Edición:
Maeva, 2017 (trad. Laura Manero Jiménez)
Páginas:
280
ISBN:
9788416690428
Precio:
18,90 € (e-book: 9,99 €)
Dos mujeres, dos generaciones, una
casa en el campo. En Altes Land, la «Vieja tierra», una
región del sureste de Hamburgo, coinciden Vera Eckhoff y su sobrina Anne. Los
motivos que las han llevado allí son muy distintos, pero, en el fondo, tienen
más en común de lo que imaginan. La primera, Vera, llegó allí siendo una niña,
junto a su madre; refugiadas de guerra que soportaban el ninguneo de los
granjeros inhóspitos. Con el tiempo, la madre se marchó, tuvo otra hija y
rehízo su vida, mientras que Vera permaneció junto a su padrastro, un hombre
que volvió de la contienda lisiado, por dentro y por fuera. Vera estudió
Odontología, y vive de ello, pero nunca abandonó el caserón familiar. Se ha
convertido en una anciana solitaria, fría, terca, dura. Anne, por su parte, es
una joven madre que, tras descubrir la infidelidad de su pareja, decide irse de
la ciudad para instalarse, niño en mano, en la granja. Está, además,
insatisfecha con su profesión: aunque se dedica a dar clases de música, desde
pequeña arrastra el trauma de que su hermano menor sobresaliera más que ella con
el piano, su gran vocación («Primero todo y luego nada de nada. Luces fuera.
Eclipse solar total a los dieciséis. Nadie se fijaba en una niña con talento
cuando un genio entraba en la sala», p. 25).
Este
es el argumento de La vieja tierra
(2015), el debut de la alemana Dörte Hansen (Husum, 1964), periodista y doctora
en lingüística, que ha vendido más de medio millón de ejemplares gracias al boca
a boca. Sigue el esquema habitual de otros libros de éxito: dos historias
paralelas de épocas distintas, reencuentro de pasado y presente, todo ello vertebrado
en torno a una potente relación intergeneracional, como en las novelas de
Marian Izaguirre. Aunque en apariencia las protagonistas atraviesan conflictos
muy distintos, característicos de procesos históricos diferentes (la adaptación
a otro país después de la Segunda Guerra Mundial, por un lado, y el malestar en
una sociedad llena de libertad y oportunidades, pero, por eso mismo, llena
también de frustraciones, por el otro), las dos comparten una determinada inadaptación al
entorno, una búsqueda de pertenencia («Anne
se preguntó cuánto tiempo había que quedarse allí para dejar de ser forastero.
Probablemente con una vida no bastaba», p. 160). Son mujeres que siempre se han
sentido en la sombra, actrices secundarias en su propia familia (ambas tienen a
un hermano menor que, por expresarlo de alguna manera, las ha «adelantado»). Esta
obra plantea, precisamente, el hallazgo de lo que les falta: un hogar.
Dörte
Hansen aborda también un tema que se ha convertido en tendencia: el regreso al campo.
Anne, insatisfecha en la ciudad, emprende el viaje opuesto al que hizo su
abuela décadas atrás: vuelve al pueblo, a la vida en contacto con los
animales y la naturaleza, a la casa destartalada. No se trata de un retrato
idealizado, sino que tiene el acierto de mostrar las múltiples caras del ambiente rural, desde los granjeros de raza, preocupados porque sus hijos
no quieren seguir el oficio, a los que miran con recelo a los urbanitas recién
llegados que vienen a darles lecciones. En la trama de Vera, en el pasado, el
aislamiento y el carácter receloso de los vecinos aún se acentúa más por la que acabó siendo su abuela: Ida Eckhoff, una matriarca de armas tomar que nunca vio
con buenos ojos a las refugiadas, pero tuvo que aceptarlas cuando su hijo
contrajo matrimonio con la madre de Vera. Todos los personajes de esta novela,
y en particular los femeninos, están muy bien trabajados; la autora construye
una sólida saga de mujeres fuertes, cada una afectada por las tensiones de su
tiempo.
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Dörte Hansen |
En
el marco de la literatura ligera, La
vieja tierra es una novela bien armada, con personajes sólidos y una
localización que entronca con esas reflexiones actuales sobre la necesidad
de desligarse de lo superfluo y buscarse a uno mismo ante todo. Pese a tratarse
de su debut, Dörte Hansen demuestra ser una narradora solvente, escribe con un estilo
limpio, preciso, sin los excesos ni las pretensiones a los que a veces tienen
tendencia las primeras obras. Su voz navega entre el tono tierno e irónico, con
algunos fragmentos poéticos y evocadores. Quizá le falta un poco de ritmo en
los capítulos iniciales, antes de que las mujeres se junten, pero, en cualquier
caso, lo compensa con su prosa amena, que se lee con facilidad y mantiene el
interés. En suma, una lectura apacible y
sugerente como un paseo por la montaña, que deja con ganas de quedarse un
poco más en «esa casa fría y tozuda» (p. 206) de Altes Land.
Por fin sale en un idioma que conzoco, jaja. He leído muy buenas opiniones sobre esta novela en algunos blogs cuyas autoras leen en alemán. saludos
ResponderEliminar¡Espero que te guste! Me parece una muy buena primera novela.
EliminarMe ha encantado la reseña. Me has dado ganas de leer esta novela, así que me la apunto, después de terminar Patria, que es la que me tiene ocupada ahora. Saludos y no dejes de escribir nunca estas reseñas tan deliciosas.
ResponderEliminarCreo que mi reseña no es nada del otro mundo, pero muchas gracias :). Espero que disfrutes de la novela.
EliminarLo tendré en cuenta por si me cruzo con él. No tiene mala pinta.
ResponderEliminarUn saludo.
Es una lectura muy agradable. La he disfrutado.
EliminarDesde luego llama la atención por lo que cuentas. Lo tendré en cuenta.
ResponderEliminarSaludos
Me alegra que te haya llamado la atención. Ya me contarás si te animas a leerla.
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