Edición: Siruela, 2014 (trad. Elena Losada)
Páginas: 114
ISBN: 9788415937043
Precio: 13,95 €
Escúchame, escucha mi silencio. Lo que digo nunca es lo que digo sino otra cosa. Cuando digo «aguas abundantes» estoy hablando de la fuerza del cuerpo en las aguas del mundo. Capta esa otra cosa de la que en realidad hablo porque yo misma no puedo. Lee la energía que está en mi silencio. Ah, tengo miedo de Dios y de su silencio. Pág. 35.

En La pasión según G. H. (1964), considerada su obra maestra por algunos críticos, las
particularidades de Lispector se plasman en una narración fragmentada que
expresa (no cuenta) la transformación interior de una mujer. La protagonista se
redescubre a sí misma, pero lo hace sin salir de una habitación, sentada en la
cama mientras observa la cucaracha que le ha provocado esta reacción. Agua viva tiene bastante en común con
este libro, aunque, si en La pasión según G. H. era posible reconocer algún atisbo de «trama» en la evolución del
personaje, en Agua viva aún está más
difusa. El planteamiento vuelve a tomar como narrador una voz femenina anónima,
de la que apenas sabemos nada, que se dirige a un tú, un antiguo amor que le
hizo daño. No obstante, relegarla a la categoría de carta de desamor sería
demasiado superficial para una novela que abarca mucho, muchísimo más.

La obra tiene un leitmotiv:
alcanzar lo que denomina it, algo así como el instante de lo vivo,
el núcleo de la existencia. Pero hay un problema: cuando lo expresa con
palabras, ya ha muerto, ya ha pasado; el lenguaje tiene limitaciones. Wittgenstein,
con su giro lingüístico, advirtió que el lenguaje condiciona el significado de
los enunciados; no es una herramienta neutra. La narradora intenta vencer estas
barreras, y por eso escribe de forma anárquica, en ese estado entre el sueño y
la vigilia también recreado por Proust, aproximándose al momento en el que la
conciencia discurre por sí misma («A veces seguirme es tan difícil. Porque es
seguir lo que aún no es más que una nebulosa», pág. 77), sin que el pensamiento
modele las ideas, porque es entonces cuando más se acerca al it, un it que no está en lo que se dice, sino en la «entrelínea», en lo que se trasluce de lo dicho («Lo que te digo
nunca es lo que te digo y sí otra cosa. Capta esa cosa que se me escapa y sin
embargo vivo de ella y estoy sobre su brillante oscuridad», pág. 17).

La búsqueda del it
encuentra su punto álgido al final, cuando la protagonista manifiesta sus deseos de vivir, de aprovechar el clímax de
cada instante («Mi única salvación es la alegría», pág. 108), un mensaje
parecido al de La pasión según G. H.,
cuando la mujer decide vencer sus miedos y salir a divertirse. En Agua viva, el desencadenante es la
soledad de una persona que ha amado y ahora está sola. Captar el it implica de algún modo llenarse de él,
alcanzar la lucidez, el «estado de gracia» (pág. 101), y para eso hay que asumir el desamor para disfrutar otra vez de la vida y sus placeres; un
mensaje básico que Lispector convierte en excepcional con su espectacular uso
del lenguaje. El it, además, también
supone entregarse a la incertidumbre del
mundo, la «nebulosa», renunciar al pensamiento racional, aceptar el caos («Sólo
ahora he intuido lo oblicuo de la vida. Antes sólo veía a través de cortes
rectos y paralelos. No entendía el insípido trazo sesgado. Ahora adivino que la
vida es otra. […] He comprendido la fatalidad del azar y no existe en eso
contradicción», pág. 80). Posmoderna por completo.
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Clarice Lispector |
Esta última cita se puede tomar como una invitación
a la lectura de Agua viva: acercarse
a Clarice Lispector supone descubrir otras formas de entender la literatura, otras
formas de leer, alejadas del esquema de planteamiento, nudo y desenlace, del
narrador omnisciente y de los personajes que interactúan. Salir de los mapas
mentales conocidos resulta difícil, exige esfuerzo, pero, cuando se decide dar
ese paso, la recompensa obtenida tiene un valor incalculable: aprender que las
palabras, como creación literaria, pueden hacer mucho más que contar historias.
Acompaño la reseña de unas obras de Michel
Seuphor. Por orden de aparición: Composition V (1929), Chanson nocturne (1958) y Perpetuum Mobile (1987).
Confieso, cabizbaja: todavía no he leído a Lispector. Una falta que tengo que remediar sin falta, lo sé. Espero no tardar en hacerlo.
ResponderEliminarUn beso.
@Zazou. Yo la empecé a leer hace poco, pero ya la considero imprescindible. No te va a defraudar.
ResponderEliminarNo quiero parecer demasiado condescendiente, pero me ha encantado este blog.
ResponderEliminarMe parece que has hecho un análisis de los más exhaustivo y esclarecedor de la obra, pero no creo que yo supiera disfrutarla. No me convenció la que reseñaste el año pasado y me sigue pasando lo mismo. Por supuesto en este caso y usando el tópico de rupturas, no es el libro, soy yo:)
ResponderEliminar1beso!
Jo, jo, jo, siendo bruto, leer a Lispector es un puñetazo literario en toda regla. Noquea, aturde y uno sigue adelante con una cicatriz nueva.
ResponderEliminarEs otra cosa, otro tipo de literatura. Es una liga diferente. La liga donde juegan Woolf, Joyce, Faulkner...
Exige mucho, pero da mucho también.
@Elena:). Quizá es cuestión de tiempo. Con estos libros hay que encontrar el momento; hace unos años yo tampoco me animaba :).
ResponderEliminar@Jorge. Tal cual, un puñetazo. Y, ya que la mencionas, este verano quiero hacer un intensivo de Virginia Woolf. Más puñetazos, más cicatrices nuevas :).