Edición:
:Rata_, 2016 (trad. Irene Tor Carroggio)
Páginas:
462
ISBN:
9788494489174
Precio:
22,00 €
Sanmao, una
cuentacuentos aventurera
Sanmao,
seudónimo de la escritora taiwanesa Chen Ping (1943-1991), también llamada Echo
Chen, es uno de los referentes culturales asiáticos que aún quedaban por
descubrir, no solo en España, sino en todo Occidente. Esta es, de hecho, la
primera traducción de un libro suyo a una lengua occidental, a la que se
sumarán pronto la traducción al inglés y otros idiomas europeos, gracias al tesón
de su editora, Iolanda Batallé, que picó piedra para contactar con sus
herederos y consiguió despertar el interés de otros profesionales
de la edición. Estamos, por lo tanto, ante un acontecimiento editorial en todos
los sentidos, una hazaña a la altura de la propia Sanmao, que tuvo de todo
menos una vida convencional y se convirtió sin pretenderlo en «un símbolo de rebeldía, de libertad, de romanticismo, de aventura y de
personalidad independiente», en palabras de Yufen Tai, especialista en su obra,
en el postfacio a esta edición. Sanmao pertenecía a una familia adinerada que
le procuró una educación exquisita. No obstante, al llegar a la edad adulta,
rechazó cursar estudios superiores, el camino previsible, para lanzarse a
recorrer el mundo, a construirse a sí misma. Y vaya si lo consiguió.
Sanmao,
una mujer cultivada, cosmopolita y
aventurera (y una cuentacuentos, como se definía a sí misma), se enamoró de
José Quero, un buzo español, con quien contrajo matrimonio y se marchó a vivir
al Sáhara por voluntad propia: «El desierto del Sáhara, en lo más profundo de
mi corazón, hacía tiempo que era mi amante soñado» (p. 45). Allí, mientras su
marido trabajaba, ella se mezclaba con los lugareños, observaba la cultura local de
los saharauis con mirada de antropóloga, curiosa y atrevida, pero sin juzgar a
pesar del horror que le provocaban determinadas costumbres. Y escribía, no dejaba de
escribir. No es de extrañar que, con una historia tan atípica y un carácter tan
intrépido, llegara a ser poco menos que un
mito para los jóvenes de su país desde que se dio a conocer. Los textos que
componen Diarios del Sáhara surgieron
en un principio como reportajes para periódicos; son, más que un diario,
crónicas sobre diversos aspectos y experiencias de su estancia en el desierto,
aunque la persona de Sanmao está tan presente en ellos que resulta difícil
separar obra y autora. En 1976 se publicaron por primera vez como libro: tuvo
una acogida tan extraordinaria en China (recibió cientos de cartas) que Sanmao
se agobió. El éxito no casaba con su personalidad independiente, por lo que se alejó del bullicio, como explica en un prólogo posterior, incluido en
esta edición («escribir es importante, pero a veces aún lo es más dejar de
escribir para poder afilar el lápiz», p. 22).
«Deseo
ser siempre una cuentacuentos. No hablaré de grandes temas, porque no tengo los
conocimientos necesarios, pero en el futuro no dejaré de esforzarme para
escribir mis palabras con mis manos, y expresar con ellas lo que siento en mi
corazón» (p. 22). Esta declaración de intenciones resume lo que encontramos en
estas páginas: la vida, la vida y la vida. Sin meditaciones existenciales filosóficas,
sin filigranas retóricas. Un estilo despojado de artificios, una voz en la que aún
vibra el calor de los acontecimientos, la frescura que da la inmediatez. El
interés reside en su punto de vista, su mirada atenta, la
singularidad que aporta una mujer como ella en ese entorno, su forma de estar
en el mundo, un mundo alejado de su zona de confort que sin embargo convierte
en su hogar. Una mujer libre, indomable, que aun estando casada necesita
mantener su independencia (y tiene la suerte, dada la mentalidad española de la
época, de que su esposo no solo lo acepta, sino que la anima a seguir siendo
como es, a no perder su «alma»). Una mujer temperamental, fuerte, enérgica, que
no se queda de brazos cruzados ante lo que considera injusto, y que demuestra
tener las ideas claras. «Nunca me he sentido parte de ninguna mayoría, y a
menudo tomo caminos diferentes de los que escogen los demás, y hago cosas que
me resultan difíciles de explicar al resto de la gente» (p. 45).
Afortunadamente para nosotros, por escrito las explicó muy bien.
La vida en el desierto
Sí,
sobre el papel Sanmao fue intrépida e inspiradora, pero la cotidianeidad que narra
en estas crónicas muestra que no resultó tan sencillo llevar ese estilo de
vida. Trasladarse al desierto significa empezar de cero, en todos los sentidos:
la pareja se instala en una casa destartalada, sin amueblar, por un momento
Sanmao se desanima, aunque luego se las ingenia para apañarla (Sanmao, además
de valiente, era lista y pícara, como demuestra también en su peripecia para
sacarse el carnet de conducir). En segundo lugar, el asunto del aislamiento, no tanto de la gente
(tenía vecinos que la hacían sentirse menos sola; ella no dejaba de
comunicarse, de intervenir en la comunidad) como de los recursos y servicios
(cuenta la larga distancia que tenía que recorrer para comprar un bien tan
básico como el agua). El desierto, por otra parte, en ocasiones deviene un
territorio hostil, como relata en «Noche de miedo en el desierto», sobre el miedo y las supersticiones, o en
«Noche en las montañas laberínticas», un episodio terrible en una ciénaga. Para
una mujer como ella, acostumbrada a vivir entre algodones, a adquirirlo todo con
el dinero de su padre, este cambio de nivel de vida denota una necesidad de
realización interior, por encima de la tan cacareada estabilidad, y no oculta
los bajones ni los pequeños fracasos («Pescadores de domingo») a los que se
enfrentó. Su principio: «En la vida había que probarlo todo —desde lo más
elevado hasta lo más corriente—, de otro modo, ¿qué sentido tenía la
existencia?» (p. 60). Y así lo hizo, exprimió cada instante, se empapó de todo,
por muy duro que fuese.

Si
bien Diarios del Sáhara se puede considerar un libro de viajes, no está exento de historias
de corte más costumbrista. La vida en el Sáhara no solo consiste en cruzar el
desierto o experimentar los peligros de la naturaleza: también implica, y en
gran medida, convivencia, una
convivencia llena de pequeñas historias cotidianas. A veces, estas historias
atañen a la propia Sanmao: en «Querida suegra», que narra un viaje a España,
expresa su miedo a no ser aceptada por la familia de su marido, así como su
capacidad de adaptación para solventar cualquier incomodidad y ganarse la
simpatía de su suegra. En otras ocasiones, no obstante, se refiere a sus
vecinos saharauis y están teñidas por las particularidades de su cultura, como
«En busca del amor», sobre un joven trabajador honrado que se enamora de una
mujer que parece aprovecharse de él, o el desgarrador relato «El llanto de los
camellos», que cierra la compilación, en el que la opresión de las mujeres, con
sus correspondientes prejuicios, pasa factura a unos enamorados. En este último
texto, a propósito, se pone de manifiesto la agitación social por el inminente fin del protectorado español (que
aceleró la marcha de Sanmao y José), es decir, cómo afecta la dimensión
política en el día a día.
La cultura saharaui
En
el desierto, Sanmao, la cosmopolita, se relaciona con gente de estratos
sociales bajos, sin apenas formación y apegada a unas costumbres inimaginables
en el hogar donde se crió la narradora. Con todo, Sanmao no teme mezclarse con
los demás; ella misma, como mujer china que ha recorrido Europa, sabe
perfectamente lo que supone ser juzgada por «diferente» en otras sociedades. Y
no solo no teme las diferencias, sino que se entrega en cuerpo y alma para
conocer a los que la rodean: «aquel amor por las culturas de otros pueblos
provenía de las grandes diferencias que nos separaban. Sentía tal pasión, que
aquellas divergencias me parecían bellas y conmovedoras» (p. 80). No le resulta
difícil integrarse: su faceta altruista la empuja a hacer regalos con los que
se gana su confianza, y además intenta mejorar las condiciones de vida de los
saharauis. Su intervención resulta relevante sobre todo para las mujeres: les
imparte clases (les habla, por ejemplo, de la concepción de un hijo, tema tabú) y facilita cuidados médicos en la medida de sus posibilidades
(un tanto imprudente, como ella admite, pero útil para las mujeres que no
quieren que un hombre las atienda).

Otro
aspecto que le resulta molesto de la cultura saharaui la afecta directamente a
ella: la invasión de su intimidad,
como cuenta en «Mis buenos vecinos». Los vecinos tienen la costumbre de entrar
en su casa, de tomar cosas sin pedir permiso (en una ocasión una chica se lleva
sus zapatos sin avisar y se los devuelve destrozados). En parte, la
propia Sanmao lo propicia por su generosidad y su incapacidad para decir no,
pero esto va más allá, tiene que ver con la falta de civismo, los
lugareños no distinguen las fronteras de la propiedad privada, cruzan los
límites. Además, tienen un particular sentido del orgullo y la cortesía que
dificulta el entendimiento. Sanmao no oculta su malestar cuando este choque cultural va demasiado lejos (es
tan directa que algunas de sus afirmaciones pueden pecar de etnocentristas),
pero es importante subrayar que su intención no es juzgar ni erigirse en ejemplo
de superioridad moral, sino señalar aquellos aspectos nocivos para la
convivencia (como la falta de higiene) o el desarrollo personal (la escasa
educación de las mujeres) que podrían tener una solución fácil. No hay que
olvidar que Sanmao siente cariño por ellos, desea que tengan las mismas
oportunidades que ha tenido ella, la misma libertad para elegir su camino.
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Sanmao |
Diarios del Sáhara
es, en fin, un testimonio colosal de
vida, aventura e interculturalidad, narrado con el desenfado y la gracia de
quien prima la comunicación sencilla, para que su mensaje cale, por delante de
la sofisticación literaria. Veintiséis años después de su muerte, la peripecia
vital de Sanmao sigue resultando enriquecedora: la lectura de estas crónicas amplía horizontes, engrandece
nuestra perspectiva sobre el entorno, nos acerca a una realidad poco conocida, nos regala un poco de la fuerza, la inteligencia, la curiosidad
y el amor de una mujer única. Hay mucho que aprender de este libro, y se trata,
por supuesto, de un aprendizaje gozoso, apasionante, porque la voz de Sanmao resulta tan
cercana como la de una amiga. Mención aparte merece la edición: esta obra
inauguró el catálogo de :Rata_, junto con Yo misma, supongo, de Natalia Carrero, y el equipo lo dio todo: prólogo de
Gabi Martínez, postfacio de la especialista en Sanmao Yufen Tai, un texto del
hermano de Sanmao, Henry Chen, fotografías de la protagonista…, además de los
detalles habituales que hacen de :Rata_ un sello muy cuidadoso (paratextos
originales, inclusión de la biografía de la traductora, reproducción de la
escritura de Sanmao, carta de la editora Iolanda Batallé…). Un trabajo
excepcional, en suma.
genial dicho! Yo soy sinohablante, leeo su conmentario por la primera vez, encuentros nuevos puntos de vista tan valoroso, muchas gracias por tu escrita.
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