Edición: Errata naturae,
2014 (trad. Regina López Muñoz)
Páginas: 144
ISBN: 9788415217763
Precio: 14,50 €
«La muerte es una vieja historia, pero sucede que
resulta tan novedosa como si nunca antes hubiese hecho acto de presencia» (pág.
115), escribe Marc Bernard (Nimes, 1900-1983) en La muerte de la bien amada (1972), un libro que dedicó a su esposa Else tras el fallecimiento de ésta.
Desde las elegías griegas, el duelo por la pérdida de un ser querido ha estado
presente en las manifestaciones literarias, tal vez porque, como el propio
autor sugiere, se trata de un tema inagotable, capaz de reinventarse con cada
nueva muerte, con cada testigo que le pone voz. Bernard, de origen obrero,
ya era un escritor reconocido cuando publicó esta obra —había ganado el Premio
Goncourt en 1942 por la novela Semejantes
a niños—, en la que supo unir una narrativa excepcional con la mirada
transparente de quien habla desde la experiencia del dolor.
Dos veces, y por mi culpa, estuve cerca de perderla. La conocí en el Louvre, ante la Venus de Milo, una mañana del otoño de 1938. Al mismo tiempo que ella rondaba la escultura, yo la rondaba a ella. Me percaté de inmediato de que era extranjera; todo la delataba: el sombrero de terciopelo violeta, la estrecha cintura bien ceñida por el abrigo mientras que las caderas se desplegaban con voluptuosidad, y una suerte de prodigalidad en toda ella. Más adelante comprendí que no era forastera únicamente en apariencia. Pág. 7.
El relato empieza por
el principio de su historia de amor: cuando Marc y Else se conocieron en el
Louvre, en 1938. Este primer párrafo —espléndido— contiene mucha información de
la naturaleza de su romance: se encontraron cuando ambos estaban en plena
treintena, eran intelectuales y ella procedía de otro país. No obstante, el texto
dista mucho de ser un relato cronológico de la relación, puesto que el autor
hilvana recuerdos de forma fragmentada y
sin un orden definido, dejándose llevar por el discurrir de la memoria para
ganar, en sus propias palabras, autenticidad («Pido permiso para ir a salto de
mata, dejando que los recuerdos afloren al azar […]. Deseo hablar de Else tal y
como la voy rememorando, reconstruirla como un rompecabezas […]. Lo que perderá
en nitidez acaso lo gane en autenticidad» pág. 14). En
algunos pasajes se dirige a ella; esta obra es, de hecho, producto de
una promesa que le hizo: escribir como
resistencia a la tentación de apagarse él también («Me reconcilio
con la vida y eres tú la que me ayuda a hacerlo», pág. 139).
La muerte de Else y las reflexiones sobre la pérdida constituyen un
bloque significativo de contenidos. Else murió de un cáncer fulminante, y
Bernard evoca la intensidad con la que él vivió los meses de enfermedad, ese
ritual de decir adiós que le hizo valorar aún más todo lo que habían compartido
(«sólo de ella nacía mi gozo por existir; […] pero yo lo ignoraba, de igual
modo que olvidamos que el sol nos alumbra y nos calienta» pág. 24). El autor
comenta las diferentes maneras que tenían de expresar sus sentimientos, la
discreción de Else y el bajo concepto que ella tenía de sí misma; y cómo, a
pesar del transcurso de los años, la conexión entre ambos se mantuvo fresca
hasta el final («Quienes sostienen que el amor no sobrevive a la costumbre tienen
de él una concepción muy baja», pág. 15).
Bernard escribió esta novela en las Islas Baleares,
donde había nacido su padre. El recuerdo de los veranos que pasó allí junto a
su esposa le lleva a valorar el cambio en la percepción del paso del tiempo
después de una pérdida, aquello de que para los demás la vida continúa mientras
que uno mismo se ha quedado anclado en esa persona que ya no está («Soy como
aquel que se queda inmóvil en medio de una multitud en marcha», pág. 134). El
autor, asimismo, relata su obsesión con algunas casualidades anteriores y posteriores al fallecimiento de Else, detalles a los que dirige su impotencia; y expresa su arrepentimiento por no haber
aprovechado mejor, según él, las oportunidades de demostrarle su amor.
¿De dónde procede el dolor? De la repentina falta de amor dado y recibido. Uno ya no es amado y a la vez sigue amando algo que ya no existe. El recuerdo ocupa el lugar de lo real, pero lo ocupa a nuestras expensas. Y cuanto más dichoso fue el pasado, tanto más insoportable es el presente. Una carencia, una pérdida de cada instante de lo que debería ser y sin embargo no es, ya no es. Expolio sentimental. Las palabras se nos atascan en la garganta y el corazón, nos asfixian. O las dirigimos a un reflejo, al viento. Aguardamos una señal, pero no llega nada. Al no poder dar más, nos empobrecemos. Pág. 86.
El retrato de la
esposa y, en particular, su condición de
judía, son otro aspecto remarcable, ya que se
conocieron en los albores de la Segunda Guerra Mundial y el origen de Else marcó el devenir del matrimonio. Cuando
se encontraron, ella huía de su país, Austria, donde había dejado a su madre; y
junto a Marc tuvo que huir en alguna ocasión para escapar de los nazis. Él se
esforzó, y se sigue esforzando tras su muerte, por entender su fe, con lo que
traza un retrato brillante de Else, no solo de la Else tan amada por él, sino
de la Else obligada a renunciar (a su familia, a su tierra, a su profesión). La
Else frágil, la Else de personalidad extraordinaria que lo cautivó, la Else viva
que rememora aquí («La que reside en mi interior es la efímera viviente, no la
eterna difunta», pág. 55). La muerte de
la bien amada también es, por lo tanto, el testimonio de una relación sentimental
afectada por los conflictos políticos, capaz de sobreponerse a los obstáculos
gracias a la generosidad y la comprensión de ambos.
Marc Bernard |
En cierto modo, La
muerte de la bien amada no es solo el testimonio de una pérdida, sino un homenaje a la persona de Else y al
vínculo excepcional que los unía, como una forma de no dejar caer en el
olvido a alguien tan importante para Bernard («me pregunto cuántas personas
permanecen en el anonimato, qué cualidades —pudor, discreción, desinterés,
humildad, falta de confianza— dejan o dejaron en la oscuridad. Diamantes que
ninguna casualidad hizo salir a la luz», pág. 50). Quizá sus pensamientos no
dicen nada novedoso, quizá sus preguntas no difieren de las que se han planteado otros
en su situación; sin embargo, es su tono —poético, apasionado, sincero— el que da
valor a estas páginas, el que acentúa su veracidad, su alma. El tono que, en
definitiva, aporta una luz nueva y magnífica a esa vieja historia que es la
muerte.
Hace tiempo que tengo ganas de leer sobre el amor. Bueno, sobre El Amor. No en plan Amanda Stevens, sino en plan algo como esto. Pero no sé si tengo el ánimo adecuado para ello...
ResponderEliminarBesos.
Creo que a veces es mejor no pensar tanto en el ánimo y dejarse llevar por lo que nos sugiere la lectura. A mí, de entrada, un libro sobre la pérdida, descrito así, tampoco me apetecería; sin embargo, cada página es tan buena que no pude abandonarlo.
EliminarParece una lectura extraordinaria, llena de poesía, pasión y reflexión. Gracias por esta recomendación!
ResponderEliminarSaludos
Lo es, lo es. Tiene todo lo que comentas y me parece uno de los mejores libros de la rentrée. O, mejor dicho, ¡de la rentrée y de todo el año!
EliminarHola Rusta!
ResponderEliminarYa tenía echado el ojo a este libro y me has dejado con muchas ganas. Los párrafos que has elegido me han encantado y me han llegado, así que la anoto sin ninguna duda.
Además, no he leído ningún libro de la editorial, aunque tengo varios apuntados, y éste parece una opción estupenda.
1beso:)
Y no solo estos párrafos: cada línea de este libro merece la pena. He copiado muchos fragmentos para mí; me costó seleccionar solo algunos para la reseña. A pesar de lo breve que es, tardé una semana entera en leerlo porque necesitaba recrearme en cada página. Es maravilloso de verdad.
EliminarErrata naturae es una editorial que me encanta. Debo de haber leído unos diez títulos suyos y este me parece de los mejores, así que es una opción muy buena para conocer su catálogo.
NO conocía este libro. Y desde luego me dejas con ganas de disfrutar de esta prosa y de la pasión que parece desprender este libro.
ResponderEliminarBesotes!!
Te animo a tenerlo en cuenta, de verdad. Libros buenos hay bastantes, pero este es excepcional.
EliminarMe gusta esta novela que plantea un mano a mano entre el Eros y el Tánatos. El comienzo que nos muestras una delicia. Gracias por compartirla. Un abrazo
ResponderEliminarYa verás como el libro entero es una delicia. Disfrútalo.
EliminarMe alegro, Rusta, tengo el libro :) Y me gusta que los recuerdos nos los presente así, fragmentados y no de forma líneal. Porque en verdad cuando recordamos lo hacemos así. Ya te cuento más cuando lo lea (ando dispersa últimamente...). El tema de la pérdida... a nadie nos gusta, pero en realidad a mi lo que no me gusta es vivirlo. Leer sobre el tema no me asusta. Aprendo.
ResponderEliminarGracias y besos!
Totalmente de acuerdo contigo en todo lo que has dicho :). Estaré atenta a tu reseña, espero que lo disfrutes tanto como yo.
EliminarLo he tenido en la mano, lo he tenido varias veces, y cada una de ellas lo he vuelto a dejar. Hay algo que me retiene a la hora de ponerme con él. Algo respecto a mi sensibilidad temerosa, creo. Quizá en la próxima ocasión, después de tu reseña, me anime y no vuelva a dejarlo en el estante.
ResponderEliminarBesucos.
Con este soy especialmente insistente: me parece de lo mejor que se ha publicado este otoño, una obra en la que cada página merece la pena. Espero que la próxima vez te lo lleves ;).
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