29 abril 2015

Paseos por Berlín - Franz Hessel



Edición: Errata naturae, 2015 (trad. Manolo Laguillo; pról. José Muñoz-Millanes)
Páginas: 288
ISBN: 9788415217886
Precio: 19,50 €
Pasear es una suerte de lectura de la calle, durante la cual los rostros de la gente, las vitrinas, los escaparates, las terrazas de los cafés, los tranvías, coches y árboles se convierten en letras, todas ellas igual de legítimas, que juntas forman palabras, frases y páginas de un libro en constante renovación. Para pasear de verdad es preciso carecer de un propósito muy determinado. («El bulevar de Berlín», pág. 150).
Decía García Márquez que «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla». Se podría aplicar algo parecido a la forma de retratar una ciudad: no importa tanto cómo es la ciudad, sino cómo uno se relaciona con ella y cómo elige describirla cuando la comenta por escrito. Este componente personal, único y exclusivo, marca la diferencia entre unos libros y otros, y en él reside la genialidad de Paseos por Berlín (1929), una obra que recorre la metrópoli alemana en los años veinte tardíos de la mano de un cronista excepcional. La mirada del autor, su modo de elegir en qué detalles fijarse y cuáles omitir, dota el texto de una personalidad singular, tan lúcida que aún hoy, casi un siglo después de su publicación, deslumbra por su capacidad para mantener vivo en sus páginas un pedacito de la existencia berlinesa de la época.
Vista de Berlín.
El escritor alemán Franz Hessel (1880-1941) no es un narrador cualquiera. Su obra no se entiende sin su faceta de flâneur baudeleriano, que cultivó junto a su amigo, el filósofo Walter Benjamin. Su vida transcurrió entre Berlín y París, ciudades por las que vagaba durante las primeras décadas del siglo XX como un intelectual curioso, atento a cualquier particularidad que le desvelara los entresijos de la zona y de sus gentes para plasmarlo sobre el papel. Su contribución a la literatura de su país fue tan importante que se le conoce como el «constructor de Berlín». Hessel, novelista, poeta y traductor de autores como Stendhal, Balzac o Proust, dejó su huella de paseante en todos sus textos, pero sobre todo en Paseos por Berlín, recuperado ahora por Errata naturae con una nueva traducción de Manolo Laguillo. Este título se une a los tres libros del autor ya rescatados por esta editorial, que está haciendo un gran trabajo para darlo a conocer al público español: las novelas Romance en París (1920) y Berlín secreto (1927), y Marlene Dietrich (1931), un retrato de la mítica actriz en sus comienzos.
Puerta de Brandeburgo
El libro, que se divide en partes dedicadas a diversos lugares de Berlín, comienza con un capítulo titulado «El sospechoso», en el que Hessel, que habla en primera persona, explica que en ocasiones los transeúntes desconfían de él por el interés con el que contempla el bullicio de las calles («Siempre me gano miradas de desconfianza cuando intento pasear por entre los atareados transeúntes. Para mí que piensan que soy un carterista», pág. 19). Este «sospechoso», no obstante, también se puede interpretar como una actitud, la que adopta el autor al caminar: no se fija en los lugares comunes, no se dedica a describir los monumentos emblemáticos, no hace la crónica de una guía de viajes. Para Hessel, hablar de Berlín no significa realizar un reportaje al uso, sino comprender el paseo como un arte, del mismo modo que cuando escribe otro género. Como buen flâneur, se deja sorprender durante el paseo, fija su mirada en lo inesperado, en aquello que para unos ojos menos educados pasaría desapercibido.
Franz Hessel
No es extraño, por ejemplo, que preste una atención significativa al teatro, se interese por lo particular de los libreros de viejo o evoque imágenes cotidianas que le llaman la atención sobre trabajadores y niños («todo posee el encanto de las cosas que pasan desapercibidas y que, desinteresadas, hacen resaltar a las otras, a las decididas…», pág. 159). También abundan las referencias a sus recuerdos infantiles y a lo mucho que ha cambiado todo desde entonces, puesto que escribió este libro tras vivir una larga temporada en París y, al regresar, constató que Berlín se estaba modernizando. Como consecuencia, esta crónica se lee como una aproximación a una ciudad en proceso de reconstrucción, tal y como explica José Muñoz-Millanes en el prólogo. El estilo de Hessel, por otro lado, es minucioso, pródigo en detalles y poético en ocasiones, de oraciones largas y a veces un tanto «anticuadas», pero en cualquier caso hermosísimo; un tono evocador con el que nunca se había hablado de Berlín.
Y así, mientras camina por el Tiergarten, contempla los animales en el zoo, se junta con los amigos en un café o recorre la ciudad en bus turístico, Hessel capta la esencia de la zona con brillantez y, de paso, nos invita a acompañarlo, a descubrir Berlín, su Berlín, bajo otra luz.
Fotografías actuales de Berlín. Wikipedia.

27 abril 2015

La solitaria pasión de Judith Hearne - Brian Moore



Edición: Impedimenta, 2015 (trad. Amelia Pérez de Villar)
Páginas: 320
ISBN: 9788415979357
Precio: 22,50 €

Todas las temporadas se publica alguna novela extraordinaria que corre el peligro de pasar desapercibida en las mesas de novedades porque, en fin, las editoriales no pueden invertir en una gran campaña de marketing para todos sus lanzamientos. Esta vez, esa obra inadvertida viene firmada por Brian Moore (Belfast, Irlanda del Norte, 1921 – Malibú, California, 1999), un novelista criado en una familia católica irlandesa que después de la Segunda Guerra Mundial se estableció en Canadá, donde trabajó como reportero y obtuvo la nacionalidad canadiense; y más tarde se trasladó a Estados Unidos, donde impartió clases de escritura creativa en la universidad. Moore comenzó su carrera literaria publicando thrillers a principios de los años cincuenta, y La solitaria pasión de Judith Hearne (1955) fue su primer libro fuera del género, que tuvo una gran acogida a pesar de haber sido rechazado inicialmente por diez editores norteamericanos, por lo que recurrió a un editor inglés.
La novela se desarrolla en Belfast, ciudad natal del autor, durante la posguerra. El desencadenante de la acción es el encuentro entre Judith Hearne, una solterona de unos cuarenta años que ha pasado toda la vida encerrada en el pequeño (y rancio) ambiente de Belfast, y James Madden, un hombre maduro que acaba de regresar de Nueva York y desprecia todo lo que huela a Irlanda. Se conocen en la casa de huéspedes de la hermana de Madden: Judith se aloja allí porque no tiene familia ni dispone de muchos recursos, mientras que él aún no ha decidido qué hacer tras su regreso. Durante los desayunos, y acompañados por unos compañeros un tanto extravagantes, Judith y Madden entablan sus primeras charlas. Al contrario de lo que cabría esperar, surge cierta afinidad entre ambos, aunque la gracia de este interés se debe al hecho de que apenas conocen al otro y lo idealizan a su gusto: Judith piensa que él tenía un cargo de alta responsabilidad en Estados Unidos, y Madden la toma por una mujer cultivada y adinerada.
Sin embargo, ninguno es lo que el otro cree. Judith encarna a la solterona irlandesa por excelencia, que ha pasado toda su vida haciendo lo que los demás esperaban de ella —cuidar de su tía enferma, ir a misa, impartir clases de piano y de labores— y ahora que ya no le queda familia se ve sola, con amigos que la soportan solo por compasión y a los que engaña para hacerles creer que tiene una vida más interesante (la mentira como protección). Es la mujer que todavía sueña con enamorarse perdidamente («Judy Hearne, se dijo, tienes que detener esto ahora mismo. Esto de imaginar un romance con cada hombre con el que te cruzas», pág. 39); pero que por su carácter —tímida, ingenua, religiosa, temerosa del qué dirán— no consigue cambiar de hábitos. Moore, que no da puntada sin hilo, abre la novela con una escena en la que Judith coloca la foto de su tía y un cuadro del Sagrado Corazón en su nueva habitación, dos detalles que definen a la perfección los pilares del personaje. El tercer pilar, no obstante, se opone a los demás: la bebida, su «solitaria pasión». Judith ha encontrado en la botella una vía de escape que, de salir a la luz, pondría en peligro todo aquello en lo que ha creído hasta ahora.
Madden, por su parte, representa al hombre llegado de lejos, casi extranjero, que rompe el equilibrio de la casa de huéspedes —el lugar donde se ha vivido determina la personalidad—. En apariencia, es un triunfador: los irlandeses le parecen unos pueblerinos, se mofa de la ignorancia de la gente que ensalza los valores tradicionales, etc. Ahora bien, en realidad ha fracasado tanto o más que Judith —trabajaba como portero de hotel y solo consiguió dinero por un trato ilegal después de sufrir un accidente— y, al igual que ella, está cargado de prejuicios, puesto que comete el mismo error que critica en sus compatriotas: ensalzar un país (Estados Unidos) como si fuera el mejor. Madden también tiene en común con Judith su afición a la bebida, aunque para él, como hombre impío, no resulta tan vergonzosa, como demuestra en el capítulo 4: se aprovecha de la criada cuando está borracho, pero al día siguiente acude a misa y no tarda en olvidar el asunto.
Las historias de Judith Hearne y James Madden, pese a estos puntos en común, no avanzan de la forma que se intuye, y en la recta final Judith se erige como el único y verdadero centro de la obra. Colm Tóibín, en su ensayo Nuevas maneras de matar a tu madre (2012), propuso una interpretación sugerente de esta novela y, en concreto, del motivo por el que Moore eligió a una mujer como protagonista: en el contexto de los años cincuenta en Irlanda, impacta más una mujer alcohólica que un hombre alcohólico. La mujer está atrapada, juzgada por la sociedad; en cambio, nadie se escandaliza porque un hombre beba y él tiene más oportunidades de adoptar otro estilo de vida. La elección de una mujer aumenta el potencial trágico, invita a la compasión del lector, y al mismo tiempo el autor se muestra muy crítico con la doble moral de la época.
La adicción a la bebida no es un aspecto anecdótico, como tampoco lo son las fuertes creencias de la protagonista. En La solitaria pasión de Judith Hearne, Moore retrata la hipocresía de la Irlanda católica de mediados del siglo XX —también mostrada por Edna O’Brien en Las chicas de campo (1960)— y, paradójicamente, la mayor crítica no se plantea a través del recién llegado que reniega de sus raíces, sino de la propia Judith, la que en un principio defiende con fervor la religión. Se supone que la fe cristiana debe dar respuestas, proporcionar algún consuelo al que aferrarse; sin embargo, Judith va de mal en peor y siente que sus sueños se alejan. Por ende, ser una creyente ejemplar no le ha servido para encontrar la tan ansiada felicidad y, en ocasiones, pone en duda la existencia de ese Dios al que tanto ha rogado, un Dios representado por un sacerdote opresor y poco empático. Esas ocasiones suelen coincidir con sus noches de solitaria pasión, en las que gira el Sagrado Corazón y la fotografía de su tía para beber a solas, sin la vigilancia de los que siempre le han dicho lo que debía hacer.
La bebida supone un conflicto para todo en lo que ha creído hasta entonces, es un símbolo de desesperación, de pérdida, pero también de sinceridad consigo misma y con los demás, porque, precisamente por ser un pecado, es el único vehículo que puede llevarla en otra dirección. La solitaria pasión de Judith Hearne, además de ser una historia sobre la soledad y la desesperación, es una historia sobre la pérdida de la fe, que establece una relación entre la credulidad que conlleva la religión —una credulidad que atonta, que fomenta la pasividad— y la insatisfacción personal al comprobar que se ha abandonado a sí misma. No es casual que la protagonista se llame Judith, como el personaje bíblico que mató al general del ejército enemigo. En principio, Judith Hearne, tan mansa y educada, no parece tener nada que ver con la Judith heroica y fuerte, pero poco a poco identifica sus propios demonios e intenta hacerles frente, no sin dificultades.
Con estos elementos, Moore construye una auténtica pieza de orfebrería, compleja, con una estructura calculada al milímetro, una escritura que encuentra su mot juste y un tono tragicómico que recuerda a Jane Austen y Penelope Fitzgerald. Aunque la mayor parte del texto está narrado en una tercera persona centrada en Judith, se intercalan algunos párrafos en estilo indirecto libre, de modo que combina con gran naturalidad el punto de vista del espectador imparcial (que llama a los personajes tal y como se hacía en la época, es decir, sin su nombre de pila: la señora de Henry Price, la señorita Hearne, etc.) con sus propias voces. En algunos capítulos, además, desplaza el punto de vista y se centra en Madden o recrea monólogos y escenas de otros personajes en los momentos en los que resulta necesario conocer otra perspectiva para que la trama avance, como en el cap. 19.
Moore demuestra ser un escritor sutil, preciso, meticuloso, creativo y versátil, capaz de reproducir tanto situaciones patéticas e hilarantes —como aquellas en las que la dueña de la casa cuida de su hijo— como monólogos profundos y honestos como el de Judith en el cap. 17, pasando por sermones del cura o ensoñaciones de contenido simbólico, como la salida al cine del cap. 7. Los personajes, también muy austenianos, tienen un punto caricaturesco, integrado con inteligencia en un ambiente costumbrista que, bajo ese tono tragicómico, es, de hecho, muy triste. Entre los secundarios, destacan el hijo de la propietaria de la casa, un treintañero sin oficio ni beneficio que durante el día se deja cuidar como si fuera un niño y por la noche se mete en la cama de la criada sin que su madre sospeche nada; y los O’Neill, una familia que recibe la visita de Judith todos los domingos a pesar de que el señor y los hijos no disimulan que la aborrecen, mientras que la señora la atiende por lástima.
Brian Moore
Hay que decirlo alto y claro: La solitaria pasión de Judith Hearne es una obra maestra. Con los mecanismos de una comedia de costumbres, ahonda en el lado más débil del ser humano y dedica críticas afiladas a los valores tradicionales de la sociedad irlandesa y muy en particular a la religión católica. Caracteriza los personajes con brillantez, desde la protagonista hasta el secundario más nimio, todos enfocados con una mirada ingeniosa pero también empática, que enfatiza la doble moral en la que todos están inmersos. Demuestra plasticidad literaria en su construcción, que en ningún momento deja de sorprender por sus múltiples recursos. Y, por último, da protagonismo a la solterona, la solitaria, la amargada, y logra que el lector vea en ella todo lo que los de su alrededor no ven: la verdadera Judith Hearne.
La novela se adaptó al cine en 1987 en una película homónima dirigida por Jack Clayton y protagonizada por Maggie Smith y Bob Hoskins. Los fotogramas que ilustran la reseña pertenecen a este filme.

23 abril 2015

Feliz Sant Jordi y Día del Libro

Además de desearos que disfrutéis de esta fecha tan especial para los amantes de los libros -sobre todo los que os llaméis Jordi / Jorge-, quiero expresar mi reconocimiento a los libreros, que terminarán el día con dolor de pies, y a todos los profesionales del sector editorial (editores, traductores, correctores, maquetadores, diseñadores, encargados de prensa y marketing, etc.), además de a los escritores, por poner a nuestro alcance tantas y tan variadas obras. A vosotros, lectores, os animo a compartir en los comentarios cuáles han sido vuestras adquisiciones de hoy. Feliz Sant Jordi a todos.

15 abril 2015

Libros para regalar este Sant Jordi (Día del Libro 2015)

Falta poco más de una semana para Sant Jordi, el Día Internacional del Libro, una de las celebraciones más bonitas del año en Barcelona al menos para los que la vivimos como lectores; no sé si los libreros opinarían lo mismo, y, como es tradición en el blog, os sugiero 10 libros publicados en los últimos meses para regalar en esta fecha tan señalada para los amantes de la literatura.

Grandes historias de autores actuales
  • Tu nombre después de la lluvia y su continuación, Contra la fuerza del viento, de Victoria Álvarez: dos novelas góticas apasionantes que evocan la mejor literatura decimonónica de misterio y aventuras. Para pasarlo en grande.
  • Canciones de amor a quemarropa, de Nickolas Butler: la hermosa historia de un grupo de amigos de toda la vida que se reencuentra en plena treintena, época de matrimonios, embarazos... y revelaciones inesperadas.
  • Los pasos que nos separan, de Marian Izaguirre: entre la ciudad de Trieste acechada por los fascistas en los años veinte y la Barcelona moderna de los setenta, la autora teje una conmovedora historia sobre las difíciles decisiones que conllevan el amor y la maternidad.
Aproximaciones a las mujeres del siglo XX
  • Chicas felizmente casadas, de Edna O'Brien: la autora reivindica la independencia de las mujeres en una historia en la que dos chicas criadas en la Irlanda católica de los años cincuenta descubren que el matrimonio no es lo que esperaban. También son recomendables Las chicas de campo y La chica de ojos verdes, sobre los mismos personajes.
  • Una mujer de recursos, de Elizabeth Forsythe Hailey: una novela epistolar sobre una mujer que a principios del siglo XX supo tomar las riendas de su vida sin necesidad de renunciar al matrimonio y la familia. Inspiradora.
  • La solitaria pasión de Judith Hearne, de Brian Moore: una obra tragicómica y deslumbrante sobre una solterona que, en el marco de la Irlanda de posguerra, se enamora de un hombre que no es lo que parece.
 Novelas intimistas sobre personajes memorables
  
  • Una madre, de Alejandro Palomas: hace casi un año que se publicó, pero la encantadora mujer que protagoniza esta novela sigue ganando adeptos, y no es para menos, pues trata un tema que nos atañe a todos, como la (in)comunicación entre los miembros de la familia.
  • Las buenas intenciones, de Amity Gaige: el relato en primera persona de un hombre políticamente incorrecto que nos hace cuestionar nuestras ideas sobre la paternidad, el matrimonio o la identidad, contado con un estilo creativo y elegante.
  • La inmensa soledad, de Frédéric Pajak: un libro a caballo entre la novela gráfica, el ensayo y la literatura que, a partir de las figuras de Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese, nos adentra en la soledad, la muerte y la locura en el marco de Turín, con una voz íntima y unas ilustraciones bellísimas.
Y si queréis más ideas:




13 abril 2015

Una mujer de recursos - Elizabeth Forsythe Hailey



Edición: Libros del Asteroide, 2015 (trad. Concha Cardeñoso)
Páginas: 336
ISBN: 9788416213207
Precio: 21,95 € (e-book: 12,99 €)

Una mujer de recursos (1978), ópera prima de Elizabeth Forsythe Hailey (Dallas, Texas, 1938), es la última incorporación de Libros del Asteroide a su colección, si se puede llamar así, de novelas singulares sobre mujeres que hablan en primera persona de sus quehaceres cotidianos a lo largo del siglo XX, en plena época de transformaciones para ellas, de la que forman parte títulos como Diario de un ama de casa desquiciada (1967), de la estadounidense Sue Kaufman, y Diario de una dama de provincias (1930), de la británica E. M. Delafield. Estas escritoras, aunque publicaron varios libros, alcanzaron su mayor éxito con las mencionadas obras, que llegan al público español por primera vez gracias al laborioso proceso de selección de Asteroide. Sus historias destacan tanto por el retrato individual de la protagonista, de tono simpático y franco, como por el retrato sociológico de su entorno, en el que a menudo se sentían una rara avis.
Forsythe Hailey se inspira en su abuela para crear a Bess Steed Garner, la protagonista de Una mujer de recursos, una chica nacida a finales del siglo XIX en una localidad de Dallas. La obra, de género epistolar, comprende prácticamente toda su vida, desde que era una niña hasta finales de los años sesenta, con especial detalle de las etapas del matrimonio y el proceso de hacerse mayor. El proyecto, según explica la autora en el prólogo, surgió a raíz de una sugerencia de su marido, el dramaturgo Oliver Hailey, que le propuso que escribiera sobre «una mujer que se libera sin tener que irse de casa» (pág. 10). En efecto, su abuela no llevó una existencia convencional, a pesar de estar casada y tener hijos, como mandaba la tradición. Forsythe Hailey comparte algunas de sus pasiones, como viajar, lo que le facilitó ponerse en su lugar y darle voz. Decidió que Bess se expresara a través de las cartas porque no se veía capaz de escribir una novela de estructura clásica y, además, este formato le permitía estimular al lector, ya que, al conocer solo su punto de vista, debería leer entre líneas para imaginar lo que no se cuenta. El resultado es un texto ameno y fresco, de lectura fluida, que contiene un sinfín de reflexiones en cada misiva.
Anne Tyler dijo de Bess Steed Garner que «es un personaje tan extraordinario que me parece haber estado escribiendo esta reseña sobre ella y no sobre el propio libro». ¿Y por qué resulta tan excepcional? Muchos comentarios se hacen eco de su fortaleza, su entusiasmo, su vitalidad, su carácter dominante. Sin embargo, antes de eso, se podría decir que Bess aprendió la lección que recuerda Virginia Woolf en Un cuarto propio: para que una mujer sea independiente, necesita dinero. La independencia de Bess comienza poco después de casarse, cuando recibe una herencia con la que ayuda a su marido hasta que este se labra una posición. Más tarde, ella misma se adentra en los negocios. Estos recursos, sumados a su buen tino a la hora de invertir, son los que le permiten elegir su camino: construir una casa, descubrir el mundo, pagar los estudios de sus hijos, hacer favores a los demás. Por lo tanto, no es «una mujer fuerte que además tiene dinero», sino una mujer fuerte que tiene el dinero para hacer lo que quiere. Y lo que quiere es vivir con intensidad, sin miedo («Me gustaría que en mi epitafio pusiera: “Continuará”», pág. 310).
A lo largo de las páginas se muestra su evolución con el paso del tiempo. Momentos alegres y apacibles, pero también amargos, como el accidente de su hija o la muerte temprana de su esposo. Las cartas sacian su sed de contacto con los que están lejos, por eso la conocemos a partir de lo que escribe a su padre, a su amiga o a su cuñada, entre otros. El primer bloque lo conforman los mensajes a su marido. El matrimonio, precisamente, origina algunas ideas muy lúcidas: sus cartas derrochan la pasión del primer amor, pero poco después de casarse se desahoga con su madre: «¿Soy la única mujer casada que tiene esta sensación de ser tan inútil, de estar tan desaprovechada y tan sola?» (pág. 21). Con todo, no se resigna ser el ama de casa y marca su propio ritmo. El hecho de conocer a su cónyuge desde niña —y de ser ella quien contribuyó a su mejora laboral— le pone las cosas fáciles, porque han crecido como iguales y él, a diferencia de otros hombres, no solo no le pone impedimentos sino que potencia su independencia animándola a viajar sola y regalándole un coche.
Los viajes constituyen otro rasgo fundamental para entender a Bess, tanto a gran escala —los veranos en Europa y Latinoamérica— como integrados en su rutina —cambios de casa y de ciudad—. A diferencia de sus padres, que permanecieron siempre en el mismo pueblo, Bess no soporta la idea de no moverse; descubrir otros lugares le hace sentir que la vida le ofrece nuevas oportunidades, y trata de inculcar lo mismo a sus allegados, aunque a veces esto se convierte en un arma de doble filo porque los aleja de ella, como cuando su hija se hace adulta. Por este motivo resulta tan interesante que el libro abarque tantos años: se observan los cambios en la relación con los hijos, acompañada de la sensación de que cometió errores al intentar retenerlos. Bess, con su energía desbordante, tiende a proteger a los demás, lo que se agradece en ciertos casos —como cuando está pendiente de una tía anciana—; pero, en su afán de ayudar, en ocasiones se entromete demasiado; una curiosa paradoja en una ferviente defensora de la independencia individual que no obstante se comprende por su amor —intenso, como todo en ella— a los suyos («¿Cuándo deja una de ser el rehén de su familia?», pág. 195).
A propósito de la independencia, ser una viuda joven le trajo como regalo inesperado una mayor libertad, de modo que analiza la realidad de forma diferente a una mujer casada. Por ejemplo, asesora a su antigua asistenta, Annie, para que se gane su sustento y no dependa tanto de su marido («¿Por qué las mujeres temen poner en peligro el cariño de sus maridos cuando hacen valer su independencia?», pág. 40). O, cuando su amiga Totsie se separa, la anima a mantener amistades, pero sin casarse de nuevo. Bess, aunque se contradice con sus acciones, a medida que se hace mayor rechaza más el compromiso y valora la libertad personal con una convicción poco habitual en su épocaEs irracional creer —e incluso querer, sin duda— que se puedan tener todas las experiencias de la vida con la misma persona. Somos mucho más complicados y muy capaces de ser leales de por vida a muchas personas distintas de cualquier edad y sexo», pág. 237). Reflexiona sobre el matrimonio y la paternidad: según la sociedad, deben ir unidos, pero ella lo cuestiona con afirmaciones tan rotundas como «A veces pienso que los hombres serían mejores padres si no estuvieran casados con la madre de sus hijos» (pág. 139).
Entre las idas y venidas de Bess, el mundo sigue su curso. La protagonista no cursó estudios superiores, pero posee cierto nivel cultural —su escritora favorita es Willa Cather, narradora de los pioneros norteamericanos y una mujer que se opuso a los convencionalismos— y presta atención a lo que ocurre a su alrededor, unos detalles que la autora introduce con sutileza: las guerras mundiales, el auge del fascismo y el nazismo en Europa, el derecho al voto de la mujer, el asesinato de Kennedy, etc., hasta completar esta crónica de los cambios fundamentales de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos, porque una persona nunca está aislada de su entorno. Bess se expresa con jovialidad, sin la solemnidad académica, lo que no resta sagacidad a sus razonamientos, sino que incluso potencia su capacidad para contagiarlos a los demás, por aquello de ser pequeñas (pero grandes) preocupaciones cotidianas explicadas con sencillez por alguien que nos resulta cercano.
Elizabeth Forsythe Hailey
Así es Bess Steed Garner, la mujer de recursos que en su vejez aún mira el mundo con la ilusión de una chiquilla. Esta reseña podría eternizarse, porque cada carta contiene tantos detalles, tantas ideas, que solo una llenaría páginas y páginas de análisis. Forsythe Hailey demuestra ser una escritora modesta, pero capaz de aprovechar al máximo sus habilidades para construir una novela mucho más redonda que las de autores más ambiciosos, no solo por el gran retrato de la protagonista, sino por el cuidado con el que cierra todos los hilos —las últimas cartas zanjan las tramas de los amigos— y por la pulcritud del texto, depurado y sin excesos, que alcanza el difícil equilibrio entre la historia amena que invita a seguir leyendo y el fondo rico en contenidos. Una mujer de recursos muestra cómo cambia la vida, cómo el ser humano se sobrepone a la adversidad y cómo las experiencias modifican las opiniones; y nos deja mucho, mucho en lo que pensar.

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