29 marzo 2019

Un capítulo de mi vida - Barbara Honigmann


Edición: Errata naturae, 2019 (trad. Ibon Zubiaur)
Páginas: 168
ISBN: 9788416544974
Precio: 17,00 €

Este es un libro en el que confluyen la vida, la Historia y la literatura. La vida, porque explora unos acontecimientos que trenzaron el relato familiar de la autora. La Historia, porque se enmarca en un periodo convulso del pasado reciente, cuya narración a la postre resulta instructiva para el lector. Y la literatura, por supuesto, porque Barbara Honigmann (Berlín Oriental, 1949) tiene el talento para narrarlo con pulcritud. Esta reconocida escritora y pintora alemana judía, no traducida hasta la fecha al castellano, ya contaba con una larga trayectoria literaria cuando en 2004 publicó Un capítulo de mi vida, una obra en la que escribe sobre su madre, una mujer que durante mucho tiempo ocultó, valga la redundancia, «un capítulo de su vida», relacionado con los vaivenes políticos que le tocó vivir.
«Los fragmentos de vida de mi madre tenían aristas cortantes». Alice Kohlmann (1910-1991), más conocida como Litzi Friedmann, nació en Viena y se casó tres veces: con el sionista Karl Friedmann, con el célebre espía británico Kim Philby y con el periodista Georg Honigmann, padre de Barbara. El misterio en torno a Alice se relaciona con la época que compartió con el segundo, un alto cargo que desempeñó un papel fundamental para los servicios secretos durante dos décadas. Ella misma, al parecer, también se convirtió en agente. Sobre esa etapa surgen las incógnitas: quién fue, qué hizo, cómo sobrellevó sus múltiples identidades, qué viraje tomó su existencia. Nunca lo reveló, nunca habló claro; Barbara descubrió apenas unas pinceladas que, después de la muerte de su progenitora, trató de recomponer a partir de los recuerdos y de la investigación.
Este pequeño libro tiene interés por dos motivos. Para empezar, por su retrato de la primera mitad del siglo XX, tomando como centro a una mujer que participó de los movimientos clandestinos, que se movió entre unas corrientes contradictorias en apariencia, entre las raíces judías y el cosmopolitismo, entre la cultura occidental y el socialismo. Alice Kohlmann era militante comunista en Viena cuando conoció a Kim Philby. Más tarde vivió entre Austria, Gran Bretaña –donde se exilió junto a su marido durante el nazismo–, Alemania y Rusia, si bien siempre mantuvo un gran apego a su país natal. Tras la Segunda Guerra Mundial, se estableció en Berlín, donde creció Barbara. La autora evoca su infancia en la RDA, con una madre nostálgica, taciturna, que no se adaptó, o no quiso, o no pudo adaptarse a las nuevas circunstancias. Diferencias culturales, desarraigo, personajes variopintos. La figura de Alice Kohlmann, o de Litzi Friedmann, emerge como un rompecabezas en el que las piezas no terminan de encajar, pero cada una constituye un valor, un capítulo digno de contarse.
Barbara Honigmann
Más allá de su dimensión sociohistórica, destaca por su vertiente intimista de la relación entre madre e hija: a diferencia de otros títulos autobiográficos, aquí la autora no pretende abarcarlo todo, admite desde el principio las zonas de sombra de la vida de su madre que no ha podido desentrañar. Esta es una idea relevante, que trasciende su tiempo: no se llega a conocer a fondo a nadie, ni siquiera a una madre con quien se ha compartido tanto. Ibon Zubiaur dice, con criterio, que «en su decoro está el secreto de su logro, tanto literario como moral». Esa es la sensación que da: una inmersión escrita desde el respeto y la prudencia, sutil, que insinúa sin explicitar. Un hallazgo que se suma a la excelente selección de Errata naturae de autores que escribieron sobre la agitación de aquel tiempo, como Brigitte Reimann o Lidia Chukóvskaia.

25 marzo 2019

La juguetería mágica - Angela Carter


Edición: Sexto Piso, 2019 (trad. Carlos Peralta)
Páginas: 244
ISBN: 9788416677641
Precio: 19,90 €

1
Érase una vez el planeta Angela Carter
Dicen que escribir, como expresión creativa, consiste en hallar formas nuevas para narrar historias y plantear ideas (o, mejor, ambas a la vez). Encontrar una voz personal, construir un proyecto propio que integre las herencias sin pastiche. Pocos autores encarnan mejor esta definición del arte de escribir que Angela Carter (Eastbourne, Sussex, 1940 – Londres, 1992), una novelista singular en muchos aspectos. Especializada en el folclore popular, su narrativa bebe de los cuentos tradicionales, que reinventa desde una perspectiva de género implacable. Entre sus trabajos destacan los retellings de La cámara sangrienta (1979; Sexto Piso, 2017), así como la compilación Cuentos de hadas de Angela Carter (1990; Impedimenta, 2016), que reúne fábulas de diversos países con la voluntad de dar a conocer la riqueza de arquetipos femeninos. Angela Carter sobresalió asimismo en la novela, como demuestra en La juguetería mágica (1967; Sexto Piso, 2019), su ópera prima: un debut deslumbrante.
Buena parte de su obra, incluido este título, se editó en España de la mano de Minotauro, un sello dedicado a la fantasía y ciencia ficción, en los ochenta. Esta catalogación es peliaguda: aunque Carter cultive una literatura rica en elementos mágicos (mejor hablar de «magia» o «maravilla», como en los cuentos medievales, que de «fantasía»), su altura literaria, su estilo, trasciende la etiqueta. No es una gran escritora de género, sino una gran escritora, a secas, y sus libros pueden (¡deberían!) interesar a cualquier lector. Esta literatura de tintes góticos y pulso vigoroso anticipa a Jeanette Winterson y Sarah Waters, entre otras, que han reconocido su deuda con ella. Hay que agradecer a Sexto Piso su apuesta por recuperarla; ojalá esta vez consiga el reconocimiento que se merece entre el público español. Y, ahora sí, hablemos de La juguetería mágica, una excelente puerta de entrada a su universo.

2
En la dulce guarida
Melanie tiene quince años cuando se queda huérfana. Ella y sus hermanos pequeños han crecido entre algodones y no están preparados para lo que les espera en casa del tío Philip Flower, en un suburbio de Londres. El tío Philip, al que hasta entonces no conocían, trabaja como fabricante de juguetes, unos juguetes prodigiosos. Sin embargo, el esplendor de sus artilugios contrasta con las penurias de la familia, que vive de forma modesta y retirada. Su esposa, tía Margaret, es una irlandesa que se quedó muda después de contraer matrimonio; pese a ser aún joven, lleva unos vestidos deslucidos que la opacan. Los hermanos solteros de Margaret viven con ellos: los irlandeses representan, para Melanie, un embrutecimiento que no se relaciona tanto con sus orígenes humildes o su nacionalidad como con el instinto de supervivencia que desarrolla un animal en peligro. Ellos, como Melanie, también se quedaron huérfanos, de ahí su dependencia del tío Philip. Este último ejerce el rol de patriarca tirano que marca su territorio. En el hogar reina un ambiente opresivo digno de Shirley Jackson.
La juguetería, con sus habitantes, encarna la inocencia corrompida. Está llena de contrastes: por un lado, los juguetes majestuosos, las comidas sabrosas, las dotes artísticas de los tres irlandeses, la lozanía de los muchachos, hasta el apellido «Flower»; por el otro, la miseria, la reclusión, la juventud que se marchita, el miedo. La escasez invade tanto lo material como lo anímico, mengua la vitalidad de quienes se someten al tío Philip. Podrían disfrutar de una existencia cómoda, pero, por algún motivo, el patriarca se niega, reprime la dicha. Contagia su amargura a los demás, aunque Melanie no tarda en percatarse de que, bajo su apariencia tosca, los irlandeses guardan encantos inesperados: el talento de Finn para el baile y la pintura, el virtuosismo de Francie con el violín, la excelente repostería de tía Margaret. Por encima de todo, el afecto con que reciben a Melanie y sus hermanos. Paradójicamente, la calidez no se encuentra en las creaciones relucientes del tío Philip, sino en la ropa vieja y la suciedad de los irlandeses. Melanie, en su iniciación, se refugia en ellos.

3
Ella prefiere al lobo
Como en los cuentos de La cámara sangrienta, Carter narra el despertar sexual de Melanie con una fuerte noción del cuerpo y el deseo. En el primer capítulo (brillante), emula un rito a la luz de la luna en el que toma conciencia de su plenitud física: «El verano en que cumplió quince años, Melanie descubrió que era de carne y hueso» (p. 7). Después, cuando conoce a Finn, lo compara con un animal, le asocia unos rasgos «salvajes» que tanto pueden repeler como suscitar una atracción instintiva. Además de descubrirse «de carne y hueso», Melanie afronta un trasvase de clase social: deja atrás la vida apacible, que la hubiera convertido en una chica refinada, para descender, no solo a la pobreza, sino a una pobreza sórdida, violenta, irracional por la impronta del tío. Ella, como los irlandeses antes, se transforma, se «embrutece» como mecanismo de adaptación; pero, también, de defensa, porque la nueva Melanie no se puede permitir ser una dama en apuros. La autora concibe la renuncia a la belleza entendida en sentido convencional como un gesto de rebeldía femenina: se libera de ataduras, no necesita lo accesorio para emanciparse («No tenía el pelo perfectamente limpio, pero se estaba acostumbrando a no estar nunca del todo limpia», p. 152).
Angela Carter derriba muchos tópicos con picardía. Está la reivindicación feminista implícita en la trayectoria de Melanie: de niña mimada a huérfana que busca su camino en un entorno amenazante, de joven inocente al descubrimiento del amor (y el erotismo) con el hombre inesperado. También en tía Margaret: la esposa muda, símbolo de sumisión, como el collar que la ahoga o la oscuridad de sus vestidos; ella es la mujer que pierde su identidad por el matrimonio, un sacrificio para intentar mejorar la vida de sus hermanos (su nombre no es fruto del azar: Margaret, Maggie, Margarita, la florecilla del tío Philip). Pero la perspectiva de género indaga asimismo en otras «diferencias», en concreto, el estatus y la condición de inmigrantes de los irlandeses. Melanie, al principio, recela de Finn, su aspecto harapiento, su hosquedad, de ahí las comparaciones con una bestia. No obstante, para la autora los animales salvajes no son el lobo feroz, les da la vuelta: Finn, como sus hermanos, es una víctima.

4
Cuéntame un cuento… de hoy
La juguetería mágica se desarrolla en el Londres contemporáneo, pero se lee como un cuento de hadas. ¿Cómo consigue ese efecto? Para empezar, el aislamiento: los personajes viven en un espacio cerrado, sin apenas contacto con el exterior, lo que refuerza la sensación de tiempo suspendido. Melanie se sorprende de residir en Londres, porque no había imaginado así su experiencia de la ciudad. En la percepción que tiene Melanie de lugares, personajes y objetos está, de hecho, todo: la atmósfera lúgubre del hogar, los colores, el rol de cada habitante. Ecos de Caperucita Roja, La bella y la bestia, Hansel y Gretel…, pero, sobre todo, una voz personal, rica en símbolos, envolvente. Menos densa que en los cuentos, se adapta a la larga distancia, aunque sigue siendo barroca, deudora del romanticismo. La autora integra sus (vastos) conocimientos en mitología, vestuario o naturaleza en una narración fluida y exuberante. En cuanto a la «magia», no hay hadas ni brujas con una varita; lo maravilloso se plasma en el ambiente mismo, en el miedo latente, en el significado de cada movimiento.
Cultivar el estilo de los cuentos no implica quedarse anticuado o limitarse a la repetición, aún menos si hablamos de Carter. Cuando la literatura posee verdad, conserva su capacidad de comunicar, de interpelar. El mensaje (o los mensajes) de esta novela sin duda sigue vivo: la perversión del orden, el viaje iniciático, la liberación de los desfavorecidos. Es un privilegio poder disfrutar de un libro que reanima el encanto del folclore con una mirada «moderna» e inteligente. Basta fijarse en el primer capítulo para rendirse ante su maestría: una escena nocturna que anticipa la pérdida de inocencia, la irrupción del instinto, elementos simbólicos como el vestido de novia, el gato, la sangre, el manzano o el espejo roto. Su imaginería se relaciona con escritoras como Daphne du Maurier, Marghanita Laski, Barbara Comyns, Sylvia Townsend Warner o Edith Olivier; con todo, el sello de Angela Carter resulta original y único.

5
Y se abrió la jaula
Angela Carter
Angela Carter explora las relaciones de poder en contextos macabros y asfixiantes, pero esta oscuridad culmina en una catarsis liberadora. Después de todo, la protagonista se salva (no sin pagar un peaje). La brutalidad no es, por lo tanto, gratuita, sino que endurece a la joven, supone su rito de paso. Como el resto del elenco, evoluciona, desempeña un papel bien definido en esta obra maestra que es La juguetería mágica, una novela engarzada con minuciosidad que esboza imágenes perturbadoras. No da puntada sin hilo: inmensa, erudita, socarrona, vibrante... Quizá todavía no lo sabéis, pero necesitáis leerla. No estoy diciendo que os esté esperando en la librería; sois vosotros, los lectores, quienes la esperáis aun sin saberlo. Hay un antes y un después de Angela Carter. Creedme.

22 marzo 2019

El verano muere joven - Mirko Sabatino


Edición: Sexto Piso, 2018 (trad. Juan Ramón Azaola)
Páginas: 240
ISBN: 9788416677924
Precio: 19,90 € (e-book: 11,99 €)

Todo empieza como un juego de niños. El verano de 1963, Primo, Damiano y Mimmo tienen doce años y disfrutan de las vacaciones en una pequeña localidad italiana, uno de esos lugares donde se va a misa cada domingo, todos los vecinos se conocen y nunca ocurre nada extraordinario. Una tarde, la pandilla de los chavales mayores se propasa con ellos, y los tres amigos hacen un pacto de sangre: desde ese momento, cada vez que alguien les haga daño, se vengarán. Una promesa infantil, desde luego, pero el asunto se les complica. Porque están creciendo, se encuentran en una edad entre dos mundos y no tardarán en descubrir que hay problemas más graves que la paliza de un matón. Y de esos problemas más serios también querrán vengarse, cueste lo que les cueste. Esta es la historia que propone el escritor Mirko Sabatino (Foggia, 1978) en El verano muere joven (2018), su primera novela.
Novela de aprendizaje, verano, amistad, ritos de paso y perversión. Este libro demuestra que se puede hacer una literatura fresca y vigorosa a partir de unos motivos clásicos. ¿Cómo? En primer lugar, con unos personajes bien construidos, enraizados en sus respectivos núcleos familiares: Primo, el narrador, es un chico tranquilo, huérfano de padre, que vive marcado por esta pérdida en un hogar lleno de mujeres; Mimmo, rollizo y miedoso, un muchacho anulado por una madre acaparadora y un progenitor con trastornos mentales; y Damiano, lo más parecido a un líder, valiente y atractivo, hijo de una mujer que sacrificó su carrera como actriz por formar una familia en el pueblo, y de un hombre de campo arisco que no lleva bien que su esposa siga levantando pasiones. La historia está narrada desde el punto de vista del adulto que recuerda el momento de su pérdida de inocencia, con un estilo fluido y vivaz, de narrador puro. Esta vocación de contar una peripecia con aparente sencillez, en una época en la que abunda la autoficción mediocre y el preciosismo vacuo, se agradece.
Entre sus aciertos está el hecho de no limitarse a escribir una novela «de pandilla» y recrear, en cambio, el microcosmos del pueblo, con sus tabúes, sus rumores que se propagan en voz baja. Y con un gran elenco: el tipo que perdió la cabeza, el que no se habla con su hijo, el sacerdote, la viuda metomentodo, el canalla, la joven que frecuenta malas compañías. Detrás de la máscara de la religión, esta tierra esconde secretos oscuros, que los niños descubren a hurtadillas, en forma de verdades a medias que, precisamente por no comprenderlas del todo, les hacen ser imprudentes. También merecen una mención las familias de cada muchacho, cómo ese entorno determina la forma de desenvolverse y las aspiraciones (o la falta de ellas) de cada uno. Todo se integra en el rito iniciático de manera natural, sin que el costumbrismo resulte forzado. El pueblo, el espacio cerrado, puede entenderse como otro personaje; en los sesenta, un grupo de chiquillos carecía de distracciones que fueran más allá de este entorno.
Mirko Sabatino
En suma, una muy buena novela. Mantiene el nivel en todo: técnica literaria, personajes, desarrollo de la trama, símbolos, marco social, tensión in crescendo, estructura circular. Este equilibrio, fácil de decir, en la práctica cuesta de encontrar. ¿Que el argumento es poco original? Puede, pero no importa. Aquí no hay que entender los tópicos como una carencia, ya que se utilizan para enriquecer una tradición. Escribir no tiene por qué ser sinónimo de experimentar o romper esquemas, se puede seguir una senda conocida, no para dar otra vuelta de tuerca, sino para robustecerla y hacer compañía al escritor o género admirado. El verano muere joven, como El deshielo (2016; Seix Barral, 2017), de Lize Spit, o Agua salada, de Charles Simmons (1998; Errata naturae, 2017), por citar dos títulos recientes, devuelve al lector a esos veranos de transición que tantas páginas emocionantes nos han dado. Sabatino combina ingredientes de siempre con una voz propia. Un debut que respira vida.

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