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08 marzo 2017

Diez escritoras para entender el siglo XXI (Especial Día de la Mujer)

Escribo sobre escritoras (y escritores, pero más de lo primero) durante todo el año. Llevo más de siete años haciéndolo casi todas las semanas. He reseñado a escritoras estadounidenses, nigerianas, rusas, noruegas, chinas, españolas y un largo etcétera. Del siglo XXI, del XX, del XIX. Siempre que se acerca el 8 de marzo me hago la misma pregunta: ¿es necesario hacer una entrada especial por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora? Yo preferiría que este día no existiera. Mejor dicho: que no fuera necesario. La igualdad se produce cuando los colectivos tradicionalmente ignorados se integran en el sistema sin darles un trato diferente. En el ámbito literario aún hay mucho que mejorar: la crítica sigue prestando más atención a los hombres; los premios y reconocimientos, también. Este día, en cambio, e incluso todo el mes, los medios de comunicación se dedican a hablar de mujeres; ese trato diferente que convendría evitar. Los que comentamos libros de escritoras con asiduidad no tenemos la necesidad de cambiar la programación, porque ya las integramos durante doce meses.

Aun así, una vez más, he decidido preparar un especial. Por una cuestión práctica: este tipo de artículo, el 8 de marzo, se lee mucho más que cualquier otro día (y mucho más que cada reseña por separado). Mi intención es llegar a ese lector ocasional que no frecuenta mi blog, pero, quizá, a este texto sí le eche un vistazo. Por encima de los hándicaps que encuentro en esta fecha, me gusta recomendar libros, difundir aquellas obras que me han enriquecido, que me han hecho disfrutar. Si alguien descubre a una buena escritora porque este día le ha despertado el interés por leer a más mujeres, bienvenido sea; aquí tiene diez sugerencias. En 2015, mi especial estuvo dedicado a las protagonistas inspiradoras. En 2016, a escritoras olvidadas o desconocidas, todas ellas ya fallecidas. En esta ocasión quería hablar de lo vivo, de las mujeres que están escribiendo ahora, que narran su forma de estar en el siglo XXI desde múltiples miradas, generaciones y nacionalidades. He seleccionado diez, pero podrían haber sido más, o podrían haber sido otras. Voces de calidad no faltan; los que las leemos lo sabemos. Si queréis conocer a más autoras, ya lo sabéis: pasaos por el blog más a menudo.

Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977), Americanah (2013; Literatura Random House, 2014)
Además de ser una intelectual comprometida con la igualdad en todas sus vertientes, responsable de conferencias y ensayos como Todos deberíamos ser feministas (2014) y Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo (2017), Chimamanda Ngozi Adichie es una excelente novelista. Siguiendo la estela de Charles Dickens, en Americanah narra una historia de inmigración, racismo y desigualdad que entronca con muchos problemas contemporáneos. La cuenta tan bien que el lector se lo pasa bien leyendo, disfruta; pero, sobre todo, matiza y enriquece su perspectiva sobre la identidad de una mujer negra.

Selva Almada (Argentina, 1973), Ladrilleros (2013; Lumen, 2014)
Selva Almada se mueve por el terreno del realismo sórdido, de personajes embrutecidos, de polvo y sangre, en el marco del litoral argentino. En esta novela narra el enfrentamiento entre dos hombres, que trasciende a sus descendientes; un retrato del «macho» primitivo, del peligro de la hombría mal entendida, que contrasta con los personajes femenimos, más calmados, más sencillos, que intentan mantener la estructura familiar mientras ellos pelean. Aunque no se sitúe con exactitud en el siglo XXI, la he incluido en la selección porque representa una realidad violenta aún no desaparecida del todo.

Rachel Cusk (Canadá, 1967), A contraluz (2014; Libros del Asteroide, 2016)
Forma y contenido resultan siempre inseparables. La protagonista de esta novela es una mujer divorciada. La herida aún está abierta, aún le duele pensar en lo que se acabó. El argumento exige una estructura que exprese ese vacío, por eso, la mujer, pese a hablarnos en primera persona, se borra de la narración y solo se deja intuir a través de las voces de otros. Si en el siglo XX abundaron las novelas sobre mujeres anuladas por el matrimonio, aquí tenemos una muestra de las tensiones que puede conllevar la cultura contemporánea, en la que no falta libertad de elección, pero no por ello se deja de sufrir desarraigo.

Elena Ferrante (Italia, 19--), Dos amigas (2011-2014; Lumen, 2012-2015)
Sé lo que estáis pensando: ¿qué pinta en esta selección una saga sobre la posguerra y la segunda mitad del siglo XX? Aunque, de hecho, el final de la tetralogía llega al siglo XXI, la he elegido porque su obra recorre de forma espléndida la transformación social del rol de la mujer, con cuestiones como el acceso a la universidad, el uso de anticonceptivos, la conciliación familiar y profesional, la conciencia de su imagen personal, su relación con el amor y el sexo. Un legado imprescindible para comprender los problemas a los que hoy se enfrentan las mujeres, narrado como una historia apasionante.

Alisa Ganíeva (Rusia, 1985), La montaña festiva (2014; Turner, 2016)
Los conflictos étnicos se han instalado en el siglo XXI. Alisa Ganíeva, que creció en Daguestán, una zona donde conviven decenas de etnias, plantea en esta novela una distopía que utiliza el elemento simbólico de la construcción de un muro para explorar problemas ya presentes en el Cáucaso, como la agitación social y la irrupción de grupos islamistas. Jóvenes y no tan jóvenes intentan hacer vida normal mientras la radicalización y la violencia se apodera de algunos de ellos. Una obra, en fin, que muestra una parte menos conocida de Rusia y, en el fondo, atañe a todo Occidente.

Luisa Geisler (Brasil, 1991), Quizá (2012; Siruela, 2016)
Toda generación debe tener sus novelas de iniciación o aprendizaje. Esta de Luisa Geisler se vertebra sobre la relación de dos personajes inadaptados por diferentes motivos: una niña muy inteligente, a punto de entrar en la adolescencia, y su primo problemático, a punto de abandonar esta etapa. De algún modo, sus soledades hacen buenas migas y dejan entrever el desasosiego propio de la adolescencia y sus confrontaciones con los padres. Por si fuera poco, Luisa Geisler escribe con mucho estilo, moldeando el lenguaje sin caer nunca en el sentimentalismo.

Elvira Navarro (España, 1978), La trabajadora (Literatura Random House, 2014)
No tendrá la mejor trama, no tendrá el lenguaje más espectacular, no tendrá los personajes más complejos; pero, aun así, me parece una de las novelas que mejor explican la precariedad actual en España. Mejor dicho: más que explicar la precariedad, expresa el desaliento que esta provoca. Piso compartido, trabajo desde casa, sueldo insuficiente, pérdida de vocación, expectativas truncadas, frustración, trastorno mental. Una novela precisa e incisiva, honesta hasta la perturbación.

Ali Smith (Reino Unido, 1962), Com ser-ho alhora (2014; Raig Verd, 2015)
Siempre es arriesgado utilizar la palabra «original», pero, si hay alguna escritora que la merezca, esa es Ali Smith, ejemplo de búsqueda de innovación y riqueza expresiva. Como digna representante del posmodernismo, utiliza la experimentación formal para emular la naturaleza hipertextual de la mente humana, un rasgo clave de nuestra era. En esta obra, muy ambiciosa, intenta hacer compatible lo incompatible: el género (hombre y mujer), el tiempo (pasado y presente), la alta y la baja cultura, la vida y la muerte, lo permanente y lo efímero. El resultado es una novela como no has leído nunca.

Olga Tokarczuk (Polonia, 1962), Sobre los huesos de los muertos (2009; Siruela, 2016)
Esta prestigiosa escritora polaca, apenas traducida al castellano, construye un peculiar thriller psicológico que tiene como trasfondo una preocupación muy actual (y aún poco abordada en literatura): la ecología y los derechos de los animales. La protagonista, una anciana excéntrica obsesionada con la astrología, decide investigar por su cuenta unos misteriosos asesinatos. Todos tienen un punto en común: las víctimas son hombres que fueron crueles con los animales. ¿Y si la naturaleza se estuviera vengando del ser humano?

Hanya Yanagihara (Estados Unidos, 1975), Tan poca vida (2015; Lumen, 2016)
El siglo XXI no se entiende sin la diversidad: diversidad de géneros, diversidad de etnias y culturas, diversidad de identidades sexuales, diversidad de capacidades, diversidad de relaciones. Esta novela profundiza en muchas de ellas de la mano de un antihéroe que encarna la pérdida de fe en el progreso, una idea característica de nuestros tiempos. Se trata, además, de una historia conmovedora que rompe clichés y demuestra que todas las relaciones son únicas, por mucho que desde fuera se empeñen en etiquetarlas.

¿Cuál sería vuestra selección? Compartidla en los comentarios.

04 septiembre 2016

Los libros más esperados de la rentrée



Es una verdad universalmente aceptada que la vuelta a la rutina es más llevadera con un libro nuevo. O dos, o tres, o los que hagan falta. Porque novedades, desde luego, no van a faltar en las librerías. El otoño promete, y aquí comparto mi selección de títulos más esperados.
Gran parte de las publicaciones de mi interés proviene de los países anglosajones (esto no es una novedad). Por ejemplo, Tan poca vida (Lumen), de Hanya Yanagihara, una extensa novela sobre la complicidad entre hombres que ha estado nominada a premios importantes —el Man Booker Prize y el National Book Award hay que tenerlos en cuenta; nada que ver con los premios que tenemos aquí— y fue uno de los libros del año pasado en Estados Unidos. O Las chicas (Anagrama), el alabado debut de la joven Emma Cline, que reconstruye un episodio de las llamadas «chicas Manson» para ahondar en las tensiones propias de la adolescencia. Otras obras traducidas del inglés que espero con ganas son El camino de los Madigan (Siruela), de la irlandesa Anne Enright, y A contraluz (Libros del Asteroide), de Rachel Cusk, que vienen precedidas de críticas elogiosas.
También se publica lo último de varias escritoras de renombre: El bosque infinito (Tusquets), de Annie Proulx, una eterna candidata al Nobel que os sonará por ser la autora del relato que inspiró la película Brokeback Mountain y de diversas obras que tienen como telón de fondo la naturaleza; Me llamo Lucy Barton (Duomo), de Elizabeth Strout, quien obtuvo el Premio Pulitzer con la magnífica Olive Kitteridge; y El corazón es lo último que se va (Salamandra), la novela más reciente de la prolífica Margaret Atwood. Además, se reedita El intérprete del dolor (Salamandra), el primer libro de Jhumpa Lahiri, una compilación de relatos que ganó nada menos que el Pulitzer. Como colofón, en noviembre llega la publicación, por primera vez en castellano, de los Cuentos de hadas de Angela Carter (Impedimenta), una obra que promete ser un regalo fantástico para estas Navidades.
Por supuesto, hay vida más allá del inglés, empezando por Últimos testigos (Debate), una nueva traducción de la premio Nobel Svetlana Alexiévich, que en esta ocasión da voz a los niños que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. En segundo lugar, tres voces francesas: Memoria de chica (Cabaret Voltaire), de Annie Ernaux —de quien ya leí La mujer helada—, Basado en hechos reales (Anagrama), de Delphine de Vigan, y Vivir (Errata naturae), de Anise Postel-Vinay y Laure Adler, que recoge el testimonio de una resistente en un campo de concentración. Me interesa asimismo Lo que queda de nuestras vidas (Siruela), de Zeruya Shalev, de quien dicen que es «la voz femenina más importante de la literatura israelí contemporánea». Por otra parte, se publica en castellano Historia de Irene (Seix Barral), de Erri De Luca, una nouvelle profundamente evocadora que ya leí en su edición en catalán (y que recomiendo). Hablando de italianos, se publica por primera vez en castellano Maria Zef (Periférica), de Paola Drigo, una historia rural de mujeres fuertes. Fuera de la narrativa, quiero leer el ensayo Madres arrepentidas (Reservoir Books), de la socióloga Orna Donath.
Entre los autores españoles, me llama poderosamente la atención Asamblea ordinaria (Libros del Asteroide), de Julio Fajardo Herrero, por la novela misma (una aproximación a la crisis) y por el hecho de que la editorial rara vez apuesta por nuevas voces en español (algo tendrá). Por si fuera poco, vuelven dos autoras que se van consolidando: por un lado, Lara Moreno, que me encantó con Por si se va la luz, regresa con Piel de lobo (Lumen); por el otro, Elvira Navarro, que hace un par de años consiguió un pequeño éxito con La trabajadora, publica Los últimos días de Adelaida García Morales (Literatura Random House), una obra de ficción que reivindica la figura de esta gran escritora. En cuanto a los autores que ya tienen una larga carrera a sus espaldas, me interesan La mirada de los Mahuad (Lumen), de Berta Vias Mahou, y El amor del revés (Anagrama), de Luisgé Martín.
Y esto es solo un aperitivo, porque aún me quedan muchas novedades por descubrir y sé que en cuanto publique la entrada algún pajarillo avispado me hablará de los libros que se me han pasado por alto. Ahora, contadme: ¿qué novedades tenéis más ganas de leer?

23 junio 2014

La trabajadora - Elvira Navarro

Edición: Literatura Random House, 2014 
Páginas: 160 
ISBN: 9788439728061 
Precio: 16,90 € (e-book: 10,99 €)

La trabajadora (2014), la tercera novela de Elvira Navarro (Huelva, 1978) después de La ciudad en invierno (2007) y La ciudad feliz (2009), narra la situación de dos mujeres al límite en la España reciente. Dos mujeres en apariencia distintas, de generaciones diferentes, con recorridos profesionales desiguales; pero que pasan por un estadio parecido: precariedad laboral, trastorno, medicación y creatividad como vía de escape. La autora, licenciada en Filosofía y con experiencia en el sector editorial, admite en una entrevista para Vozpópuli que el sustrato de la obra nace de sus propias vivencias: 
La trabajadora parte de una circunstancia real. Más bien de dos. Una me ocurrió en 2003. Estuve seis meses sin que me pagaran y luego tuve una serie de ataques de ansiedad, hace ya mucho tiempo. Eso dio lugar a un texto, que llamé La trabajadora y que no podía continuar porque estaba demasiado pegado a mi biografía. 
Elisa Núñez, la protagonista, sufre esos mismos problemas y se puede considerar su álter ego. No obstante, la narración no comienza con ella: Susana, unos diez años mayor que Elisa, se convierte en su compañera de piso, una inquilina extraña, que apenas habla de su pasado y, lo poco que cuenta, resulta tan extravagante que parece difícil de creer. La primera parte de la novela recoge un monólogo de Susana, reproducido por Elisa, en el que cuenta una versión de su juventud, en los ochenta: solitaria, con trastorno bipolar, los estudios abandonados, sin trabajo, obsesionada por el sexo con desconocidos aunque rara vez llegó a practicarlo. El relato de Susana permite abrir el libro con una frase que aúna sexo y mito, gancho más que suficiente para llamar la atención (del lector y de Elisa): «Mi deseo se cifraba en que alguien me lamiera el coño con la regla en un día de luna llena» (pág. 11).

Sin embargo, no hay que quedarse en el impacto de la frase, sino buscar las intenciones de la inquilina para decidir explicar esta historia. Elisa desconfía y, más tarde, cuando este discurso se complementa con su mirada de la Susana personaje, se aprecian los contrastes entre la concepción que tiene su compañera de sí misma (neurótica, grotesca, amante de un enano muy singular) y lo que se ve de ella desde fuera (una teleoperadora frustrada, con una relación a distancia, que esconde sus orígenes y se construye de nuevo a través de la imaginación, mediante los recortes de revistas con los que hace collages de la ciudad), como si Susana necesitara llamar la atención y reinventarse para salir a flote de sus conflictos interiores. La forma de elegir el orden de la información que se desvela, las omisiones y los apuntes de una Elisa atontada por las pastillas, resultan fundamentales para entrever estas incongruencias.

Conocer a Susana se convierte casi en una obsesión para Elisa y, al mismo tiempo, una tabla a la que agarrarse. Susana entra en el piso porque Elisa necesita el dinero, pero, más allá de eso, la convivencia con una desconocida tan peculiar, tan diferente a lo que esperaba por los comentarios de un amigo en común, marca la relación entre ambas. Elisa, a su vez, está afectada por sus tormentos, encabezados por la precariedad laboral. Corrige manuscritos desde casa para una editorial que retrasa los pagos durante meses. A pesar de haber recibido la formación esperada de la clase media-alta (licenciatura, máster, estudios en el extranjero), se ve compartiendo piso, sobrecualificada para muchos empleos y sin esperanzas de recuperar un puesto fijo en la empresa; la realidad de tantos españoles de la generación de Elvira Navarro y posteriores. No falta la crítica sutil a los clichés que estructuran el pensamiento de la sociedad y se revelan inútiles para enfrentarse a los problemas («Me vi con once y doce años en el salón de mi casa, atenazada por mis primeros quiebros y atenta a cómo los personajes de las series y de los libros resolvían de un plumazo violaciones, infidelidades, fracasos.», pág. 96). La trabajadora, de hecho, carece de «solución», de desenlace claro. Termina con algo parecido al peldaño de una escalera: la protagonista continuará subiéndola, aunque aún no conozca qué le deparará el camino ni si llegará hasta arriba; una idea coherente con la incertidumbre que pesa en la obra y en la sociedad actual.

La precariedad, por otra parte, desencadena unos ataques de ansiedad que llevan a Elisa al psiquiatra. La patología se concibe desde una perspectiva sociológica, es decir, tiene sus raíces en las circunstancias sociales de Elisa; no es inherente a ella misma. Además, no se trata solo de dinero. Las noticias hablan mucho de datos, de estadísticas; pero hay una faceta de la precariedad difícil de medir: sus efectos en la autoestima, la realización personal, que en Elisa se plasman en su incapacidad para escribir, una vocación paralizada («Lo que me ocurría no tenía que ver con la escritura, sino conmigo. La escritura era un escenario más de mi miedo.», pág. 96) y en el malestar por no sentirse valorada por su superior. Aunque la precariedad sea la causa principal de su estado, se complementa con la soledad de Elisa, sus paseos nocturnos por la periferia, el distanciamiento de la familia. En muchos momentos parece que Elisa no tiene nada a lo que aferrarse (al menos, hasta el final), y quizá ahí está el verdadero aprieto de esta época: una sociedad que promete libertad en todas las facetas de la vida, pero constriñe las oportunidades hasta dejar al individuo perdido, solo, inseguro. La carga política es más que notable.

En este planteamiento destaca el detalle del trabajo desde casa, tendencia en aumento por las nuevas tecnologías. Elisa descubre que lo que consideraba una comodidad no es tan atractivo (más horas de trabajo, encargos urgentes, falta de concentración, aislamiento). Las distracciones se deben con frecuencia a las redes sociales, medio que utiliza para no pensar demasiado en sus problemas, pero una fuente de alienación a la vez, porque tienen como motivación «conectar» y sin embargo acrecientan la sensación de desamparo («Me sentí sola cuando encendí mi ordenador: no había nadie que me acompañara de esa manera. Miré mi Facebook insuficiente y frío», pág. 82). Se muestra la frialdad de las redes, la diferencia entre la imagen del sujeto allí y su realidad, y la costumbre de «investigar» a alguien a través de su muro. La prosa de la autora es tan precisa que trata muchos asuntos con pocas pinceladas; y añade metáforas interesantes, como la periferia de Madrid («La ciudad del crecimiento descontrolado, voraz, exorbitante, pobre», pág. 104), por donde la protagonista pasea entre bandas de cartoneros. Elisa se mueve, camina y observa los efectos de la crisis en fenómenos como el cierre de tiendas o la reducción de estatuas de la plaza. Las calles se revelan inhóspitas, como una extensión de la precariedad del ser humano al urbanismo (la autora mantiene un blog sobre el tema).

Elvira Navarro
En suma, La trabajadora promueve una reflexión contundente sobre esta situación social, porque manifiesta las preocupaciones de muchos jóvenes y no tan jóvenes; y lo hace centrándose en el desánimo, en la impotencia (no solo en la vertiente material del desempleo), que a la larga son, probablemente, las peores secuelas. Más que una novela sobre la crisis, es una novela escrita desde la precariedad, que ya existía antes de que la burbuja estallara. Solo a partir de unas circunstancias como las de los últimos años puede surgir un texto tan actual como este; y, aunque se centre en el sector editorial, el mensaje se aplica a muchos ámbitos. A propósito de las editoriales, hay una paradoja en la publicación de La trabajadora en un gran grupo de la industria cultural, la misma que genera desazón en Elisa; una contradicción interpretable como un triunfo (la crítica al sistema lanzada desde el sistema) o una derrota (la crítica al sistema absorbida por el sistema). En cualquier caso, más allá de esta curiosidad, la obra constituye una apuesta valiente que se une al corpus de ficciones sobre el devenir de la sociedad española del que forman parte, con estilos y tramas diversos, otras novelas recientes como Por si se va la luz (2013), de Lara Moreno, o Inercia (2014), de Ariadna G. García. Resulta interesante comprobar cómo las transformaciones sociopolíticas están influyendo en la creación literaria.

Las imágenes corresponden a pinturas de Madrid realizadas por Antonio López, al que se hace referencia en la novela. Por orden de aparición: Madrid desde Capitán Haya (1987-1996), Gran Vía (1974-1981) y Madrid desde Torres Blancas (1974-1982).

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