en los relatos. En «El corazón sangrante»,
una chica de origen mexicano que está lejos de su hogar —y, por lo tanto, muy
sola—, fantasea con un hombre con el que coincide en la biblioteca. Cuando lo
conoce, sin embargo, la imaginación romántica se desvanece, porque descubre en
él a alguien tan desamparado como ella, que, además, debe hacerse cargo de su
madre enferma. De forma parecida a «La vida no es un abismo», la protagonista
conoce a la señora consumida y se sobresalta al contemplar lo que ocurre cuando
le regala una planta. En «Un día de montaña», uno de los pocos cuentos narrados
en primera persona, nos habla una joven de voz ingenua y sensible, enamorada de
su prometido, que deja atrás la superficialidad propia del coqueteo tras ser
testigo, junto a su novio, de un suceso trágico que le hace cambiar su escala
de valores.
La
autora también retrata el amor de parejas jóvenes y de mediana edad y, en
particular, se fija en los conflictos
del matrimonio —Stafford sabía de lo que hablaba: se casó tres veces, y tras
el primer divorcio, del poeta Robert Lowell, sufrió una depresión y tuvo problemas
con el alcohol; solo consiguió ser feliz con su tercer marido—. «Una historia
de amor en el campo», por ejemplo, relata la historia de un matrimonio que
compra una casa en la que se conserva un viejo trineo. Después del traslado, surgen
problemas entre ambos y ella empieza a soñar con un amante imaginario, identificado
con el trineo, como una forma de mantenerse entera ante el malestar, y deja que la ensoñación se confunda con la realidad. Menos evocador, aunque igualmente sobresaliente, es «Policías
y ladrones»: una conversación telefónica de una mujer que explica a su amiga
que su marido se ha vengado de ella a través de su hija.
Stafford
suele utilizar una estructura consistente en comenzar con una referencia a un detalle
a primera vista anecdótico, para indagar de forma progresiva en aquello que
atormenta a los personajes. Ocurre en «La historia de Beatrice Trueblood»,
sobre una mujer que se quedó sorda justo antes de casarse. Al profundizar, no
obstante, se van desvelando los miedos de Beatrice, canalizados a través del
cuerpo de un modo desconcertante; y, además, estos secretos salen a la luz
gracias a alguien inesperado: el marido de una amiga, que aporta un punto de
vista atípico en su entorno. Otro recurso muy empleado son las largas charlas distendidas, que en ocasiones
ocupan el grueso del relato, como en «Una conversación educada» y «La merienda
de las heroicas señoras». La gracia de estos diálogos reside, precisamente, en
que para uno de los personajes (una escritora, una muchacha que escucha a escondidas)
el ambiente no resulta amable, ya que se ven a sí mismas como el bicho raro.
Más
allá de las jóvenes ingenuas y las casadas insatisfechas, Stafford también
perfila a las mujeres solas, como
las protagonistas de «En el zoo», dos hermanas de mediana edad que han llevado
una existencia poco convencional desde la infancia, cuando se criaron junto a una
tía que no las apreciaba. Este relato está organizado de la forma comentada
antes: a partir de la observación de un oso polar «senil y ciego», la narradora
recuerda a un hombre que conocieron tiempo atrás, y esta asociación de ideas le
permite reconstruir todas sus vivencias. «Un juego de niños», por otro
lado, presenta a una mujer norteamericana que lleva años en Europa, aunque
desde que se quedó viuda siente que no encuentra su sitio, que siempre ha
dependido de los demás («Abby podía brillar con luz propia, pero necesitaba que
alguien prendiese la chispa», pág. 310). Ahora se reencuentra con un amigo que
padece ludopatía, y el contacto con el inframundo de la adicción le hace
valorar su hogar apacible, sin imprudencias.
Stafford,
que se movió mucho por los círculos
intelectuales de la época, no olvida este ambiente en sus cuentos, aunque su
representación no está exenta de un matiz caricaturesco, como en «La invasión
de los poetas», uno de los relatos más irónicos, y,
al mismo tiempo, uno de los más profundos. En él, la narradora recuerda en
primera persona cómo un verano algunos poetas amigos pasaron una temporada en
su casa. En realidad, lo que explica es la crisis de su matrimonio, que se
evidencia a medida que la narración avanza, si bien la locura de su voz le
aporta un tono relajado que hace dudar de lo acontecido. En «Los niños se
aburren los domingos», la protagonista es una mujer con una perspectiva
peculiar del arte que visita un museo, donde se cruza con un amigo. Los dos reconocen
mutuamente sus soledades, y al final se marchan juntos, como si en ese
encuentro de almas en pena hubieran recuperado la esperanza.
La obra recoge otro relato, «El castillo interior», quizá el más impactante y
conmovedor, puesto que está inspirado en una experiencia de la propia autora. Después
de sufrir un accidente de tráfico y de haberse sometido a numerosas
intervenciones, la protagonista aún debe operarse una vez más, para reconstruir
su nariz. El cirujano es presentado como un hombre práctico y locuaz, ejemplo
del científico eficiente, que contrasta con el silencio de la mujer y su dimensión
existencial («Querida, parece que hayas salido de un cuento de Katherine
Mansfield», pág. 129). Ella, a lo largo del internamiento, ha aprendido a mirarse
hacia adentro, a comprender la vida desde otro ángulo, y concibe su cerebro, su
interior, como un tesoro susceptible de ser destruido cuando recupere la
normalidad.
La
protagonista de «El castillo interior», por si fuera poco, está sola y no se
sabe nada de su familia. El hecho de estar lejos
de casa es un rasgo común a muchos personajes («La vida no es un abismo», «El
corazón sangrante», «Un juego de niños», etc.), y Stafford explica en una nota que
ella, originaria del oeste, también quiso marcharse de su tierra natal. En los
cuentos, el alejamiento del origen no se describe con nostalgia, sino que se acepta como una
circunstancia más, una decisión que las mujeres tomaron para construirse a sí
mismas y que en ningún momento se replantean, ni siquiera cuando el desamparo
parece absorberlas. Es significativo cómo la protagonista de «La invasión de
poetas» recalca que, a pesar del fracaso matrimonial, todo ocurrió en su casa, en su primera vivienda en
propiedad, como si la pertenencia la enderezara incluso cuando ha perdido
tanto.
Jean Stafford |
Y
así, entre mujeres desarraigadas, mujeres que han perdido la inocencia, mujeres
insatisfechas y mujeres de honda vida interior, se edifica el legado de una escritora
versátil y lúcida, capaz de adoptar con la misma maestría registros serios y mordaces,
sensibles y crudos. En la selección de Los
niños se aburren los domingos hay textos espléndidos, como «El corazón
sangrante», «El castillo interior», «La historia de Beatrice Trueblood» y «La
invasión de poetas», entre otros, por lo que este libro constituye una excelente
invitación para descubrir a una autora olvidada pero no oxidada, ya que sus
páginas no han perdido interés por el paso del tiempo y aún tienen mucho que
decir a las nuevas generaciones de lectores.
Últimamente tengo ganas de relatos, y estoy encontrando propuestas tan interesantes como esta. No conocía a la autora, pero me gusta lo que has contado de ella y de sus personajes.
ResponderEliminarBesos.
Aquí encontrarás relatos espléndidos, sin ninguna duda. Merece la pena descubrir a Jean Stafford.
EliminarHace tiempo que no leía una entrada que me hiciese tener tantas ganas de correr a comprar el libro. ¿Estaré a tiempo de pedírselo a los Reyes? Se unen cosas que me encantan: cuentos, una época muy interesante, una autora por descubrir.
ResponderEliminarUn abrazo,
Sonia
Me alegro mucho de que te haya interesado, Sonia. Es una gran selección de relatos, así que espero que tus Reyes estén a tiempo de regalártela :).
EliminarMe ha encantado tu reseña, y creo que me podría encantar el libro también. Hace tiempo que no leo un buen libro de relatos, y éste podría ser el ideal.
ResponderEliminar¡Besos!
Puede que sea el ideal, sí. Espero que lo disfrutes.
EliminarEste lo dejo pasar que no es muy de mi estilo.
ResponderEliminarSaludos
Bueno, pues a por otra cosa :).
EliminarMe gusta leer relatos. Siempre me asomba la capacidad que tienen muchos autores de contar una buena historia y desarrollar buenos personajes en pocas páginas. Y me parece, por lo que cuentas, que en este libro voy a encontrar ambas cosas. Me lo apunto.
ResponderEliminarBesotes!!!
Entonces no te va a decepcionar. Cada relato de Jean Stafford tiene el despliegue de una novela, con muchos detalles presentados de forma sutil.
EliminarYa había leído una crítica, pero se me había pasado... Me alegro de que lo hayas comentado, porque me has convencido por completo. Ya te dije que me hice con unos cuantos libros de Alice Munro, así que voy servida de relatos, pero vamos que si hay que hacer un hueco, pues se hace:)
ResponderEliminar1beso!
Aunque tienen cosas en común (Norteamérica, mujeres, realismo, etc.), Munro y Stafford son un poco diferentes, así que podrás conocer relatos de diversos estilos :).
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