29 junio 2014

Lecturas para el verano (2014)

El verano se asocia a lo ligero, lo inmediato, lo insustancial; lecturas sin complicaciones para leer en la playa o durante un viaje. No obstante, las vacaciones también son la época de los libros-ladrillo para los que no encontramos el momento durante el resto del año; y, por qué no, de novelas ambiciosas, profundas, porque el verano presenta muchos escenarios posibles, entre ellos la tranquilidad necesaria para adentrarse en ellas. Para ir acorde con esta disparidad de situaciones, os propongo diez lecturas muy diferentes, pero, por supuesto, recomendables dentro de su estilo. Espero que cada lector encuentre la suya.

  • Henry y Cato, de Iris Murdoch. Una de las grandes autoras del siglo XX, con un estilo heredero de los escritores moralistas decimonónicos. En sus páginas encontraréis pasión, crueldad y choque de clases, contados con auténtica maestría narrativa.
  • El jilguero, de Donna Tartt. ¿Quién no conoce esta novela? Para muchos -entre los que me incluyo- es el libro del año, una obra que convierte en arte los temas conflictivos de nuestros tiempos y, además, lo hace con un ritmo trepidante, perfecto para las largas tardes de calor.
  • Qué fue de Sophie Wilder, de Christopher R. Beha. Escritores bloqueados, el amor en la juventud y la búsqueda de refugio en la fe, entre otros temas. Una primera novela muy recomendable.

  • Tu nombre después de la lluvia, de Victoria Álvarez. Aventuras, fenómenos paranormales, amor e intriga en un paraje inolvidable: un pueblo irlandés y sus leyendas. Para pasarlo en grande.
  • La hija del veterinario, de Barbara Comyns. Una novela gótica breve, concisa y contundente, protagonizada por unos personajes dignos del cuento de hadas más perverso.
  • Mientras las princesas duermen, de Elizabeth Blackwell. Una reconstrucción de La bella durmiente que actualiza los valores de género y juega con la ambigüedad en lo relativo a la magia. Muy entretenida.
  • El ocupante, de Sarah Waters. Una mansión inglesa en la que sucede algo extraño, como si hubiera una presencia sobrenatural. Para los amantes de Rebeca y otros clásicos góticos.

  • ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, de Hillel Halkin. Un hombre maduro escribe al amor de su vida en una especie de carta que repasa todas las fases de su relación, con un tono sincero y poético que conecta con el lado más íntimo del lector.
  • Las mil y una historias de A. J. Fikry, de Gabrielle Zevin. Libros y libreros, sentimientos e ironía, entretenimiento ligero. En esta novelita encontraréis muchos guiños literarios de los que gustan a los lectores empedernidos.
  • Las chicas de campo, de Edna O'Brien. La historia de iniciación de dos chicas en la Irlanda católica de los años cincuenta, con una voz narrativa que derrocha frescura y energía.
Y, aunque en la lista me he centrado en novedades y recuperaciones recientes, el verano también es una época excelente para regresar a los clásicos. El año pasado elegí Anna Karénina; ¿cuál escogéis vosotros?


25 junio 2014

Las mil y una historias de A. J. Fikry - Gabrielle Zevin



Edición: Lumen, 2014 (trad. Joaquim de la Torre Mora)
Páginas: 304
ISBN: 9788426400321
Precio: 17,90 € (e-book: 10,99 €)

Leemos para saber que no estamos solos.
Leemos porque estamos solos.
Leemos y ya no estamos solos.
No estamos solos.

Imaginad a un librero que no lee cualquier novedad que le ponen por delante, defiende opiniones impopulares sobre algunos escritores consagrados y siente debilidad por un género tan infravalorado como el relato. Es, además, un hombre solitario y huraño que apenas sale de casa desde la muerte de su esposa. No os sorprenderá saber que no se lleva demasiado bien con los comerciales de las editoriales, ni siquiera cuando son mujeres jóvenes con conversación e inclinaciones literarias afines a las suyas. Pero hay algo que sí os impactará: alguien cometió la insensatez de abandonar a una niña en su librería… y él, después de seguir los trámites correspondientes, la adoptó. El librero se llama A. J. Fikry, la comercial es Amelia y la pequeña responde al nombre de Maya. Bienvenidos a esta peculiar librería.
No es ningún secreto que los enamorados de los libros, por lo general, adoramos los libros sobre libros. Nos recuerdan el valor de la lectura, homenajean nuestra pasión, ensalzan la profesión de los escritores, los libreros y los bibliotecarios, nos invitan a seguir conversando sobre literatura, nos emocionan y nos divierten. En fin, la lista de virtudes sería infinita. Las mil y una historias de A. J. Fikry es uno de los últimos libros de este tipo que se han publicado. Su autora, Gabrielle Zevin (Nueva York, 1977), ha escrito novelas para jóvenes y adultos, aunque esta en concreto se dirige al segundo colectivo. Sus claves se adivinan con facilidad después de conocer el argumento: un librero tan raro como encantador, una historia de amor y ternura, y muchos, muchísimos libros.
La novela está narrada en presente y con un estilo parco en palabras que agiliza mucho la narración. Su mayor atractivo reside en los numerosos guiños literarios que se hacen a lo largo de las páginas, tanto como parte de la trama (charlas sobre libros, anécdotas del librero, excentricidades de escritores, reflexiones sobre escritura… ¡hasta aparece una bloguera!) como en los ingeniosos comentarios de A. J. Fikry al comienzo de cada capítulo; sin duda, es una obra por y para lectores empedernidos. La historia se construye sobre líneas básicas y gira alrededor de las relaciones de los personajes con un enfoque amable y sentimental. Tiene sentido del humor, no del que hace reír a carcajadas, sino del que te mantiene con una sonrisa mientras dura la lectura.
No obstante, peca de una simpleza excesiva y de giros argumentales sensibleros, sobre todo a medida que se acerca el final. Comprendo que la autora no lo escribió con grandes pretensiones, pero aun así podría haber trabajado un poco más la parte personal. En cualquier caso, al menos convence en la vertiente libresca y se agradece leer una obra que transmita este buen rollo. Por sus características, puede funcionar muy bien como lectura veraniega, ya sabéis: una novela ligerita, muy adictiva, que entra con facilidad e inspira emociones sin exigir demasiada concentración. Si tuviera que compararla con otro libro sobre libros, elegiría La librería de las nuevas oportunidades, de Anjali Banerjee: las dos combinan el tema libresco con una historia de sentimientos, transcurren en una librería, son sencillas y dejan buen sabor de boca.
Gabrielle Zevin
En definitiva, en Las mil y una historias de A. J. Fikry encontraréis muchos guiños para amantes de los libros, mucha simpatía, mucho amor y alguna que otra respuesta borde de este librero tan exquisito (que quedará compensada por una palabra de su encantadora hija). No es una novela de gran calado, de acuerdo, pero a veces el cuerpo pide exactamente esto: una lectura de evasión pura que garantice el entretenimiento, porque hace calor, el sol nos tuesta las neuronas y debajo de la sombrilla quizá no estamos en condiciones de pensar demasiado. Si la leéis teniendo en cuenta qué tipo de novela es, podréis disfrutar de un par de tardes muy agradables.
Si queréis conocer más libros sobre libros, clicad aquí.

23 junio 2014

La trabajadora - Elvira Navarro

Edición: Literatura Random House, 2014 
Páginas: 160 
ISBN: 9788439728061 
Precio: 16,90 € (e-book: 10,99 €)

La trabajadora (2014), la tercera novela de Elvira Navarro (Huelva, 1978) después de La ciudad en invierno (2007) y La ciudad feliz (2009), narra la situación de dos mujeres al límite en la España reciente. Dos mujeres en apariencia distintas, de generaciones diferentes, con recorridos profesionales desiguales; pero que pasan por un estadio parecido: precariedad laboral, trastorno, medicación y creatividad como vía de escape. La autora, licenciada en Filosofía y con experiencia en el sector editorial, admite en una entrevista para Vozpópuli que el sustrato de la obra nace de sus propias vivencias: 
La trabajadora parte de una circunstancia real. Más bien de dos. Una me ocurrió en 2003. Estuve seis meses sin que me pagaran y luego tuve una serie de ataques de ansiedad, hace ya mucho tiempo. Eso dio lugar a un texto, que llamé La trabajadora y que no podía continuar porque estaba demasiado pegado a mi biografía. 
Elisa Núñez, la protagonista, sufre esos mismos problemas y se puede considerar su álter ego. No obstante, la narración no comienza con ella: Susana, unos diez años mayor que Elisa, se convierte en su compañera de piso, una inquilina extraña, que apenas habla de su pasado y, lo poco que cuenta, resulta tan extravagante que parece difícil de creer. La primera parte de la novela recoge un monólogo de Susana, reproducido por Elisa, en el que cuenta una versión de su juventud, en los ochenta: solitaria, con trastorno bipolar, los estudios abandonados, sin trabajo, obsesionada por el sexo con desconocidos aunque rara vez llegó a practicarlo. El relato de Susana permite abrir el libro con una frase que aúna sexo y mito, gancho más que suficiente para llamar la atención (del lector y de Elisa): «Mi deseo se cifraba en que alguien me lamiera el coño con la regla en un día de luna llena» (pág. 11).

Sin embargo, no hay que quedarse en el impacto de la frase, sino buscar las intenciones de la inquilina para decidir explicar esta historia. Elisa desconfía y, más tarde, cuando este discurso se complementa con su mirada de la Susana personaje, se aprecian los contrastes entre la concepción que tiene su compañera de sí misma (neurótica, grotesca, amante de un enano muy singular) y lo que se ve de ella desde fuera (una teleoperadora frustrada, con una relación a distancia, que esconde sus orígenes y se construye de nuevo a través de la imaginación, mediante los recortes de revistas con los que hace collages de la ciudad), como si Susana necesitara llamar la atención y reinventarse para salir a flote de sus conflictos interiores. La forma de elegir el orden de la información que se desvela, las omisiones y los apuntes de una Elisa atontada por las pastillas, resultan fundamentales para entrever estas incongruencias.

Conocer a Susana se convierte casi en una obsesión para Elisa y, al mismo tiempo, una tabla a la que agarrarse. Susana entra en el piso porque Elisa necesita el dinero, pero, más allá de eso, la convivencia con una desconocida tan peculiar, tan diferente a lo que esperaba por los comentarios de un amigo en común, marca la relación entre ambas. Elisa, a su vez, está afectada por sus tormentos, encabezados por la precariedad laboral. Corrige manuscritos desde casa para una editorial que retrasa los pagos durante meses. A pesar de haber recibido la formación esperada de la clase media-alta (licenciatura, máster, estudios en el extranjero), se ve compartiendo piso, sobrecualificada para muchos empleos y sin esperanzas de recuperar un puesto fijo en la empresa; la realidad de tantos españoles de la generación de Elvira Navarro y posteriores. No falta la crítica sutil a los clichés que estructuran el pensamiento de la sociedad y se revelan inútiles para enfrentarse a los problemas («Me vi con once y doce años en el salón de mi casa, atenazada por mis primeros quiebros y atenta a cómo los personajes de las series y de los libros resolvían de un plumazo violaciones, infidelidades, fracasos.», pág. 96). La trabajadora, de hecho, carece de «solución», de desenlace claro. Termina con algo parecido al peldaño de una escalera: la protagonista continuará subiéndola, aunque aún no conozca qué le deparará el camino ni si llegará hasta arriba; una idea coherente con la incertidumbre que pesa en la obra y en la sociedad actual.

La precariedad, por otra parte, desencadena unos ataques de ansiedad que llevan a Elisa al psiquiatra. La patología se concibe desde una perspectiva sociológica, es decir, tiene sus raíces en las circunstancias sociales de Elisa; no es inherente a ella misma. Además, no se trata solo de dinero. Las noticias hablan mucho de datos, de estadísticas; pero hay una faceta de la precariedad difícil de medir: sus efectos en la autoestima, la realización personal, que en Elisa se plasman en su incapacidad para escribir, una vocación paralizada («Lo que me ocurría no tenía que ver con la escritura, sino conmigo. La escritura era un escenario más de mi miedo.», pág. 96) y en el malestar por no sentirse valorada por su superior. Aunque la precariedad sea la causa principal de su estado, se complementa con la soledad de Elisa, sus paseos nocturnos por la periferia, el distanciamiento de la familia. En muchos momentos parece que Elisa no tiene nada a lo que aferrarse (al menos, hasta el final), y quizá ahí está el verdadero aprieto de esta época: una sociedad que promete libertad en todas las facetas de la vida, pero constriñe las oportunidades hasta dejar al individuo perdido, solo, inseguro. La carga política es más que notable.

En este planteamiento destaca el detalle del trabajo desde casa, tendencia en aumento por las nuevas tecnologías. Elisa descubre que lo que consideraba una comodidad no es tan atractivo (más horas de trabajo, encargos urgentes, falta de concentración, aislamiento). Las distracciones se deben con frecuencia a las redes sociales, medio que utiliza para no pensar demasiado en sus problemas, pero una fuente de alienación a la vez, porque tienen como motivación «conectar» y sin embargo acrecientan la sensación de desamparo («Me sentí sola cuando encendí mi ordenador: no había nadie que me acompañara de esa manera. Miré mi Facebook insuficiente y frío», pág. 82). Se muestra la frialdad de las redes, la diferencia entre la imagen del sujeto allí y su realidad, y la costumbre de «investigar» a alguien a través de su muro. La prosa de la autora es tan precisa que trata muchos asuntos con pocas pinceladas; y añade metáforas interesantes, como la periferia de Madrid («La ciudad del crecimiento descontrolado, voraz, exorbitante, pobre», pág. 104), por donde la protagonista pasea entre bandas de cartoneros. Elisa se mueve, camina y observa los efectos de la crisis en fenómenos como el cierre de tiendas o la reducción de estatuas de la plaza. Las calles se revelan inhóspitas, como una extensión de la precariedad del ser humano al urbanismo (la autora mantiene un blog sobre el tema).

Elvira Navarro
En suma, La trabajadora promueve una reflexión contundente sobre esta situación social, porque manifiesta las preocupaciones de muchos jóvenes y no tan jóvenes; y lo hace centrándose en el desánimo, en la impotencia (no solo en la vertiente material del desempleo), que a la larga son, probablemente, las peores secuelas. Más que una novela sobre la crisis, es una novela escrita desde la precariedad, que ya existía antes de que la burbuja estallara. Solo a partir de unas circunstancias como las de los últimos años puede surgir un texto tan actual como este; y, aunque se centre en el sector editorial, el mensaje se aplica a muchos ámbitos. A propósito de las editoriales, hay una paradoja en la publicación de La trabajadora en un gran grupo de la industria cultural, la misma que genera desazón en Elisa; una contradicción interpretable como un triunfo (la crítica al sistema lanzada desde el sistema) o una derrota (la crítica al sistema absorbida por el sistema). En cualquier caso, más allá de esta curiosidad, la obra constituye una apuesta valiente que se une al corpus de ficciones sobre el devenir de la sociedad española del que forman parte, con estilos y tramas diversos, otras novelas recientes como Por si se va la luz (2013), de Lara Moreno, o Inercia (2014), de Ariadna G. García. Resulta interesante comprobar cómo las transformaciones sociopolíticas están influyendo en la creación literaria.

Las imágenes corresponden a pinturas de Madrid realizadas por Antonio López, al que se hace referencia en la novela. Por orden de aparición: Madrid desde Capitán Haya (1987-1996), Gran Vía (1974-1981) y Madrid desde Torres Blancas (1974-1982).

20 junio 2014

La hija del veterinario - Barbara Comyns



Edición: Alba, 2013 (trad. Catalina Martínez Muñoz)
Páginas: 200
ISBN: 9788484288251
Precio: 19,50 € (e-book: 9,99 €)
Leído en versión original.

Barbara Comyns (1909-1992) forma parte del cada vez más extenso grupo de escritoras británicas del siglo XX desconocidas para el público español cuya obra se ha traducido al castellano por primera vez en los últimos años. En efecto, la editorial Alba, dentro de la colección Rara avis, ha publicado Y las cucharillas eran de Woolworths (1950; Alba, 2012), su segunda novela, una historia de alto contenido autobiográfico que muestra la precariedad de Londres durante la Gran Depresión con un matrimonio de artistas jóvenes como protagonista; y La hija del veterinario (1959; Alba, 2013), su libro más aclamado, una ficción de tintes góticos que se distancia de esa publicación anterior y ha recibido halagos de autores como Graham Green, Alan Hollinghurst o Sarah Waters.
La hija del veterinario se sitúa en el sur de Londres durante la época eduardiana. La narradora, Alice Rowlands, es una joven que vive bajo el control opresivo de un padre tirano mientras cuida de su madre enferma. Este ambiente oscuro se acrecienta por la decoración de la casa, con pieles y restos de animales, y por la presencia de un loro neurótico a modo de símbolo de la locura que subyace tras las paredes de un hogar tan sombrío como este. Cuando la madre muere, el padre la sustituye enseguida por una tabernera ansiosa por tomar las riendas de la vivienda. Demasiado para una Alice desconsolada que, además, esconde un secreto: tiene un don relacionado con lo sobrenatural que no se atreve a desvelar a nadie.
El planteamiento debe mucho a los cuentos de hadas (a las primeras versiones, que tenían un punto de crueldad que luego fue dulcificado por Disney), no en vano Lucy Scholes, crítica de The Guardian, considera a Comyns una precursora de Angela Carter. La chica bondadosa, el padre déspota, la madre moribunda o la temida madrasta son perfiles que encajan en los arquetipos de este género, que funcionan a la perfección en La hija del veterinario. La autora posee, asimismo, un toque dickensiano en el retrato de las peculiaridades de los personajes, que siempre tienen algo de extravagante, de grotesco. Estas influencias también resultan notables en Y las cucharillas eran de Woolworths, aunque, probablemente por tratarse de una obra más realista, lo estrambótico no brilla tanto como en la atmosfera asfixiante de La hija del veterinario.
La recreación de este ambiente es otro de sus grandes aciertos. La voz cándida de Alice, con su suave sentido del humor, contrasta con los horrores de su alrededor, la muerte, el desamparo, el desamor, narrados desde una calma nerviosa, consciente de desembocar en un desenlace turbador y sin embargo no querer inspirar lástima por él. La autora capta el lado macabro de la realidad y lo plasma con naturalidad, la naturalidad de una joven que lo asume como cotidiano porque se ha acostumbrado a convivir con él y porque, en fin, ella misma es peculiar. Hay escenas escalofriantes, como cuando, con su esposa todavía viva, el padre avisa a unos hombres para que vengan a tomarle medidas para construir el ataúd. La tensión no decae; el libro tiene la extensión perfecta para una obra de estas características.
Barbara Comyns
Aunque tanto Y las cucharillas eran de Woolworths como La hija del veterinario son recomendables, en la segunda se nota que Comyns mejoró lo que se podría llamar su «conciencia de novelista», es decir, no se basa tanto en sus vivencias personales, la estructura ya no depende de la forma de diario de fragmentos cortos y, sobre todo, el conjunto constituye un equilibrio perfecto de novela gótica breve, heredera de los maestros decimonónicos, con esa atmosfera lúgubre en la que el horror se mezcla con lo grotesco y se deja envolver por el aire de extrañeza de la protagonista. Una propuesta muy interesante, en definitiva.

16 junio 2014

Agua viva - Clarice Lispector



Edición: Siruela, 2014 (trad. Elena Losada)
Páginas: 114
ISBN: 9788415937043
Precio: 13,95 €

Escúchame, escucha mi silencio. Lo que digo nunca es lo que digo sino otra cosa. Cuando digo «aguas abundantes» estoy hablando de la fuerza del cuerpo en las aguas del mundo. Capta esa otra cosa de la que en realidad hablo porque yo misma no puedo. Lee la energía que está en mi silencio. Ah, tengo miedo de Dios y de su silencio. Pág. 35.

Muy pocos escritores merecen tanto el adjetivo de «singular» como la brasileña Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920–Río de Janeiro, 1977), una de las autoras más importantes del siglo XX por su renovación de la forma narrativa, con un estilo que presenta ciertas afinidades con Franz Kafka, Virginia Woolf, Marcel Proust y James Joyce, aunque ella reconoció no haber leído a algunos hasta que la compararon con ellos. Tomando un ejemplo de la propia Lispector en Agua viva (1973), una de sus últimas obras, se podría decir que sus novelas suponen para la literatura lo que el arte abstracto para la pintura, es decir, un cambio en el modo de mirar, de leer, que abandona los contenidos convencionales (la imagen figurativa, la historia lineal) para dar protagonismo al cómo y explorar nuevas técnicas de creación que expresen significados en una tendencia que ya no cree en el narrador-Dios decimonónico.
En La pasión según G. H. (1964), considerada su obra maestra por algunos críticos, las particularidades de Lispector se plasman en una narración fragmentada que expresa (no cuenta) la transformación interior de una mujer. La protagonista se redescubre a sí misma, pero lo hace sin salir de una habitación, sentada en la cama mientras observa la cucaracha que le ha provocado esta reacción. Agua viva tiene bastante en común con este libro, aunque, si en La pasión según G. H. era posible reconocer algún atisbo de «trama» en la evolución del personaje, en Agua viva aún está más difusa. El planteamiento vuelve a tomar como narrador una voz femenina anónima, de la que apenas sabemos nada, que se dirige a un tú, un antiguo amor que le hizo daño. No obstante, relegarla a la categoría de carta de desamor sería demasiado superficial para una novela que abarca mucho, muchísimo más.
La estructura apuesta de nuevo por la fragmentación: párrafos o frases intermitentes, caóticos, sin una conexión aparente entre ellos, aunque se identifican ciclos temáticos y estilísticos, como la repetición de determinadas oraciones («Te escribo en desorden, ya lo sé. Pero es como vivo. Yo solo trabajo con encuentros y pérdidas», pág. 85). No hay personajes, no hay historia, no hay descripción; la narradora no hilvana una trama, sino que expresa su yo. Este «desorden» no debe malinterpretarse: se trata de un efecto buscado, no de una limitación de Lispector como escritora (de hecho, conseguir este resultado conlleva un trabajo enorme). La autora cita al comienzo a Michel Seuphor (1901-1999), crítico de arte abstracto y pintor vanguardista belga: «Debería existir una pintura totalmente libre de la dependencia de la figura». Lispector aplica este principio a la escritura, a la que independiza de la trama, la acción y los personajes; en su lugar, evoca la existencia a través de lo casi inconsciente.
La obra tiene un leitmotiv: alcanzar lo que denomina it, algo así como el instante de lo vivo, el núcleo de la existencia. Pero hay un problema: cuando lo expresa con palabras, ya ha muerto, ya ha pasado; el lenguaje tiene limitaciones. Wittgenstein, con su giro lingüístico, advirtió que el lenguaje condiciona el significado de los enunciados; no es una herramienta neutra. La narradora intenta vencer estas barreras, y por eso escribe de forma anárquica, en ese estado entre el sueño y la vigilia también recreado por Proust, aproximándose al momento en el que la conciencia discurre por sí misma («A veces seguirme es tan difícil. Porque es seguir lo que aún no es más que una nebulosa», pág. 77), sin que el pensamiento modele las ideas, porque es entonces cuando más se acerca al it, un it que no está en lo que se dice, sino en la «entrelínea», en lo que se trasluce de lo dicho («Lo que te digo nunca es lo que te digo y sí otra cosa. Capta esa cosa que se me escapa y sin embargo vivo de ella y estoy sobre su brillante oscuridad», pág. 17).
El it, como instante de lo vivo, está muy ligado a la naturaleza (de ahí el título), a lo instintivo, porque es donde fluye esta energía, mezcla de lo humano y lo no humano, sin las interrupciones de la razón. La voz narradora se refiere con frecuencia a la creación y el nacimiento de la vida, evocado como una canción africana; y también a las plantas y los animales («No haber nacido animal es mi secreta nostalgia», pág. 61), como la serie de flores de las pág. 66-70, en las que las personaliza, les asigna unos atributos muy originales, cargados de metáforas. Lispector no habla de esta fuerza del instante, no reflexiona acerca de los límites del lenguaje, sino que los expresa (en la contracubierta se describe como «vivencia»); y la naturaleza es una forma de poner imágenes a esas expresiones.
La búsqueda del it encuentra su punto álgido al final, cuando la protagonista manifiesta sus deseos de vivir, de aprovechar el clímax de cada instante («Mi única salvación es la alegría», pág. 108), un mensaje parecido al de La pasión según G. H., cuando la mujer decide vencer sus miedos y salir a divertirse. En Agua viva, el desencadenante es la soledad de una persona que ha amado y ahora está sola. Captar el it implica de algún modo llenarse de él, alcanzar la lucidez, el «estado de gracia» (pág. 101), y para eso hay que asumir el desamor para disfrutar otra vez de la vida y sus placeres; un mensaje básico que Lispector convierte en excepcional con su espectacular uso del lenguaje. El it, además, también supone entregarse a la incertidumbre del mundo, la «nebulosa», renunciar al pensamiento racional, aceptar el caos («Sólo ahora he intuido lo oblicuo de la vida. Antes sólo veía a través de cortes rectos y paralelos. No entendía el insípido trazo sesgado. Ahora adivino que la vida es otra. […] He comprendido la fatalidad del azar y no existe en eso contradicción», pág. 80). Posmoderna por completo.
Clarice Lispector
Esta última cita se puede tomar como una invitación a la lectura de Agua viva: acercarse a Clarice Lispector supone descubrir otras formas de entender la literatura, otras formas de leer, alejadas del esquema de planteamiento, nudo y desenlace, del narrador omnisciente y de los personajes que interactúan. Salir de los mapas mentales conocidos resulta difícil, exige esfuerzo, pero, cuando se decide dar ese paso, la recompensa obtenida tiene un valor incalculable: aprender que las palabras, como creación literaria, pueden hacer mucho más que contar historias.
Acompaño la reseña de unas obras de Michel Seuphor. Por orden de aparición: Composition V (1929), Chanson nocturne (1958) y Perpetuum Mobile (1987).

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails